LA VIDA COTIDIANA
Alberto Híjar Serrano
Alberto Híjar Serrano
Agnes Heller, fallecida recientemente, tuvo que salir a Australia el siglo pasado y regresar a Europa sin la bendición de los partidos comunistas, mientras Hannah Arendt practicaba el periodismo de investigación filosófica con resultados asombrosos por su rigor opuesto del todo a la complacencia política, tal como ocurre con los Juicios de Nuremberg y su descubrimiento de la responsabilidad eludida y extraviada en la división del trabajo administrativo. Eichmann, sujeto principal del juicio contra los crímenes del nazismo, podría resultar un cumplido burócrata que registraba, fijaba límites de sobrevivencia de los prisioneros de acuerdo a normas rígidas y anotaba en libros las bajas y las altas como si fuera una contabilidad mercantil cualquiera. Una vez más, hubo que ir más allá de las “falsas concreciones” como llama Karel Kosic a los “datos duros” que fundan analogías y conclusiones ficticias.
Había que ir más allá y al fondo de la sociología que su maestro Lukacs buscara en Marx hasta descubrir la dialéctica histórica con dominio de la economía política y sus mil variantes complejas como fuente principal y método sin sujetos metafísicos como el Espíritu Hegeliano o los dadores de sentidos absolutos como la Libertad y la Justicia.
La vida cotidiana es punto crítico de la dialéctica con dominio de la clase en el poder concretado en movimientos constantes de réplica y confrontación. Construir el socialismo implica, por tanto, descubrir todo el tiempo la dialéctica contra las reducciones del “pensamiento único”, el sentimiento y la sensación únicas, no sólo con sus recursos no racionales del biopoder propuesto por Foucault y la memoria del cuerpo investigada por los psicólogos. Otras vías de conocimiento distintas del racionalismo cientificista son necesarias para dar lugar a la praxis estética y sus recursos sentimentales y sensoriales, los usos y costumbres aparentemente naturales, pero en realidad resultantes de imposiciones desapercibidas, por ejemplo, la violencia.
Porque no se nota y parece reducirlo a la voluntad de cada quien, el poder oculto en la vida cotidiana es fundamento de reproducción social de la moral impuesta por la clase dominante. Tal punto de partida dio lugar a la Escuela de Budapest donde, cosa rara, destacan dos mujeres: Hannah Arendt y la recién fallecida nonagenaria Agnes Heller. Su preceptor Georg Lukacs, descubrió con ellas, la concreción social de la crítica desarrollada en Historia y conciencia de clases con sus escritos de 1919 a 1922 que a Lenin le parecieron discutibles, comentario que bastó para declararlos idealistas y reformistas en lugar de asumir la puesta en crisis de la construcción de la conciencia de clase. Propiedad supuesta de los partidos comunistas que no estaba sujeta a discusión crítica, daba lugar a la descalificación de todo intento crítico calificado de indisciplina antipartido. No que Lenin lo dijera, sino sus cuidadores. Hubo que pasar de la abstracción filosófica sobre la enajenación y la historia como lucha de clases, a sus concreciones en la vida cotidiana y a la violencia, esa calamidad imposible de reducir a la esencia humana por los avatares de las guerras, la represión, el terrorismo de Estado como supuesto detentador exclusivo de la violencia como recurso supremo de poder transformado en ejercicio policiaco cotidiano de las llamadas “fuerzas del orden”. Superar el romanticismo literario y su conmovedor voluntarismo, guió a Lukacs para compartirlo en su breve e importante texto Mi camino hacia Marx. Ejercer la dialéctica exige la crítica de las complejidades sociales para descubrir sus dominios y no quedarse, como típico profesor de filosofía, en el “mariposeo de las ideas”, descrito por Sartre en la Crítica de la razón dialéctica (1960).
La Escuela de Budapest y la de Frankfurt procuraron desarrollar la concreción del marxismo y del leninismo con la crítica a las ideologías del poder, del Estado, de la sociedad civil, de la militancia partidaria poco tratada ante el peligro de ser condenado a la descalificación política partidaria.
La memoria como dialéctica entre la historia y las situaciones de vulnerabilidad extrema y sus contrastes con la indiferencia cotidiana, es un recurso de alerta opuesto a la fatalidad, a las soluciones represivas de Estado y a la sociedad civil organizada y en realidad politizada para imponer criterios de exterminio y contención que contradicen la democracia, salvo cuando son movilizaciones masivas y efímeras a la postre. Son las organizaciones de autodefensa donde está el embrión de la democracia como gestión autogestiva y riesgo, esto es, con plena conciencia del ejercicio del uso de las armas contra el crimen organizado por siglos de complicidades entre los poderes de caciques traficantes de todo lo existente: cuerpos, naturaleza, aparatos de Estado, creencias, sentimientos, sensaciones, dispositivos morales en la educación, todo lo cual no se resuelve con reflexiones abstractas sobre la enajenación y la subsunción real.
Al celebrarse el sexagésimo aniversario de la muerte de Narciso Bassols, es necesario celebrar su intento de educación sexual y de educación socialista en los treintas cardenistas, su impulso a la construcción de escuelas integrales y acordes con la corporeidad de niños y jóvenes con la ergonometría practicada por Juan O’Gorman y Carlos Leduc, miembros de Arquitectos Socialistas, por ejemplo. El auditorio actual de la Facultad de Economía de la UNAM lleva su nombre en homenaje a su participación en su fundación. Todo gracias a la tradición misionera, distinta al espiritualismo vasconceliano, propia de los normalistas rurales incluyendo a los dirigentes magisteriales explicados en reciente coloquio en el Instituto Mora. Agnes Heller acompaña todo esto aunque se la ignoren.
22 julio 2019
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