Ecuador
40 años de un largo trayecto de idas y vueltas
22/08/2019 | Mario Unda
El 10 de agosto de 1979 el Ecuador dejaba atrás 7 años de gobiernos militares y retornaba a los regímenes constitucionales: el “retorno a la democracia”, se dijo entonces (lo mismo que ocurriría hasta ya entrados los años 80 en otros países de América Latina). En estos 40 años de “democracia” el Ecuador ha sido una sucesión de momentos difíciles: crisis económica, empobrecimiento, pérdida de la soberanía monetaria, inestabilidad política, masivas protestas sociales, caída estrepitosa de tres presidentes, rol dirimente de las fuerzas armadas, escándalos de corrupción, exgobernantes presos o enjuiciados, neoliberalismo y populismo. Si buscamos una constante, la encontraremos en la palabra “crisis”, que ha marcado todo este trayecto. Crisis, y ciclos neoliberales y populistas que entran en crisis y se relevan mutuamente.
La experiencia truncada de un populismo modernizante
En el inicio, tras el fin de los gobiernos militares, advino un populismo modernizante, con Jaime Roldós. Era el tiempo de la expectativa en el cambio, en la presencia de la juventud, en el mejoramiento de las condiciones de vida, en la participación. Pero la experiencia fue corta y comenzó a mostrar claroscuros con los primeros ajustes y las primeras muestras de descontento. Y finalmente quedó truncada por una muerte sospechosa, el ascenso del vicepresidente, la crisis de la deuda y las cartas de intención firmadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
25 años de neoliberalismo y de resistencia popular
Ese fue el inicio de un cuarto de siglo de neoliberalismo, el sometimiento a los dictados del “consenso de Washington”, las políticas económicas impuestas por el FMI, el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de Comercio (OMC), las políticas sociales dependientes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del BM, la reforma del Estado a cargo del BM y del BID. Re-cetarios que se imponían en todas partes igual. Reformas laborales para, a través de la “flexibilización”, someter a la clase trabajadora a la tiranía del capital; consecuencias: desempleo, precarización, impedimentos a la organización sindical y caída de los salarios. Reformas del Estado para, privatizaciones mediante, entregar las empresas públicas a la voracidad de los grandes monopolios, nacionales y transnacionales; “reducción” del Estado, “desregulaciones”, “liberalizaciones” y “desinversiones” para poner las empresas públicas al borde de la quiebra y malbaratarlas, para despedir trabajadores públicos, para reducir el “gasto público” y afectar gravemente la educación y la salud del pueblo; para dejar libres las manos a la ambición del capital, al incremento de los precios, a la subida de las tasas de interés, a los “préstamos vinculados” , a la fuga de capitales al exterior. Y a la crisis bancaria. Preocupación obsesiva por mantener el “equilibrio de las variables macroeconómicas” a costa del empobrecimiento de las mayorías, del ensanchamiento de las diferencias sociales, de la ruptura de los lazos y las redes sociales, de lincertidumbre respecto a la vida y de las migraciones masivas.
Pero fueron también 25 años de resistencias, de luchas, a veces dispersas y aisladas, muchas veces conjuntas y masivas. La primera oleada de resistencia al neoliberalismo se aglutinó alrededor del Frente Unitario de los Trabajado-res (FUT), apenas Hurtado lanzó los primeros paquetazos; la lucha atravesó el febrescorderato y su reino del miedo y se mantuvo hasta inicios del gobierno de Borja. En seguida, la movilización fue asumida por los trabajadores públicos, especialmente los energéticos, los maestros y los de la salud. Estas dos primeras oleadas volvieron más lenta y modesta la implementación del pro-grama neoliberal, en comparación con lo que ocurrió en el resto de América Latina. A esta segunda oleada le sucedió la movilización indígena, encabezada por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) que a partir de 1993-94 se convirtió en el nuevo eje de las luchas populares. Por último entraron en acción sectores cuya presencia había sido leve o inexistente hasta entonces: los taxistas y las clases medias urbanas. Los escarceos de la firma del TLC con Estados Unidos sirvieron para mostrar que incluso en la propia burguesía existían disensos.
Y así los últimos 10 años del ciclo neoliberal estuvieron marcados por una profunda crisis política: a partir de 1996, ninguno de los presidentes elegidos logró terminar su mandato , los partidos políticos perdieron credibilidad y legitimidad, y lo mismo ocurrió con las instituciones estatales: el gobierno, el parlamento, el sistema judicial, la policía, las fuerzas armadas; incluso la Iglesia y la prensa se encontraban en los puntos más bajos de aceptación. En fin, crisis de hegemonía, crisis de la democracia liberal.
El descalabro neoliberal, sin embargo, se combinó con un cierto agota-miento de las luchas sociales y, sobre todo, de su capacidad de confluencia. La “rebelión de los forajidos” fue el último acto de esos 25 años de lucha, pero fue también la ruptura del bloque popular. Se produjo un vacío político, y ese vacío fue llenado por el correísmo, que dominaría el escenario político ecuatoriano a partir de 2007.
La nueva hora populista
El correísmo se presentó como el árbitro vindicador de todos los conflictos, se situó por sobre ellos y de ellos adquirió su fuerza. No representa, en principio, a ninguna de las facciones de las clases dominantes, negocia con ellas, presiona y concede; y justo por eso puede representar sus intereses estratégicos: oferta de condiciones generales de la producción (carreteras, puertos, aeropuertos, energía, dinero barato), expansión de las relaciones mercantiles, inserción en la globalización en las condiciones de disputa entre los centros, paz social, sometimiento del trabajo, normalización de la competencia capitalista, igualación de las condiciones de explotación. Pero, a cambio, le exigió compartir el excedente: cierta regularización en el pago de los impuestos, los pagos silenciosos de la corrupción y aquiescencia –así sea a regañadientes– de su dominio. Para poder negociar con ventaja, se hizo de dos herramientas: el fortalecimiento del Estado, incluida la concentración del poder en el Ejecutivo y en la persona del presidente, y el control político de las masas subalternas.
Las políticas sociales, la mejora en el acceso a la educación y a la salud, el mejoramiento de sueldos y de ingresos remediaban al inicio las demandas desatendidas y las necesidades insatisfechas de la mayoría de la población sin afectar las grandes ganancias. Sin embargo, eso no es suficiente para obtener la “lealtad” de las masas: el populismo necesita que los sectores populares no sean capaces de representarse por sí mismos: así se verán movidos a encomendarse al caudillo, entregarle su confianza y depositar en él sus esperanzas. Pero como en el Ecuador los 25 años de resistencia al neoliberalismo habían producido elementos de representación autónoma en el FUT y en la CONAIE, el correísmo necesitaba destruirlos o, cuando menos, desactivarlos: ese es el origen de la criminalización de la protesta, las persecuciones, los juicios por terrorismo y sabotaje, la creación de organizaciones paralelas, la corrupción de dirigentes. El populismo es ambas caras, no sólo una de ellas.
Mientras todo esto ocurría, los negocios de las grandes empresas iban viento en popa: se profundizó la concentración del capital, el desbordamiento transnacional de los grandes grupos monopólicos locales y la transnacionalización de la economía y del mercado interno. La burguesía comenzó a recomponer su representación política y a traer de vuelta a su redil a sectores importantes de las inestables clases medias. La mentalidad social se tornó conservadora. La crisis de los precios de las materias primas en el mercado mundial mostró los límites de un proyecto que no transformó la estructura productiva ni el modelo de acumulación ni las relaciones de poder, más que poniéndose como intermediario de las contradicciones sociales. Debilitado, y ya hacia el fin de su último mandato, el correísmo tomó prestadas armas del arsenal neoliberal: la relación con el FMI, el endeudamiento, los tratados de libre comercio, las alianzas público-privadas, las privatizaciones, la flexibilización del trabajo.
El populismo en crisis y de nuevo el neoliberalismo
El gobierno de Lenín Moreno es el populismo en crisis. Triunfó, pero debilitado, y fue la debilidad de sus contendientes lo que le permitió gozar de una cierta estabilidad al inicio. Debilitado por la fuga de votos y de credibilidad, se debilitó aún más por la pugna entre Correa y Moreno, la ruptura de Alianza País y el estallido del campo político que lo sustentaba. Trató de recomponerse en el juego de equilibrios, gobernando al mismo tiempo con la “centroizquierda” y con la “centroderecha” . Pero sus equilibrios son imposibles: profundizó la ruta abierta por el último correísmo, se deslizó por la pen-diente neoliberal, hizo propio el programa de los gremios empresariales, cuyo único horizonte es el retorno inmediato al neoliberalismo. El equilibrista pro-cura mantener su posición yendo más lento, evitando entregar todas las vituallas o, al menos, tratando de enmascarar la capitulación; pero la mezcla de con-cesiones y vacilaciones no hace más que alimentar las ansias de la derecha, que preferiría que la transición al neoliberalismo sea realizada por su aliado advenedizo, para poder gobernar en seguida con las cuentas “saneadas”. Esto se traduce en recesión, en incremento de la precariedad laboral (desempleo, subempleo, “empleos inadecuados”), en ensanchamiento de las brechas socia-les, en empobrecimiento. Así que las políticas sociales no pueden ser más que un leve barniz que no alcanza a cubrir la impudicia de las ambiciones del capital.
Recién comienza la nueva ofensiva neoliberal, y los resultados ya son los mismos que antes: han comenzado a agudizarse las carencias y las penurias, y seguirán haciéndolo. El extractivismo y la sobreexplotación del trabajo se encuentran en el ojo de la tormenta. Cierto que las organizaciones sociales quedaron debilitadas tras la década correísta; cierto que la mentalidad social se ha conservadurizado y desmovilizado; cierto que los movimientos y los pequeños círculos activistas se encuentran marcados por el solipsismo; cierto que algunos sectores despistados o intencionados se han dedicado a buscar el enemigo en las propias organizaciones sociales. Sin embargo, la experiencia pasada nos muestra que, pese a todo, las reservas morales pueden abrirse brechas y encontrar caminos de reactivación. Las condiciones son ahora más difíciles, pero la lucha habrá de darse.
Mario Undaes sociólogo, profesor en la Universidad Central del Ecuador, activista en el movimiento urbano-popular.
Notas
1) El 24 de mayo de 1981, el presidente Jaime Roldós, su esposa y su comitiva fallecieron en un accidente de aviación en Celica, provincia de Loja, un hecho que siempre dejó la sospecha de haber sido un atentado. Lo sucedió en el gobierno su vicepresidente, Oswaldo Hurtado, que dio vía libre a la implementación del modelo neoliberal.
2) Se llamaron “créditos vinculados” a los préstamos otorgados por la banca a empresas propiedad de los mismos banqueros, sus familiares y allegados. Estuvieron en el origen de la crisis bancaria y al “feriado bancario” de los años 1999 y 2000. Esta crisis fue el pretexto para la dolarización de la economía ecuatoriana; el tipo de cambio, que rondaba los 5.000 sucres por dólar, fue establecido en 25.000 sucres por dólar.
3) Tras la crisis bancaria se desató una masiva oleada migratoria, fundamentalmente a España y otros países europeos. Se calcula que más de un millón de personas abandonó entonces el Ecuador, algo menos del 10% de la población en ese momento.
4) Abdalá Bucaram (1996-1997), Jamil Mahuad (1998-2000) y Lucio Gutiérrez (2002-2005), que cayeron en medio de grandes movilizaciones populares.. Pero la inestabilidad había comenzado antes: en 1995, Alberto Dahik, vicepresidente de Sixto Durán Ballén (1992-1996), huyó a Costa Rica para eludir una acción de la justicia, en medio de fuertes disputas entre los partidos del orden.
5) Se conoce como “rebelión de los forajidos” (2005) a las movilizaciones llevadas adelante mayoritariamente por las clases medias urbanas en contra del gobierno de Lucio Gutiérrez.
6) La expresión es del propio Lenín Moreno, quien dijo que gobernaba la economía con la “centro-derecha” y las políticas sociales con la “centroizquierda”. Por “centroderecha” entendía los gre-mios empresariales, los partidos de derecha y los grandes medios de comunicación; por “centroizquierda”, los restos del correísmo que plegaron a su gobierno y ciertos sectores de izquierda que buscan aproximarse en pro de beneficios puntuales.
La experiencia truncada de un populismo modernizante
En el inicio, tras el fin de los gobiernos militares, advino un populismo modernizante, con Jaime Roldós. Era el tiempo de la expectativa en el cambio, en la presencia de la juventud, en el mejoramiento de las condiciones de vida, en la participación. Pero la experiencia fue corta y comenzó a mostrar claroscuros con los primeros ajustes y las primeras muestras de descontento. Y finalmente quedó truncada por una muerte sospechosa, el ascenso del vicepresidente, la crisis de la deuda y las cartas de intención firmadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
25 años de neoliberalismo y de resistencia popular
Ese fue el inicio de un cuarto de siglo de neoliberalismo, el sometimiento a los dictados del “consenso de Washington”, las políticas económicas impuestas por el FMI, el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial de Comercio (OMC), las políticas sociales dependientes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del BM, la reforma del Estado a cargo del BM y del BID. Re-cetarios que se imponían en todas partes igual. Reformas laborales para, a través de la “flexibilización”, someter a la clase trabajadora a la tiranía del capital; consecuencias: desempleo, precarización, impedimentos a la organización sindical y caída de los salarios. Reformas del Estado para, privatizaciones mediante, entregar las empresas públicas a la voracidad de los grandes monopolios, nacionales y transnacionales; “reducción” del Estado, “desregulaciones”, “liberalizaciones” y “desinversiones” para poner las empresas públicas al borde de la quiebra y malbaratarlas, para despedir trabajadores públicos, para reducir el “gasto público” y afectar gravemente la educación y la salud del pueblo; para dejar libres las manos a la ambición del capital, al incremento de los precios, a la subida de las tasas de interés, a los “préstamos vinculados” , a la fuga de capitales al exterior. Y a la crisis bancaria. Preocupación obsesiva por mantener el “equilibrio de las variables macroeconómicas” a costa del empobrecimiento de las mayorías, del ensanchamiento de las diferencias sociales, de la ruptura de los lazos y las redes sociales, de lincertidumbre respecto a la vida y de las migraciones masivas.
Pero fueron también 25 años de resistencias, de luchas, a veces dispersas y aisladas, muchas veces conjuntas y masivas. La primera oleada de resistencia al neoliberalismo se aglutinó alrededor del Frente Unitario de los Trabajado-res (FUT), apenas Hurtado lanzó los primeros paquetazos; la lucha atravesó el febrescorderato y su reino del miedo y se mantuvo hasta inicios del gobierno de Borja. En seguida, la movilización fue asumida por los trabajadores públicos, especialmente los energéticos, los maestros y los de la salud. Estas dos primeras oleadas volvieron más lenta y modesta la implementación del pro-grama neoliberal, en comparación con lo que ocurrió en el resto de América Latina. A esta segunda oleada le sucedió la movilización indígena, encabezada por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) que a partir de 1993-94 se convirtió en el nuevo eje de las luchas populares. Por último entraron en acción sectores cuya presencia había sido leve o inexistente hasta entonces: los taxistas y las clases medias urbanas. Los escarceos de la firma del TLC con Estados Unidos sirvieron para mostrar que incluso en la propia burguesía existían disensos.
Y así los últimos 10 años del ciclo neoliberal estuvieron marcados por una profunda crisis política: a partir de 1996, ninguno de los presidentes elegidos logró terminar su mandato , los partidos políticos perdieron credibilidad y legitimidad, y lo mismo ocurrió con las instituciones estatales: el gobierno, el parlamento, el sistema judicial, la policía, las fuerzas armadas; incluso la Iglesia y la prensa se encontraban en los puntos más bajos de aceptación. En fin, crisis de hegemonía, crisis de la democracia liberal.
El descalabro neoliberal, sin embargo, se combinó con un cierto agota-miento de las luchas sociales y, sobre todo, de su capacidad de confluencia. La “rebelión de los forajidos” fue el último acto de esos 25 años de lucha, pero fue también la ruptura del bloque popular. Se produjo un vacío político, y ese vacío fue llenado por el correísmo, que dominaría el escenario político ecuatoriano a partir de 2007.
La nueva hora populista
El correísmo se presentó como el árbitro vindicador de todos los conflictos, se situó por sobre ellos y de ellos adquirió su fuerza. No representa, en principio, a ninguna de las facciones de las clases dominantes, negocia con ellas, presiona y concede; y justo por eso puede representar sus intereses estratégicos: oferta de condiciones generales de la producción (carreteras, puertos, aeropuertos, energía, dinero barato), expansión de las relaciones mercantiles, inserción en la globalización en las condiciones de disputa entre los centros, paz social, sometimiento del trabajo, normalización de la competencia capitalista, igualación de las condiciones de explotación. Pero, a cambio, le exigió compartir el excedente: cierta regularización en el pago de los impuestos, los pagos silenciosos de la corrupción y aquiescencia –así sea a regañadientes– de su dominio. Para poder negociar con ventaja, se hizo de dos herramientas: el fortalecimiento del Estado, incluida la concentración del poder en el Ejecutivo y en la persona del presidente, y el control político de las masas subalternas.
Las políticas sociales, la mejora en el acceso a la educación y a la salud, el mejoramiento de sueldos y de ingresos remediaban al inicio las demandas desatendidas y las necesidades insatisfechas de la mayoría de la población sin afectar las grandes ganancias. Sin embargo, eso no es suficiente para obtener la “lealtad” de las masas: el populismo necesita que los sectores populares no sean capaces de representarse por sí mismos: así se verán movidos a encomendarse al caudillo, entregarle su confianza y depositar en él sus esperanzas. Pero como en el Ecuador los 25 años de resistencia al neoliberalismo habían producido elementos de representación autónoma en el FUT y en la CONAIE, el correísmo necesitaba destruirlos o, cuando menos, desactivarlos: ese es el origen de la criminalización de la protesta, las persecuciones, los juicios por terrorismo y sabotaje, la creación de organizaciones paralelas, la corrupción de dirigentes. El populismo es ambas caras, no sólo una de ellas.
Mientras todo esto ocurría, los negocios de las grandes empresas iban viento en popa: se profundizó la concentración del capital, el desbordamiento transnacional de los grandes grupos monopólicos locales y la transnacionalización de la economía y del mercado interno. La burguesía comenzó a recomponer su representación política y a traer de vuelta a su redil a sectores importantes de las inestables clases medias. La mentalidad social se tornó conservadora. La crisis de los precios de las materias primas en el mercado mundial mostró los límites de un proyecto que no transformó la estructura productiva ni el modelo de acumulación ni las relaciones de poder, más que poniéndose como intermediario de las contradicciones sociales. Debilitado, y ya hacia el fin de su último mandato, el correísmo tomó prestadas armas del arsenal neoliberal: la relación con el FMI, el endeudamiento, los tratados de libre comercio, las alianzas público-privadas, las privatizaciones, la flexibilización del trabajo.
El populismo en crisis y de nuevo el neoliberalismo
El gobierno de Lenín Moreno es el populismo en crisis. Triunfó, pero debilitado, y fue la debilidad de sus contendientes lo que le permitió gozar de una cierta estabilidad al inicio. Debilitado por la fuga de votos y de credibilidad, se debilitó aún más por la pugna entre Correa y Moreno, la ruptura de Alianza País y el estallido del campo político que lo sustentaba. Trató de recomponerse en el juego de equilibrios, gobernando al mismo tiempo con la “centroizquierda” y con la “centroderecha” . Pero sus equilibrios son imposibles: profundizó la ruta abierta por el último correísmo, se deslizó por la pen-diente neoliberal, hizo propio el programa de los gremios empresariales, cuyo único horizonte es el retorno inmediato al neoliberalismo. El equilibrista pro-cura mantener su posición yendo más lento, evitando entregar todas las vituallas o, al menos, tratando de enmascarar la capitulación; pero la mezcla de con-cesiones y vacilaciones no hace más que alimentar las ansias de la derecha, que preferiría que la transición al neoliberalismo sea realizada por su aliado advenedizo, para poder gobernar en seguida con las cuentas “saneadas”. Esto se traduce en recesión, en incremento de la precariedad laboral (desempleo, subempleo, “empleos inadecuados”), en ensanchamiento de las brechas socia-les, en empobrecimiento. Así que las políticas sociales no pueden ser más que un leve barniz que no alcanza a cubrir la impudicia de las ambiciones del capital.
Recién comienza la nueva ofensiva neoliberal, y los resultados ya son los mismos que antes: han comenzado a agudizarse las carencias y las penurias, y seguirán haciéndolo. El extractivismo y la sobreexplotación del trabajo se encuentran en el ojo de la tormenta. Cierto que las organizaciones sociales quedaron debilitadas tras la década correísta; cierto que la mentalidad social se ha conservadurizado y desmovilizado; cierto que los movimientos y los pequeños círculos activistas se encuentran marcados por el solipsismo; cierto que algunos sectores despistados o intencionados se han dedicado a buscar el enemigo en las propias organizaciones sociales. Sin embargo, la experiencia pasada nos muestra que, pese a todo, las reservas morales pueden abrirse brechas y encontrar caminos de reactivación. Las condiciones son ahora más difíciles, pero la lucha habrá de darse.
Mario Undaes sociólogo, profesor en la Universidad Central del Ecuador, activista en el movimiento urbano-popular.
Notas
1) El 24 de mayo de 1981, el presidente Jaime Roldós, su esposa y su comitiva fallecieron en un accidente de aviación en Celica, provincia de Loja, un hecho que siempre dejó la sospecha de haber sido un atentado. Lo sucedió en el gobierno su vicepresidente, Oswaldo Hurtado, que dio vía libre a la implementación del modelo neoliberal.
2) Se llamaron “créditos vinculados” a los préstamos otorgados por la banca a empresas propiedad de los mismos banqueros, sus familiares y allegados. Estuvieron en el origen de la crisis bancaria y al “feriado bancario” de los años 1999 y 2000. Esta crisis fue el pretexto para la dolarización de la economía ecuatoriana; el tipo de cambio, que rondaba los 5.000 sucres por dólar, fue establecido en 25.000 sucres por dólar.
3) Tras la crisis bancaria se desató una masiva oleada migratoria, fundamentalmente a España y otros países europeos. Se calcula que más de un millón de personas abandonó entonces el Ecuador, algo menos del 10% de la población en ese momento.
4) Abdalá Bucaram (1996-1997), Jamil Mahuad (1998-2000) y Lucio Gutiérrez (2002-2005), que cayeron en medio de grandes movilizaciones populares.. Pero la inestabilidad había comenzado antes: en 1995, Alberto Dahik, vicepresidente de Sixto Durán Ballén (1992-1996), huyó a Costa Rica para eludir una acción de la justicia, en medio de fuertes disputas entre los partidos del orden.
5) Se conoce como “rebelión de los forajidos” (2005) a las movilizaciones llevadas adelante mayoritariamente por las clases medias urbanas en contra del gobierno de Lucio Gutiérrez.
6) La expresión es del propio Lenín Moreno, quien dijo que gobernaba la economía con la “centro-derecha” y las políticas sociales con la “centroizquierda”. Por “centroderecha” entendía los gre-mios empresariales, los partidos de derecha y los grandes medios de comunicación; por “centroizquierda”, los restos del correísmo que plegaron a su gobierno y ciertos sectores de izquierda que buscan aproximarse en pro de beneficios puntuales.
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