Alejandro Nadal
U
na distancia de 180 kilómetros separa las localidades de Sharpeville y Marikana en la provincia de Gauteng, Sudáfrica. Por la carretera N1 el recorrido toma menos de dos horas. Pero por un trágico paralelismo, la distancia histórica entre ambos lugares es mucho más corta. Ambos sitios han sido escenarios de terribles masacres en contra de una clase trabajadora que sólo aspiraba a mejorar sus condiciones de vida luchando por medios no violentos.
La mañana del 21 de marzo 1960 una manifestación pacífica en contra de la ley de pases llegó hasta el centro de Sharpeville. Esa legislación imponía rígidos controles sobre el desplazamiento de la población negra en todo el país. Esa norma era una pieza importante en la política de segregación racial que desde 1948 buscaba consolidar el dominio de la minoría blanca. Los pases oficiales muy rápidamente se convirtieron en rutina odiosa para la población negra. A lo largo de la década de los años 1950 el Congreso Nacional Africano (CNA) organizó movilizaciones pacíficas para luchar contra el sistema de pases, así como el régimen de localización forzosa de la población negra en los townships, que no eran otra cosa que tugurios en los que el hacinamiento y la miseria convivían con la represión como hermanos gemelos.
Ese día la policía abrió fuego contra los manifestantes y cuando cesaron los disparos 69 personas yacían muertas, incluyendo mujeres y niños. Otras 180 habían sido heridas por las balas. Para tratar de controlar la indignación que siguió la matanza, el gobierno impuso el estado de sitio e intensificó la represión, proscribió el CNA (que pasó a la clandestinidad) y en unos cuantos días arrestó a más de 11 mil personas. El nombre de Sharpeville recorrió el mundo, atrayendo la atención sobre el oprobioso régimen del apartheid y la lucha de la mayoría negra.
En los años que siguieron a la masacre, la lucha contra el apartheidse recrudeció. Y en el plano internacional, a pesar de que Pretoria tenía como aliados a Inglaterra y Estados Unidos, el aislamiento del gobierno sudafricano se convirtió en pesadilla para la minoría blanca. En el frente interno, el CNA siguió proclamando la nacionalización de minas y fábricas, así como una profunda reforma agraria, como estrategia para dar el control de la economía a la mayoría negra.
La lucha culminó en 1990. Ese año el gobierno de Sudáfrica legalizó las actividades de los partidos políticos que se habían opuesto al apartheid y comenzó a negociar el final del régimen que había institucionalizado la segregación racial. En las elecciones de 1994, el CNA (en coalición con la Confederación de Sindicatos y con el Partido Comunista Sudafricano) obtuvo más de 62 por ciento de votos.
La adopción de posiciones cercanas a los postulados del neoliberalismo comenzó desde la transición y se consolidó al aprobarse la nueva Constitución en 1994. Desde entonces cada gobierno contribuyó a colocar candados legales e institucionales sobre la economía del país, con el fin de hacer más difícil modificar el entramado de la política económica neoliberal. Al final del mandato de Nelson Mandela, primer presidente democráticamente electo en Sudáfrica, el neoliberalismo ya se había convertido en la estrategia económica de la nueva república. Sus sucesores (Thabo Mbeki, Jacob Zuma y Cyril Ramaphosa) continuaron profundizando el proceso. Zuma y Ramaphosa han estado involucrados en graves escándalos y acusaciones de corrupción.
Aquí es donde Marikana entra en la historia. En esa localidad se encuentra la mina de platino del consorcio británico Lonmin, ubicada en la faja de Bushveld, que contiene las reservas más importantes de ese metal en el mundo. En esa socavón más de 3 mil mineros iniciaron una huelga por mejores salarios el 10 de agosto de 2012. Cuatro días más tarde un contingente de la policía abrió fuego contra los trabajadores, matando a 36 e hiriendo a 78. Ese fue el peor acto represivo desde que terminó el régimen del apartheid.
Posteriormente una comisión de investigación encontró que la mayoría de los muertos había recibido disparos por la espalda. La misma comisión reveló que al iniciarse la huelga en Marikana, la empresa Lonmin había solicitado la intervención de Ramaphosa para tratar de controlar a los mineros. Era un paso natural, pues ese personaje había pertenecido al consejo de administración de esa y otras empresas. Cabe recordar que uno de los instrumentos preferidos de cooptación consistió en invitar a los altos cuadros del CNA a formar parte del consejo de algún grupo corporativo.
La gran diferencia entre Sharpeville y Marikana es que en el segundo caso fue el mismo gobierno del CNA el responsable de la masacre. Eso permitió a muchos hacer la conexión entre la desigualdad y pobreza que hoy imperan en Sudáfrica, la herencia del apartheid y la brutal explotación a la que hoy está sujeta buena parte de la población. En Marikana, Sudáfrica descubrió que detrás del apartheid siempre había estado la lucha de clases.
Twitter: @anadaloficial
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