l artículo de Abel Barrera titulado Con las alas rotas
me causó enorme impacto, no sólo por la violencia que describía: la
descarnada pobreza, la sórdida realidad cotidiana de esas comunidades
que sobreviven a como dé lugar. Lo que más me impactó es que no omitió
ni encubrió el contradictorio hecho de que esto sucedía bajo el manto de
los usos y costumbres
y de que fue la policía comunitaria
la que encarceló a Angélica, la niña vendida, violada, esclavizada.
Para Abel, que ha dedicado su vida a la defensa de las víctimas, de
manera excepcional y constante, esto debe haber significado un
indescriptible reto: mirarse al espejo y no ocultar la verdad por
dolorosa que sea: entendiendo la verdad como uno de los caminos que, con
rigor, podrán llevar a la transformación. Así lo analiza en entrevista
posterior con Hermann Bellinghausen.
Los universitarios deberíamos de hacer el mismo ejercicio de mirarnos al espejo y analizarnos con rigor. La defensa a ultranza y melancólica de nuestra alma mater nos lleva a validar lo que han hecho los burócratas modernizadores que han depredado y enturbiado nuestro quehacer, el de comunidades de estudiantes, maestros y administrativos, que hemos dado numerosas luchas por cambiar la esencia de la universidad pública.
Para mirarnos al espejo, hay que hacer memoria y no obviar las
verdades. Claro, muchas de las historias empiezan por 1968, pero, hay
que decirlo, Barros Sierra fue una gran excepción. Si empezamos por los
70, hay que inevitablemente recordar la salida confusa y contradictoria
de González Casanova y la consecuente entrada de Soberón, quien
suspendió la construcción del mejor proyecto del momento: los colegios
de Ciencias y Humanidades. Enfrentó con mano de hierro los intentos
sindicales del momento y desbarató la posibilidad de constituir un
sindicato único, impuso las AAPAUNAM que hasta hoy nos representan
y formó la cofradía que pondría a los rectores. ¿Acaso hay procesos
democráticos en las universidades?, ¿podemos olvidar incontables luchas
sindicales?, ¿la represión constante de autoridades?, ¿las complicidades
que llevan a la estafa maestra, entre otras corruptelas?
Para mirarnos al espejo hay que revisitar nuestros embates
académicos. Desde los 80 empezó la batalla de las ideas: el cambio de
planes y programas se estableció como requisito sine qua non de
la anhelada calidad. En mi facultad, Filosofía y Letras, el debate fue
intenso y al final, en todas las licenciaturas se impuso la visión posmoderna
y se eliminó todo referente al marxismo, teoría milenarista, esquemática y dogmática
que producía aberrantes profesionales. Recuerdo a Norma de los Ríos
decir: ¿entonces debemos eliminar a Platón y Aristóteles por premodernos
?
En algunas materias se toleró a Gramsci, pero también caducó la
pedagogía crítica. Las corrientes y expresiones del marxismo
sobrevivieron en espacios limitados amparados por la libertad de
cátedra: era casi heroico sostener la materia de subdesarrollo y
dependencia, que finalmente se eliminó por no ser necesaria
, como
si el neoliberalismo no abriera una depredación-dependencia salvaje.
Los estudios latinoamericanos y la sociología fueron sometidos a feroz
embate, y configuramos la Asociación de Escuelas de Sociología. Vi
también cómo 100 alegres estudiantes y profes de la Facultad de Economía quemaron los cuadernos y fotocopias de los seminarios de El capital, que habían logrado eliminar. Volvían Hayek y Mises triunfadores.
Para mirarnos al espejo hay que ver a los estudiantes, los únicos que
hacen las huelgas. Sin tocar al ineficiente Congreso Universitario;
empiezo con la valiente huelga de tres meses de los chavos del CCH en
1995, resistieron el embate modernizador
muy abandonados, pocos
maestros apoyaron con presencia cotidiana. El objetivo: cercar los CCH,
la afluencia masiva de jóvenes, los programas de formación diferentes a
la escuela tradicional, revertirlos y domesticarlos. Esa huelga anunció
la de 99. Tan compleja y tan difícil, reducida por la fuerza bruta. Hoy
algunos recuperan su sentido; sin embargo, en aquellos días pocos
maestros apoyaron abiertamente. En Filos fue un triunfo impedir la publicación de pronunciamientos en contra, nos reuníamos 20 o 30 profes, otros andaban en el voto útil
para Fox. ¿Y las huelgas de ahora?, ¿las feministas, sin respuestas
reales y agredidas violentamente a su paso por Ingeniería y Derecho?
¿Cuántos profes y facultades apoyaron realmente las demandas de
los maestros de hora-semana-mes? Cuánto burocratismo en las autoridades
en cada caso, cuántas luchas enclaustradas entre la represión, la
corrupción y la ineficiencia de las burocracias.
Para mirarnos al espejo, hay que mirar las meritocracias formadas en las evaluaciones cuantitativas, mercantilizadas, las simulaciones y la lucha por acumular puntos y constancias. Los sistemas de certificación. La seudocalidad y excelencia pragmática, competitiva y eficientista. La verdadera defensa de nuestras universidades está en construir alternativas, dar sentido a nuestra autonomía y luchar por transformar nosotros nuestras universidades.
*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee
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