Raúl Castro en la ONU
Carlos Fazio
E
sta semana, la Asamblea General de Naciones Unidas será escenario de una inédita confrontación político-diplomática entre Estados Unidos y Cuba tras el restablecimiento de relaciones y la reapertura de embajadas. Es previsible que la presencia del presidente Raúl Castro en la sede de la ONU sirva para reforzar la posición cubana en el histórico diferendo de más de medio siglo con 10 sucesivas administraciones de la Casa Blanca, de Dwight Einsenhower a George W. Bush.
Tras 18 meses de negociaciones secretas con mediación vaticana, el proceso de restablecimiento de relaciones anunciado el 17 de diciembre pasado fue resultado de la posición firme y constructiva de la dirección histórica de la revolución cubana, que con inteligencia y total sentido práctico mantuvo una trayectoria consecuente y apegada a sus principios anticapitalistas, antimperialistas y de solidaridad internacional con sus aliados y las causas justas.
Pero fue resultado, también, de la perseverancia de una nación y su pueblo, que obligaron al agresor a cambiar su política y reconocer el fracaso de una diplomacia de guerra que incluyó una invasión militar mercenaria en abril de 1961; la amenaza de una destrucción nuclear cuando la crisis de los misiles en 1962; el financiamiento de una oposición artificial interna en la isla para conseguir un cambio de régimen; la guerra mediática desde el éter vía la transmisión de programas de radio y televisión ilegales y subversivos con fines diversionistas y de desestabilización social (Radio Swan, la Voz de Estados Unidos, Radio y Televisión Martí); la guerra sicológica encubierta del Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA; la guerra electrónica comunicacional con programas como el ZunZuneo y el Piramideo, y un criminal bloqueo económico, comercial y financiero, con sanciones a compañías de terceros países en violación del derecho internacional y el principio de igualdad soberana de los estados consagrado en la Carta de la ONU, mismo que ha sido condenado incluso por el diario The New York Times.
No obstante, en la actual fase de normalización quedan muchos puntos por resolver. El principal es el bloqueo impuesto por el presidente John F. Kennedy en 1962 para derrocar al gobierno de Fidel Castro, una estrategia hostil, unilateral y extraterritorial que ha asfixiado al pueblo cubano por más de cinco décadas y que recrudeció tras el anuncio de reanudación de relaciones en diciembre. Como señaló el canciller cubano, Bruno Rodríguez, el 16 de septiembre, si bien es encomiable la decisión de Barack Obama de involucrarse en un debate con el Congreso para levantar el bloqueo, y es cierto que han entrado en vigor algunas enmiendas a las regulaciones de los departamentos del Tesoro y Comercio, éstas han sido muy limitadas y el presidente de EU no ha hecho uso de las facultades ejecutivas que posee.
Hasta el presente no se permite a Cuba importar ni exportar productos y servicios hacia o desde Estados Unidos; no puede utilizar el dólar estadunidense en las transacciones comerciales internacionales ni tener cuentas en esa moneda en bancos de terceros países, y tampoco se le permite acceder a créditos bancarios en EU, de sus filiales en otros países y de las instituciones financieras internacionales. Asimismo, está prohibida la entrada de aviones y barcos cubanos a territorio estadunidense.
También ha permanecido inalterada la política de sanciones y multas millonarias contra bancos y entidades que realizan transacciones económico-financieras con la isla. A modo de ejemplo, el 25 de marzo de 2015 la Oficina para el Control de los Activos Extranjeros (OFAC, por sus siglas en inglés) impuso una multa de más de 7.5 millones de dólares a la compañía estadunidense PayPal, porque entre diciembre de 2010 y septiembre de 2013 procesó 98 transacciones que involucraban bienes de origen cubano o de interés nacional cubano, por un valor de… ¡19 mil 344 dólares!
El bloqueo, que durante 23 oportunidades consecutivas ha sido reconocido como una política extraterritorial absurda de EU, además de ilegal y moralmente insostenible, será sometido a una nueva votación en la ONU el próximo 27 de octubre. Las demandas cubanas incluyen la devolución del territorio de la base naval de Guantánamo, que abarca 117.8 kilómetros cuadrados (de tierra firme, agua y pantanos) ocupada ilegalmente por EU desde 1902, y que el gobierno de la isla reclama con fundamento en el artículo 52 de la Convención de Viena de 1969, que declara abolido todo tratado existente si se ha usado la fuerza o la intervención militar.
Es decir, pese a la decisión de Obama de cambiar, persisten los mismos objetivos de la anacrónica estrategia de EU contra Cuba anclada en la guerra fría, una política cruel, inhumana y violadora de los derechos humanos que echa mano hoy de otras formas sutiles de penetración política-ideológica como el
poder blando(soft power) y el método del diálogo y la
seducción. Mientras EU mantenga los proyectos subversivos e injerencistas para alimentar a una oposición interna que por años vivió de la industria de la contrarrevolución, o recurra a la guerra electrónica con la intención de generar descontento social juvenil y la desestabilización del país, no quedará atrás la desconfianza ni se alcanzará la buscada normalización de las relaciones.
La vocación pacifista de Cuba y el apego a los principios de no injerencia, autodeterminación y soberanía de los pueblos y solución pacífica de las controversias, que la dirigencia cubana potenció en el seno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), ha quedado refrendada con el papel de Raúl Castro en el estrechón de manos entre el presidente colombiano Juan Manuel Santos y el comandante de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, en La Habana.
Cuba habla con hechos. Queda ver si lo de Obama es un mero ajuste táctico o un cambio estratégico. Si ha decidido renunciar a destruir la revolución cubana o si la nueva política es la continuación de la guerra por otros medios.
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