Debates
Una hipótesis estratégica alternativa al populismo
12/11/2019 | Daniel Albarracín
La irrupción de Podemos
Los proyectos políticos no pueden ser sólidos sin guardar un suelo material que los sustente, una teoría política, un marco estratégico, y una organización práctica que los lleve a cabo.
La irrupción de Podemos fue posible por varios factores. En primer lugar, un vacío político sin representación, causado por la indignación ante el deterioro de las condiciones de vida fruto de la crisis económica de 2008 y las políticas de austeridad, aplicadas con severidad desde 2010, que pusieron en entredicho las aspiraciones de movilidad social de una clase media amenazada, las débiles protecciones del mundo del trabajo y las políticas públicas, en favor del sistema financiero y la “casta política”. Es en ese contexto en el que, precedido del movimiento de las plazas que altera el imaginario de época, aparece esta formación política basándose en dos bases: una estrategia comunicativa que se abre paso en el espacio mediático, liderada por lo que Santiago Alba Rico llamó el “comando mediático”, y una base organizativa basada en los círculos.
Su primera dirección adopta una línea populista, y consigue imponer su política para construir una maquina electoral con el objetivo directo de alcanzar las instituciones y gobernar, una vez que una parte del movimiento 15-M no obtuvo grandes resultados políticos prácticos tras su vigorosa experiencia política de deliberación pública en las plazas y de movilización popular. La metamorfosis de la organización política fue rápida, y se liberó del lastre que, a juicio de la dirección, representaban los círculos y los grupos activistas organizados que pudieran cuestionar el liderazgo personal de Iglesias, a la hora de definir su estrategia orientada a recabar mayor electorado, aún a costa de la desmovilización y la moderación política.
En el periodo que apareció Podemos, dirigió la experiencia la teoría política del populismo, inspirada por la lectura errejonista de Ernesto Laclau, y cuya aplicación política ha estado también influida por la dirección de Pablo Iglesias. También recogía la tradición eurocomunista y algunas lecturas del operaismo italiano, que en la práctica se ha mostrado como una sección adusta del errejonismo, con variantes en la política de alianzas dentro del mismo esquema interpretativo.
Podríamos afirmar que, en realidad, en aquel contexto, cualquier fuerza antiestablishment habría tenido enormes probabilidades de éxito, y que, por tanto, los méritos de aquella irrupción ha de hacer balance de factores internos (una buena estrategia comunicativa, la metamorfosis de las plazas en círculos), pero sobre todo externos, que lo hicieron posible.
Caracterización de la teoría política populista
De manera sumaria, la teoría populista consiste en:
a) tratar de unificar el campo popular en torno a la construcción de un discurso que articule las demandas diferenciadas del mismo, sin más jerarquías que su expresión coyuntural (y cuyos analizadores preferidos fueron las encuestas, lo aparecido en los medios de comunicación, o “el sentido común publicado”);
b) Identificar y señalar al adversario (en una serie degradada que fue desde “los políticos y banqueros”, “la casta”, “la trama”, a los “políticos corruptos”…), para definir las fronteras del campo propio.
c) El objetivo sería alcanzar las instituciones públicas mediante victorias electorales, desde las cuales aplicar políticas de cambio. Para ello, habría que adaptarse al sentido común, o si acaso apoyarse en las expectativas frustradas del campo popular respecto a lo esperado por las “expectativas prometidas”, para ganar electorado, subordinando las iniciativas de los movimientos, que se mueven muchas veces disociados de las expectativas de las mayorías.
Los límites de la hipótesis populista
Esta hipótesis tuvo no pocos problemas y enormes costes. En primer lugar, no contaba con que cualquier estrategia de cambio requiere de una perspectiva de medio y largo plazo, y que sin una fuerte presencia material y sostenida de organizaciones civiles, sociales y laborales, resulta impracticable un cambio sustancial, en tanto que las instituciones tienen no sólo competencias limitadas, restricciones notables en el campo parlamentario, sino influencias externas de los poderes económicos privados determinantes, que necesitan una fuerte actividad contestataria para, por lo menos, plantear un contrapeso o conquistar avances.
Además, fue sucesivamente adaptada tácticamente en una lógica errática cortoplacista. En primer lugar, el esquema programático se subordinaba a la consecución de cargos públicos. Con ello, no sólo se redujeron los alcances de las medidas de cambio, sino que se explicó como una conquista los acuerdos presupuestarios con el PSOE, que ya contenían una adaptación al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE[1], y educaban en una perspectiva autolimitada. La delimitación del adversario se modificó, y con ello las potenciales alianzas. De los principales actores capitalistas, se pasó a combatir simplemente a los partidos del arco de la derecha, contemporizando con el PSOE y admitirle como posible fuerza de cambio, subordinando la acción política a su posible cooperación.
Por último, la concepción verticalista de la organización, sustrajo el debate, y desplazó a las corrientes que no profesaban el seguidismo al líder carismático. La organización partidaria se redujo a los consejos ciudadanos vivos y los cargos públicos, quedando con una vida interna reducida a consultas plebiscitarias digitales, con preguntas y respuestas precocinadas; sin olvidarnos de sistemas de primarias cada vez más mayoritarios, con reglas que limitaban el debate, y que consistían en plataformas de promoción y cooptación personal.
La aparición de un grupo burocrático, en torno a las instituciones y el partido fue uno de los principales puntos del conflicto material entre las dos corrientes mayoritarias, y sólo secundariamente las cuestiones políticas de carácter táctico. La incapacidad de gestionar la pluralidad interna se llevó a tal extremo que amplios segmentos de inscritos se volcaron con la opción populista, tecnocrática y verdisocial del errejonismo, y abrazaron la ruptura, con lo que es ya la formación de un nuevo partido que, si bien con teoría política, conduce a una adaptación al sistema de partidos clásico y al régimen del 78, si acaso en formato reformista.
Asimismo, cabe decir que el partido ha perdido fuelle por razones adicionales.
En relación a su política mediática, a pesar de la concentración en este capítulo, también se agotó su alcance y, sobre todo, la capacidad de marcar agenda. El inicial comando mediático, los programas televisivos, un buen grupo de portavoces ágiles bien situados en medios, y un amplio trabajo en redes sociales, quedaron extenuados en su capacidad de cambio. Los medios trituraron a los personajes creados, convirtiéndolos en muñecos, varios emplearon este capital para su autopromoción, y las redes sociales perdieron su vitalidad horizontal y su capacidad de extensión a una audiencia no cuarteada y atrapada en los algoritmos de las redes sociales.
La frescura y autonomía económica de la organización también se ha visto comprometida. A lo que fue una financiación basada en aportaciones voluntarias (crowdfunding) se pasó a un modelo basado en la dependencia de subvenciones y donaciones de cargos públicos y técnicos. Quizá con la excepción de los momentos electorales. La organización en tanto que partido, dejó de ser un gigante apoyado en círculos y una amplia legitimidad social, a constituir un partido donde cargos públicos y consejos ciudadanos mostraban una figura orgánica con una cabeza monstruosa y un cuerpo y piernas de barro.
Una tercera corriente, una hipótesis alternativa
Anticapitalistas siempre señaló como un acierto la estrategia comunicativa[2], la importancia de la presencia institucional, pero insistió en la necesidad de primar el marco de los movimientos y la construcción de una subjetividad antagonista organizada. Por eso fue siempre el tercer actor en Podemos y que, una vez se agota la posibilidad de expresar autónomamente sus ideas con unas reglas proporcionales que permitan hacerlo, plantea una nueva relación, con un partido que ya no representa el centro del “sistema solar del cambio”, sino simplemente “su planeta mayor” –y que parece abocado a una fusión fría quedando como Unidos Podemos-. Hubiera sido deseable que la gestión de la pluralidad y una unidad política hubiera tenido su lugar aquí, pero no fue así. Dado el cierre estructural de su dirección y la disolución de sus bases reales (no sólo las digitales), parece aconsejable plantear un cambio de vínculo, constructivo y cooperativo, pero también más autónomo, si las cosas se afianzan como están.
La cuestión ahora consiste en encontrar las mediaciones entre la percepción existente de las experiencias vividas, su contraste con los problemas objetivos, y la elaboración de organizaciones y prácticas y propuestas que encuentren proyectos para enfrentar los problemas de fondo, y que lo hagan de la mano de los sujetos reales. Para esto no hay atajos, sino un trabajo político paciente y organizado.
Sin establecer una acción decidida para acompañar a las clases trabajadoras y populares en sus conflictos, que son los nuestros, mediante el compromiso práctico solidario, siendo uno más, pero actuando de manera sistemática, llevando desde ellos la reflexión colectiva a las raíces de las cuestiones, contribuyendo organizar a las mayorías, no estaremos a la altura.
No se trata sólo de ensanchar el número de votos, ni de acumular argumentarios, sino de construir el movimiento sociopolítico colectivo que, desde el punto de partida del sentido común realmente existente, que piense por sí mismo y consiga dar forma práctica para superar los problemas reales en toda su complejidad y profundidad. En suma, no es tanto la comunicación, la representación o la razón, sino el tipo de relación que se guarda con el movimiento de lo social, síntoma de las contradicciones reales y de la propia elaboración de los sujetos concretos para abordar su propia historia. Un movimiento que hay que acompañar, fortalecer y al que dotar de propuestas y organización para construir un sentido común alternativo con iniciativas capaces de dar respuesta a los problemas reales.
En definitiva, resulta preciso construir una hipótesis estratégica alternativa para el polo transformador de las fuerzas del cambio. No habrá transformación sin teoría que lo conduzca ni organizaciones ni prácticas que lo lleven a cabo.
Esta teoría parte de la observación de que la sociedad contemporánea no solo está fracturada por sus contradicciones (medioambientales, económicas, sociales…) sino también que su modelo socioeconómico empuja a su polarización. Una polarización que no es automática, sino potencial, dada la autonomía de lo subjetivo. Se trata de sembrar las propuestas y prácticas para acabar con las raíces de nuestros problemas colectivos, porque, aunque materialmente sean necesarios su credibilidad se debe construir también.
Si se trata de construir un movimiento político organizado transformador ha de conjugarse una audiencia de masas, un proyecto estratégico y un programa político a la altura de los problemas que atraviesan a la sociedad. Esto supone dialogar con el sentido común popular, acompañar los conflictos vividos, reflexionar colectivamente, para, mirando de frente a los problemas, tratar de elaborar propuestas encaminadas a su solución. De nada servirá plantear medidas que no respondan a esos problemas, sería un error equivalente a no contar con el punto de partida de ese sentido común. Se trata de vivir en esa brecha para hacer germinar las ideas, soluciones y respaldos de los que pueda brotar algo nuevo, a sabiendas de que nada se hará sin enfrentar las bases materiales del conflicto.
A este respecto, nuestra propuesta de Unidad Popular debe ser caracterizada de manera completa. No se trata sólo de apelar a la articulación entre lo político y lo social, a los partidos y los movimientos sociales. Se trata de construir pacientemente una subjetividad antagonista organizada. Esto es, sindicatos, sociedades civiles, movimientos sociales, que respondan a los conflictos y nutran de propuestas la agenda política, en la que los partidos participen y expresen en la sociedad sus aspiraciones democráticas. Desde este punto de vista la unidad popular no puede devenir meramente en fusiones frías de partidos, negociaciones cupulares de despacho, o restringirse a acuerdos de coaliciones electorales.
La unidad popular no sólo consiste en la construcción de un proyecto político con una fuerte raigambre social organizada, sino que desempeña también la idea vehicular, en la que la comunicación debe ser bilateral. Las organizaciones sociales pautan sus demandas, y la organización política la expresa, pero también dialoga con las clases populares para trasladar sus denuncias, pero también para precisar los programas que responderían a los conflictos.
Este parece el reto de largo alcance al que debemos contribuir.
¿Qué organización política construir y cómo hacerlo cooperativamente en el universo de las fuerzas del cambio?
Nuestra formación debe proseguir construyendo una organización ecosocialista, feminista por la igualdad, popular y radicalmente democrática, que cuente con una dirección colegiada, una portavocía coral, una organización horizontal, y un modo de funcionamiento decisorio deliberativo y orgánicamente colectivo, que desarrolle vacunas antiburocráticas, con una clara vocación no solamente teórica sino fundamentalmente socialmente práctica.
Somos una fuerza revolucionaria, dentro de las fuerzas del cambio en la que coexisten fuerzas que no lo son. La experiencia de Podemos ahormó, bajo una lógica competitiva devastadora, a las fuerzas del cambio que se sumaron, y ahora resulta francamente difícil que formen parte del mismo espacio orgánico. Naturalmente, la defensa de direcciones que representen proporcionalmente a todas esas corrientes, las primarias[3] como fórmula de elección, como fueron las de Ahora Madrid, y la construcción de lazos orgánicos con la sociedad, como fueron los círculos u otra forma de asamblea popular, sigue cobrando todo el sentido.
Desde nuestro punto de vista, el PSOE persiste en alinearse entre los partidos del régimen, en su versión liberal compasiva (y cada vez menos, como hemos visto con su política migratoria, nacional o laboral). A este respecto, nuestra actitud debe ser oponernos a sus políticas, no ser sectarios cuando haya medidas que apoyar, y tratar de atraer y convencer a su electorado. La entrada en un gobierno de coalición con el PSOE entrañaría un grave error, aunque sea legítimo como propuesta, porque al mismo tiempo que puedan asegurarse el cumplimiento de las hipotéticas (y seguramente disminuidas) competencias concedidas, también se sería corresponsable, e incluso se tendría que defender, políticas muy ajenas a los intereses de las clases populares.
En relación a las fuerzas del cambio, debemos defender tanto nuestra autonomía política como nuestra vocación unitaria. Eso supone exigir poder expresar nuestras propuestas y hacerlas valer democráticamente. Cuando no haya condiciones democráticas para defenderlas, dado que sólo se puede aceptar el resultado de ser minoría si hay un marco democrático proporcional e integrador, en tanto que corriente, habrá que buscar la manera de hacerlo fuera de él. Eso no impide afirmar que la política unitaria debe ser flexible y construir marcos de coalición o confederados que lleven acuerdos de geometría variable que sean compatibles con nuestro proyecto estratégico transformador y rupturista.
Las fuerzas del cambio viven un estado de inestabilidad fuerte, y no tenemos reparos en advertir que Más País presenta una solución posibilista y pragmática que puede tener cierto recorrido electoral, pero que nos llevará a un atajo sin salida. Son compañeros equivocados, por razones que puede hacernos comprender el origen de sus errores. La intransigencia y experiencia fracasada y verticalista de Podemos es una (a la que ellos mismos contribuyeron de manera protagónica), también la pulsión de querer seguir teniendo buenos resultados electorales y llegar a más amplias capas de la sociedad. Son pulsiones razonables, pero que se saldan con una hipótesis estratégica que consolidaría el sentido común dominante al renunciar a modificarlo. Representan un proyecto que es semejante a una forma de neozapaterismo verdisocial. No son nuestros enemigos, pero son adversarios a nuestro proyecto contrahegemónico, porque lo sabotean.
Podemos sigue teniendo una fuerte marca electoral. Si bien es un gigante desgastado, que puede disolverse o sobrevivir con una fusión fría con IU, pero que ya ha perdido todo el empuje y la relación fértil que tenía con las clases populares. Ahora, no todo de ello es una experiencia fallida, porque varias capas sociales que antes no se asomaban a la política al menos han reunido una serie de ideas progresistas. Con esos rescoldos también habrá que construir.
IU cuenta con mayores bases, así como otras fuerzas políticas de izquierdas, sean soberanistas o no. Son aliados naturales, obviamente con tácticas diferentes.
Con todas las fuerzas del cambio habrá que conjugar el arrimar el hombro en muchas iniciativas sociales y políticas, que podrán incluir hasta coaliciones electorales. Queda mucho por construir confianza, criterio y organización común. Deberemos seguir aportando para que ello sea posible. Pero también debe realizarse desde la autonomía política, priorizando proyectos y programas transformadores.
[1] Los aspectos progresivos no eran estrictamente presupuestarios. El ascenso del SMI fue, posiblemente, la conquista más importante de todo el periodo. https://daniloalba.blogspot.com/2018/10/el-acuerdo-presupuestario-entre-el.html
[2] De hecho, sigue siendo un capítulo a mejorar. En el actual periodo, sería mucho más eficaz que contar con un comando mediático, programas de debate o trabajo en redes, desarrollar un canal televisivo vía internet, plural, con una dotación de recursos sostenible, con un programa informativo y de debate independiente, y bajo un gobierno democráticamente representativo de las fuerzas del cambio.
[3] Otra cuestión es si deben ser abiertas, digitales o presenciales, o sólo de los censos de militantes de las fuerzas que se suman.
Los proyectos políticos no pueden ser sólidos sin guardar un suelo material que los sustente, una teoría política, un marco estratégico, y una organización práctica que los lleve a cabo.
La irrupción de Podemos fue posible por varios factores. En primer lugar, un vacío político sin representación, causado por la indignación ante el deterioro de las condiciones de vida fruto de la crisis económica de 2008 y las políticas de austeridad, aplicadas con severidad desde 2010, que pusieron en entredicho las aspiraciones de movilidad social de una clase media amenazada, las débiles protecciones del mundo del trabajo y las políticas públicas, en favor del sistema financiero y la “casta política”. Es en ese contexto en el que, precedido del movimiento de las plazas que altera el imaginario de época, aparece esta formación política basándose en dos bases: una estrategia comunicativa que se abre paso en el espacio mediático, liderada por lo que Santiago Alba Rico llamó el “comando mediático”, y una base organizativa basada en los círculos.
Su primera dirección adopta una línea populista, y consigue imponer su política para construir una maquina electoral con el objetivo directo de alcanzar las instituciones y gobernar, una vez que una parte del movimiento 15-M no obtuvo grandes resultados políticos prácticos tras su vigorosa experiencia política de deliberación pública en las plazas y de movilización popular. La metamorfosis de la organización política fue rápida, y se liberó del lastre que, a juicio de la dirección, representaban los círculos y los grupos activistas organizados que pudieran cuestionar el liderazgo personal de Iglesias, a la hora de definir su estrategia orientada a recabar mayor electorado, aún a costa de la desmovilización y la moderación política.
En el periodo que apareció Podemos, dirigió la experiencia la teoría política del populismo, inspirada por la lectura errejonista de Ernesto Laclau, y cuya aplicación política ha estado también influida por la dirección de Pablo Iglesias. También recogía la tradición eurocomunista y algunas lecturas del operaismo italiano, que en la práctica se ha mostrado como una sección adusta del errejonismo, con variantes en la política de alianzas dentro del mismo esquema interpretativo.
Podríamos afirmar que, en realidad, en aquel contexto, cualquier fuerza antiestablishment habría tenido enormes probabilidades de éxito, y que, por tanto, los méritos de aquella irrupción ha de hacer balance de factores internos (una buena estrategia comunicativa, la metamorfosis de las plazas en círculos), pero sobre todo externos, que lo hicieron posible.
Caracterización de la teoría política populista
De manera sumaria, la teoría populista consiste en:
a) tratar de unificar el campo popular en torno a la construcción de un discurso que articule las demandas diferenciadas del mismo, sin más jerarquías que su expresión coyuntural (y cuyos analizadores preferidos fueron las encuestas, lo aparecido en los medios de comunicación, o “el sentido común publicado”);
b) Identificar y señalar al adversario (en una serie degradada que fue desde “los políticos y banqueros”, “la casta”, “la trama”, a los “políticos corruptos”…), para definir las fronteras del campo propio.
c) El objetivo sería alcanzar las instituciones públicas mediante victorias electorales, desde las cuales aplicar políticas de cambio. Para ello, habría que adaptarse al sentido común, o si acaso apoyarse en las expectativas frustradas del campo popular respecto a lo esperado por las “expectativas prometidas”, para ganar electorado, subordinando las iniciativas de los movimientos, que se mueven muchas veces disociados de las expectativas de las mayorías.
Los límites de la hipótesis populista
Esta hipótesis tuvo no pocos problemas y enormes costes. En primer lugar, no contaba con que cualquier estrategia de cambio requiere de una perspectiva de medio y largo plazo, y que sin una fuerte presencia material y sostenida de organizaciones civiles, sociales y laborales, resulta impracticable un cambio sustancial, en tanto que las instituciones tienen no sólo competencias limitadas, restricciones notables en el campo parlamentario, sino influencias externas de los poderes económicos privados determinantes, que necesitan una fuerte actividad contestataria para, por lo menos, plantear un contrapeso o conquistar avances.
Además, fue sucesivamente adaptada tácticamente en una lógica errática cortoplacista. En primer lugar, el esquema programático se subordinaba a la consecución de cargos públicos. Con ello, no sólo se redujeron los alcances de las medidas de cambio, sino que se explicó como una conquista los acuerdos presupuestarios con el PSOE, que ya contenían una adaptación al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE[1], y educaban en una perspectiva autolimitada. La delimitación del adversario se modificó, y con ello las potenciales alianzas. De los principales actores capitalistas, se pasó a combatir simplemente a los partidos del arco de la derecha, contemporizando con el PSOE y admitirle como posible fuerza de cambio, subordinando la acción política a su posible cooperación.
Por último, la concepción verticalista de la organización, sustrajo el debate, y desplazó a las corrientes que no profesaban el seguidismo al líder carismático. La organización partidaria se redujo a los consejos ciudadanos vivos y los cargos públicos, quedando con una vida interna reducida a consultas plebiscitarias digitales, con preguntas y respuestas precocinadas; sin olvidarnos de sistemas de primarias cada vez más mayoritarios, con reglas que limitaban el debate, y que consistían en plataformas de promoción y cooptación personal.
La aparición de un grupo burocrático, en torno a las instituciones y el partido fue uno de los principales puntos del conflicto material entre las dos corrientes mayoritarias, y sólo secundariamente las cuestiones políticas de carácter táctico. La incapacidad de gestionar la pluralidad interna se llevó a tal extremo que amplios segmentos de inscritos se volcaron con la opción populista, tecnocrática y verdisocial del errejonismo, y abrazaron la ruptura, con lo que es ya la formación de un nuevo partido que, si bien con teoría política, conduce a una adaptación al sistema de partidos clásico y al régimen del 78, si acaso en formato reformista.
Asimismo, cabe decir que el partido ha perdido fuelle por razones adicionales.
En relación a su política mediática, a pesar de la concentración en este capítulo, también se agotó su alcance y, sobre todo, la capacidad de marcar agenda. El inicial comando mediático, los programas televisivos, un buen grupo de portavoces ágiles bien situados en medios, y un amplio trabajo en redes sociales, quedaron extenuados en su capacidad de cambio. Los medios trituraron a los personajes creados, convirtiéndolos en muñecos, varios emplearon este capital para su autopromoción, y las redes sociales perdieron su vitalidad horizontal y su capacidad de extensión a una audiencia no cuarteada y atrapada en los algoritmos de las redes sociales.
La frescura y autonomía económica de la organización también se ha visto comprometida. A lo que fue una financiación basada en aportaciones voluntarias (crowdfunding) se pasó a un modelo basado en la dependencia de subvenciones y donaciones de cargos públicos y técnicos. Quizá con la excepción de los momentos electorales. La organización en tanto que partido, dejó de ser un gigante apoyado en círculos y una amplia legitimidad social, a constituir un partido donde cargos públicos y consejos ciudadanos mostraban una figura orgánica con una cabeza monstruosa y un cuerpo y piernas de barro.
Una tercera corriente, una hipótesis alternativa
Anticapitalistas siempre señaló como un acierto la estrategia comunicativa[2], la importancia de la presencia institucional, pero insistió en la necesidad de primar el marco de los movimientos y la construcción de una subjetividad antagonista organizada. Por eso fue siempre el tercer actor en Podemos y que, una vez se agota la posibilidad de expresar autónomamente sus ideas con unas reglas proporcionales que permitan hacerlo, plantea una nueva relación, con un partido que ya no representa el centro del “sistema solar del cambio”, sino simplemente “su planeta mayor” –y que parece abocado a una fusión fría quedando como Unidos Podemos-. Hubiera sido deseable que la gestión de la pluralidad y una unidad política hubiera tenido su lugar aquí, pero no fue así. Dado el cierre estructural de su dirección y la disolución de sus bases reales (no sólo las digitales), parece aconsejable plantear un cambio de vínculo, constructivo y cooperativo, pero también más autónomo, si las cosas se afianzan como están.
La cuestión ahora consiste en encontrar las mediaciones entre la percepción existente de las experiencias vividas, su contraste con los problemas objetivos, y la elaboración de organizaciones y prácticas y propuestas que encuentren proyectos para enfrentar los problemas de fondo, y que lo hagan de la mano de los sujetos reales. Para esto no hay atajos, sino un trabajo político paciente y organizado.
Sin establecer una acción decidida para acompañar a las clases trabajadoras y populares en sus conflictos, que son los nuestros, mediante el compromiso práctico solidario, siendo uno más, pero actuando de manera sistemática, llevando desde ellos la reflexión colectiva a las raíces de las cuestiones, contribuyendo organizar a las mayorías, no estaremos a la altura.
No se trata sólo de ensanchar el número de votos, ni de acumular argumentarios, sino de construir el movimiento sociopolítico colectivo que, desde el punto de partida del sentido común realmente existente, que piense por sí mismo y consiga dar forma práctica para superar los problemas reales en toda su complejidad y profundidad. En suma, no es tanto la comunicación, la representación o la razón, sino el tipo de relación que se guarda con el movimiento de lo social, síntoma de las contradicciones reales y de la propia elaboración de los sujetos concretos para abordar su propia historia. Un movimiento que hay que acompañar, fortalecer y al que dotar de propuestas y organización para construir un sentido común alternativo con iniciativas capaces de dar respuesta a los problemas reales.
En definitiva, resulta preciso construir una hipótesis estratégica alternativa para el polo transformador de las fuerzas del cambio. No habrá transformación sin teoría que lo conduzca ni organizaciones ni prácticas que lo lleven a cabo.
Esta teoría parte de la observación de que la sociedad contemporánea no solo está fracturada por sus contradicciones (medioambientales, económicas, sociales…) sino también que su modelo socioeconómico empuja a su polarización. Una polarización que no es automática, sino potencial, dada la autonomía de lo subjetivo. Se trata de sembrar las propuestas y prácticas para acabar con las raíces de nuestros problemas colectivos, porque, aunque materialmente sean necesarios su credibilidad se debe construir también.
Si se trata de construir un movimiento político organizado transformador ha de conjugarse una audiencia de masas, un proyecto estratégico y un programa político a la altura de los problemas que atraviesan a la sociedad. Esto supone dialogar con el sentido común popular, acompañar los conflictos vividos, reflexionar colectivamente, para, mirando de frente a los problemas, tratar de elaborar propuestas encaminadas a su solución. De nada servirá plantear medidas que no respondan a esos problemas, sería un error equivalente a no contar con el punto de partida de ese sentido común. Se trata de vivir en esa brecha para hacer germinar las ideas, soluciones y respaldos de los que pueda brotar algo nuevo, a sabiendas de que nada se hará sin enfrentar las bases materiales del conflicto.
A este respecto, nuestra propuesta de Unidad Popular debe ser caracterizada de manera completa. No se trata sólo de apelar a la articulación entre lo político y lo social, a los partidos y los movimientos sociales. Se trata de construir pacientemente una subjetividad antagonista organizada. Esto es, sindicatos, sociedades civiles, movimientos sociales, que respondan a los conflictos y nutran de propuestas la agenda política, en la que los partidos participen y expresen en la sociedad sus aspiraciones democráticas. Desde este punto de vista la unidad popular no puede devenir meramente en fusiones frías de partidos, negociaciones cupulares de despacho, o restringirse a acuerdos de coaliciones electorales.
La unidad popular no sólo consiste en la construcción de un proyecto político con una fuerte raigambre social organizada, sino que desempeña también la idea vehicular, en la que la comunicación debe ser bilateral. Las organizaciones sociales pautan sus demandas, y la organización política la expresa, pero también dialoga con las clases populares para trasladar sus denuncias, pero también para precisar los programas que responderían a los conflictos.
Este parece el reto de largo alcance al que debemos contribuir.
¿Qué organización política construir y cómo hacerlo cooperativamente en el universo de las fuerzas del cambio?
Nuestra formación debe proseguir construyendo una organización ecosocialista, feminista por la igualdad, popular y radicalmente democrática, que cuente con una dirección colegiada, una portavocía coral, una organización horizontal, y un modo de funcionamiento decisorio deliberativo y orgánicamente colectivo, que desarrolle vacunas antiburocráticas, con una clara vocación no solamente teórica sino fundamentalmente socialmente práctica.
Somos una fuerza revolucionaria, dentro de las fuerzas del cambio en la que coexisten fuerzas que no lo son. La experiencia de Podemos ahormó, bajo una lógica competitiva devastadora, a las fuerzas del cambio que se sumaron, y ahora resulta francamente difícil que formen parte del mismo espacio orgánico. Naturalmente, la defensa de direcciones que representen proporcionalmente a todas esas corrientes, las primarias[3] como fórmula de elección, como fueron las de Ahora Madrid, y la construcción de lazos orgánicos con la sociedad, como fueron los círculos u otra forma de asamblea popular, sigue cobrando todo el sentido.
Desde nuestro punto de vista, el PSOE persiste en alinearse entre los partidos del régimen, en su versión liberal compasiva (y cada vez menos, como hemos visto con su política migratoria, nacional o laboral). A este respecto, nuestra actitud debe ser oponernos a sus políticas, no ser sectarios cuando haya medidas que apoyar, y tratar de atraer y convencer a su electorado. La entrada en un gobierno de coalición con el PSOE entrañaría un grave error, aunque sea legítimo como propuesta, porque al mismo tiempo que puedan asegurarse el cumplimiento de las hipotéticas (y seguramente disminuidas) competencias concedidas, también se sería corresponsable, e incluso se tendría que defender, políticas muy ajenas a los intereses de las clases populares.
En relación a las fuerzas del cambio, debemos defender tanto nuestra autonomía política como nuestra vocación unitaria. Eso supone exigir poder expresar nuestras propuestas y hacerlas valer democráticamente. Cuando no haya condiciones democráticas para defenderlas, dado que sólo se puede aceptar el resultado de ser minoría si hay un marco democrático proporcional e integrador, en tanto que corriente, habrá que buscar la manera de hacerlo fuera de él. Eso no impide afirmar que la política unitaria debe ser flexible y construir marcos de coalición o confederados que lleven acuerdos de geometría variable que sean compatibles con nuestro proyecto estratégico transformador y rupturista.
Las fuerzas del cambio viven un estado de inestabilidad fuerte, y no tenemos reparos en advertir que Más País presenta una solución posibilista y pragmática que puede tener cierto recorrido electoral, pero que nos llevará a un atajo sin salida. Son compañeros equivocados, por razones que puede hacernos comprender el origen de sus errores. La intransigencia y experiencia fracasada y verticalista de Podemos es una (a la que ellos mismos contribuyeron de manera protagónica), también la pulsión de querer seguir teniendo buenos resultados electorales y llegar a más amplias capas de la sociedad. Son pulsiones razonables, pero que se saldan con una hipótesis estratégica que consolidaría el sentido común dominante al renunciar a modificarlo. Representan un proyecto que es semejante a una forma de neozapaterismo verdisocial. No son nuestros enemigos, pero son adversarios a nuestro proyecto contrahegemónico, porque lo sabotean.
Podemos sigue teniendo una fuerte marca electoral. Si bien es un gigante desgastado, que puede disolverse o sobrevivir con una fusión fría con IU, pero que ya ha perdido todo el empuje y la relación fértil que tenía con las clases populares. Ahora, no todo de ello es una experiencia fallida, porque varias capas sociales que antes no se asomaban a la política al menos han reunido una serie de ideas progresistas. Con esos rescoldos también habrá que construir.
IU cuenta con mayores bases, así como otras fuerzas políticas de izquierdas, sean soberanistas o no. Son aliados naturales, obviamente con tácticas diferentes.
Con todas las fuerzas del cambio habrá que conjugar el arrimar el hombro en muchas iniciativas sociales y políticas, que podrán incluir hasta coaliciones electorales. Queda mucho por construir confianza, criterio y organización común. Deberemos seguir aportando para que ello sea posible. Pero también debe realizarse desde la autonomía política, priorizando proyectos y programas transformadores.
[1] Los aspectos progresivos no eran estrictamente presupuestarios. El ascenso del SMI fue, posiblemente, la conquista más importante de todo el periodo. https://daniloalba.blogspot.com/2018/10/el-acuerdo-presupuestario-entre-el.html
[2] De hecho, sigue siendo un capítulo a mejorar. En el actual periodo, sería mucho más eficaz que contar con un comando mediático, programas de debate o trabajo en redes, desarrollar un canal televisivo vía internet, plural, con una dotación de recursos sostenible, con un programa informativo y de debate independiente, y bajo un gobierno democráticamente representativo de las fuerzas del cambio.
[3] Otra cuestión es si deben ser abiertas, digitales o presenciales, o sólo de los censos de militantes de las fuerzas que se suman.
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