as mentiras mediáticas de la propaganda occidental sobre la caída de Kabul y la retirada
de Estados Unidos de Afganistán, lejos de reflejar el desmoronamiento definitivo del imperio del caos podría
significar un reposicionamiento −con nuevos elementos de privatización
militar vía sofisticadas tecnologías, drones, bombarderos de largo
alcance, mercenarios y redes de espionaje− que obedece a una
reconfiguración geopolítica, donde la misión principal del Pentágono y
la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ya no será la guerra contra el terrorismo
,
sino tratar de aislar a Rusia, potencia energética regional, y acosar a
China por todos los medios en la expansión de las nuevas rutas de la
seda.
La guerra contra el terrorismo
de la administración Bush hijo
fue una falacia. Se ha documentado ampliamente que el pretexto para
librarla fue una fabricación. La invasión a Afganistán, en 2001, no fue
una respuesta al 11 de septiembre: ya estaba planificada desde julio
anterior. Y Osama Bin Laden y la red Al-Qaeda no eran una amenaza a los
anglosajones, sino su instrumento. Tampoco fue una intervención humanitaria
para restaurar la democracia, como lo acaba de reconfirmar el presidente de EU, Joe Biden.
Ahora, como entonces, los medios hegemónicos occidentales pretenden
ignorar el apoyo de la CIA y el Pentágono a las organizaciones
terroristas internacionales. Cuando en julio de 1979 triunfó la
insurrección sandinista en Nicaragua y en diciembre siguiente la Unión
Soviética intervino en la República Democrática de Afganistán invitada
por el gobierno socialista de Nur Muhammad Taraki, el presidente de EU,
Ronald Reagan, y el director de la CIA, George Bush padre, crearon,
armaron, entrenaron, abastecieron y cofinanciaron (junto con Arabia
Saudita) a los contras nicaragüenses y a los muyahidines afganos (poco después talibanes) y los llamaron freedom fighters (luchadores por la libertad
). El propio Bin Laden reconoció al New York Times,
que el complejo de Tora Bora, donde se escondían los miembros de
Al-Qaeda, había sido creado con ayuda de la CIA y funcionaba como una
base para los afganos y los voluntarios que venían de los países árabes y
musulmanes para luchar contra los soviéticos y el gobierno de la época,
donde eran entrenados por oficiales estadunidenses y paquistaníes.
Otra fuente de financiamiento de las acciones terroristas de la contra nicaragüense y los talibanes afganos era el tráfico de drogas. Durante la ocupación estadunidense, la superficie dedicada al cultivo de amapola (adormidera) en Afganistán se cuadruplicó y el opio se convirtió en la principal actividad económica del país. Y no es secreto que la heroína afgana sirvió para financiar las actividades encubiertas de la CIA.
La invasión militar a Afganistán por EU y sus socios de la OTAN
respondió a los intereses de los gigantes petroleros angloestadunidenses
(Unocal, Chevron, British Petroleum), aliados con los cinco grandes
fabricantes de armas: Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman,
Boeing y General Dynamics. Afganistán resulta estratégico, no sólo
porque bordea el corredor de la ruta de la seda
que une al
Cáucaso con la frontera occidental de China, sino porque se ubica en el
centro de cinco potencias nucleares: Rusia, China, Pakistán, India y
Kazajistán. El corredor euroasiático cuenta con reservas de petróleo y
gas natural similares a las del golfo Pérsico, lo que convierte a
Afganistán en un territorio clave para el cruce de las rutas de
transporte y oleoductos, y en puente terrestre lógico para los
oleoductos que van hacia el sur, desde la antigua república soviética de
Turkmenistán hasta el mar Arábigo, a través de Pakistán.
Como dijo en 1997 Graham Fuller, experto en política
de la CIA, quien controla ciertos tipos de ductos e inversiones
en la región euroasiática, tiene cierta fuerza geopolítica
aun cuando no tenga el control físico del petróleo. De allí que la
invasión fue para establecer un punto de apoyo esencial a través de una
red de bases militares en la intersección estratégica de Asia Central y
del Sur, complementado después con la ocupación de Irak. De entonces
datan, también, los nexos de las administraciones Clinton y Bush hijo
con las organizaciones islámicas fundamentalistas, que continuaron bajo
las de Obama, Trump y Biden.
Tras la salida de EU de Kabul, negociada en Doha por la
administración Tump y el Talibán en febrero de 2020, el gran juego
geopolítico, que incorpora como actores regionales a China y Rusia, se
reanuda. Moscú podría ayudar a Afganistán a reconstruir la
hidroeléctrica de Naghlu y cooperar en el tendido de gasoductos y la
construcción de instalaciones petroleras. A su vez, Pekín quiere
extender el corredor económico China-Pakistán, uno de los proyectos
insignia de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, a Afganistán. Y ofrece
a los talibanes proyectos de infraestructura, energía y minería, con
énfasis en la explotación de litio y de los minerales en tierras raras
,
esenciales para las nuevas tecnologías militares, computacionales y
espaciales. Según Thierry Meyssan, EU no perdió Afganistán, quiere que
esa zona siga siendo inestable. El objetivo de Washington es que las
empresas de cualquier país, China incluida, tengan que aceptar la
protección de EU para poder explotar las riquezas afganas.
El imperio del caos −como llamó hace 20 años Alain Joxe a EU− puede seguir creando conflictos en la sombra
y utilizar sus fuerzas especiales clandestinas, contratistas privados
(mercenarios) que reciben órdenes del Pentágono y de la CIA y grupos
terroristas de fundamentalistas islámicos, para destruir toda forma de
organización política en esa región. Incluso, podrá supervisar una
variedad de bombardeos a Afganistán desde su base Centcom en Qatar y
otras bases militares instaladas por Biden en países vecinos.
Como señaló el analista Pepe Escobar, la pérdida
de Afganistán
puede interpretarse como un reposicionamiento de EU. Se ajusta a la
nueva reconfiguración geopolítica donde las nuevas misiones de la CIA y
el Pentágono serán aislar a Rusia y acosar a China. Para ello necesita
un nuevo chivo expiatorio; un nuevo eje del mal. El eje es
Talibán-Pakistán-China.
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