EL DELFÍN
Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.
jueves, 13 de julio de 2017
Entornos del g20
Entornos del G20
Jorge Eduardo Navarrete
C
omo tantas veces en años pasados, pero quizá de manera más acusada en éste, la atención y la preocupación suscitadas por la cumbre del G20 en Hamburgo se concentraron en sus diversos entornos más que en la reunión misma, sus debates y resultados. Tal como éstos se expresan en el comunicado de los líderes y los anexos, no se distinguen mucho de los surgidos de anteriores reuniones, pero se advierten matices que vale la pena considerar.
Como se ha señalado en forma reiterada, el G20 carecía de la experiencia de manejar disensos tan manifiestos como los provocados por la actuación de Trump en el fondo y en la forma: al ceder su lugar a su hija en la mesa de los líderes durante un debate formal, mostró despreocupación o ignorancia de reglas protocolarias básicas de cuya observancia depende el ambiente de civilidad de los debates; al negarse a suscribir formulaciones de consenso sobre asuntos en los que desea mantener un punto de vista propio, quizá contribuyó a que en el futuro sea más difícil acudir al recurso, usado y abusado por el G20, de esconder las diferencias tras lenguaje aceptado en anteriores debates o formulaciones inanes. ¿Estamos ante una inesperada contribución de Trump a deliberaciones más directas, menos artificial o forzadamente convergentes en el G20 y otros foros multilaterales? En balance, la actuación del presidente dejó un mal sabor de boca. Algunos comentarios de prensa subrayaron que el G20 ha aprendido a sacarle la vuelta a Trump. Larry Summers afirmó en el Financial Times que una empresa habría reemplazado a un ejecutivo de conducta tan errática como la del presidente, de inmediato y sin mayor ceremonia.
Los párrafos del comunicado dedicados a la situación y perspectiva de la economía mundial parecen, en balance, los más optimistas del actual decenio. Las 10 líneas destinadas a una economía mundial que prospera insisten en la continuidad, más que en la rectificación o cambio de rumbo. Se ofrece mantener y llevar adelante las orientaciones básicas de las actuales políticas: monetaria, en apoyo de la actividad económica y garantía de la estabilidad de precios; fiscal, de manera flexible, para alentar el crecimiento y asegurar la sostenibilidad de la deuda, y estructural, para elevar la productividad y fortalecer la resiliencia del sistema financiero, entre otros objetivos. Esta visión optimista parece apoyarse en el análisis de coyuntura de la consultora Fulcrum Asset que constata (a partir de mediados de 2016 y tras descontar el aberrante comportamiento de Estados Unidos en enero-marzo) una continuada expansión global fuerte y coordinada, sin señales significativas de cambio de tendencia, sobre todo en las economías avanzadas. En este primer trimestre, la tasa media anual de crecimiento de las ocho economías avanzadas del G20 fue de sólo 1.7 pot ciento (dentro de un rango 1.1 a 2.5 por ciento) y la tasa media de desocupación se situó en 6.1 por ciento. ¿Puede en realidad hablarse de una expansión fuerte y coordinada? El comunicado alude en tiempo pasado a la crisis económica y financiera global de hace unos 10 años, cuando muchas de sus secuelas están todavía presentes. Las políticas que se ofrece continuar han producido resultados muy alejados de los que una y otra vez se proclaman. Esta complacencia permite entender mejor que lo que se ha enraizado en estos 10 años es una nueva normalidad de crecimiento lento, desempleo persistente y salarios estancados o en abierto deterioro real.
La atención de los medios se concentró en la excepción estadunidense en materia de cambio climático. La denuncia de Estados Unidos del Acuerdo de París era bien conocida, pero algunos líderes –Emmanuel Macron entre ellos– llegaron a Hamburgo con la esperanza de convencer a Trump de la conveniencia de rectificar. Éste desechó la opción de manera tajante. Para obtener un documento de consenso, se acudió a conceder a EU el beneficio de la duda en cuanto a una forma sui géneris de reducir las emisiones y una supuesta intención de ayudar a terceros países a usar los combustibles fósiles de manera más limpia y eficiente. Las otras 18 naciones y la Unión Europea proclamaron la irreversibilidad del Acuerdo de París y reiteraron su disposición a cumplir sus compromisos, en especial la movilización de recursos financieros para apoyar las acciones de mitigación y adaptación de los países en desarrollo. El retiro de EU fue asumido por el G20 con relativa tranquilidad en gran parte porque la reacción inicial de otros países, más que tomarlo como pretexto para reducir sus contribuciones nacionales, lo han visto como desafío para esforzarse más y avanzar con mayor rapidez. A la irresponsabilidad de Trump se ha respondido, al menos en un primer momento, con más compromiso y responsabilidad. Algo similar puede decirse de la reacción de numerosos gobiernos de Estados y zonas urbano-industriales de la Unión Americana. El esfuerzo de éstas, sin embargo, puede verse frenado por la ausencia de recursos federales para acciones climáticas y por el desmantelamiento del aparato regulatorio federal para la transición energética. El retiro estadunidense no ha sido catastrófico, pero sí abiertamente negativo, para EU y para el resto del mundo.
Los anteriores comunicados del G20 en materia de comercio internacional incluían condenas genéricas, no calificadas del proteccionismo. Ahora, el lenguaje de consenso fue matizado, al reconocer la importancia de los instrumentos legítimos de defensa comercial y la conveniencia de entender mejor los impactos del comercio sobre la actividad económica, el empleo, las condiciones laborales y los mercados de trabajo. Se advierte que el G20 discutirá el año próximo un informe ad hoc sobre estos efectos. En buen número de economías emergentes, sobre todo en el Pacífico asiático, las políticas y prácticas de defensa comercial legítima –que abarcan acciones en materia de regulación de la inversión extranjera y las corporaciones trasnacionales– nunca han sido abandonadas, sino que se han fortalecido y modernizado. Si fueron necesarios los exabruptos de Trump para que el G20 alterase su visión acrítica de un comercio internacional ultraliberalizado, quizá algo deba agradecérsele. Ojalá el estudio encargado por el G20 a los organismos económicos y financieros multilaterales contribuya a definir cuál es el rol –sin duda temporal, acotado y monitoreado– de la protección en el crecimiento económico y el empleo, para la economía y el comercio mundiales del siglo XXI.
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