Carlos Montemayor, 10 años de ausencia
Jesús Vargas*
“En las noches, cuando era niño,
al salir de la casa me parecía sentir
que a lo lejos, del otro lado del río,
alguien levantaba las manos y me llamaba.
Yo trataba de escuchar esa voz
entre el ruido de la noche.
Pero las estrellas numerosas hacían ruido,
se congregaban ensordecedoras
como si el calor las hiciera brillar más.
Y la tierra también desprendía una voz
de piedras, de raíces, de días,
bajo el polvo caliente del verano.
Las luces de las casas parecían vivientes.
Todo tenía luz, todo era un lugar ocupado
milagroso.
Pero sólo yo oía, sentado en la tierra.
Oh Dios mío, sólo yo oía, sentado en la tierra.
Sé que todavía esa noche, ahora, alguien
levanta las manos y me llama.
Finisterre
al salir de la casa me parecía sentir
que a lo lejos, del otro lado del río,
alguien levantaba las manos y me llamaba.
Yo trataba de escuchar esa voz
entre el ruido de la noche.
Pero las estrellas numerosas hacían ruido,
se congregaban ensordecedoras
como si el calor las hiciera brillar más.
Y la tierra también desprendía una voz
de piedras, de raíces, de días,
bajo el polvo caliente del verano.
Las luces de las casas parecían vivientes.
Todo tenía luz, todo era un lugar ocupado
milagroso.
Pero sólo yo oía, sentado en la tierra.
Oh Dios mío, sólo yo oía, sentado en la tierra.
Sé que todavía esa noche, ahora, alguien
levanta las manos y me llama.
Finisterre
E
l 13 de junio de 1946, en la ciudad de Parral, se unieron en matrimonio la señorita María Agustina Aceves y el contador Carlos Montemayor Díaz. Exactamente un año después, el 13 de junio de 1947, nació Carlos; en 1949, María Eugenia, y en 1951, Martha. A la joven familia se unieron pocos años después las abuelas, que influyeron en la vida de los tres niños porque ambas eran lectoras, además de que eran geniales para narrar cuentos y anécdotas terribles de la Revolución. De esas historias de las abuelas y de las veladas musicales que se hacían en casa, se alimentaron los hermanos Montemayor Aceves.
Muy pronto, el padre descubrió en su hijo Carlos algunas cualidades que orientó con esmero. Carlos reconocía que la influencia de su padre había sido determinante: le enseñó a leer antes de entrar a la escuela, le seleccionó los libros que leyó durante la infancia, entre otros El Quijote de la Mancha, del que tenía que leer diariamente un número de páginas y cuando notaba que no las completaba, lo obligaba a leer frente a él en voz alta.
También recibía clases de guitarra, y como dato curioso, el profesor le enseñaba durante las mañanas en el Bar Nueva York. Carlos recordaba con agrado el rincón donde se sentaban, los olores de la cantina que a esa hora estaba limpia y se preparaba la botana y donde lo trataban con muchas consideraciones por ser todavía un niño.
En cuanto a su gusto por la poesía, la influencia más relevante de aquellos años fue la que recibió de los poetas: Solón Zabre, Víctor Aldrete y su propio padre, don Carlos Montemayor Díaz, quienes integraban un sólido grupo que editaba y publicaba sus composiciones en una pequeña imprenta que había adquirido con ese propósito.
A los 15 años, después de concluir la secundaria, Carlos emigró a la capital de Chihuahua, donde se expandió su formación. Le tocó estudiar en la preparatoria de una joven universidad que se había fundado seis años antes, donde la receptividad y la emoción juvenil se abrían hacia el arte, el pensamiento y el compromiso social. En esos dos años interactuó y estuvo muy cerca de los jóvenes que tomaron el camino de la guerrilla rural. Esa relación lo marcó para toda la vida y afloró en buena parte de su obra dedicada a las guerrillas de México, así como el premio internacional Juan Rulfo 1993, otorgado por Radio Francia por el cuento Operativo en el trópico.
A mediados de 1964, después de concluir la preparatoria, su nivel de conocimientos se encontraba muy por encima del término medio, él mismo aseguró años después que había llegado a México con una formación notablemente buena, porque la preparación que había recibido en Chihuahua era incalculablemente superior, gracias a maestros como Federico Ferro Gay, a quien le dedicó en 2006 una elegía, dimensionando su influencia:
ahora que está más cerca del universo recóndito donde las horas y los días pierden su sentido. Ahora que se ha acercado a una eternidad que usted se dedicó a comprender mejor que muchos. Ahora querido maestro, con el abrazo de todos nosotros, gracias por haber engrandecido con su vida, su inteligencia y su sencillez a todos los chihuahuenses que fuimos sus alumnos.
En febrero de 1965 se inscribió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a sus 17 años se vislumbraba ya la genialidad que lo iba a distinguir por el resto de su vida. Se inscribió en dos carreras al mismo tiempo: derecho y letras (1965-1971). De la UNAM pasó al Colegio de México donde realizó estudios de posgrado en lenguas semíticas (1972-74).
Su carrera de escritor se inició en 1971 con Las llaves de Urgell que recibió el Premio Xavier Villaurrutia ese mismo año. Así la portentosa trayectoria intelectual que se vio truncada en 2010, a los 63 años, cuando le quedaba mucho por hacer. No obstante dejó una obra de aproximadamente 50 libros, entre novela, cuento, ensayo, poesía y decenas de libros relacionados con la cultura y las lenguas indígenas. Además de que tradujo varias obras, algunas del griego, otras del latín, del portugués e inglés. Dominaba el griego clásico y moderno, latín, hebreo bíblico, francés, portugués, italiano, inglés, alemán y maya.
* Historiador, su libro más reciente es Villa bandolero
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