l 24 de septiembre de 1955, desde México, un joven médico argentino no peronista pero con la rara virtud de ser intelectualmente honesto, escribe a su querida vieja
:
“Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado
enemigo de tantos años; por aquí, la reacción no se hizo esperar. Todos
los diarios del país y despachos extranjeros anunciaban llenos de júbilo
la caída del tenebroso dictador (…).
Sigue: Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me
amargó profundamente, no por él sino por lo que significa para toda
América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de
los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos
que el enemigo está en el norte
.
Simultáneamente, en Buenos Aires otros ches de buena pinta correteaban por las calles a ciudadanos humildes con pinta de negro peronista
, exclamando: ¡Viva la libertad! ¡Se acabó el peronismo!
Quien suscribe cursaba segundo de primaria, el presidente Alberto
Fernández no había nacido y en La Plata una niña de dos años llamada
Cristina jugaba con sus muñecas.
El lunes último (¡66 años después!), tras las elecciones de medio término del gobierno de Alberto, los medios independientes
publicaron titulares similares al siguiente: “Una remontada electoral
inesperada mantiene con vida al peronismo…”. Titulares que incluían la
opinión de analistas expertos
, fingiendo sorpresa.
Identidad mayoritaria de los trabajadores, el peronismo siempre fue igual a sí mismo: bueno en los años de bonanza (o en la adversidad), y con serias dificultades a la hora de gobernar y resolver la depredación y saqueo legados por la oligarquía, y las clases medias siempre se guarecieron bajo sus paraguas.
Con excepción de Carlitos Menem, quien luego de andar por ahí diciendo la sangre derramada no será negociada
, traicionó al peronismo y vendió el país por monedas (1989-99). Aunque last but not least
(y mucha atención con esto), sin tocar las obras sociales y el poder de
la Confederación General de Trabajadores (CGT, 6 millones 250 mil
afiliados).
La etapa de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner (2003-15) justificó la de los dos gobiernos de Perón (1946-55). Etapas que coincidieron con el alto precio de los productos primarios, en efecto, pero que se caracterizaron por la voluntad política de distribuir el ingreso en favor de los trabajadores, oponiéndose con férrea decisión a la dictadura financiera del FMI y a los caprichos geopolíticos de Estados Unidos.
Sin embargo, el peronismo nunca pudo doblegar el poder real. Que a
partir de 1976, la genocida dictadura cívico/eclesiástica y militar modernizó
,
fusionando los tres poderes que historicamente condicionaron las
veleidades ideológicas de los políticos, peronistas (o no): el poder
financiero, el poder mediático y el Poder Judicial.
Se necesita de mucha hipocresía y cinismo para atribuir a los ingleses la derrota militar en Malvinas (1982), el fracaso de la dictadura y la recuperación de la democracia en 1983. Porque a pesar de los tres poderes referidos, 30 mil argentinos desaparecidos la hicieron posible, de los cuales, 70 por ciento eran trabajadores peronistas, según la Comisión Nacional de Desaparecidos (informe Nunca más, 1984) respaldada por Raúl Alfonsín y presidida por el escritor Ernesto Sábato, quien en 1955 apoyó el golpe contra Perón.
Si algo caracteriza la etapa actual del capitalismo, resulta indiscutible que el llamado terrorismo mediático
y las fake news han permitido lo inconcebible hasta hace pocos años: que los pueblos voten contra sus intereses.
Así, y más allá de las limitaciones de sus dirigentes, el peronismo
perdió las elecciones en 2015, frente a Mauricio Macri. Un personaje que
nunca dejó de ser un auténtico gángster del anarcocapitalismo, y consagrado por ello como ejemplo de libertad
y democracia
entre sus pares de la extrema derecha internacional.
Con todo, no pudo ser relegido. Perseguida por el lawfare (judicialización de la política), satanizada por los medios y los fondos buitres de Wall Sreet , Cristina resultó más inteligente. Y con su inesperada decisión de nombrar a Alberto Fernández candidato presidencial (yendo ella de vice), el peronismo volvió a ganar las elecciones.
Alberto gobernó, exactamente, 99 días. Porque en marzo de 2020, la pandemia paralizó el país que Macri había empobrecido y deliberadamente endeudado con la complicidad del FMI, para lo que resta del siglo. Resultado: 40 por ciento de pobreza, 10 de indigencia y hambre en el país de los alimentos.
Restan escasos dos años de gobierno, y hay que mantener la unidad.
Pero si Alberto Fernández sigue creyéndose el Felipe González de
Argentina, mientras el poder mediático que su gobierno financia lo
escupe a diario sin piedad, será recordado, apenas, como el presidente de la pandemia
,
que, justo es reconocerlo, supo afrontar con diligencia y probidad. De
lo contrario, el peronismo lo recordará como el más inepto, vacilante y
cobarde de sus dirigentes.
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