El lovefest de Trump y Modi es nauseabundo
02/03/2020 | Thomas Crowley
Esta semana, Donald Trump ha viajado a India para firmar un nuevo contrato de venta de armas con el dirigente de extrema derecha Narendra Modi. Y por si esto fuera poco, los dos guardaron silencio mientras nacionalistas hindúes desataban una ola de violencia contra personas musulmanas, atacando sus hogares, negocios y lugares de culto.
En una valla publicitaria erigida de cara a la visita de Donald Trump a India esta semana se leía: “La democracia más vieja del mundo se encuentra con la democracia más grande del mundo”. Sin embargo, en las reuniones de Trump y el primer ministro Narendra Modi, la democracia no estaba en el programa. Los dos tenían otras prioridades: autofelicitaciones mutuas, contratos de compraventa de armas por valor de miles de millones de dólares, aprobación tácita de la violencia contra la población musulmana y un espectáculo al estilo de Bollywood. El acto central de la visita de Trump fue un evento muy comentado, titulado “Namaste Trump”, en un enorme estadio de cricket en el Estado de procedencia de Modi, Gujarat.
La buena relación de Modi con los presidentes estadounidenses no comienza con Trump. Barack Obama también trabó amistad con el líder indio, pregonando asimismo los valores democráticos supuestamente compartidos de ambos países. Obama se contentó con mirar a otro lado con respecto a la presunta complicidad de Modi con los disturbios antimusulmanes; en el diálogo de Obama con Modi, el libre comercio era la única libertad que contaba.
Claro que la relación entre Trump y Modi lleva el lovefest de los líderes de EE UU e India a una cima aún más alta. Ya no se trata de una mera alianza neoliberal, sino que Trump y Modi han cimentado un vínculo basado en el nacionalismo de derechas con fuertes dosis de machismo. La afinidad ideológica se puso de manifiesto en el recibimiento dado a Modi en Texas el año pasado, que sirvió de modelo para el acto de Gujarat y en el que el mayor aplauso lo cosechó Trump cuando condenó el “terrorismo islámico radical”. Trump repitió sus mayores éxitos en el reciente acto de Gujarat, obteniendo de nuevo las ovaciones más sonoras en respuesta a sus gesticulaciones del tipo duro con ellos con referencia al terrorismo.
La información sobre el acto del estadio de cricket en el New York Times y otros grandes medios parecía contentarse con burlarse de las exageraciones de Trump (su afirmación de que al mitin asistirían diez millones de personas) y sus meteduras de pata (sus dificultades para pronunciar los nombres indios). Otro artículo del Times señalaba que el aparente buen rollo entre ambos líderes oculta “una realidad más espinosa”, ya que no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre un tratado comercial previsto, que según Trump iba a ser “muy, muy importante”.
Sin embargo, ninguno de los dos líderes mundiales parecía estar interesado en firmar un tratado comercial; se mostraron sumamente satisfechos a la hora de rubricar con un apretón de manos un contrato de compraventa de armas por valor de tres mil millones de dólares (que Bernie Sanders se apresuró a criticar). Tanto a Trump como a Modi les encanta mostrarse duros en las negociaciones comerciales, aunque incluso el propio Times reconoce que tal gesticulación apenas ha tenido repercusiones económicas.
La información sobre el evento, por tanto, viene a decir que se trató de un espectáculo gratuito, de una fachada destinada a tapar el fracaso de las negociaciones comerciales. No obstante, esta no es la conclusión correcta: fue precisamente el espectáculo el que importaba. Puede que el Times lo tache de tosca bravata de Trump, pero deberíamos estar seriamente preocupados cuando unos líderes nacionalistas con profundas tendencias autoritarias reúnen a grandes multitudes en los estadios y levantan los mayores aplausos cuando invocan al enemigo nacional.
Incluso antes de que Trump aterrizara en India, estaba claro que el nacionalismo hindú que encarna Modi no era un mero espectáculo. En la noche del domingo, 23 de febrero, Kapil Mishra, un dirigente local del Bharatiya Janata Party (BJP), el partido de Modi, amenazó a las y los manifestantes en Delhi que estaban ocupando pacíficamente cruces de calles y espacios públicos para protestar contra una nueva ley de ciudadanía que discrimina abiertamente a la población musulmana. Las manifestaciones se suceden desde el mes de diciembre, lo que constituye una respuesta sorprendentemente fuerte a un régimen de Modi que de lo contrario habría parecido invulnerable.
Poco después de la declaración de Mishra estalló la violencia en el entorno de varios lugares en que había gente manifestándose en Delhi, fenómeno que continuó durante varios días causando docenas de muertes. La prensa internacional ha convertido los ataques en choques entre manifestantes musulmanes y contramanifestantes hindúes, creando la impresión de que se trata de una lucha entre dos grupos rivales en igualdad de condiciones. Las informaciones sobre el terreno revelan una historia diferente, y un titular la resume: “Tres días de ataques violentos en Delhi no podían tener lugar sin el visto bueno del Estado”. Hogares, negocios y lugares de culto musulmanes fueron objeto de agresiones, y los agresores confían en que cuentan con el apoyo del Estado. Han circulado unos vídeos perturbadores en que se ve a policías golpeando a manifestantes musulmanes y obligándoles a cantar el himno nacional. Un líder del BJP ha estado deambulando por las calles llamando abiertamente a la violencia y alborotadores hindúes han alardeado de sus actos ante los periodistas, como reflejan titulares como “Hombres hindutvas hablan de la violencia que han protagonizado” y “La turba supremacista hindú desata la violencia contra los musulmanes allí donde el BJP ha ganado las elecciones en Delhi”.
Como indica el segundo titular, el derramamiento de sangre se produjo tras las elecciones a la Asamblea Legislativa de Delhi, en las que el BJP fue derrotado por el Aam Aadmi Party (AAP), un partido relativamente nuevo, formado a partir de las protestas contra la corrupción. La estrategia de campaña del BJP se basó en la polarización religiosa, calificando a los manifestantes de Delhi de musulmanes antinacionales y retando al AAP a defenderles. El AAP se negó categóricamente a morder el anzuelo, centrándose en cambio en sus promesas de mejorar la educación, la atención sanitaria y las infraestructuras básicas en la ciudad. Al final, el AAP arrasó en el escrutinio, ganando 62 de los 70 escaños. La violencia de los últimos días se ha concentrado en zonas en que había prevalecido el BJP.
Para tratar de comprender la aparente desconexión entre la sonada derrota electoral del BJP y sus alardes de violencia en las calles, resulta útil revisitar antiguas reflexiones en torno al ascenso del nacionalismo hindutva, en particular las que se publicaron tras la destrucción de una mezquita llamada Babri Masyid en 1992. Aquel ataque violento espectacular dio pie de muchas maneras a la fase actual del nacionalismo hindú, convirtiéndolo en una potente fuerza nacional con una base se masas, a pesar de que el BJP saliera derrotado en varias elecciones estatales después de aquel suceso. Como señaló el académico marxista Aiyaz Ahmad en aquel entonces, el BJP puede sufrir derrotas electorales mientras que las fuerzas hindutvas, a pesar de ello, “ganan fuerza tanto en la creación de estructuras como en la construcción de un consenso cultural nacional, de modo que numerosos individuos que votan por otros partidos adoptan en realidad la totalidad de la ideología [nacionalista hindú]”. Sin duda esto se ha visto a todas luces en los acontecimientos recientes en Delhi.
Ahmad formuló otra advertencia que sigue siendo relevante en estos momentos: “En la India contemporánea, el comunitarismo [antimusulmán] es sin duda… la punta de lanza de un proyecto fascista totalitario, pero siempre hay… otras violencias –de casta, de clase y de género– que forman esa especie de personalidad autoritaria sobre la que se fundamenta finalmente el proyecto fascista”.
Este es el tipo de personalidad autoritaria, desde luego, que también cultiva Trump en sí mismo y entre quienes le apoyan. No es extraño que, al ser interrogado sobre la violencia en Delhi, Trump hiciera caso omiso de la preocupación de los periodistas y declarara que Modi había trabajado “muy duro” por promover la libertad religiosa. La simpatía de Trump por los proyectos fascistas es un secreto a voces, y su ascenso también se nutrió de actos violentos –de raza, de clase y de género-, podemos decir parafraseando a Ahmad. Si cabe alguna esperanza para la democracia más grande del mundo y para la democracia más vieja, sin duda pasa por combatir abiertamente esas violencias en el plano electoral, en las calles y en proyectos de transformación mucho más amplios.
27/02/2020
https://www.jacobinmag.com/2020/02/narendra-modi-donald-trump-bjp-violence
Thomas Crowley es estudiante de geografía en la Rutgers University y autor del libro Fractured Forest, Quartzite City: A History of Delhi and Its Ridge.
Traducción: viento sur
En una valla publicitaria erigida de cara a la visita de Donald Trump a India esta semana se leía: “La democracia más vieja del mundo se encuentra con la democracia más grande del mundo”. Sin embargo, en las reuniones de Trump y el primer ministro Narendra Modi, la democracia no estaba en el programa. Los dos tenían otras prioridades: autofelicitaciones mutuas, contratos de compraventa de armas por valor de miles de millones de dólares, aprobación tácita de la violencia contra la población musulmana y un espectáculo al estilo de Bollywood. El acto central de la visita de Trump fue un evento muy comentado, titulado “Namaste Trump”, en un enorme estadio de cricket en el Estado de procedencia de Modi, Gujarat.
La buena relación de Modi con los presidentes estadounidenses no comienza con Trump. Barack Obama también trabó amistad con el líder indio, pregonando asimismo los valores democráticos supuestamente compartidos de ambos países. Obama se contentó con mirar a otro lado con respecto a la presunta complicidad de Modi con los disturbios antimusulmanes; en el diálogo de Obama con Modi, el libre comercio era la única libertad que contaba.
Claro que la relación entre Trump y Modi lleva el lovefest de los líderes de EE UU e India a una cima aún más alta. Ya no se trata de una mera alianza neoliberal, sino que Trump y Modi han cimentado un vínculo basado en el nacionalismo de derechas con fuertes dosis de machismo. La afinidad ideológica se puso de manifiesto en el recibimiento dado a Modi en Texas el año pasado, que sirvió de modelo para el acto de Gujarat y en el que el mayor aplauso lo cosechó Trump cuando condenó el “terrorismo islámico radical”. Trump repitió sus mayores éxitos en el reciente acto de Gujarat, obteniendo de nuevo las ovaciones más sonoras en respuesta a sus gesticulaciones del tipo duro con ellos con referencia al terrorismo.
La información sobre el acto del estadio de cricket en el New York Times y otros grandes medios parecía contentarse con burlarse de las exageraciones de Trump (su afirmación de que al mitin asistirían diez millones de personas) y sus meteduras de pata (sus dificultades para pronunciar los nombres indios). Otro artículo del Times señalaba que el aparente buen rollo entre ambos líderes oculta “una realidad más espinosa”, ya que no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre un tratado comercial previsto, que según Trump iba a ser “muy, muy importante”.
Sin embargo, ninguno de los dos líderes mundiales parecía estar interesado en firmar un tratado comercial; se mostraron sumamente satisfechos a la hora de rubricar con un apretón de manos un contrato de compraventa de armas por valor de tres mil millones de dólares (que Bernie Sanders se apresuró a criticar). Tanto a Trump como a Modi les encanta mostrarse duros en las negociaciones comerciales, aunque incluso el propio Times reconoce que tal gesticulación apenas ha tenido repercusiones económicas.
La información sobre el evento, por tanto, viene a decir que se trató de un espectáculo gratuito, de una fachada destinada a tapar el fracaso de las negociaciones comerciales. No obstante, esta no es la conclusión correcta: fue precisamente el espectáculo el que importaba. Puede que el Times lo tache de tosca bravata de Trump, pero deberíamos estar seriamente preocupados cuando unos líderes nacionalistas con profundas tendencias autoritarias reúnen a grandes multitudes en los estadios y levantan los mayores aplausos cuando invocan al enemigo nacional.
Incluso antes de que Trump aterrizara en India, estaba claro que el nacionalismo hindú que encarna Modi no era un mero espectáculo. En la noche del domingo, 23 de febrero, Kapil Mishra, un dirigente local del Bharatiya Janata Party (BJP), el partido de Modi, amenazó a las y los manifestantes en Delhi que estaban ocupando pacíficamente cruces de calles y espacios públicos para protestar contra una nueva ley de ciudadanía que discrimina abiertamente a la población musulmana. Las manifestaciones se suceden desde el mes de diciembre, lo que constituye una respuesta sorprendentemente fuerte a un régimen de Modi que de lo contrario habría parecido invulnerable.
Poco después de la declaración de Mishra estalló la violencia en el entorno de varios lugares en que había gente manifestándose en Delhi, fenómeno que continuó durante varios días causando docenas de muertes. La prensa internacional ha convertido los ataques en choques entre manifestantes musulmanes y contramanifestantes hindúes, creando la impresión de que se trata de una lucha entre dos grupos rivales en igualdad de condiciones. Las informaciones sobre el terreno revelan una historia diferente, y un titular la resume: “Tres días de ataques violentos en Delhi no podían tener lugar sin el visto bueno del Estado”. Hogares, negocios y lugares de culto musulmanes fueron objeto de agresiones, y los agresores confían en que cuentan con el apoyo del Estado. Han circulado unos vídeos perturbadores en que se ve a policías golpeando a manifestantes musulmanes y obligándoles a cantar el himno nacional. Un líder del BJP ha estado deambulando por las calles llamando abiertamente a la violencia y alborotadores hindúes han alardeado de sus actos ante los periodistas, como reflejan titulares como “Hombres hindutvas hablan de la violencia que han protagonizado” y “La turba supremacista hindú desata la violencia contra los musulmanes allí donde el BJP ha ganado las elecciones en Delhi”.
Como indica el segundo titular, el derramamiento de sangre se produjo tras las elecciones a la Asamblea Legislativa de Delhi, en las que el BJP fue derrotado por el Aam Aadmi Party (AAP), un partido relativamente nuevo, formado a partir de las protestas contra la corrupción. La estrategia de campaña del BJP se basó en la polarización religiosa, calificando a los manifestantes de Delhi de musulmanes antinacionales y retando al AAP a defenderles. El AAP se negó categóricamente a morder el anzuelo, centrándose en cambio en sus promesas de mejorar la educación, la atención sanitaria y las infraestructuras básicas en la ciudad. Al final, el AAP arrasó en el escrutinio, ganando 62 de los 70 escaños. La violencia de los últimos días se ha concentrado en zonas en que había prevalecido el BJP.
Para tratar de comprender la aparente desconexión entre la sonada derrota electoral del BJP y sus alardes de violencia en las calles, resulta útil revisitar antiguas reflexiones en torno al ascenso del nacionalismo hindutva, en particular las que se publicaron tras la destrucción de una mezquita llamada Babri Masyid en 1992. Aquel ataque violento espectacular dio pie de muchas maneras a la fase actual del nacionalismo hindú, convirtiéndolo en una potente fuerza nacional con una base se masas, a pesar de que el BJP saliera derrotado en varias elecciones estatales después de aquel suceso. Como señaló el académico marxista Aiyaz Ahmad en aquel entonces, el BJP puede sufrir derrotas electorales mientras que las fuerzas hindutvas, a pesar de ello, “ganan fuerza tanto en la creación de estructuras como en la construcción de un consenso cultural nacional, de modo que numerosos individuos que votan por otros partidos adoptan en realidad la totalidad de la ideología [nacionalista hindú]”. Sin duda esto se ha visto a todas luces en los acontecimientos recientes en Delhi.
Ahmad formuló otra advertencia que sigue siendo relevante en estos momentos: “En la India contemporánea, el comunitarismo [antimusulmán] es sin duda… la punta de lanza de un proyecto fascista totalitario, pero siempre hay… otras violencias –de casta, de clase y de género– que forman esa especie de personalidad autoritaria sobre la que se fundamenta finalmente el proyecto fascista”.
Este es el tipo de personalidad autoritaria, desde luego, que también cultiva Trump en sí mismo y entre quienes le apoyan. No es extraño que, al ser interrogado sobre la violencia en Delhi, Trump hiciera caso omiso de la preocupación de los periodistas y declarara que Modi había trabajado “muy duro” por promover la libertad religiosa. La simpatía de Trump por los proyectos fascistas es un secreto a voces, y su ascenso también se nutrió de actos violentos –de raza, de clase y de género-, podemos decir parafraseando a Ahmad. Si cabe alguna esperanza para la democracia más grande del mundo y para la democracia más vieja, sin duda pasa por combatir abiertamente esas violencias en el plano electoral, en las calles y en proyectos de transformación mucho más amplios.
27/02/2020
https://www.jacobinmag.com/2020/02/narendra-modi-donald-trump-bjp-violence
Thomas Crowley es estudiante de geografía en la Rutgers University y autor del libro Fractured Forest, Quartzite City: A History of Delhi and Its Ridge.
Traducción: viento sur
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