Hugo Gutiérrez Vega y la política
Luis Hernández Navarro
H
ugo Gutiérrez Vega tenía apenas 17 años cuando ingresó al Partido Acción Nacional en 1951. La suya fue una opción política más o menos inevitable. Nacido en Guadalajara, Jalisco, creció en Lagos de Moreno, en el seno de una familia de fuertes lazos cristeros, que perdieron sus mejores tierras por culpa de la Revolución.
Su carrera en el panismo fue exitosa. Muy pronto se convirtió en su dirigente juvenil. Tribuno brillante (en 1955 ganó un concurso de oratoria), participó en las campañas presidenciales de Efraín González Luna en 1952 y de Luis H. Álvarez en 1958. Sin embargo, cuando intentó transformar al partido y acercarlo a la democracia cristiana de América Latina, que viraba hacia la izquierda, cayó en desgracia.
En 1963, el blanquiazul, presidido por Adolfo Christlieb Ibarrola, lo expulsó de sus filas
por venderse a la revolución cubanay ser comunista. A finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, Hugo y varios de sus compañeros habían cometido el grave pecado de solidarizarse con el movimiento ferrocarrilero encabezado por Demetrio Vallejo. De hecho, Gutiérrez Vega fue encarcelado, primero durante tres días y luego por otros 15, por apoyar a los rieleros.
Para no ser menos que su partido, en 1967, al salir de una representación teatral en San Juan del Río, Querétaro, Diego Fernández de Cevallos y sus hermanos lo interceptaron y le apuntaron con una escopeta, mientras Fernández de Cevallos lo agarraba a latigazos. El abogado le dijo
perroy
comunista, y lo acusó de haberse burlado de su padre al llamarlo porfirista y reaccionario.
No fueron estos los únicos casos de persecución en su contra por parte de la derecha más rancia. Siendo rector de la Universidad de Querétaro, los cristeros le cobraron la factura de no permitir que ésta se convirtiera en una institución religiosa. El pretexto fue la recuperación para la universidad de un patio que el cura de la parroquia de Santiago había usufructuado para su beneficio personal. Alebrestados por el sacerdote y al grito de
¡Arriba Cristo Rey, abajo los comunistas!, los fieles forzaron su caída al frente del centro de educación superior y prácticamente lo obligaron a poner pies en polvorosa.
A pesar del dolor de las ofensas sufridas, Hugo, que siempre fue un extraordinario conversador, contaba esas historias con un extraordinario sentido del humor, sin dramatismo. Así se las gastaba. Retomando al filósofo Herbert Marcuse, recomendaba:
Las cosas graves se dicen en voz baja y sin adjetivos.
Personaje de novela, protagonista de mil y una aventuras, Gutiérrez Vega siguió incursionando en política a lo largo de su vida, sin ser nunca un profesional de esta actividad. Intelectual crítico, para él la buena política pertenece a lo mejor de la vida cultural, y la cultura es, sobre todas las cosas, un diálogo humano.
Consciente de que la política puede tener en sí misma el germen del mal por su inclinación a prescindir de la ética, veía en Mahatma Gandhi, Salvador Allende y Nelson Mandela figuras que la dignificaban. El chileno fue, desde comienzos de la década de los setenta, su fuente de inspiración y guía de acción política.
En el seminario El pensamiento vivo de Allende: actualidad y perspectivas, organizado por la Universidad Complutense y La Jornada en El Escorial en 2008, Hugo hizo una sentida y amena narración sobre las repercusiones del ex presidente chileno en la cultura de Latinoamérica de su época, pero también de la actualidad, ya que –sostuvo– su germen ideológico y humano permanece intacto en buena parte del continente.
También narró allí su papel en el Comité de Solidaridad con Chile, del que fue director tres meses antes del golpe de Estado. Entró allí por convicción política, porque le parecía que era el camino para América Latina. Y, ante las criticas a ese proyecto, respondió una y otra vez:
puede ser que lo maten. Puede ser que fracase la vía chilena al socialismo. Pero ese es el camino. Los caminos son accidentados, no están pavimentados, pero eso no le quita al camino su carácter de único y posible para Latinoamérica.
Según Gutiérrez Vega, el actual ciclo de gobiernos progresistas y la integración regional en América Latina ha continuado la senda trazada por Salvador Allende. En una entrevista que le hizo el periodista chileno Mario Casasús en abril de 2012, dijo:
El presidente Hugo Chávez ha ganado los plebiscitos democráticamente; Luis Ignacio Lula y Dilma Rousseff refrendaron la vigencia de la izquierda en Brasil; Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia representan el socialismo del siglo XXI. Estoy hablando de los discípulos de Salvador Allende; la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América sigue el camino de las reformas dentro de la legalidad. Aunque se piense ingenuo o candoroso ese camino, es el único posible.
Para Hugo, esa es también la ruta que en México ha seguido Andrés Manuel López Obrador y Morena. Él encontró en la obra y el quehacer del tabasqueño terreno para una esperanza basada en
la sociedad civil, en el pueblo de este país humillado y ofendido, pero capaz, como nos lo dice la historia, de levantar la cabeza y de hacer los movimientos necesarios para recuperar la dignidad, enmendar el camino y escribir su propia historia sin que la mafia pergeñe el guión y lo difunda a través de los medios, especialmente los electrónicos. Su identificación con este proyecto fue tal, que Gutiérrez Vega dio el nombre a Morena.
Hoy que la Huesuda sigue en sus afanes por llevarse a nuestros mejores poetas e intelectuales, vale la pena recordar a Hugo Gutiérrez Vega con el fragmento de un poema suyo que dice:
Caen las obras del hombre, / la muerte borra todas sus presencias, / pero mientras un vivo / piense en los antes vivos, / en los que construyeron esta ciudad caída, / por un momento la muerte no será, / y en esa compasión iluminada / hay la inmortalidad que es engañosa / y a la vez verdadera.
A Hugo, el poeta viajero que hacía sentir hasta a la gente más humilde que había la confianza para hablarle siempre de tú, lo seguiremos pensando.
Twitter: @lhan55
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