El discreto encanto de los Boy Scouts
sta es la historia de una excepción. O de cómo el escultismo practicado por el movimiento scout (militarista, vertical, conservador, patriarcal y con frecuencia mojigato) pudo ser en ocasiones liberador, como para quien esto escribe. Hoy está en el candelero el escándalo mayúsculo de los Boy Scouts of America, la institución escultista más grande, poderosa y célebre del mundo. Ésta debió declararse en quiebra ante la exponencial acumulación de denuncias por abuso sexual cometido por centenares de jefes
y guías
contra miles de niños y jóvenes varones durante décadas. Penultimátum de este diario (11/12/20) resume bien el punto.
La imaginación contemporánea está mejor preparada para lidiar con estos temas; incluso está ávida, necesita tener de qué indignarse. Durante largo tiempo de esto no se hablaba, era impensable, y si algo salía de control, se le echaba tierra inmediatamente.
En México, los scouts fueron establecidos hacia 1931 por maristas y lasallistas con la venia del arzobispo primado. De origen fue, pues, un movimiento católico. Seguía una corriente pedagógica que ganaba influencia mundial. Fiel a sus orígenes, el escultismo mexicano siempre estuvo en manos de la derecha. Mucho antes de que fuera gobierno el Partido Acción Nacional, militantes y dirigentes suyos y de El Yunque venían de los scouts; llegaron a ser dirigentes nacionales en diversas ocasiones. Recuerdo una portada de Proceso en la que un gobernador panista de Morelos (el que subía a sus novias al helicóptero del amor
) viste uniforme y pantaloncitos. También destacan otras figuras fascistoides del panismo histórico. Hicieron de ello un adoctrinamiento y un negocio (produciendo equipo de campismo y administrando una vasta red de Manadas, Tropas y Clanes a escala nacional).
Se puede cargar la tinta en los defectos reaccionarios del escultismo nacional. Desde su origen colonialista en la Sudáfrica británica, cuando el barón Robert Baden Powell fue héroe de la guerra contra los boer, colonos de origen holandés que disputaban el territorio a finales del siglo XIX, ambos a espaldas de la esclavizada población originaria. Ya en 1896, Baden Powell había combatido con sangre y éxito la rebelión de los matabele, el primer intento independentista de Zimbabwe. En 1899 ideó un sistema de mensajería y espionaje compuesto por menores que iban y venían en medio de los feroces combates en el sitio de Mafeking, durante la guerra boer.
Basado en esas experiencias, a la orden de la corona británica creó el método de Escultismo para muchachos (1908), muy eficaz y, hay que reconocerlo, no exento de encanto. Inspirado en las dificultades de la vida silvestre, en las prácticas de los pueblos indígenas de Norteamérica (a los que sin duda hubiera combatido) y en las narraciones del gran Rudyard Kipling, otro colonialista de la hora, con sus manuales creó un método lúdico y disciplinario muy exitoso. Los lobatos (de seis a 12 años) jugaban a ser Mowgli, y todo el sistema giraba en torno a las historias y personajes del bellísimo Libro de la selva; los scouts propiamente dichos (de 13 a 17 años) de manera indirecta se basaban en las aventuras de Kim, un chico reclutado por el servicio secreto inglés en India. Los mayores de 18, el Clan, debían ganar su tótem
en una prueba de sobrevivencia inspirada en los ritos de paso pieles rojas y zulúes. Una buena ensalada.
No en balde interesó también a Hitler, quien plagió y adaptó el método para las juventudes hitlerianas, al principio con beneplácito de Baden Powell, antes de prohibir a los scouts por cobijar antinazis
. El gobierno estadunidense lo estableció como programa nacional, con rango altísimo, hasta formar parte del american way of life (ver Moonrise Kingdom de Wes Anderson, 2012); por ello su caída actual es tan estrepitosa. Los revolucionarios soviéticos crearían sus propios exploradores acorde con el pensamiento marxista. De ahí que prendieran tras las revoluciones anticoloniales en Cuba y Nicaragua, donde tales grupos infantiles y juveniles tuvieron una influencia creativa y solidaria. En la Ciudad de México, los comunistas establecieron su propia versión de niños exploradores. Alguno se haría guerrillero.
En el hilarante cuento Falta de espíritu scout
(La ley de Herodes, 1967), Jorge Ibargüengoitia recrea sus aventuras adolescentes con su cuate Manuel Felgúerez para acudir a un campamento mundial (Jamboree) en Francia, y pone en suficiente ridículo a los jefes y la mística scout. Como sea, miles de chamacos en nuestras ciudades vivieron la experiencia del mundo natural. En un tiempo aliados de los Caballeros de Colón, muchos scouts eran guadalupanos, lo que no quitaba la diversión y el aprendizaje de vida que proporciona vivir en la naturaleza, dormir en ella, rodar en lodo, subir montañas, rapelear barrancas, trepar árboles, levantar un campamento, cavar letrina, hacer fogata, avistar venados, navegar ríos innavegables. (Continuará.)
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