Palestina: palabras narrativas
Maciek Wisniewski / I
E
dward W. Said, el gran intelectual palestino –y quintaesencia intelectual pública− que por sí solo y de manera pionera abrió las ciencias sociales a los modos en que mundos enteros quedan encasillados en palabras y narrativas ajenas − Orientalism (1978), Culture and imperialism (1993)−, en un texto triste, escalofriante y bello −por si esta palabra aplica a una reflexión sobre el sufrimiento de todo un pueblo escrita en medio de una enfermedad terminal− hablando de la peculiar crueldad de Israel −
un país poseído por la manía de castigar a los débiles− reflejada en periódicas masacres de Gaza e interminable ocupación de Cisjordania, apuntaba que todo el lenguaje del sufrimiento y de la vida cotidiana palestina fue secuestrado o pervertido al punto de ser inútil e incluso servir como pantalla para ir infligiendo más muerte y tortura (bit.ly/3ck4pZ7).
Me acordé de esto pensando en el Acuerdo del Siglo ( The deal of the century) que preparado −sin ninguna participación palestina, pero sí con harta autoría israelí− por los
mediadores estadunidensescuya creatividad radicó básicamente en secuestrar las palabras y alterar su sentido: cambiar los nombres o estatus de los lugares contrario al derecho internacional (Jerusalén, asentamientos ilegales, etcétera.) para sancionar su ocupación y la próxima anexión o llamar ejército a un conjunto de enclaves sin continuidad, control del espacio aéreo/seguridad/política exterior,
el Estado, nació, con excusa y pantalla de
mejorar la vida cotidiana de los palestinos( bit.ly/3bERgJz) para seguir castigándolos e irles infligiendo
más muerte y tortura. “Matar, reducir, mutilar y ahuyentar hasta que ‘quiebren’”, escribía Said.
Por más que este supuesto
plan de pazse presente como
un cambio de enfoque y narrativa frente a lo que no servía antes(bit.ly/32PbFaM) en realidad es sólo la consumación de lo que ya hubo: los Acuerdos de Oslo a los que en su momento Said se opuso categóricamente prediciendo que esto iba a acabar así: todo para Israel, nada para Palestina ( The end of the peace process, 2000), y por más que el dúo Trump-Netanyahu que lo parió se vislumbre como
el milagro para Israel−en efecto se le concedieron todos sus deseos− ya hemos tenido algo así.
¿Alguien se acuerda de la dupla Sharon-Bush Jr.?
Cuando en 2004 Israel se retiró unilateralmente de Gaza –una medida calculada para boicotear el proceso de paz y
ponerlo en formaldehído(bit.ly/2x8j0GT)− G. W. Bush llamó a Ariel El Carnicero Sharon
el hombre de la paz(sic) y abrazó su agenda nacionalista y anexionista dándole garantías por escrito (sic) −retención de partes de Cisjordania a su criterio y negación al retorno de los refugiados palestinos− que revertían, o desnudaban, la tradicional –
neutral− postura de Estados Unidos (A. Shlaim, Israel and Palestine, p. 293).
Said llamó −en otro lugar− las jugadas israelí-estadunidenses de aquel entonces ( road map) gracias a las cuales Sharon, a pesar de tres acusaciones de corrupción en su contra, logró aferrarse al poder −¿a qué nos recuerda esto? (¡le hablan Mr. Netanyahu!)− y Bush Jr. consolidó el voto de los
sionistas cristianosante las elecciones que se avecinaban −¿a qué nos recuerda esto? (¡le hablan, Mr. Trump!)− no
planes de paz, sino de
pacificación: “de poner el fin al problema ‘Palestina’” (bit.ly/2wterGK).
El unilaterialismo sharoniano tenía un propósito: el
politicidiode los palestinos: la disolución de Palestina como una legítima entidad que comprendía también una −total o parcial− limpieza étnica en Eretz Israel (B. Kimmerling, Politicide, p. 17).
El Acuerdo del Siglo que no por casualidad contiene un apartado sobre “ transfers poblacionales” −un eufemismo para la
limpieza étnica−, o sea, un marco legal para ejecutarlos en el futuro ante los ojos del mundo indiferente, con su unilateralismo es sólo el siguiente ejercicio en
politicidioy afán de desaparecer a los palestinos envuelto ahora en un novedoso lenguaje de
visionesy
oportunidades económicas.
Si bien –como de costumbre− tiene razón Robert Fisk que basta echar un ojo a la palabrería de este documento −
absurdos, parodia y banalidad en casi igual proporción− para ver que todo esto es sólo una siguiente
locura( mumbo-jumbo) y
vacilada( ballyhoo) trumpiana −
¿Hasta cuándo los periodistas, los escritores, estaremos tomando en serio estas palabras...?(bit.ly/2GOYMmZ)–, balbuceo o no, allí está e incluso está siendo implementado (bit.ly/2PPZMMz).
Ya hace 18 años en aquel triste y –vuelvo a decir− bello texto, Said lamentaba la época pasada de Israel Shahak, Yeshayahu Leibowitz o Jakob Talman, los intelectuales que no temían decir verdades incómodas –como que la ocupación está pervirtiendo al propio Israel (nyti.ms/3cuBktX)− subrayando que eran pocos (Uri Avnery, Ilán Pappe, Zeev Sternhell, Gideon Levy, Amira Hass, Jeff Halper) quienes tenían el valor de luchar por las palabras en Israel.
La
pazpor ejemplo –un término que desapareció del vocabulario político israelí y está siendo usado para el público exterior− ya es una palabra muerta. Sólo queda la
pacificación.
Y las voces palestinas (y pro-palestinas) –múltiples, ricas, heterogéneas (bit.ly/39jwTjD)− quedan secuestradas, pervertidas, silenciadas y desaparecidas, como la Palestina misma (bit.ly/32ToelN).
Sólo queda el balbuceo del dúo Trump-Netanyahu.
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