Lo que el Perú enseña a la izquierda
Pueblos indígenas y campesinos, ronderos, acostumbrados a merodear por sus comunidades para garantizar la seguridad de sus vecinos, convergieron en Lima para monitorear y garantizar el resultado de las elecciones, la propia democracia.
- opinión
El contexto internacional de la tercera década del siglo ha estado marcado por el grave declive de la convivencia democrática, en sí misma, innatamente débil y selectiva. Este declive tiene dos caras. Por un lado, el predominio agresivo de las fuerzas políticas de derecha más conservadoras. En el continente latinoamericano, esta agresividad se manifiesta en la renovada presencia de la extrema derecha que se afirma de múltiples formas: el discurso del odio racial y sexual en las redes sociales, que en ocasiones se aloja con impunidad en el discurso político oficial (el más nefasto legado de Donald Trump); la inculcación ideológica de peligros imaginados (comunismo, extremismo o el chip insertado en las vacunas) o la negación de peligros reales (la gravedad de la pandemia); el uso de la narrativa del golpe antidemocrático para restaurar un orden supuestamente amenazado por una subversión inminente que, de hecho, es cuidadosamente planificado por quienes dicen ser la única opción para detenerlo; el resurgimiento de grupos armados ilegales actuando con la complicidad del Estado.
La otra cara del declive democrático reside en la desorientación de las fuerzas políticas de izquierda. Esto también se manifiesta de múltiples formas: desarmando la pérdida de contacto con las necesidades, aspiraciones y narrativas de indignación de las clases populares cuyos intereses pretenden defender; concentración exclusiva en estrategias electorales a corto plazo cuando es cada vez más incierto si las elecciones se llevarán a cabo o si serán libres y justas; el surgimiento del nuevo sectarismo y dogmatismo, ya sea en nombre de la prioridad del desarrollo extractivo, o en nombre de la prioridad de las agendas de identidad racial o sexual. De este sectarismo surge la incapacidad de identificar lo que, a pesar de todo,
La convergencia tóxica de estos dos lados del declive democrático está haciendo que las poblaciones vulnerables por el capitalismo cada vez más salvaje, el colonialismo eterno y el patriarcado no menos eterno busquen uno de los tres caminos según los contextos: sucumbir a la desesperación y renunciar por el camino del crimen o por la salvación en el otro mundo, acogiéndose mansamente como corderos a la protección de los lobos trascendentales del capital religioso; disturbios fuera de las instituciones, dando lugar a explosiones sociales que pueden incluir ocupaciones de áreas urbanas (India y Colombia), saqueos de tiendas y supermercados (Sudáfrica) o destrucción de estatuas de esclavistas y asesinos de perdedores de la historia (Sudáfrica, EE. UU., Colombia, y, más recientemente, Brasil); organizarse para garantizar la transformación del sistema político y social, utilizar procesos electorales para elegir candidatos que prometan tal transformación. Sólo este último camino garantiza el rescate de la convivencia democrática y por eso me centro en él, sin dejar de insistir, sin embargo, en que tiene lugar en el contexto en el que se están o podrían seguir otros caminos de forma paralela o secuencial.
El camino de la transformación política hoy tiene tres caras principales en el continente: el rescate mediante la elección de candidatos populares conocidos tras la cruel experiencia con gobiernos de derecha (México, con López Obrador, Argentina, con Alberto Fernández, Bolivia, con Luis Arce ); rescate mediante la transformación del sistema político mediante la convocatoria de asambleas constituyentes (Chile); rescate mediante la elección de candidatos hasta ahora desconocidos pero cuyo origen y trayectoria legitima el riesgo de un cheque político casi en blanco (Perú). Todos estos caminos ofrecen alguna esperanza (al menos, la de respirar un rato, que no es poca cosa en tiempos de pandemia y pandemónium, como diría Paulo Galo, a quien le expreso toda mi solidaridad) y todos conllevan riesgos.
El 28 de julio, Pedro Castillo asumió la presidencia de Perú. Hasta hace unos meses, era un desconocido político. Nacido en Tacabamba, a casi mil kilómetros de Lima, el centro político del Perú, campesino humilde, maestro de primaria, rondero, (las rondas campesinas patrullas son patrullas de defensa comunitaria elegidas por las comunidades campesinas y ahora legalmente reconocidas por el estado), líder sindical, Pedro Castillo concentra en sí mismo las características de poblaciones que siempre han sido excluidas económica, social y políticamente por razones de clase, racistas o sexistas. El proceso que culminó el 28 de julio es tan esclarecedor del declive democrático como de la posibilidad de que sea rescatado.
Veamos primero el declive. Las fuerzas de derecha hicieron todo lo posible para evitar la toma de posesión de Pedro Castillo. Invocaron fraude electoral, recurrieron a dilaciones procesales en instancias electorales, promovieron la demonización de Castillo en los medios de comunicación nacionales e internacionales (en los que participó el patético Vargas Llosa), movilizaron a las Fuerzas Armadas ya las iglesias para frenar la “subversión”. La situación se complicó porque Pedro Castillo había ganado las elecciones por un pequeño margen. Ahora está claro en las Américas (incluido Estados Unidos) que cualquiera que se proponga rescatar la normalidad democrática tiene que ganar por un amplio margen para no ser sometido al tormento de la sospecha manipulada de fraude electoral. López Obrador le había mostrado antes, a quien le habían robado varias elecciones antes de la que ganó por una diferencia de muchos millones de votos.
Esta vez, las fuerzas de la derecha no lograron sus objetivos porque se enfrentaron a un importante factor de rescate. Es que Castillo se identificó con los excluidos en la historia del Perú. Una de cada cuatro personas se identifica como miembro de uno de los muchos pueblos indígenas andinos y amazónicos que han sido víctimas de proyectos mineros y extractivos y a los que se han opuesto con riesgo de vida. Según datos oficiales, siempre viciados, entre 2001 y 2021 fueron asesinados 200 defensores de derechos humanos involucrados en la defensa de los territorios. No es de extrañar que Castillo obtuvo más del 70% de los votos en las provincias donde la población más sufre por los grandes proyectos mineros (Espinar, Chumbivilcas, Cotabambas, Celedín, Islay, Pasco, Ayabaca, Cañaris).
Ante el peligro de robo de su elección, miles de indígenas y campesinos , ronderos , acostumbrados a merodear por sus comunidades para garantizar la seguridad de sus vecinos, convergieron en Lima, provenientes del Perú profundo, esta vez para vigilar y garantizar la seguridad de algo. bueno, más etéreo, el resultado de las elecciones, la democracia misma. Por tanto, tampoco es de extrañar que, mientras en los gobiernos de los últimos veinte años los ministros habían nacido predominantemente en Lima --entre 62% en el gobierno de Martín Viscarra y 87% en el gobierno de Alejandro Toledo--, en el gobierno de Pedro Castillo ahora juramentado solo el 29% nacieron en Lima.
Este movimiento no sucedió por casualidad. Tenía antecedentes en el movimiento juvenil urbano que, en noviembre de 2020, se rebeló contra un gobierno ilegítimo y ocupó las calles de Lima en defensa de la democracia, dos de los cuales fueron asesinados. Fueron reprimidos violentamente y así se convirtieron en la nueva generación de héroes, los héroes del bicentenario. Esta conjunción anunció la posibilidad de nuevas alianzas intergeneracionales y entre ciudad y campo, alianza que, en este momento, parece tener nueva y particular importancia en otros países (por ejemplo, en la explosión social que vive Colombia actualmente).
Pero las dificultades en la elección de Pedro Castillo y en la composición de su gobierno también revelan la otra cara del declive democrático que mencioné anteriormente, la desorientación y fragmentación de las fuerzas de izquierda. Las alianzas necesarias revelaron la existencia de importantes fracturas entre la izquierda. Las fracturas son complejas y en ellas convergen las viejas rivalidades tácticas y estratégicas que siempre han dominado a la izquierda tradicional y las nuevas rivalidades sobre la naturaleza y prioridad de las nuevas luchas contra la discriminación racial y sexual. A diferencia de lo ocurrido en Ecuador, la división no parece tener tanto que ver con la prioridad de la lucha contra la extracción minera y la desigualdad social que provoca.
Esta división a veces fue oscurecida por acusaciones de extremismo que involucraban incluso el recuerdo de la subversión guerrillera (Sendero Luminoso), un peligro ahora definitivamente enterrado en el Perú, no se puede decir lo mismo de la subversión contrarrevolucionaria de extrema derecha, en la ominosa tradición del fujimorismo. Estas divisiones fueron evidentes en la constitución de la junta directiva del Congreso y el desastroso resultado podría resultar fatal para el gobierno de izquierda. También fueron evidentes en el proceso de constitución del gobierno, pero aquí se pudo ir más allá y prevaleció el sentido común. Por ahora al menos.
Nada de esto es seguro, salvo que las fuerzas de derecha y extrema derecha estarán atentas y no desaprovecharán ninguna de las oportunidades que les brinda este gobierno de izquierda para derrotar una propuesta de esperanza que ahora vuelve a iluminar el panorama. continente de Perú. En su discurso inaugural, el presidente Pedro Castillo utilizó la expresión quechua Kachkaniraqmique significa "sigo siendo". A pesar de todas las exclusiones y humillaciones del pasado, el pueblo humilde y trabajador del Perú, con la elección de Pedro Castillo, ha recuperado la esperanza de seguir siendo garante de la lucha por una sociedad más justa. Esta esperanza está muy elocuentemente presente en palabras de uno de los ministros más importantes del nuevo gobierno, Pedro Frankle, ministro de Economía: “Por un avance sostenido hacia el Buen Vivir, por la igualdad de oportunidades, sin distinción de género, identidad étnica u orientación sexual. . Por la Democracia y la Concertación Nacional, ¡lo juro! ”
- Boaventura de Sousa Santos tiene un doctorado en Sociología del Derecho de la Universidad de Yale y profesor emérito de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra. Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y Coordinador Científico del Observatorio Permanente de Justicia Portuguesa.
08/12/2021
https://outraspalavras.net/descolonizacoes/boaventura-o-que-o-peru-pode-ensinar-aesquerda/
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