Argentina
¿Qué perpestivas tras el batacazo de Macri?
19/08/2019 | Claudio Katz - Martin Mosquera
El escenario pos-macri
Claudio KatzEn el vértigo de Argentina, la gran victoria contra Macri fue sucedida por otra devaluación y una nueva erosión del ingreso popular. El gobierno zombi ya ha perdido las riendas de la economía y afronta una dudosa subsistencia hasta fin de año.
El oficialismo quedó demolido por una abrumadora diferencias de sufragios. La esperada distancia de 3 o 4 puntos superó los 15. Ese veredicto confirmó el total hastío de la población con el ajuste. Ratificó el castigo electoral que anticiparon los comicios provinciales y corroboró la inconsistencia de un espacio del medio, para canalizar el generalizado descontento. Macri se hundió entre gritos y enojos, propiciando mayor ajuste e ineficaces paliativos. La cooptación del justicialista multiuso Pichetto sólo reforzó su desplome.
El gobierno que incentivó el odio y alentó el miedo terminó cocinado en su propia salsa. La grieta social creada por cuatro años de miseria pulverizó la polarización extrema que ensayó el laboratorio del PRO. Macri promovió el resentimiento contra los pobres, pero desencadenó el rechazo masivo de la elite gobernante. Intentó la impugnación de la década pasada y consolidó la indignación con el agobiante presente de su gestión.
El oficialismo quedó cegado por sus propias fantasías. Se auto-engañó con microencuestas, trolls y focus grups. El blindaje mediático y las noticias falsas no alcanzaron para disfrazar sus mentiras. La dura realidad emergió a la superficie demoliendo todos los artificios del marketing político.
El aluvión de votos también afectó a otros derechistas que especularon con el malestar popular (Espert). No despuntó ningún Bolsonaro y sólo apareció un minoritario voto celeste, para contrarrestar la enorme oleada feminista. Por dónde se lo mire. la aplastante derrota del gobierno trastoca el escenario político. Las expectativa en Fernández es muy grande, en un país traumatizado por el legado de Cambiemos.
El viraje del establishment
Macri culpó primero a la población y propició una corrida cambiaria para penalizar a los electores. Confirmó que interpreta los comicios como una extorsión. Si los votantes eligen otra fórmula deben aguantar el castigo de la devaluación. Presentó su venganza como una reacción de los mercados, ocultando su complicidad con las tropelías de los financistas.
Al frustrado mandatario sólo le faltó enaltecer el voto calificado. Dejó muy mal parados a los intelectuales derechistas, que habían ponderado su apego a la institucionalidad. El brutal sincericidio del presidente tornó creíbles las sospechas que rodearon al digitado manejo del escrutinio.
Macri actuó bajo el influjo de una consejera más extraviada que de costumbre (Carrio). El ala dura de su gabinete sueña con revertir los guarismos en octubre o al menos mejorar la performance del oficialismo. Pero como ese proyecto puede desencadenar un caos económico, el establishment local ya decidió el cambio de camiseta. Sin abandonar por completo a su prohijado, privilegia la transición hacia la presidencia de Fernández. El mismo giro fue explicitado por los voceros de Wall Street (Financial Times, Bloomberg, Forbes).
Frente a semejante presión Macri cambió de libreto. Pidió perdón e inició conversaciones con su adversario. Pero la combinación del vendaval electoral, con la bravuconada y el arrepentimiento sepultó los últimos restos de su autoridad política.
La gran preocupación del poder económico y mediático es llegar a fin de año. Exploran la intermediación de Lavagna y propician un compromiso de gobernabilidad, similar al acordado en Brasil entre Cardoso, Serra y Lula (2002). Todos rememoran lo ocurrido en 1989, cuando en plena hiperinflación Alfonsín debió adelantar la entrega del gobierno a Menem. Para alejar ese fantasma hay que completar primero la elección formal del nuevo presidente, en plazos muy socavados por la profundidad de la crisis.
Improvisaciones sin tutor
Con su habitual desconexión de la realidad Macri preserva el sueño de octubre. Por eso dispuso impensadas compensaciones de la nueva devaluación. Con tardía demagogia intenta recuperar votos, sin registrar cómo el rebrote inflacionario neutraliza sus iniciativas.
Anunció bonos, aumentos, reducción del impuesto a las ganancias y planes de pago de las Pymes con la Afip. La improvisación es tan grande, que hace pocas semanas rechazó la implementación de medidas muy semejantes (desgravación el medio aguinaldo).
El atolondrado presidente intenta revivir el parche que introdujo para las Paso (precios sinceros, congelamiento de tarifas, subsidios a ciertas compras), con medidas igualmente irrelevantes. La suspensión del IVA para los alimentos será íntegramente embolsada por los empresarios, sin ningún alivio en los precios. Las sumas que pone en bolsillo de la población no cubren el 1% de la pérdida salarial de los últimos cuatro años. Además, se olvidó descaradamente de los jubilados.
La financiación de las medidas es otro misterio. La sugerencia de solventarlas con mayores retenciones (ante la cosecha récord y la ganancia adicional de la devaluación) fue rápidamente descartada. El lobby ruralista golpeó la mesa y acalló a su súbdito. La reyerta similar que rodeó el congelamiento de los combustibles fue zanjada con la denostada ley de abastecimiento. El campeón de la solvencia fiscal ha recaído en el mismo populismo que tanto denigra.
Como el blindaje mediático se desmoronó, todos los despistes del presidente salen a la superficie. Ya no puede anunciar la inauguración de rutas que jamás construyó, ni repetir la tontería de una próxima moneda común con Brasil.
La abrupta renuncia del ministro del FMI -Dujovne- indicaría que también el Fondo, tomó distancia de un gobierno a la deriva. La actitud de ese organismo será determinante. Macri sobrevivió al colapso del 2018 con el auxilio de su mandante, que financió la campaña electoral más costosa de la historia (57.000 millones de dólares). Con el único objetivo de mantener a su hombre en la Casa Rosada, el FMI solventó también una descomunal fuga de capitales.
Ahora exigirá un mayor control de los dólares que ha prestado. Esa restricción puede desembocar en una devaluación sin techo, que aumentaría la convulsión de la economía. El nivel de las reservas disponibles no alcanza para lidiar con una secuela sostenida de corridas.
Los directivos del Fondo seguramente observan con estupor cómo el pacto suscripto el año pasado se ha deshilachado con el sorpresivo giro electoralista. Si Macri compromete significativos gastos divorciados del ahorro fiscal, el organismo podría retacear en septiembre el último tramo del crédito.
Pero el FMI también necesita cuidar sus propias espaldas. La fracasada reelección de Macri, lo deja en una delicada situación de gran acreedor de un país en bancarrota. Christine Lagarde abandonó a tiempo la dirección el Fondo para eludir esa gravísima disyuntiva. La posibilidad de un default argentino es la nueva pesadilla del organismo.
La economía en picada
El temor a la cesación de pagos es la causa del temblor cambiario. Por eso el termómetro del riesgo-país volvió a trepar por encima de los 1900 puntos. Existen muchos indicios de la manifiesta incidencia oficial en la nueva devaluación del 25%. Fue inducida por los mismos funcionarios, que previamente incentivaron la abrupta valorización de las acciones, para apuntalar el imaginario triunfo electoral del oficialismo.
Pero más allá de estos episodios, el frenesí cambiario obedece al temor a un default, que se traduce en el continuado remate de los bonos argentinos. A los variados detonantes del despegue del dólar (aranceles de Trump, devaluación de China) se sumó el esperado rebote de la plancha cambiaria preelectoral, que instrumentó el oficialismo. Pero el trasfondo de las corridas es la bomba de tiempo del endeudamiento. Los acreedores saben que ese pasivo es impagable, pero desconocen cómo y cuándo será reestructurado. Por las dudas, reducen aceleradamente su exposición en bonos nacionales.
El punto crítico sobrevuela en lo inmediato a las Leliqs. Son 20 mil millones de dólares que el Banco Central renegocia semanalmente, pagando 70% de interés por un dinero que los bancos obtienen a menos de 50%. Esa descomunal bicicleta ha extinguido el crédito a la producción, creando una bola de nieve que amenaza a todo el sistema. La reticencia de los bancos a renovar esos papeles induce a su licuación, mediante una devaluación mayor (como ocurrió con las Lebacs), o a través de un canje forzoso.
La gravedad del descalabro deriva en última instancia a la prolongada contracción productiva. Argentina se encuentra entre las ocho economías más recesivas del mundo y soporta el peor industricidio de empresas desde el 2001. Frente a semejante demolición, todos observan los remedios que propone Fernández para salir del pozo.
¿Cuáles son las prioridades?
El líder de la coalición opositora ha ratificado su compromiso con el pago de la deuda. Esa hipoteca no financió la construcción de usinas, puentes u hospitales. Simplemente solventó la fuga de 70.000 millones de dólares, que enriqueció al círculo de capitalistas asociados con el macrismo.
La auditoría de ese fraude no figura en ningún plan de Fernández. Al contrario, sus asesores (Kulfas, Nielsen) han reafirmado la validez de ese compromiso. Bajo la presión de los medios, repiten una y otra vez esa prioridad de pago. Nunca destacan con el mismo énfasis, la necesidad de recuperar el devastado ingreso popular. En el mejor de los casos sugieren que ambas metas son conciliables, sin explicar cómo concretarían esa armonización.
Los economistas de la próxima gestión suponen que el FMI ha cambiado y exhibirá mayor consideración hacia la Argentina. Pero lo sucedido en Grecia y recientemente en Ucrania indica más bien lo contrario. Los representantes del Fondo han deslizado que sólo aceptarán extender los plazos de pago o reducir la tasa de interés a cambio de la reforma laboral y previsional.
Fernández ha criticado esa regresiva cirugía, pero ratifica al mismo tiempo un pacto que desemboca en ese atropello. Incluso le ha propuesto a Macri que comience la renegociación del convenio. Su aliado Solá anticipó que acompañaría esas tratativas. Si se consuma ese sostén, quedaría plasmado el compromiso que reclaman los poderosos para calmar los mercados. Sería la versión argentina del elogiado acuerdo entre Lula, Cardoso y Serra.
Esa postura es congruente con la actitud de otro vocero del futuro mandatario (Álvarez Agis), que comparte amables reuniones con un artífice del desfalco financiero (Caputo). Esa amigable convivencia reemplaza la denuncia del personaje que endeudó por 100 años al Estado, incrementando significativamente su propio patrimonio. Estas conductas se inscriben en la perspectiva que trazó el economista neoliberal Guillermo Calvo, cuando sorpresivamente elogió las candidaturas FF, como la mejor opción para afrontar la durísima coyuntura argentina.
La evaluación también positiva que hizo Fernández de la nueva cotización del dólar a 60 pesos ha sido música para los poderosos. Sintoniza con la propuesta de un tipo de cambio competitivo para favorecer a los exportadores. Esa depreciación del peso empobrece al grueso de los argentinos y obstruye la recuperación del salario.
Los economistas del Frente de Todos han ratificado, además, el mantenimiento del libre movimiento de los capitales. Proclaman que no habrá cepo y rememoran su implementación como el gran pecado del kirchnerismo. De esa forma convalidan una mitología neoliberal particularmente nociva en la coyuntura actual.
Sin introducir urgentes medidas de control cambiario y bancario, no hay forma de estabilizar la economía a favor de la mayoría popular. Únicamente esos mecanismos permitirían frenar la fuga de capitales. La tibia reglamentación de cierta permanencia de los capitales golondrinas no permitirá contener el descalabro financiero.
Si persisten las corridas se extinguirán todas las divisas requeridas para recuperar el nivel de actividad. El control de cambios es también el punto de partida de una drástica intervención del sistema bancario. Ese manejo es insoslayable para contener la descapitalización que destruye el aparato productivo. Los mismos controles deberían extenderse al ingreso de los dólares, mediante el manejo estatal del comercio exterior. La recuperación del país transita por un carril muy distinto al previsto por el equipo de Fernández.
Retomar la movilización
El desgarro social que sufre Argentina está a la vista en la expansión de la pobreza. Según los cómputos oficiales, ese flagelo saltó en pocos meses del 27,3% al 35%. Es un dramático porcentual que subirá adicionalmente con la nueva escalada de los precios.
También el desempleo se extiende, como un drama complementario que supera las marcas de los últimos trece años. Promedia dos dígitos en las zonas suburbanas, golpea especialmente a los jóvenes y se acentúa con la sustitución de puestos de trabajo formales por el monotributo. Como la inflación de los pobres es mayor al promedio de la carestía, la desigualdad se acrecienta a pasos agigantados.
El cuatrienio macrista deja un vendaval de mutilados sociales. Colegios cerrados por falta de agua, vacunas suspendidas en las regiones postergadas, fallecidos de frío por el desamparo estatal, familias sin recursos sobreviviendo en las calles, deterioro de la alimentación por la primacía de segundas marcas, sachets de leche con sustitutos de ínfima calidad. Los ejemplos de la degradación imperante son incontables. Basta observar la intensidad de los delitos o la desbordante cola de postulantes al servicio penitenciario, para registrar el nivel de barbarie que generó el macrismo.
En este escenario es más importante proteger a la población que tranquilizar a los mercados. Las prioridades se localizan en la provisión de alimentos gratuitos, la indexación de los salarios o el congelamiento total de las tarifas y no en los elogios al dólar alto o las garantías de pago al FMI.
Pero la experiencia también indica que la recuperación del nivel de vida popular sólo surgirá de la lucha. Es el único método efectivo para reconquistar lo perdido. Ningún cambio presidencial proveerá lo que no se obtenga en la calle. Por eso razón es un dato central el bajo nivel de movilizaciones de los últimos meses, en comparación a los años precedentes. Hubo un importante paro en abril y diversas marchas de los movimientos sociales, pero la escala de las protestas no condice con la magnitud del atropello.
Las manifestaciones de los últimos días en el centro de Buenos Aires y en Chubut pueden marcar el debut de una respuesta por abajo. También el repudio a Macri en las urnas puede transformarse en protestas activas. Millones de votantes han compartido la excepcional oleada de rechazo al gobierno. Si esa multitud conquista las calles no sólo quedará asegurada la partida del destructor del país. También cobrará cuerpo, el sostén social de la confrontación con los beneficiarios del vaciamiento financiero.
Varias organizaciones ya tomaron la iniciativa marchando con una contundente bandera: “la deuda es con el pueblo y no con el FMI”. Han comenzado un debate con otras fuerzas que desestiman esa acción o la consideran inconveniente, ante la proximidad de la presidencia de Fernández.
Si la próxima administración gobierna con las calles vacías, los acreedores ganarán la partida. Para contrarrestar ese peligro se requiere la unidad de todos los sectores combativos. Esa convergencia ya se verifica en algunos movimientos y organismos de base. Pero preparar la resolución efectiva de los dramas nacionales exige también la construcción de un proyecto político de izquierda.
Las vertientes partidarias de ese conglomerado lograron una aceptable elección en las Paso. El FIT-U mantuvo su espacio político, preservó un piso del 3% y consiguió más de 700.000 votos. Ese resultado permite disputar la obtención de nuevos diputados. Es una meta compatible con la necesidad de sepultar al gobierno actual. Terminar con la pesadilla de Macri y aumentar la presencia política de los legisladores de la izquierda son dos objetivos plenamente complementarios.
El impacto internacional
El resultado de las PASO tiene un enorme significado continental. Afecta duramente la gran inversión que hizo Trump en su peón macrista. Washington impuso al FMI el auxilio financiero de la Argentina, para contar con un fiel subordinado en el Cono Sur. Esperaba utilizarlo en las agresiones del Departamento de Estado contra Venezuela e Irán.
Macri ha sido el principal artífice regional de las campañas golpistas contra el proceso bolivariano y se disponía a subir la apuesta. Los conspiradores del Pentágono buscarán ahora compensar la pérdida de su agente argentino, con nuevos compromisos de sus títeres de Colombia o Chile.
La sustitución del cómplice de las provocaciones contra Irán es más compleja. Sólo Argentina cuenta en la región con el pretexto de la AMIA, para apuntalar los planes agresivos de Netanyahu y Trump. Macri ya había cumplido con la tipificación de Hezbollah como grupo terrorista y preparaba definiciones proisraelíes más contundentes. Frente al inesperado escenario pos-Macri, Washington reordena su estrategia y las principales figuras de la restauración conservadora (Duque, Piñera) esperan instrucciones del Norte.
Bolsonaro no mantuvo la misma cautela. Percibió el fin de Macri como una amenaza a su propia continuidad. Por eso superó a Carrió en materia de insultos. Intuyó que la paliza sufrida por su socio potenciará la campaña por la liberación de Lula.
El terremoto electoral de Argentina modifica también la gravitación de los próximos comicios presidenciales de Bolivia y Uruguay. La ratificación de Evo y la eventual continuidad del Frente Amplio asumen otro significado, en el nuevo contexto sudamericano.
El curso político de Argentina será determinante de un eventual renacimiento del ciclo progresista. Pero ese resurgimiento no despuntará si Fernández convalida el status quo, siguiendo los pasos de López Obrador en México. Venezuela será el primer test. Las declaraciones del ganador de las Paso sobre el chavismo han sido críticas y festejadas por el establishment. Su socio Massa directamente apoya a Guaidó.
El principal impacto del castigo electoral propinado a Macri ya se procesa en el terreno popular. En la nueva oleada de marchas educativas de Brasil apareció el llamado a imitar el “camino de los argentinos”. En Bolivia, Evo describió lo ocurrido en las urnas como una “rebelión contra el modelo del FMI”
Conviene registrar, además, que un émulo de Macri fue recientemente tumbado en Puerto Rico por un gigantesco levantamiento popular. El gobernador manejaba la isla con la misma impudicia que la elite de Cambiemos y aplicaba el mismo ajuste, para asegurar el pago de la deuda externa. El recuerdo de lo ocurrido con la De la Rúa ha sido actualizado en el Caribe. Esa rebelión ilustra el destino que afrontará Macri si intenta forzar su permanencia. En cualquier alternativa, Argentina ha quedado nuevamente situada en el ojo de la tormenta.
18-8-2019
Claudio Katz, economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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Argentina ante un instante de peligro: derrota de macri, terrorismo financiero y lucha de clases
Martín Mosquera1. La derrota electoral aplastante de Macri es un acontecimiento fundamental que abre paso a una situación nueva. Las clases populares encontraron en la candidatura peronista un canal para censurar políticamente a la derecha y expresar un amplio rechazo a las políticas de ajuste de los últimos años. Este resultado electoral tiene un fuerte alcance regional y constituye también una derrota para Trump, Bolsonaro y la derecha latinoamericana, que ahora ven desestabilizados parcialmente sus planes en la región. Es una victoria popular en tanto refuerza la confianza de la clase trabajadora en sus propias fuerzas, eleva las achatadas expectativas sociales y puede ser un punto de apoyo para un ciclo de luchas que aspire a recuperar lo perdido en el último periodo. En cierta forma, el resultado electoral es el reflejo diferido del ciclo de luchas anti-macristas de los últimos años.
Este impacto evidencia que estas elecciones particularmente se habían convertido en un momento clave para la redefinición de las relaciones de fuerza a nivel social. Tanto un ultra-izquierdismo tradicional (que considera que no se juega nada importante en las elecciones burguesas) como las distintas formas de movimentismo basista (que rechaza de plano el momento estatal de la lucha de clases) coinciden en subestimar el impacto en la remodelación de las relaciones sociales de fuerza que se condensan a menudo en la lucha electoral. Estos días son una obvia desmentida a cualquier subestimación de este tipo.
Sin embargo, como no podía ser de otra manera en el actual contexto, se trata de una victoria popular ambigua, contradictoria y que puede desdibujarse si no irrumpe pronto una intervención social de amplitud. El canal distorsivo que encontraron las clases populares para derrotar a la derecha es la candidatura de un peronismo reunificado en torno a una figura de confianza de las clases dominantes como es Alberto Fernández. Reflejo de la resistencia anti-macrista, este resultado electoral es también un reflejo de los límites de esas luchas. Ante la falta de victorias sociales significativas, frente a la amplitud de la ofensiva neoliberal y en ausencia de una alternativa política de masas que encarne un programa radical de salida de la crisis, es probable que se haya extendido en la población un realismo minimalista que se alinea con el horizonte gubernamental moderado del peronismo. En todo caso, aparece en tensión en la conciencia popular una expectativa en el retorno de políticas redistributivas del ciclo progresista (más ideológica pero más progresiva en sus efectos) junto a un cierto posibilismo (más realista en sus expectativas en el futuro gobierno pero más desmovilizante) que se conforma con moderar un poco el ajuste en curso. La victoria de Fernández es progresiva en buena medida precisamente por aquello que quisiera atenuar: un recobrado sentimiento de confianza de amplias capas populares en que es posible frenar la ofensiva neoliberal.
2. Las elecciones han mostrado la persistencia de una corriente a la izquierda del peronismo (FIT-U). Aunque con un resultado modesto, tiene condiciones para mejorar en las elecciones de octubre en un contexto de distensión de la polarización por el derrumbe del macrismo. La sobrevivencia para el ciclo que viene de un polo político que presione por izquierda al peronismo es un hecho positivo. Sin embargo, esta izquierda ha sido completamente exterior al movimiento de rechazo popular a la derecha, ubicándose nuevamente a contracorriente de un movimiento de fondo de la clase trabajadora que buscó en este caso un recurso efectivo para desalojar a Macri.
Este auto-aislamiento contrasta con las consecuencias que el mismo FIT-U reconoce ahora en el resultado electoral. Escribe Fernando Rosso del PTS: “En el contexto internacional y regional, los resultados implican un revés para Donald Trump y el Fondo Monetario Internacional (...) El brusco cambio de signo político en la Argentina también tendrá consecuencias decisivas para el equilibrio del subcontinente. Es una mala noticia para el golpeado Jair Bolsonaro y una demostración de que el tan mentado giro a la derecha de la región es tan real, como no consolidado. (...) La votación masiva contra un Gobierno de derecha, que desde la huida a pedir un auxilio desesperado al FMI venía implementando un plan neoliberal ortodoxo, constituye -con todas las deformaciones del caso- parte de una relación de fuerzas más general”. En la misma dirección escribe Jorge Altamira (ahora de la minoría del PO): “La derrota aplastante de Cambiemos constituye un revés para la política yanqui en América Latina y también para la Unión Europea. Cambia el escenario político inmediato en América Latina. Es un revés para la mentada derechización, y esto en medio de golpes severos de la economía mundial a América Latina. Con los resultados de ayer, crecen las posibilidades de que el Frente Amplio no sea desplazado por la derecha uruguaya en octubre de este año, o que Bolsonaro sea golpeado en las elecciones municipales en Brasil. (...) Más que un resultado electoral, el domingo el régimen político registró un sismo de magnitud, que expresa el nivel de la crisis del sistema". Más optimista aun se expresó el MST, que definió al resultado electoral como un “aluvional y concluyente rechazo al ajuste de Macri y el FMI”, un “desplome del proyecto de normalización capitalista” y un “síntoma político de alcance continental: los resultados, aun con la distorsión del voto como procedimiento, cuestiona los planes de Trump y la bolsonarización de América Latina”.
Curiosa concepción del combate político tienen estas corrientes que deciden mantenerse escrupulosamente al margen de un hecho que tiene, en sus propios términos, repercusiones tan significativas. Sin embargo, otra política era posible y no implicaba necesariamente subordinarse al peronismo ni diluir independencia política: bastaba con adelantar un pronunciamiento ante un eventual balotaje, aclarando que no se ubica en el mismo plano a la derecha y al populismo. Esto es lo que hizo el PSOL en Brasil en relación a la previsible segunda vuelta entre Bolsonaro y el PT.
Vale la pena detenerse un momento en este auto-aislamiento, porque está cargado de connotaciones estratégicas. La izquierda local ha generalizado la idea de que la independencia de clase es sinónimo de neutralismo o prescindencia ante ciertos grandes choques políticos nacionales. Se priva de ver lo evidente: en primer lugar, que en enfrentamientos entre fuerzas populistas o nacionalistas burguesas y la derecha o el imperialismo a menudo se dirimen de forma distorsionada parte de los intereses populares. Y, a su vez, que detrás de estas confrontaciones también se encuentra una vocación de resistencia de las clases subalternas contra el capital con la que es crucial construir vasos comunicantes. Sin embargo, esta identificación de independencia de clase con auto-aislamiento nada tiene que ver con la mejor historia del marxismo revolucionario. Para tomar solamente dos ejemplos clásicos que presentan simetrías con nuestra situación actual: Lenin intervino fervientemente a favor de que los comunistas votaran al candidato laborista Henderson contra los liberales (mientras caracterizaba al laborismo como un partido obrero/burgués, es decir, una formación caracterizada por una dirección y un programa pro-capitalista pero una base obrera que obligaba a ciertas concesiones). Afirmaba Lenin: “Si yo me presento como comunista y, al mismo tiempo, invito a votar por Henderson contra Lloyd George, seguramente se me escuchará. Y podré explicar en un lenguaje sencillo por qué los Soviets son mejores que el Parlamento (…), sino también que yo querría sostener a Henderson con mi voto del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado". Con esta táctica entonces se abre un canal hacia las masas que permite acelerar la experiencia política de éstas con el laborismo (la genial metáfora de la soga y el ahorcado). Lenin luego agregaba, anticipándose a la típica respuesta sectaria: “Y si se me objeta que esta táctica es demasiado astuta o complicada, que las masas no la comprenderán, que dispersaría y disgregaría nuestras fuerzas impidiendo concentrarlas en la revolución soviética, etc., responderé a mis contradictores de izquierda: ¡no atribuyáis a las masas vuestro propio doctrinarismo!”. La gente entiende perfectamente bien que se promueva un voto defensivo contra la derecha, a la vez que se conserva una estricta independencia organizativa y programática. A cambio, a las clases populares les cuesta entender el neutralismo indiscriminado de la izquierda trotskista local.
En una misma dirección se desarrolló la actitud de Trotsky ante Cárdenas en México, el único de los marxistas del periodo clásico que asistió y teorizó las primeras experiencias del populismo latinoamericano. A propósito de políticas como la expropiación de las petroleras, Trotsky promovía el apoyo a las medidas progresivas del cardenismo en su lucha con el imperialismo, defendiendo a la vez la independencia política de la clase trabajadora y de los marxistas revolucionarios. Indicaciones similares formuló frente al APRA peruano.
Si algo fortalece al reformismo burgués es que la izquierda revolucionaria se coloque a su derecha o que actúe como un factor divisionista que debilita la lucha contra el enemigo común 1/. En cambio, si algo prepara mejor para enfrentar a la derecha y al reformismo burgués al mismo tiempo es que la izquierda se muestre no solo como el ala más radical del movimiento de lucha, sino como la más unitaria, no dividiendo un combate común en función de diferenciaciones ideológicas a priori. Las delimitaciones deben brotar al calor de la experiencia, donde aparecen las limitaciones de los reformistas para llevar las luchas hasta el final. Lo sabemos desde 1848 cuando Marx reflexionó en torno a que “los comunistas no formamos un partido aparte” y más aún con el desarrollo de Lenin y Trotsky de la táctica del Frente Único. Es necesario recuperar el debate estratégico en la izquierda radical si queremos salir de las vías muertas, que se engendran y alimentan mutuamente, de la adaptación al peronismo y el sectarismo ultra-izquierdista.
3. Volviendo sobre la situación general. La derrota de Macri agudizó una crisis económica que estaba contenida. El día después del acto electoral, el dólar aumentó más del 25% y los precios de los bonos y acciones argentinas se derrumbaron en proporciones históricas. Bien entendido, es adecuada la definición generalizada de terrorismo financiero para describir esta reacción: en el comportamiento de los mercados queda en evidencia el autoritarismo impersonal del capital, que siempre puso límites muy estrechos a la democracia política. A los grandes grupos capitalistas les disgustó el resultado electoral y se dispusieron a condicionar la transición en curso y al próximo gobierno con sus métodos característicos (corridas bursátiles, fuga de capitales). Pero también sucedió algo más simple: con la derrota macrista quedó desnuda la inviabilidad de la deuda y de la arquitectura financiera argentina, que se sostenía artificialmente por el apoyo político y económico de Trump y el FMI a la reelección de la derecha. Esto no significa que se trate de una acción concertada por el gobierno y el capital financiero. Macri, hundido en una notable debilidad, en todo caso dejó pasar los hechos y trató de prolongar políticamente este autoritarismo impersonal mercantil con su chantaje a la población: votar así tiene estas consecuencias. Las disculpas que ofreció dos días después muestra el aislamiento de su gobierno, que perdió el apoyo de los círculos capitalistas, los medios de comunicación e incluso de los aliados partidarios, todos los cuales reclaman iniciar una transición ordenada en diálogo con el peronismo. El carácter inédito del sistema electoral argentino, con un sistema de primarias obligatorias que no funcionan como tales, alimenta una crisis política de desenlace incierto: el gobierno está completamente derrotado y sin embargo todavía no invistió una nueva autoridad formal y ni siquiera tiene electo a uno solo de sus parlamentarios. La agudización de la crisis puede llevar a un colapso mayor de la coalición macrista.
No podemos descartar que el caos actual se dirija hacia una crisis de mayores proporciones. La devaluación del 25% de la moneda en un solo día significa un enorme golpe a los ingresos populares. Esta modificación violenta del tipo de cambio estuvo anticipada y estimulada por el mismo Alberto Fernández, en un maniobra que recordó a Cavallo y Menem cuando anunciaban, luego de ganar las elecciones de 1989, querer un dólar recontra alto para recrudecer la crisis hiperinflacionaria que atormentaría los últimos meses de Alfonsín. El objetivo de Fernández es previsible: que el macrismo realice el trabajo sucio de depreciar el salario de manera de que la mayor parte del ajuste ya esté concretado para el momento de su asunción. Más aun, un gran hundimiento del macrismo y un colapso económico le permitirá también en términos políticos una mayor autoridad presidencial y mayor pasividad frente a políticas antipopulares. Sin embargo, las recientes medidas populistas de Macri (eliminación del IVA a algunos productos básicos, bonos salariales, congelamiento de tarifas, etc.) amenazaron con liquidar las pocas reservas del Banco Central, lo que obligo a Fernández a salir de su cómoda prescindencia y a iniciar negociaciones hacia una transición pactada con el macrismo. El peronismo necesita evitar que el actual gobierno liquide la caja en estos últimos meses (y por eso cuestiona las medidas de Macri que significan una nueva erogación fiscal) y a la vez no parece querer una crisis descontrolada que pueda comprometer también al inicio de su gobierno.
Mucho se ha discutido durante estos años macristas sobre la inexistencia de una gran explosión del modelo kirchnerista en una crisis que justificara el posterior ajuste. El actual desarrollo incierto de los acontecimientos obliga a preguntarse si no podría precipitarse la crisis catastrófica que el macrismo hubiese querido que lo antecediera. En este caso, el proyecto macrista podría tener una victoria en la derrota, aunque dejaría la vida en el proceso. Si se desata un espiral inflacionario descontrolado o si se llegara a una crisis hiperinflacionaria (donde se destruye la moneda como tal) las consecuencias se vuelven impredecibles. Como afirmara Perry Anderson: “existe un equivalente funcional al trauma de la dictadura militar como mecanismo para inducir democrática y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las más drásticas políticas neoliberales: la hiperinflación”. Anderson pensaba en la experiencia boliviana y brasilera, pero la hiper argentina de 1989 (y el consenso pasivo posterior frente a la apertura económica y la reestructuración neoliberal) es un caso que se ajusta nítidamente a esa descripción.
La hiperinflación funciona como un trauma colectivo en la medida en que se experimenta como una disolución de la relación social como tal y tiende a promover un anhelo de orden a cualquier precio (alguien tiene que parar esto) y un gran miedo paralizante. “En una sociedad en la que las relaciones entre los individuos son mediadas por el intercambio dinerario –dice Adrián Piva-, la crisis del dinero es, al mismo tiempo, un proceso de disolución de los lazos sociales”. A diferencia de un recorte salarial (como el ajuste del 13% al sector público del gobierno de De La Rua, por caso), el espiral inflacionario no se atribuye necesariamente al gobierno (el cual por momentos aparece como víctima de una dinámica que lo desborda), y tiende a percibirse como un proceso espontáneo sin responsable directo (de hecho el automatismo impersonal del mercado es en buena medida un proceso sin sujeto), lo que dificulta identificar un responsable político que unifique un proceso de luchas. En estos casos, el capital apunta a doblegar a la clase obrera amenazando con una espiral de subas de precios y del tipo de cambio que destruya súbitamente los ingresos populares y genere un disolución general de las relaciones sociales. Guillermo Calvo, el reconocido economista neoliberal que se destacó por discutir el pavor que las clases dominantes le tienen al kirchnerismo (“Cristina (…) va a realizar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo") también dijo otra cosa importante que pasó más desapercibida: “hay que hacer cosas que son políticamente muy impopulares, que sólo se van a poder hacer si se rompe la economía” (el subrayado es mío). No podemos descartar estar adentrándonos en una situación de este tipo.
Sin embargo, un espiral inflacionario también puede fracasar en sus objetivos disciplinantes si la clase trabajadora logra sucesivamente desafiar los techos salariales (como en 1975 y en 1981-1982 por ejemplo), frente a lo cual las clases dominantes a veces deciden intentar encarrilar un plan de estabilización antes que seguir estimulando una lucha salarial desbordada. En estos casos, el impacto salarial se reduce y la clase trabajadora puede compensar en conciencia, combatividad y autonomía lo que pierde en términos materiales. Todas las grandes crisis de la economía argentina de las últimas décadas (1975, 1981-1982, 1989, 2001-2002) repitieron las características a las que ahora asistimos, con diferente articulación y peso relativo de sus diferentes componentes: violentas devaluaciones, alta inflación, fuerte caída de los salarios y deterioro de las condiciones laborales. Pero la clase trabajadora no salió igual de todas ellas desde el punto de vista de la correlación de fuerzas sociales: en 1975 el movimiento obrero derrotó el rodrigazo en el marco de un alza de la lucha de clases que solo fue interrumpido de manera coercitiva por la dictadura militar; el 2001 fue un punto de inflexión que abrió un largo ciclo, en cierto modo todavía abierto, donde las clases dominantes no pueden avanzar en toda la línea. La crisis de 1989-1991, en cambio, inauguró la década menemista. La crisis es un momento de incertidumbre radical, que puede redelimitar de forma radical la relación entre las clases sociales.
La izquierda social, sindical y partidaria debe apostar a que la victoria electoral que significó el derrumbe de Macri y la confianza popular recobrada se prolongue en un ciclo de luchas que evite un deterioro abrupto del salario y una gran derrota social. Esto nos lleva al siguiente punto: el papel del nuevo peronismo en esta transición, no solo como futuro gobierno sino también como conducción de las más amplias capas del movimiento de masas, por intermedio de los dirigentes sindicales y sociales.
4. Recapitulemos someramente la historia de este enigma teórico que es el peronismo. Como explican los clásicos del marxismo, la burocracia sindical tiene una doble función. Por un lado es un factor de contención, pasivización e integración del movimiento obrero al Estado. Por otro, para cumplir este papel debe tener inevitablemente una cierta presencia real en la clase, movilizar ciertas luchas y satisfacer ciertas demandas. Esta doble naturaleza define también el carácter contradictorio de los privilegios de la burocracia sindical, no solo en el sentido de que provienen de una ubicación estratégica que se nutre de esta doble función, sino también en que el ataque al movimiento obrero, en cierto punto, se transforma también en un ataque a sus propios privilegios (lo que suele resumirse en el poder de los sindicatos). La burocracia sindical es profundamente conservadora, pero la conservación de sus privilegios a menudo guarda una relación con la defensa de ciertas conquistas del movimiento obrero. En un momento en que las clases populares son más heterogéneas y fragmentadas que el viejo movimiento obrero fordista, esta característica de la burocracia sindical puede extenderse hasta cierto punto a las direcciones de los nuevos movimientos sociales (con excepción del movimiento feminista, que muestra bajos niveles de institucionalización y burocratización, lo que explica, en parte, el nivel de su dinamismo y combatividad). Las experiencias populistas latinoamericanas, así como el clásico reformismo obrero europeo, reproduce este carácter contradictorio de la burocracia sindical. Es más, hasta cierto punto y en cierta forma, estas expresiones políticas funcionan como la representación estatal de la burocracia sindical.
En nuestro país, fue el peronismo quien cumplió el papel que la socialdemocracia desarrolló en Europa occidental en la etapa de capitalismo de bienestar. Los aumentos de productividad del fordismo y el crecimiento de la posguerra permitieron la transacción que fue característica de esa etapa del capitalismo: la clase trabajadora tendió a aceptar disciplinadamente la monotonía y la explotación laboral a cambio de un acceso creciente al consumo. En términos más generales, la clase trabajadora accedió a la subordinación política al régimen capitalista a cambio de su integración social subalterna. Esto implicó un proceso de institucionalización de la lucha de clases, que se expresó en la integración de los sindicatos a la vida estatal y en la edad de oro de las diferentes formas políticas de conciliación de clase (socialdemocracia, populismo latinoamericano, laborismo, etc.) como representación gubernamental de este contrato (fordista) entre el capital y el trabajo.
Sin embargo, el peronismo es un fenómeno opaco y complejo, no enteramente análogo a los reformismos obreros europeos, lo que explica su mayor elasticidad política. Propio de un país dependiente, en sus inicios el peronismo se dispuso a ciertos niveles de enfrentamiento con el imperialismo y se dotó de una ideología nacionalista. Sin ningún origen en un partido marxista de masas o una cultura obrera democrática, estuvo sometido desde su origen al arbitraje personal del caudillo carismático. Sus fuentes ideológicas son heterogéneas, mayoritariamente anti-comunistas: cristianismo social, nacionalismo militar, conservadorismo popular. Verticalismo político, conservadorismo cultural y gestión de un fuerte poder económico de la clase trabajadora se combinaron en el peronismo histórico. Como sabemos, esta historia no acaba a mediados de los años 50: esta primer etapa mutó en una experiencia de lucha de la clase obrera peronista contra los golpes militares y la proscripción política y luego, en los años 60/70, se produjo un proceso simultáneo de radicalización y peronización de la juventud de la cual surgen las corrientes del peronismo revolucionario; proceso que se interrumpió con la última dictadura militar. No intento hacer teoría general sobre un fenómeno complejo que ha llenado bibliotecas, sino marcar algunas características de los acontecimientos fundacionales de este problema teórico y político que es el peronismo.
La adaptación del peronismo a la etapa posterior a la del pacto keynesiano en la que emergió tiene otros hitos. En la memoria nacional está grabado el recuerdo que fue el populista Menem, y no la UCR, el partido de las clases medias, o alguna formación política derechista, quien impuso la agresiva reestructuración capitalista que acabó definitivamente con el patrón de acumulación que el mismo peronismo había desarrollado en los años 40. El menemismo, por si solo, funciona como un alerta decisivo contra cualquier mal-menorismo vulgar. Una de las peculiaridades del plan de estabilización de la convertibilidad es que permitía combinar una violenta apertura económica con un fuerte acceso al consumo de la clase trabajadora ocupada (que era la que tenía representación en los sindicatos, los cuales acompañaron mayoritariamente este proceso), mientras se desarticulaba la industria nacional heredada y crecía exponencialmente el desempleo. Este breve acceso al consumo de las clases trabajadoras peronistas allanó el terreno para que prestaran un consentimiento, activo o pasivo, a la reestructuración neoliberal de los 90.
En ciertos casos, son justamente las direcciones políticas que las masas sienten como propias las que están en condiciones de imponer políticas lesivas para sus intereses, sobre todo por medio del control de los sindicatos. De esto se trata los procesos de transformismo que analizó Gramsci. En estos casos, no suele ser el consentimiento abierto sino la desmoralización y la sensación de falta de alternativa lo que convierte a estas formaciones políticas en instrumentos adecuados de la ofensiva capitalista. Quien instala que no hay alternativa (TINA) no es Margaret Thatcher con su brutal ofensiva anti-obrera, sino su rival histórico laborista, representante político de la clase trabajadora, cuando asume más o menos mansamente sus políticas. Por eso, aquella lúcida conservadora dijo certeramente que su verdadero triunfo político no fue otro que el laborismo neoliberal de Tony Blair.
En general, cuando los procesos de reestructuración se instrumentan por medio de fenómenos políticos de conciliación de clase ameritan, por su propia naturaleza, de ciertos compromisos atenuantes para utilizar la expresión de Gramsci (aunque hay casos límites excepcionales, como el ya mencionado menemismo o la claudicación de Syriza en Grecia para dar un ejemplo reciente). Por ejemplo, quien introdujo el neoliberalismo en Francia no fue el conservadurismo gaullista, sino el Partido Socialista de Mitterrand (que había sido encumbrado al poder en medio de una dinámica izquierdista, en torno al Programa Común con el Partido Comunista, y que durante dos años aplicó medidas progresivas). Esta fue una de las razones que explica que el neoliberalismo francés nunca llegara al nivel de terapia de shock anti-popular que aplicó Thatcher en Inglaterra, en lo que dio lugar a la llamada excepcionalidad francesa consistente en la supervivencia de conquistas obreras del periodo keynesiano y ralentización de la ofensiva neoliberal.
Todo esto debe estar presente en una aproximación al tipo de fenómeno político que va a significar este tercer justicialismopost-83, en palabras de Julio Burdman, diferente al menemismo y al kirchnerismo, que está a las puertas del poder. En un texto reciente caracterizamos que: “el PJ vuelve a aparecer como árbitro y figura de relevo en un contexto de crisis, como en 1989 y 2001. Si el último kirchnerismo, con sus tensiones con las clases dominantes y su sectarismo político, había lesionado el papel del PJ como partido del orden (sin el cual hubiese sido impensable la emergencia de una nueva derecha política), la auto-licuación del kirchnerismo en una nueva reorganización conservadora del peronismo intenta retrotraer el camino recorrido". El peronismo en el gobierno va a apuntar a “estabilizar (atenuando) el ajuste en curso, para lo que necesita blindarse políticamente y consolidar la pasivización social” (...) El propio peronismo necesita a la vez ganar las elecciones y moderar las expectativas sociales que su eventual victoria puede estimular: no hay pacto social que estabilice el retroceso salarial sin control de la conflictividad social y, por lo tanto, de las expectativas populares.”
Esta caracterización se confirma aceleradamente en estos días, cuando Alberto Fernández aparece como nuevo presidente electo. Estimuló la inflación, consintió el nuevo tipo de cambio y bajó órdenes de no movilizar para no entrar en provocaciones, mientras se concreta un enorme golpe a los ingresos populares. La mayor parte de las conducciones sindicales (empezando por la dirección de la CGT) se alineó por el momento con este mandato desmovilizador. La sinceridad de Juan Grabois vuelve a desnudar la gobernabilidad que ofrece voluntariamente el peronismo, cuando declara al diario británico The Guardian: “Si el gobierno de Macri sobrevive, será con el apoyo de nosotros, su oposición social y política. Lo apoyaremos para evitar una crisis institucional”. Hasta ahora el llamado desmovilizador del kirchnerismo se excusaba en la necesidad no poner en riesgo la victoria electoral; ahora, más forzadamente, para cuidar el triunfo (luego será, con total seguridad, para no afectar la gobernabilidad del gobierno popular). Con el macrismo noqueado, Fernández muestra nítidamente la relación entre su proyecto y la pasivización social. ¿De qué sirve derrotar al macrismo si no podemos movilizarnos contra el deterioro de los ingresos populares por el que quisimos derrotar al macrismo?
En doblegar las tendencias a la pasivización social se libra la batalla central del momento político. Hay inquietud por abajo y las organizaciones vinculadas al peronismo no escapan a la presión. Aunque tímidos y balbuceantes, ya aparecieron los primeros anuncios de medidas de sectores del peronismo sindical y social. Por su parte, el movimiento piquetero puede volver a funcionar como eslabón débil de la política de pasivización social si se entra en un espiral inflacionario, lo cual puede ayudar a bloquear una salida a la 1989. La experiencia piquetera ha mostrado tendencia a la adaptación en la medida en que hubiera flujos significativos de asistencia social, pero también capacidad semi-insurreccional cuando no hay nada que perder. La izquierda sindical debe propugnar por amplios espacios de frente único que hagan eje en reclamar medidas para combatir el deterioro de los ingresos populares, presionando por abrir puentes reales con franjas del sindicalismo peronista y no reduciéndose a una actitud anticipada de denuncia. La aplastante derrota electoral de la derecha y el sentimiento de confianza recobrada de amplias capas populares es un punto de apoyo para un nuevo ciclo de luchas. Se empieza a poner en movimiento la contradicción entre las expectativas sociales que desata la derrota del macrismo y la política de contención social del peronismo. La sociedad argentina puede volver a mostrar que las clases dominantes se enfrentan aquí, como en pocos países, a un problema histórico de insubordinación de la clase trabajadora frente a las necesidades del capital.
Martín Mosquera es militante de la organización política argentina Democracia Socialista.
Notas
1/ Las fuerzas que integran el FIT-U han cometido una larga serie de errores tácticos durante los últimos años, que evidencian una dificultad teórica y estratégica para comprender y actuar frente a una experiencia de compromiso de clase como la que significó el kirchnerismo. Durante el conflicto de 2008 entre el gobierno y las patronales agrarias por las retenciones a los productos agrícolas, IS y el MST se ubicaron en el campo anti-gubernamental encabezado por la oligárquica Sociedad Rural, mientras que el PO y el PTS se pronunciaron por una tercera posición equidistante. Todas las fuerzas del FIT-U se opusieron a medidas progresivas como la Ley de Medios, mientras que ante a expropiación de las AFJP o la estatización parcial de YPF mostró posiciones divididas o ambiguas. Luego del ascenso de Macri al poder, la dificultad no se atenuó: el FIT llegó al paroxismo de votar contra la ley que estableció el salario social complementario, excusándose en la paz social que ofrecían los movimientos sociales. También acompañaron en el parlamento el desafuero a De Vido, cuando no tenía condena firme, sentando un precedente peligroso que podría servir el día de mañana para perseguir a un diputado de izquierda que participe en una movilización. Tuvieron muchas vacilaciones, cuanto menos, para defender a perseguidos políticos del kirchnerismo, como en el caso de la prisión preventiva a Milagro Sala o las persecuciones a Hebe de Bonafini. Esta orientación estratégica es la que explica, fundamentalmente, la dificultad del FIT-U para penetrar en la base electoral del kirchnerismo, como quedó en evidencia especialmente en las últimas elecciones provinciales en Córdoba, donde el kirchnerismo bajó su lista y el FIT igualmente retrocedió en votos (!).
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