En Revista Viento Sur nº 164
plural
Involución y resistencias en América Latina
La irrupción política del movimiento feminista
Alba Carosio
El movimiento feminista Nuestroamericano se ha venido convirtiendo en un nuevo agente político, una potencia que interpela sobre asuntos cruciales que la política hasta ahora no tuvo en cuenta: el cuerpo, el amor, el deseo, la sexualidad, la maternidad como una opción y no una obligación, el derecho al aborto, la pobreza de las mujeres, la economía para la sostenibilidad de la vida, la participación de las mujeres y sus derechos efectivos, pero sobre todo interpela sobre la transformación social, y sobre la profundidad y alcance de la emancipación.
La visión feminista es indispensable para enriquecer y completar la lucha por la transformación social. Los movimientos de mujeres tienen hoy demandas y fuerza insoslayable en todo camino hacia la justicia y emancipación. Frente a las olas restauradoras-conservadoras que se han venido instalando en los gobiernos y en las sociedades latinoamericanas, las ideas feministas son una barrera para su instalación y un impulso para continuar las luchas. Por este motivo son presentadas por las derechas como un enemigo a extirpar y por algunas izquierdas como rebeldías infantiles; lo cierto es que los feminismos son de las resistencias más fuertes y más acostumbradas a combatir en la adversidad. El feminismo en su radicalidad camina por toda nuestra América y ha promovido la más nutrida y subversiva toma de las calles de ciudades en nuestra región.
La actual tercera ola feminista (o cuarta ola, según se mire) latinoamericana y caribeña comenzó con las denuncias por abusos machistas hacia los cuerpos de las mujeres 1/, y fue creciendo constituyendo una fuerza que plantea un nuevo pacto social en todos los sectores de la vida social: las mujeres nunca más deben ser tomadas como objeto de uso y abuso de los hombres, la sociedad no puede ser justa ni igualitaria mientras se mantenga la desigualdad de las mujeres. Se trata de plantear luchas al poder patriarcal, histórico aliado del capitalismo y el neoliberalismo. El movimiento social de las mujeres ha venido desvelando el sistema y sus coartadas culturales que avalan la discriminación para legitimar la explotación.
El movimiento feminista es calificado por muchos como la fuerza político-social más esperanzadora en este momento de la historia, en el marco de una tensión entre fuerzas progresistas y reaccionarias. Se ha constituido en una tupida estructura de trabajo cruzado, donde se incluyen colectivos, organizaciones de la sociedad civil, organizaciones de mujeres racializadas y de pueblos originarios, mujeres autoconvocadas o movilizadas por las instituciones públicas dedicadas al trabajo de apoyo a necesidades prácticas de las mujeres, organismos internacionales y de cooperación que impulsan políticas y acciones dirigidas a las mujeres, articulaciones rebeldes de nuevas generaciones de adolescentes y mujeres jóvenes, grupos de arte y lenguajes diversos, y aliados de variados orígenes y formas: varones concientizados, organizaciones LGBTI, partidos políticos, organizaciones sociales, movimientos populares y barriales, movimientos de reivindicación identitaria y racial, organizaciones religiosas progresistas y otras.
El agotamiento de los modelos económicos neoliberales, con las secuelas de pauperización a principios del siglo XXI, dio lugar a un resurgimiento de la movilización en el mundo, y en nuestra América en particular, que fue acompañado por un intento de diálogo del feminismo con otros movimientos sociales, que al cabo de más de 10 años ha ido fructificando en comprensión y alianzas. Todo feminismo puede contar con tener los fundamentalismos de derecha en contra o ser víctima de una instrumentalización interesada de sus demandas (las menos radicales y transformadoras), pero no está claro que pueda tener la misma confianza en tener a la izquierda a favor (al menos, cierta izquierda tradicional). A pesar de que en algunos momentos la institucionalidad y las organizaciones no gubernamentales de asuntos de las mujeres y género, que surgieron durante la década de los 90, fueron vistas como opuestas a los movimientos sociales feministas, al día de hoy, las tramas feministas latinoamericanas y caribeñas incluyen ONG, instituciones, academias y movimientos feministas de diferente radicalidad.
Desde la Segunda Ola Feminista en América Latina y el Caribe en la década de los 70, las feministas definían el movimiento de liberación de la mujer como movimiento político que busca la transformación económica, política y social de nuestra sociedad de una manera radical y absoluta. Las feministas de la época veían su militancia como una red con características de organización horizontal, como un movimiento eminentemente antijerárquico y descentralizado. En los años 80 los movimientos feministas lucharon por el regreso de la democracia: mujeres políticas y feministas coincidieron en la necesidad y las luchas por sociedades en las que la democracia se exprese en las calles, en las casas y en las camas. Es decir, en la cotidianeidad y en lo íntimo.
Como decía, refiriéndose al feminismo, Giovanna Mérola (1985): “Un movimiento social no es la expresión de una concepción del mundo, es la petición consciente de un cambio, es la manifestación de un conflicto y por tanto se encuentra asociado a conductas de innovación social y cultural”. El feminismo como movimiento social aparece como enfrentamiento a la rigidez de las doctrinas, normas, orden social, que tienden a decaer y que, sin embargo, las tradiciones, los sistemas ideológicos, las barreras sociales y culturales se empeñan en reforzar y mantener. La lucha de las mujeres es un hecho político concreto que al añadir un elemento nuevo al campo político lo transforma completamente y lo amplía.
Según Virginia Vargas (2002), en el desarrollo del movimiento feminista en los años 70 y 80 se pueden ver tres vertientes: la vertiente feminista propiamente dicha, como lucha por cambiar las condiciones de exclusión y subordinación de las mujeres en lo público y en lo privado; la vertiente de las mujeres urbano populares, que iniciaron su actuación en el espacio público, buscando atender sus necesidades prácticas, y la vertiente de mujeres adscritas a los espacios más formales y tradicionales de participación política, como los partidos, los sindicatos, que comenzaron un proceso de cuestionamiento y organización autónoma al interior de estos espacios.
La democratización después de las dictaduras presentó para algunos grupos un camino diferente al recorrido, pues por primera vez se abrieron espacios institucionales. Los nuevos gobiernos democráticos, presionados por tener que responder a compromisos internacionales, comenzaron a buscar la forma de desarrollar políticas públicas, para lo cual tuvieron que recurrir a las mujeres y considerar iniciativas de las feministas. Se crearon institutos dedicados al género en las universidades, instituciones gubernamentales y organizaciones no gubernamentales (ONG) que reconfiguran el movimiento feminista, produciendo, junto con una multiplicidad de nuevas experiencias, acciones y saberes, una incipiente fragmentación y creciente cooptación. Las ONG de mujeres establecieron relaciones con los Estados, principalmente con las maquinarias estatales creadas para atender los asuntos de la mujer. Se generó así una demanda por servicios especializados que las feministas pueden ofrecer a las agencias de cooperación y a las instancias públicas. Las ONG feministas adquirieron una identidad híbrida, ya que eran al mismo tiempo centros de trabajo y espacios de movimiento.
Nuestro siglo XXI
El siglo XXI constituye la última etapa de una genealogía latinoamericana y caribeña caracterizada por la reacción al feminismo liberal hegemónico establecido en los 90. Los nuevos feminismos se presentan como disidentes, en contra de las políticas neoliberales, decoloniales, antirracistas y antipatriarcales. A partir del año 2000, en el movimiento feminista latinoamericano se va produciendo la revitalización de la militancia y la explosión de la diversidad de los feminismos.
A partir de una concepción plural y democrática, los feminismos plantean una forma diferente de hacer política. Teniendo en cuenta que otras transformaciones han fracasado, se trata ahora de no repetir viejas prácticas. Los reclamos de la lucha feminista son en rigor reclamos por derechos de la ciudadanía de las mujeres, pero una ciudadanía diversa e incluyente, donde se reconozca a quienes estuvieron en la oprimente invisibilidad. El movimiento feminista va teniendo irrupción y visibilidad en la toma del espacio público y como una instancia de acción colectiva de protesta.
Como afirma Magdalena Valdivieso (2014):
El movimiento de mujeres latinoamericano y caribeño en sus demandas y luchas se va mostrando y demostrando como un actor social y político. Participa en los Foros Sociales y en un sinnúmero de plataformas de movimientos sociales, de partidos políticos y de acciones de reivindicación, y muchas veces de apoyo a los gobiernos progresistas que se fueron instalando en la primera década del siglo XXI. En algunos países, en esta ola de mujeres visibles hubo mujeres emblemáticas que llegaron a cargos de poder, a las presidencias varias. Sin embargo, la mayoría de ellas 2/ no logró asumir las demandas feministas como líneas integrales de su acción de gobierno. Acompañando el impulso progresista, algunos presidentes varones declararon –con buena intención– que sus gobiernos adoptarían las ideas feministas, aunque fue poco lo que logró materializarse en políticas públicas.
Entre 2015 y 2016, graves casos de violaciones estremecieron a muchos países de Latinoamérica, en particular a Argentina, donde el caso de una adolescente de 16 años que fue drogada, violada y torturada conmocionó al país. En diciembre de 2016, en Bogotá también ocurrió la violación y asesinato de una niña indígena de 7 años, a manos de un hombre de clase alta. Se levantaron multitudinarias manifestaciones y protestas callejeras en las principales ciudades argentinas y también en Bogotá, en respuesta a la violencia machista y a los femicidios en aumento, lo cual se conocería más tarde como movimiento Ni una menos, en alusión a las mujeres muertas. A pesar de todo, en 2018, los acusados del asesinato de Lucía Pérez fueron absueltos en Argentina. El horror de estos crímenes muestra la necesidad de transformar las relaciones sociales y roles machistas, y la importancia que esto tiene para una vida social más sana.
La lucha feminista se ha desplazado a la calle mediante la realización de marchas, paralizaciones y tomas feministas de establecimientos, que han sido acompañadas de la realización de asambleas y talleres, visibilizando casos de violencia patriarcal, tanto explícita como simbólica. Las mujeres nos hemos reunido a hablar de nuestras sexualidades, militancias, cotidianidades, experiencias de vida, tanto denunciando como proponiendo nuevos horizontes, desde el rechazo a las estructuras piramidales o al establecimiento de liderazgos autoritarios. El detonante es la injusticia de sociedades que siguen postergando los derechos de las mujeres, negándolos, donde ni siquiera se protege su derecho a la vida. Solamente un dato duro: una amplia mayoría de los feminicidios ocurrieron a pesar de denuncias previas por violencia que no fueron atendidas debidamente por los órganos competentes: policía, fiscalía, juzgados.
En nuestro siglo XXI, los movimientos feministas emergieron concentrados por una fuerte crítica al neoliberalismo, como en la Marcha Mundial de las Mujeres 3/, revigorizando utopías en la región y abriendo procesos de alianza con otros movimientos sociales. A partir del rescate de la acción feminista creativa, subversiva, en la calle, dentro del contexto de la emergencia de los movimientos antiglobalización y de la construcción del Foro Social Mundial (FSM), se conformó una red de acción que extrapoló la forma de organización meramente nacional. Se comenzó a practicar un internacionalismo feminista, que fue dando las bases de interacciones que están hoy ocurriendo en el ciberespacio y a través de otros medios recientes y globales de comunicación y tecnología. Podemos caracterizar esta eclosión con dos rasgos determinantes de su acción y pensamiento: 1) La ampliación, engrosamiento y profundización de la conceptualización de los derechos humanos a partir de la lucha feminista y de las mujeres; 2) la ampliación de la base de las movilizaciones sociales y políticas con la incorporación masiva de las mujeres y grupos LGBTI.
Fueron paralelas y entrecruzadas, nuevas reflexiones teóricas de comprensión de los fenómenos de raza, género, sexualidad, clase y generación que impulsaron la necesidad de pensar en micro y macroestrategias de acción articuladas, integradas y construidas en conjunto. El feminismo radical latinoamericano y caribeño es una apuesta por otro mundo posible, una propuesta hacia un cambio radical del mundo que habitamos, reivindicación de una utopía que se define como antipatriarcal, anticapitalista, anticolonial y antirracista. Todos estos adjetivos no solamente dibujan los feminismos, sino que hacen referencia a la imbricación de las opresiones. Las mujeres latinoamericanas y caribeñas entrecruzaron a su opresión de género, la opresión de clase, de etnia, de territorio, de coloniaje. A partir de su vida en un territorio herido, oprimido y expoliado fueron desarrollando pensamiento y una acción feminista original y particular, con características propias de gran compromiso transformador implicado con todas las grandes luchas populares en la región.
Documentar las desigualdades y denunciarlas es la manera en que los sectores subalternos han logrado ganar autonomía y exigir reconocimiento propio en la construcción de lo universal, búsqueda de una forma propia de nombrarse y de saber quiénes somos como región. El feminismo latinoamericano y caribeño se reconoce en la historia, en las heridas de la colonización y la interiorización de nuestros pueblos originarios, negros y mestizos, en el propio concepto de subdesarrollo y desorden cultural.
Un mapa mínimo de los feminismos latinoamericanos y caribeños comprende estas líneas de reflexión y estrategias:
a) Feminismo decolonial: Las mujeres de Abya Yala producen reflexiones y experiencias desde un continente que fue renombrado desde una mirada blanca y colonial, capitalista y neoliberal, que instauró un pensamiento hegemónico y silenció las voces de los pueblos y, particularmente, de las mujeres que los habitan. En el proceso colonial se negó la posibilidad de humanidad a los indígenas y afrodescendientes. La resistencia al genocidio indígena y la esclavitud, la sublevación contra la inferiorización europeizante, la visibilización de la violación colonial fundante son ejes centrales del feminismo de la región y horizontes de ampliación de la reflexión sobre la emancipación feminista. El patriarcado colonial oprimió el cuerpo-territorio de las mujeres, y luego trasladó el dominio hacia todos los seres humanos y hacia la naturaleza; por esto el cuerpo-territorio es un lugar de resistencia y resignificación.
b) Feminismo indígena: No hay descolonización sin despatriarcalización. Julieta Paredes, feminista indígena comunitaria boliviana, dice que: “Toda acción organizada por las mujeres indígenas en beneficio de una buena vida para todas las mujeres se traduce al castellano como feminismo”. Las feministas indígenas han aportado la recuperación de sus saberes, han hecho visible su existencia actual y sus aportes al bienestar de sus pueblos, la revalorización de su cultura y sus contribuciones al alma americana, a las costumbres y vida social de nuestros pueblos.
c) Feminismo afro/negro: La “violación colonial fundante” a mujeres indígenas y negras, que dio como resultado un mestizaje origen de todas las construcciones identitarias nacionales, constituyéndose así un mito sobre “la democracia racial latinoamericana” que, en verdad, es violencia sexual colonial (Carneiro, 2001). Las esclavas no solo padecían el trabajo esclavo de sol a sol, sino la violencia sexual de los amos. Además, eran evaluadas como reproductoras de fuerza de trabajo esclavo, eran consideradas paridoras, no madres, estatus que solo les cabía a las blancas. El feminismo afrolatino ha reivindicado el cimarronaje y los ensayos de zonas de vida en libertad y comunidad, en las que existía mayor igualdad y participación de las mujeres.
d) Feminismo autónomo: Plantean de manera radical que el feminismo ONU, Banco Mundial y otros organismos de financiamiento para las ONG generó burocratización de la práctica política feminista, y sirvieron para legitimar el sistema de opresión. El feminismo autónomo propone y defiende prácticas políticas autónomas, separadas de otras líneas políticas, tanto de las agencias gubernamentales como de cooperación internacional como de las partidistas. Reivindica bases comunitarias para el feminismo y plantea una crítica del Estado que consideran patriarcal.
e) Feminismo popular: Las mujeres dentro del movimiento urbano popular desarrollaron un concepto propio de feminismo, que combina la lucha de clases con la lucha por cambiar roles de género opresivos. En ese sentido, el término popular no está relacionado con mujeres en situación de pobreza, sino con la idea de que el cambio social va a realizarse en colaboración con el pueblo, en el compromiso con la acción del conjunto de las y los subalternos y oprimidos.
f) Feminismo comunitario: Desarrollado principalmente en Bolivia, recupera las cosmovisiones de los pueblos originarios, se autodefine como un movimiento sociopolítico y se centra en la necesidad de construir comunidad, es una propuesta alternativa al individualismo. Contempla cinco ejes de acción: el cuerpo en unidad con el alma, el espacio como campo vital, el tiempo con igual valor para mujeres y hombres, el movimiento y la memoria.
g) Ecofeminismo: Refiere la imbricación de la opresión de género con la opresión de la tierra como gran casa universal o pacha mama. En Abya Yala, las mujeres además se organizan y participan en movimientos sociales, para la soberanía alimentaria, con la agroecología como herramienta, por el derecho al agua y su defensa como bien común. Luchadoras por la defensa de la tierra y del agua, han sido víctimas de persecuciones y asesinatos en nuestra región. Los territorios latinoamericanos y caribeños han sido y siguen siendo los grandes productores de materias primas y reservorios mineros y de hidrocarburos; el extractivismo se multiplica por toda la geografía regional de la mano de transnacionales y gobiernos. En la resistencia contra esta depredación tienen un amplio protagonismo las mujeres.
h) Economía feminista, que se centra en la sostenibilidad de la vida, visibilizando los aportes de las mujeres en el oikosuniversal. Se visibiliza el cuidado como mandato de sexo genérico que históricamente sostiene la vida humana, se reivindica el valor económico y social de las actividades de las mujeres. En 2018 se convocó un paro internacional de mujeres cuyo lema fue: Si nosotras paramos, se para el mundo. El objetivo fue destacar las demandas desde las mujeres frente a un sistema económico voraz y destructivo, contrario a la vida y a su sostenimiento.
i) Feminismo LGBTI: Reivindica los cuerpos, deseos y sexualidades de otros y otras invisibilizados, (in)subordinados, sexualizados, violentados. Se revela la condición de pobreza y explotación de las sexualidades disidentes, con fuerte cuestionamiento a la heterosexualidad obligatoria. En nuestra América, el feminismo ha sido gran aliado de los movimientos LGBTI y viceversa; el lesbianismo en especial, ha sido comprendido y practicado como posición política y un acto de resistencia.
j) Feminismo campesino: Marcado por la necesidad de discutir las especificidades relacionadas con la mujer, tanto como las cuestiones raciales, étnicas, religiosas y culturales, las mujeres campesinas también se insertan en el debate de su cotidianeidad. La agroecología y la soberanía alimentaria son centro de su lucha.
k) Teología feminista latinoamericana de la liberación: A partir de 1979 en el Encuentro de Tepayac, México, con participación de mujeres de distintas afiliaciones religiosas, se fue reflexionando sobre la experiencia de opresión de la mujer y su experiencia de fe hasta formular un cuerpo de ideas. María del Pilar Aquino en 2000 la definía como “una reflexión crítica sobre la vivencia que las mujeres y hombres tenemos de Dios en nuestras prácticas que buscan transformar todas las instituciones y sistemas que producen empobrecimiento y violencia contra las mujeres y hombres” (Vélez, 2013). La limitación del discurso oficial de la iglesia sobre la vida construye una seria tergiversación del sentido de los derechos humanos y ante ello han reaccionado, con una comprensión humana del problema del aborto, religiosas y organizaciones como Católicas por el Derecho a Decidir.
l) Feminismo de Estado o institucional: Es el feminismo que se practica desde las instituciones de los Estados y desde las organizaciones internacionales. Se trata de un feminismo un tanto diluido, muy ligado a propósitos institucionales o a convenios internacionales, pero que en ocasiones sirve para apalancar actividades y demandas de movimientos sociales. Resulta importante este segmento, ya que estas instituciones son las que pueden desarrollar políticas que lleguen a cubrir necesidades de amplias capas de las mujeres.
m) Feminismo en partidos políticos: Hoy varios partidos políticos latinoamericanos tienen organismos para hacer un trabajo político dirigido a las mujeres, algunos de ellos, y básicamente porque las mujeres responsables de estas líneas de trabajo son feministas, declarativamente –en general, solo declarativamente– adoptan objetivos e ideas feministas. En todo caso, afirmamos que hay mujeres políticas feministas y su existencia resulta muy relevante, ya que es a través de su trabajo que las demandas feministas pueden llegar a materializarse en políticas públicas y leyes. Muy escasos partidos se convencen para aplicar la demanda mínima que es la paridad de género (solo Ecuador, Costa Rica y Uruguay aplican paridad para la composición de los cargos de decisión partidaria).
n) Feminismo académico: En muchas instituciones universitarias y de investigación de Latinoamérica y el Caribe existen centros de estudios de las mujeres, feminismos y género, así como diplomas, especializaciones, maestrías y doctorados dedicados al área. Los aportes que la investigación feminista ha hecho a la ampliación de los horizontes epistemológicos y de producción de conocimiento están comenzando a ser reconocidos y tomados en cuenta, aunque todavía de manera muy incipiente por las comunidades académicas. Pero lo que sí ha venido ocurriendo es que estos centros mantienen una relación completamente estrecha con los movimientos feministas, las investigadoras son militantes y viceversa, en realidad, y la producción de conocimiento es también una forma de acción militante que ha enriquecido mucho la práctica, así como la táctica y la estrategia.
Todos estos feminismos confluyen en el espacio social latinoamericano-caribeño y a partir de 2012 el movimiento feminista adquirió gran presencia en las calles, resultado de una lucha y reflexión colectiva, como mujeres del sur global. La irrupción en el espacio público del movimiento feminista implica a dos generaciones de feministas: mayores de larga trayectoria que negocian con la institucionalidad vigente, y grupos jóvenes que plantean acciones de autonomía, tales como el aborto autogestionado. Mientras tanto han cambiado y seguirán cambiando las subjetividades de las mujeres y también han cambiado las subjetividades de los hombres. Hoy el movimiento feminista posee fuerza y demanda, se constituye como un actor colectivo.
Los feminismos tienen importantes aportes para los movimientos sociales y los partidos políticos, tanto en lo teórico como en la práctica política. En lo teórico se trata de una ampliación de los análisis y los horizontes, la opresión y la emancipación adquieren múltiples y diversas caras que deben articularse en el gran proyecto utópico, al cual tributa el acumulado feminista sobre la centralidad de la vida en su materialidad, que desvela los determinantes de la vulnerabilidad humana y la necesidad de cuidado. Cuidar la vida, en su despliegue humano y no humano, significa crear vidas vivibles, priorizadas y emancipadas por encima de la acumulación capitalista. Desde la óptica de los feminismos el conflicto capital vida se muestra en una dimensión más cotidiana y cercana, la del trabajo de cuidados que las mujeres históricamente han venido realizando como mandato de rol femenino social y familiar. La economía feminista ha mostrado que el aparato productivo se sostiene en el trabajo reproductivo fundamentalmente de las mujeres, y las crisis son literalmente aguantadas por el trabajo de las mujeres en sus hogares, que atemperan los desajustes y aportan calidad de vida (Valdivieso, 2014).
Aportes importantes de los feminismos a la práctica política son las reflexiones acerca de la diversidad, su articulación y coordinación, que permite pensar en un sujeto plural que a su vez se enfrenta a un sistema de dominación múltiple. En este marco solo es posible pensar y trabajar en organizaciones no jerárquicas para construir el camino de la emancipación. Sobre su viabilidad y sus debilidades y fortalezas, los feminismos pueden contribuir con su experiencia organizativa en redes.
De cara al bloque y viraje hacia las restauraciones fundamentalistas, conservadoras y neoliberales de espíritu autoritario que van afirmándose en nuestro continente, urge hoy la constitución de un frente heterogéneo y fuerte de movimientos contrahegemónicos. El diálogo de todas las formas y sendas para la emancipación social es prioritario y para lograr esto el movimiento feminista latinoamericano-caribeño aporta sentimiento, frescura y una fuerza vital basada en la transformación desde la vida personal y la cotidianeidad. El movimiento feminista se muestra así como no solamente útil, es indispensable para toda lucha de los pueblos.
Alba Carosio es profesora titular de la Universidad Central de Venezuela, directora de la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer e integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO “Feminismos, resistencias y alternativas civilizatorias”
Notas
1/ Según la ONU Mujeres y PNUD (22 de noviembre de 2017), América Latina y el Caribe es aún la región más violenta para las mujeres. De los 25 países del mundo con las tasas más altas de feminicidio, 14 son de América Latina y el Caribe: 4 en el Caribe (Jamaica, Bahamas, Belice, República Dominicana), 4 en América Central (El Salvador, Guatemala, Honduras) y 6 en América del Sur (Colombia, Bolivia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Guyana). Hay focos particulares de feminicidios en determinados países que superan ampliamente el promedio nacional: en Ciudad Juárez (México) o Spirito Santo (Brasil).
2/ Quizás solo podríamos mencionar a la presidenta Michelle Bachelet, con una línea más comprometidamente feminista.
3/ La Marcha Mundial de las Mujeres comenzó en el año 2000 sobre el modelo de la Marcha de las Mujeres de Quebec por la justicia económica realizada en 1995.
4/
Referencias
Carneiro, Sueli (2001) Ennegrecer el feminismo. Disponible en http://www.bivipas.unal.edu.co/bitstream/10720/644/1/264-Sueli%20Carneiro.pdf (acceso 18/04/2019).
Mérola, Giovana (1985) “Feminismo: un movimiento social”. En Revista Nueva Sociedad 78, julio-agosto.
PNUD-ONU Mujeres (2017) Del compromiso a la acción: Políticas para erradicar la violencia contra las mujeres en América Latina y el Caribe. Documento de análisis regional. Panamá: PNUD-ONU Mujeres. Disponible en https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/UNDP-RBLAC-ReporteVCMEspanol.pdf (Acceso 10/04/2019)
Souza Santos, Laiany Rose y Lisboa Santos, Josefa de (2017) “Protagonismo das mulheres camponesas: sem feminismo não há agroecología”. En Sagot, Montserrat Feminismos, pensamiento crítico y propuestas alternativas en América Latina, Clacso, Buenos Aires.
Valdivieso, Magdalena (2014) “Otros tiempos, otros feminismos en América Latina”. En Carosio, Alba (coord..) Feminismos para un cambio civilizatorio, Celarg-Clacso: Caracas-Buenos Aires.
Vargas, Virginia (2002) Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio. (Una lectura política personal). Buenos Aires: Clacso. Disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20100916031248/28vargas.pdf (acceso 17/04/2019).
Vélez, Consuela (2013) “Teología feminista latinoamericana de la liberación: balance y futuro”. En Horizonte, 11, 32, pp. 1801-1812.
Zerán, Faride (2018) Mayo Feminista. La rebelión contra el patriarcado. Santiago de Chile: Ediciones LOM.
La visión feminista es indispensable para enriquecer y completar la lucha por la transformación social. Los movimientos de mujeres tienen hoy demandas y fuerza insoslayable en todo camino hacia la justicia y emancipación. Frente a las olas restauradoras-conservadoras que se han venido instalando en los gobiernos y en las sociedades latinoamericanas, las ideas feministas son una barrera para su instalación y un impulso para continuar las luchas. Por este motivo son presentadas por las derechas como un enemigo a extirpar y por algunas izquierdas como rebeldías infantiles; lo cierto es que los feminismos son de las resistencias más fuertes y más acostumbradas a combatir en la adversidad. El feminismo en su radicalidad camina por toda nuestra América y ha promovido la más nutrida y subversiva toma de las calles de ciudades en nuestra región.
La actual tercera ola feminista (o cuarta ola, según se mire) latinoamericana y caribeña comenzó con las denuncias por abusos machistas hacia los cuerpos de las mujeres 1/, y fue creciendo constituyendo una fuerza que plantea un nuevo pacto social en todos los sectores de la vida social: las mujeres nunca más deben ser tomadas como objeto de uso y abuso de los hombres, la sociedad no puede ser justa ni igualitaria mientras se mantenga la desigualdad de las mujeres. Se trata de plantear luchas al poder patriarcal, histórico aliado del capitalismo y el neoliberalismo. El movimiento social de las mujeres ha venido desvelando el sistema y sus coartadas culturales que avalan la discriminación para legitimar la explotación.
El movimiento feminista es calificado por muchos como la fuerza político-social más esperanzadora en este momento de la historia, en el marco de una tensión entre fuerzas progresistas y reaccionarias. Se ha constituido en una tupida estructura de trabajo cruzado, donde se incluyen colectivos, organizaciones de la sociedad civil, organizaciones de mujeres racializadas y de pueblos originarios, mujeres autoconvocadas o movilizadas por las instituciones públicas dedicadas al trabajo de apoyo a necesidades prácticas de las mujeres, organismos internacionales y de cooperación que impulsan políticas y acciones dirigidas a las mujeres, articulaciones rebeldes de nuevas generaciones de adolescentes y mujeres jóvenes, grupos de arte y lenguajes diversos, y aliados de variados orígenes y formas: varones concientizados, organizaciones LGBTI, partidos políticos, organizaciones sociales, movimientos populares y barriales, movimientos de reivindicación identitaria y racial, organizaciones religiosas progresistas y otras.
El agotamiento de los modelos económicos neoliberales, con las secuelas de pauperización a principios del siglo XXI, dio lugar a un resurgimiento de la movilización en el mundo, y en nuestra América en particular, que fue acompañado por un intento de diálogo del feminismo con otros movimientos sociales, que al cabo de más de 10 años ha ido fructificando en comprensión y alianzas. Todo feminismo puede contar con tener los fundamentalismos de derecha en contra o ser víctima de una instrumentalización interesada de sus demandas (las menos radicales y transformadoras), pero no está claro que pueda tener la misma confianza en tener a la izquierda a favor (al menos, cierta izquierda tradicional). A pesar de que en algunos momentos la institucionalidad y las organizaciones no gubernamentales de asuntos de las mujeres y género, que surgieron durante la década de los 90, fueron vistas como opuestas a los movimientos sociales feministas, al día de hoy, las tramas feministas latinoamericanas y caribeñas incluyen ONG, instituciones, academias y movimientos feministas de diferente radicalidad.
Desde la Segunda Ola Feminista en América Latina y el Caribe en la década de los 70, las feministas definían el movimiento de liberación de la mujer como movimiento político que busca la transformación económica, política y social de nuestra sociedad de una manera radical y absoluta. Las feministas de la época veían su militancia como una red con características de organización horizontal, como un movimiento eminentemente antijerárquico y descentralizado. En los años 80 los movimientos feministas lucharon por el regreso de la democracia: mujeres políticas y feministas coincidieron en la necesidad y las luchas por sociedades en las que la democracia se exprese en las calles, en las casas y en las camas. Es decir, en la cotidianeidad y en lo íntimo.
Como decía, refiriéndose al feminismo, Giovanna Mérola (1985): “Un movimiento social no es la expresión de una concepción del mundo, es la petición consciente de un cambio, es la manifestación de un conflicto y por tanto se encuentra asociado a conductas de innovación social y cultural”. El feminismo como movimiento social aparece como enfrentamiento a la rigidez de las doctrinas, normas, orden social, que tienden a decaer y que, sin embargo, las tradiciones, los sistemas ideológicos, las barreras sociales y culturales se empeñan en reforzar y mantener. La lucha de las mujeres es un hecho político concreto que al añadir un elemento nuevo al campo político lo transforma completamente y lo amplía.
Según Virginia Vargas (2002), en el desarrollo del movimiento feminista en los años 70 y 80 se pueden ver tres vertientes: la vertiente feminista propiamente dicha, como lucha por cambiar las condiciones de exclusión y subordinación de las mujeres en lo público y en lo privado; la vertiente de las mujeres urbano populares, que iniciaron su actuación en el espacio público, buscando atender sus necesidades prácticas, y la vertiente de mujeres adscritas a los espacios más formales y tradicionales de participación política, como los partidos, los sindicatos, que comenzaron un proceso de cuestionamiento y organización autónoma al interior de estos espacios.
La democratización después de las dictaduras presentó para algunos grupos un camino diferente al recorrido, pues por primera vez se abrieron espacios institucionales. Los nuevos gobiernos democráticos, presionados por tener que responder a compromisos internacionales, comenzaron a buscar la forma de desarrollar políticas públicas, para lo cual tuvieron que recurrir a las mujeres y considerar iniciativas de las feministas. Se crearon institutos dedicados al género en las universidades, instituciones gubernamentales y organizaciones no gubernamentales (ONG) que reconfiguran el movimiento feminista, produciendo, junto con una multiplicidad de nuevas experiencias, acciones y saberes, una incipiente fragmentación y creciente cooptación. Las ONG de mujeres establecieron relaciones con los Estados, principalmente con las maquinarias estatales creadas para atender los asuntos de la mujer. Se generó así una demanda por servicios especializados que las feministas pueden ofrecer a las agencias de cooperación y a las instancias públicas. Las ONG feministas adquirieron una identidad híbrida, ya que eran al mismo tiempo centros de trabajo y espacios de movimiento.
Nuestro siglo XXI
El siglo XXI constituye la última etapa de una genealogía latinoamericana y caribeña caracterizada por la reacción al feminismo liberal hegemónico establecido en los 90. Los nuevos feminismos se presentan como disidentes, en contra de las políticas neoliberales, decoloniales, antirracistas y antipatriarcales. A partir del año 2000, en el movimiento feminista latinoamericano se va produciendo la revitalización de la militancia y la explosión de la diversidad de los feminismos.
A partir de una concepción plural y democrática, los feminismos plantean una forma diferente de hacer política. Teniendo en cuenta que otras transformaciones han fracasado, se trata ahora de no repetir viejas prácticas. Los reclamos de la lucha feminista son en rigor reclamos por derechos de la ciudadanía de las mujeres, pero una ciudadanía diversa e incluyente, donde se reconozca a quienes estuvieron en la oprimente invisibilidad. El movimiento feminista va teniendo irrupción y visibilidad en la toma del espacio público y como una instancia de acción colectiva de protesta.
Como afirma Magdalena Valdivieso (2014):
“En la actualidad, las feministas, sin abandonar sus objetivos, se involucran fuertemente en los debates sobre la desigualdad social, pobreza, autoritarismo, crisis del planeta, entre otros, y aportan a ellos su perspectiva ética. En todo este quehacer político los feminismos han actualizado sus propuestas, profundizado en el análisis de la dominación y logrado alianzas con otros sujetos en situación de subordinación, pero principalmente se han sintonizado con las demandas de movimientos sociales comprometidos con un cambio profundo del orden político dominante”.Las protestas feministas pretenden hacerse visibles en el espacio público, se da el movimiento desde lo privado hacia lo público, se politizan las relaciones sociales y se lucha por desnaturalizarlas, ya que implican relaciones de jerarquía y desigualdad. Apalancado en el femicidio, que es la expresión más extrema de una serie mucha más larga de violencias hacia la mujer, se trata de visibilizar en el espacio público la violencia de género, no ya como un problema privado y particular, sino como un problema del conjunto social.
El movimiento de mujeres latinoamericano y caribeño en sus demandas y luchas se va mostrando y demostrando como un actor social y político. Participa en los Foros Sociales y en un sinnúmero de plataformas de movimientos sociales, de partidos políticos y de acciones de reivindicación, y muchas veces de apoyo a los gobiernos progresistas que se fueron instalando en la primera década del siglo XXI. En algunos países, en esta ola de mujeres visibles hubo mujeres emblemáticas que llegaron a cargos de poder, a las presidencias varias. Sin embargo, la mayoría de ellas 2/ no logró asumir las demandas feministas como líneas integrales de su acción de gobierno. Acompañando el impulso progresista, algunos presidentes varones declararon –con buena intención– que sus gobiernos adoptarían las ideas feministas, aunque fue poco lo que logró materializarse en políticas públicas.
Entre 2015 y 2016, graves casos de violaciones estremecieron a muchos países de Latinoamérica, en particular a Argentina, donde el caso de una adolescente de 16 años que fue drogada, violada y torturada conmocionó al país. En diciembre de 2016, en Bogotá también ocurrió la violación y asesinato de una niña indígena de 7 años, a manos de un hombre de clase alta. Se levantaron multitudinarias manifestaciones y protestas callejeras en las principales ciudades argentinas y también en Bogotá, en respuesta a la violencia machista y a los femicidios en aumento, lo cual se conocería más tarde como movimiento Ni una menos, en alusión a las mujeres muertas. A pesar de todo, en 2018, los acusados del asesinato de Lucía Pérez fueron absueltos en Argentina. El horror de estos crímenes muestra la necesidad de transformar las relaciones sociales y roles machistas, y la importancia que esto tiene para una vida social más sana.
La lucha feminista se ha desplazado a la calle mediante la realización de marchas, paralizaciones y tomas feministas de establecimientos, que han sido acompañadas de la realización de asambleas y talleres, visibilizando casos de violencia patriarcal, tanto explícita como simbólica. Las mujeres nos hemos reunido a hablar de nuestras sexualidades, militancias, cotidianidades, experiencias de vida, tanto denunciando como proponiendo nuevos horizontes, desde el rechazo a las estructuras piramidales o al establecimiento de liderazgos autoritarios. El detonante es la injusticia de sociedades que siguen postergando los derechos de las mujeres, negándolos, donde ni siquiera se protege su derecho a la vida. Solamente un dato duro: una amplia mayoría de los feminicidios ocurrieron a pesar de denuncias previas por violencia que no fueron atendidas debidamente por los órganos competentes: policía, fiscalía, juzgados.
En nuestro siglo XXI, los movimientos feministas emergieron concentrados por una fuerte crítica al neoliberalismo, como en la Marcha Mundial de las Mujeres 3/, revigorizando utopías en la región y abriendo procesos de alianza con otros movimientos sociales. A partir del rescate de la acción feminista creativa, subversiva, en la calle, dentro del contexto de la emergencia de los movimientos antiglobalización y de la construcción del Foro Social Mundial (FSM), se conformó una red de acción que extrapoló la forma de organización meramente nacional. Se comenzó a practicar un internacionalismo feminista, que fue dando las bases de interacciones que están hoy ocurriendo en el ciberespacio y a través de otros medios recientes y globales de comunicación y tecnología. Podemos caracterizar esta eclosión con dos rasgos determinantes de su acción y pensamiento: 1) La ampliación, engrosamiento y profundización de la conceptualización de los derechos humanos a partir de la lucha feminista y de las mujeres; 2) la ampliación de la base de las movilizaciones sociales y políticas con la incorporación masiva de las mujeres y grupos LGBTI.
Fueron paralelas y entrecruzadas, nuevas reflexiones teóricas de comprensión de los fenómenos de raza, género, sexualidad, clase y generación que impulsaron la necesidad de pensar en micro y macroestrategias de acción articuladas, integradas y construidas en conjunto. El feminismo radical latinoamericano y caribeño es una apuesta por otro mundo posible, una propuesta hacia un cambio radical del mundo que habitamos, reivindicación de una utopía que se define como antipatriarcal, anticapitalista, anticolonial y antirracista. Todos estos adjetivos no solamente dibujan los feminismos, sino que hacen referencia a la imbricación de las opresiones. Las mujeres latinoamericanas y caribeñas entrecruzaron a su opresión de género, la opresión de clase, de etnia, de territorio, de coloniaje. A partir de su vida en un territorio herido, oprimido y expoliado fueron desarrollando pensamiento y una acción feminista original y particular, con características propias de gran compromiso transformador implicado con todas las grandes luchas populares en la región.
Documentar las desigualdades y denunciarlas es la manera en que los sectores subalternos han logrado ganar autonomía y exigir reconocimiento propio en la construcción de lo universal, búsqueda de una forma propia de nombrarse y de saber quiénes somos como región. El feminismo latinoamericano y caribeño se reconoce en la historia, en las heridas de la colonización y la interiorización de nuestros pueblos originarios, negros y mestizos, en el propio concepto de subdesarrollo y desorden cultural.
Un mapa mínimo de los feminismos latinoamericanos y caribeños comprende estas líneas de reflexión y estrategias:
a) Feminismo decolonial: Las mujeres de Abya Yala producen reflexiones y experiencias desde un continente que fue renombrado desde una mirada blanca y colonial, capitalista y neoliberal, que instauró un pensamiento hegemónico y silenció las voces de los pueblos y, particularmente, de las mujeres que los habitan. En el proceso colonial se negó la posibilidad de humanidad a los indígenas y afrodescendientes. La resistencia al genocidio indígena y la esclavitud, la sublevación contra la inferiorización europeizante, la visibilización de la violación colonial fundante son ejes centrales del feminismo de la región y horizontes de ampliación de la reflexión sobre la emancipación feminista. El patriarcado colonial oprimió el cuerpo-territorio de las mujeres, y luego trasladó el dominio hacia todos los seres humanos y hacia la naturaleza; por esto el cuerpo-territorio es un lugar de resistencia y resignificación.
b) Feminismo indígena: No hay descolonización sin despatriarcalización. Julieta Paredes, feminista indígena comunitaria boliviana, dice que: “Toda acción organizada por las mujeres indígenas en beneficio de una buena vida para todas las mujeres se traduce al castellano como feminismo”. Las feministas indígenas han aportado la recuperación de sus saberes, han hecho visible su existencia actual y sus aportes al bienestar de sus pueblos, la revalorización de su cultura y sus contribuciones al alma americana, a las costumbres y vida social de nuestros pueblos.
c) Feminismo afro/negro: La “violación colonial fundante” a mujeres indígenas y negras, que dio como resultado un mestizaje origen de todas las construcciones identitarias nacionales, constituyéndose así un mito sobre “la democracia racial latinoamericana” que, en verdad, es violencia sexual colonial (Carneiro, 2001). Las esclavas no solo padecían el trabajo esclavo de sol a sol, sino la violencia sexual de los amos. Además, eran evaluadas como reproductoras de fuerza de trabajo esclavo, eran consideradas paridoras, no madres, estatus que solo les cabía a las blancas. El feminismo afrolatino ha reivindicado el cimarronaje y los ensayos de zonas de vida en libertad y comunidad, en las que existía mayor igualdad y participación de las mujeres.
d) Feminismo autónomo: Plantean de manera radical que el feminismo ONU, Banco Mundial y otros organismos de financiamiento para las ONG generó burocratización de la práctica política feminista, y sirvieron para legitimar el sistema de opresión. El feminismo autónomo propone y defiende prácticas políticas autónomas, separadas de otras líneas políticas, tanto de las agencias gubernamentales como de cooperación internacional como de las partidistas. Reivindica bases comunitarias para el feminismo y plantea una crítica del Estado que consideran patriarcal.
e) Feminismo popular: Las mujeres dentro del movimiento urbano popular desarrollaron un concepto propio de feminismo, que combina la lucha de clases con la lucha por cambiar roles de género opresivos. En ese sentido, el término popular no está relacionado con mujeres en situación de pobreza, sino con la idea de que el cambio social va a realizarse en colaboración con el pueblo, en el compromiso con la acción del conjunto de las y los subalternos y oprimidos.
f) Feminismo comunitario: Desarrollado principalmente en Bolivia, recupera las cosmovisiones de los pueblos originarios, se autodefine como un movimiento sociopolítico y se centra en la necesidad de construir comunidad, es una propuesta alternativa al individualismo. Contempla cinco ejes de acción: el cuerpo en unidad con el alma, el espacio como campo vital, el tiempo con igual valor para mujeres y hombres, el movimiento y la memoria.
g) Ecofeminismo: Refiere la imbricación de la opresión de género con la opresión de la tierra como gran casa universal o pacha mama. En Abya Yala, las mujeres además se organizan y participan en movimientos sociales, para la soberanía alimentaria, con la agroecología como herramienta, por el derecho al agua y su defensa como bien común. Luchadoras por la defensa de la tierra y del agua, han sido víctimas de persecuciones y asesinatos en nuestra región. Los territorios latinoamericanos y caribeños han sido y siguen siendo los grandes productores de materias primas y reservorios mineros y de hidrocarburos; el extractivismo se multiplica por toda la geografía regional de la mano de transnacionales y gobiernos. En la resistencia contra esta depredación tienen un amplio protagonismo las mujeres.
h) Economía feminista, que se centra en la sostenibilidad de la vida, visibilizando los aportes de las mujeres en el oikosuniversal. Se visibiliza el cuidado como mandato de sexo genérico que históricamente sostiene la vida humana, se reivindica el valor económico y social de las actividades de las mujeres. En 2018 se convocó un paro internacional de mujeres cuyo lema fue: Si nosotras paramos, se para el mundo. El objetivo fue destacar las demandas desde las mujeres frente a un sistema económico voraz y destructivo, contrario a la vida y a su sostenimiento.
i) Feminismo LGBTI: Reivindica los cuerpos, deseos y sexualidades de otros y otras invisibilizados, (in)subordinados, sexualizados, violentados. Se revela la condición de pobreza y explotación de las sexualidades disidentes, con fuerte cuestionamiento a la heterosexualidad obligatoria. En nuestra América, el feminismo ha sido gran aliado de los movimientos LGBTI y viceversa; el lesbianismo en especial, ha sido comprendido y practicado como posición política y un acto de resistencia.
j) Feminismo campesino: Marcado por la necesidad de discutir las especificidades relacionadas con la mujer, tanto como las cuestiones raciales, étnicas, religiosas y culturales, las mujeres campesinas también se insertan en el debate de su cotidianeidad. La agroecología y la soberanía alimentaria son centro de su lucha.
k) Teología feminista latinoamericana de la liberación: A partir de 1979 en el Encuentro de Tepayac, México, con participación de mujeres de distintas afiliaciones religiosas, se fue reflexionando sobre la experiencia de opresión de la mujer y su experiencia de fe hasta formular un cuerpo de ideas. María del Pilar Aquino en 2000 la definía como “una reflexión crítica sobre la vivencia que las mujeres y hombres tenemos de Dios en nuestras prácticas que buscan transformar todas las instituciones y sistemas que producen empobrecimiento y violencia contra las mujeres y hombres” (Vélez, 2013). La limitación del discurso oficial de la iglesia sobre la vida construye una seria tergiversación del sentido de los derechos humanos y ante ello han reaccionado, con una comprensión humana del problema del aborto, religiosas y organizaciones como Católicas por el Derecho a Decidir.
l) Feminismo de Estado o institucional: Es el feminismo que se practica desde las instituciones de los Estados y desde las organizaciones internacionales. Se trata de un feminismo un tanto diluido, muy ligado a propósitos institucionales o a convenios internacionales, pero que en ocasiones sirve para apalancar actividades y demandas de movimientos sociales. Resulta importante este segmento, ya que estas instituciones son las que pueden desarrollar políticas que lleguen a cubrir necesidades de amplias capas de las mujeres.
m) Feminismo en partidos políticos: Hoy varios partidos políticos latinoamericanos tienen organismos para hacer un trabajo político dirigido a las mujeres, algunos de ellos, y básicamente porque las mujeres responsables de estas líneas de trabajo son feministas, declarativamente –en general, solo declarativamente– adoptan objetivos e ideas feministas. En todo caso, afirmamos que hay mujeres políticas feministas y su existencia resulta muy relevante, ya que es a través de su trabajo que las demandas feministas pueden llegar a materializarse en políticas públicas y leyes. Muy escasos partidos se convencen para aplicar la demanda mínima que es la paridad de género (solo Ecuador, Costa Rica y Uruguay aplican paridad para la composición de los cargos de decisión partidaria).
n) Feminismo académico: En muchas instituciones universitarias y de investigación de Latinoamérica y el Caribe existen centros de estudios de las mujeres, feminismos y género, así como diplomas, especializaciones, maestrías y doctorados dedicados al área. Los aportes que la investigación feminista ha hecho a la ampliación de los horizontes epistemológicos y de producción de conocimiento están comenzando a ser reconocidos y tomados en cuenta, aunque todavía de manera muy incipiente por las comunidades académicas. Pero lo que sí ha venido ocurriendo es que estos centros mantienen una relación completamente estrecha con los movimientos feministas, las investigadoras son militantes y viceversa, en realidad, y la producción de conocimiento es también una forma de acción militante que ha enriquecido mucho la práctica, así como la táctica y la estrategia.
Todos estos feminismos confluyen en el espacio social latinoamericano-caribeño y a partir de 2012 el movimiento feminista adquirió gran presencia en las calles, resultado de una lucha y reflexión colectiva, como mujeres del sur global. La irrupción en el espacio público del movimiento feminista implica a dos generaciones de feministas: mayores de larga trayectoria que negocian con la institucionalidad vigente, y grupos jóvenes que plantean acciones de autonomía, tales como el aborto autogestionado. Mientras tanto han cambiado y seguirán cambiando las subjetividades de las mujeres y también han cambiado las subjetividades de los hombres. Hoy el movimiento feminista posee fuerza y demanda, se constituye como un actor colectivo.
Los feminismos tienen importantes aportes para los movimientos sociales y los partidos políticos, tanto en lo teórico como en la práctica política. En lo teórico se trata de una ampliación de los análisis y los horizontes, la opresión y la emancipación adquieren múltiples y diversas caras que deben articularse en el gran proyecto utópico, al cual tributa el acumulado feminista sobre la centralidad de la vida en su materialidad, que desvela los determinantes de la vulnerabilidad humana y la necesidad de cuidado. Cuidar la vida, en su despliegue humano y no humano, significa crear vidas vivibles, priorizadas y emancipadas por encima de la acumulación capitalista. Desde la óptica de los feminismos el conflicto capital vida se muestra en una dimensión más cotidiana y cercana, la del trabajo de cuidados que las mujeres históricamente han venido realizando como mandato de rol femenino social y familiar. La economía feminista ha mostrado que el aparato productivo se sostiene en el trabajo reproductivo fundamentalmente de las mujeres, y las crisis son literalmente aguantadas por el trabajo de las mujeres en sus hogares, que atemperan los desajustes y aportan calidad de vida (Valdivieso, 2014).
Aportes importantes de los feminismos a la práctica política son las reflexiones acerca de la diversidad, su articulación y coordinación, que permite pensar en un sujeto plural que a su vez se enfrenta a un sistema de dominación múltiple. En este marco solo es posible pensar y trabajar en organizaciones no jerárquicas para construir el camino de la emancipación. Sobre su viabilidad y sus debilidades y fortalezas, los feminismos pueden contribuir con su experiencia organizativa en redes.
De cara al bloque y viraje hacia las restauraciones fundamentalistas, conservadoras y neoliberales de espíritu autoritario que van afirmándose en nuestro continente, urge hoy la constitución de un frente heterogéneo y fuerte de movimientos contrahegemónicos. El diálogo de todas las formas y sendas para la emancipación social es prioritario y para lograr esto el movimiento feminista latinoamericano-caribeño aporta sentimiento, frescura y una fuerza vital basada en la transformación desde la vida personal y la cotidianeidad. El movimiento feminista se muestra así como no solamente útil, es indispensable para toda lucha de los pueblos.
Alba Carosio es profesora titular de la Universidad Central de Venezuela, directora de la Revista Venezolana de Estudios de la Mujer e integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO “Feminismos, resistencias y alternativas civilizatorias”
Notas
1/ Según la ONU Mujeres y PNUD (22 de noviembre de 2017), América Latina y el Caribe es aún la región más violenta para las mujeres. De los 25 países del mundo con las tasas más altas de feminicidio, 14 son de América Latina y el Caribe: 4 en el Caribe (Jamaica, Bahamas, Belice, República Dominicana), 4 en América Central (El Salvador, Guatemala, Honduras) y 6 en América del Sur (Colombia, Bolivia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Guyana). Hay focos particulares de feminicidios en determinados países que superan ampliamente el promedio nacional: en Ciudad Juárez (México) o Spirito Santo (Brasil).
2/ Quizás solo podríamos mencionar a la presidenta Michelle Bachelet, con una línea más comprometidamente feminista.
3/ La Marcha Mundial de las Mujeres comenzó en el año 2000 sobre el modelo de la Marcha de las Mujeres de Quebec por la justicia económica realizada en 1995.
4/
Referencias
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Mérola, Giovana (1985) “Feminismo: un movimiento social”. En Revista Nueva Sociedad 78, julio-agosto.
PNUD-ONU Mujeres (2017) Del compromiso a la acción: Políticas para erradicar la violencia contra las mujeres en América Latina y el Caribe. Documento de análisis regional. Panamá: PNUD-ONU Mujeres. Disponible en https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/UNDP-RBLAC-ReporteVCMEspanol.pdf (Acceso 10/04/2019)
Souza Santos, Laiany Rose y Lisboa Santos, Josefa de (2017) “Protagonismo das mulheres camponesas: sem feminismo não há agroecología”. En Sagot, Montserrat Feminismos, pensamiento crítico y propuestas alternativas en América Latina, Clacso, Buenos Aires.
Valdivieso, Magdalena (2014) “Otros tiempos, otros feminismos en América Latina”. En Carosio, Alba (coord..) Feminismos para un cambio civilizatorio, Celarg-Clacso: Caracas-Buenos Aires.
Vargas, Virginia (2002) Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio. (Una lectura política personal). Buenos Aires: Clacso. Disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20100916031248/28vargas.pdf (acceso 17/04/2019).
Vélez, Consuela (2013) “Teología feminista latinoamericana de la liberación: balance y futuro”. En Horizonte, 11, 32, pp. 1801-1812.
Zerán, Faride (2018) Mayo Feminista. La rebelión contra el patriarcado. Santiago de Chile: Ediciones LOM.
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