Ernesto Cardenal, el poeta de Solentiname
Javier Aranda Luna
S
u primera misa en Solentiname , una pequeña isla salvaje en el lago de Nicaragua, fue un miércoles de ceniza en la iglesia que también le servía de bodega y habitación. Su mensaje estuvo dedicado en buena parte sobre las letrinas. ‘‘La palabra de Dios también tenía que descender a esos detalles’’.
Él pensaba que antes que el catecismo a los niños ‘‘había que hacer que no murieran los niños’’. También les tuvo que decir que no le siguieran llevando regalos, pues los pollos, plátanos, huevos les hacían más falta a ellos que a él.
La pobreza real no le permitía la imagen de pobreza que deseaba compartir con los feligreses. En esos días llegó monseñor Fulton J. Sheen, un best-seller católico, un influencer radiofó-nico y quien distribuía todos los donativos a las misiones de Estados Unidos. Le pidieron apoyo para el sacerdote Ernesto Cardenal y no les dio ni un centavo. Mejor la esposa de Hemingway le había enviado un cheque por 150 dólares.
El resto de su vida es más o menos conocida: fue un teólogo de la liberación, un sandinista revolucionario, un poeta, un ministro de Cultura nicaragüense y uno de los principales críticos del dictador Daniel Ortega, quien por su muerte declaró tres días de luto nacional. También fue un hombre enamorado que hizo sucumbir su amor por las mujeres por su vocación religiosa.
En 1983 el papa Juan Pablo II lo suspendió a divinis, por hacer política activa cuando se convirtió en ministro de Cultura de su país. Treinta y seis años después, el 2 de febrero de 2019, el nuncio de Nicaragua Waldemar St. Sommertag lo visitó en su casa y Cardenal le pidió que le expresara al nuevo papa Francisco, que lo reintegrará a la Iglesia y así fue.
Cardenal fue todo un personaje de novela. Lo podemos mirar de cuerpo completo en sus libros de memorias donde la crónica, el ensayo, la poesía tejen la trama de sus días. Allí encontramos su cercanía con el gran Cronopio Julio Cortázar y una crítica brutal a la poesía de nuestros días. Escribir poesía para que el lector no entienda, nos dice, ‘‘se ha convertido en una especie de plaga’’.
Los poetas ya no hablan de lugares, escribe Cardenal. Escriben lo que llama ‘‘poesía del Hotel Hilton, que son lugares exactamente iguales en El Cairo o Jerusalén”. Y eso, según él, hace que la poesía sea poco leída y no se entienda. Más aún, para el escritor nicaragüense ‘‘hay poetas a los que les gusta que la poesía no se entienda”.
Su lenguaje coloquial lo acercó a los jóvenes. Su oración por Marilyn Monroe tal vez se convierta, con los años, en una de sus señas de identidad como poeta.
No le espantó el arte comprometido. En sus Epigramas y Hora 0 de principios de los años 60, la crítica a la corrupción política latinoamericana es agria y rotunda. Dice José Manuel Oviedo que la fuerza de su poesía consiste en hacernos pensar que la historia de América Latina es una profecía.
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