Política fiscal
Cómo salvar a los multimilionarios
27/11/2019 | Francisco Louçã
La mera hipótesis de la inclusión de los rendimientos inmobiliarios [en la reforma fiscal] viene provocando sobresaltos y voces de alarma entre algunos propietarios, agencias financieras y abogados dedicados a la magia fiscal; y esta turba ya es una coalición peligrosa. Probablemente es un rumor y el gobierno puede retroceder un poco, pero los situacionistas tienen razón: hay que defender un privilegio y para eso lo mejor es exasperarse. Además, su fuerza se mide fácilmente, es la regla del 28%, es decir, un propietario afortunado paga menos IRS (Renta de las personas físicas. NdT) sobre sus rendimientos que un trabajador con un salario razonable, cuya tasa de IRS será superior. Si se considera la ventaja de quien vive de rendimientos inmobiliarios elevados, esto significa una distorsión y desigualdad fiscal que favorece la propiedad frente al trabajo. Pésima opción para una economía en la que es necesario invertir, trabajar e innovar.
Un poco más de justicia
La aplicación del mandato constitucional de inclusión sería doblemente ventajosa. En primer lugar, se trata de la Constitución, que de entrada no es lo de menos (algún día se discutirá esa ligereza que permite que algunas normas constitucionales sean interpretadas como imperativas y otras, como música celestial, como esta de la inclusión o la de tender a una enseñanza gratuita). En segundo lugar, introduce una corrección de justicia fiscal que se llama progresividad y es el principio constitutivo del IRS en Portugal. Es decir, habrá quien pague menos, si tiene rendimientos inmobiliarios bajos, y quien pague más si tiene rendimientos elevados.
Incluso si un día se acepta esta vieja reivindicación de la izquierda de inclusión de los rendimientos inmobiliarios elevados (que me temo que sea difícil que ocurra con este gobierno), la resistencia será mayor aún a ampliar este principio donde sería más relevante: los rendimientos de capital. Eso, un impuesto sobre la riqueza, el mayor delito de lesa majestad, ni lo piensa el gobierno. Pero es eso lo que se discute en todas partes.
Quedarse contando la calderilla
La investigación más reciente para relanzar la propuestas de un impuesto a la riqueza fue de Thomas Piketty, en su estudio de “el capital del siglo XX”. Su teoría es sencilla: a lo largo de los siglos XX y XXI, lo que más acentuó la desigualdad fue que los rendimientos del capital crecieron en un porcentaje superior a las economías desarrolladas en su conjunto. De esta forma, el capital acumuló una ventaja que se reproduce socialmente y es improductiva, por lo que la respuesta debe ser un impuesto sobre la riqueza para volver a equilibrar la sociedad.
El tema adquirió importancia en las elecciones estadounidenses desde la anterior campaña de Bernie Sanders. Dos de los coautores de Piketty elaboraron la propuesta de Sanders que defiende la aplicación de un impuesto del 5% para las fortunas de más de mil millones de dólares y del 8% para las que están por encima de los diez mil millones. Elizabeth Warren, otra candidata a las primarias demócratas, presentó un paquete de medidas fiscales que incluye un 3% para las fortunas por encima de mil millones, además de una contribución del 15% para la Seguridad Social para rendimientos superiores a 250 millones de dólares. Varios multimillonarios protestaron vehementemente; Bill Gates, el segundo hombre más rico del planeta, que tiene 106,8 mil millones de dólares, vino a decir que tendría que empezar a contar la calderilla que le sobraría (el 92% en la peor de las hipótesis). Jamie Dimon, jefe de la Morgan Chase, uno de los mayores bancos del mundo, que ganó 31 millones de dólares en bonus el año pasado, asegura que esta medida “insulta a las personas con éxito” que deberían ser “aplaudidas” (fiscalmente).
Si eso bastara
Un reciente estudio publicado en septiembre por una institución de referencia en USA, el NBER, calcula “las ganancias de eficiencia en la tributación de la riqueza”. Fatih Guvenen y sus coautores comparan el impuesto sobre las ganancias del capital con un impuesto sobre la riqueza y concluyen que el segundo es más eficiente, reduciendo las desigualdades y favoreciendo la inversión. El argumento, ciertamente polémico, es que el montante del impuesto sobre rendimientos del capital crece con el valor del éxito, al mismo tiempo que el impuesto sobre las grandes fortunas desvía el peso de la tributación para quienes no realizan inversiones. Esto podría no ser así si los rendimientos de capital estuvieran protegidos por normas fiscales favorables o por un poder que blinde sus obligaciones, lo que ocurre con frecuencia. En cualquier caso, es evidente que el impuesto sobre las grandes fortunas afecta, sobre todo, a quien vive de la propiedad y de las aplicaciones y no de rendimientos generados por la actividad económica.
En la campaña electoral estadounidense, la percepción de la desigualdad y del foso fiscal creado por los privilegios, llevó a los candidatos a presentar programas más ambiciosos. Sanders y Warren retomaron la idea de la separación entre los bancos comerciales y los de inversión, y la segunda pretende aplicar un aumento del 7% sobre los beneficios de las empresas por encima de 100 millones de dólares, o determinar la responsabilidad íntegra de las agencias financieras en relación a las inversiones de fondos de pensiones (y no solo hasta el valor de su responsabilidad limitada) además de substituir el sistema privado de seguros de salud, que generan un mercado de 530.000 millones de dólares, por un servicio público universal. El efecto conjugado de todas estas medidas sería que las ganancias del capital, que pagan una media del 23,8% pasarían a pagar 37% y los 0,01 más ricos, que pagan un 33% en IRS, subirían hasta el 61% (en tiempos de Roosevelt pagaban el 80%). Hay que añadir que estos dos candidatos pretenden imponer una separación legal de los imperios digitales y de los gigantes industriales. Facebook tendría que vender WhatsApp e Instagram, Bayer tendría que desprenderse de Monsanto. ¿Cómo se pueden salvar los multimillonarios? Defendiendo cada uno sus privilegios fiscales y votando a Trump.
19/11/2019
https://www.esquerda.net/opiniao/como-salvar-os-multimilionarios/64460?idU=1
Traducción: viento sur
Un poco más de justicia
La aplicación del mandato constitucional de inclusión sería doblemente ventajosa. En primer lugar, se trata de la Constitución, que de entrada no es lo de menos (algún día se discutirá esa ligereza que permite que algunas normas constitucionales sean interpretadas como imperativas y otras, como música celestial, como esta de la inclusión o la de tender a una enseñanza gratuita). En segundo lugar, introduce una corrección de justicia fiscal que se llama progresividad y es el principio constitutivo del IRS en Portugal. Es decir, habrá quien pague menos, si tiene rendimientos inmobiliarios bajos, y quien pague más si tiene rendimientos elevados.
Incluso si un día se acepta esta vieja reivindicación de la izquierda de inclusión de los rendimientos inmobiliarios elevados (que me temo que sea difícil que ocurra con este gobierno), la resistencia será mayor aún a ampliar este principio donde sería más relevante: los rendimientos de capital. Eso, un impuesto sobre la riqueza, el mayor delito de lesa majestad, ni lo piensa el gobierno. Pero es eso lo que se discute en todas partes.
Quedarse contando la calderilla
La investigación más reciente para relanzar la propuestas de un impuesto a la riqueza fue de Thomas Piketty, en su estudio de “el capital del siglo XX”. Su teoría es sencilla: a lo largo de los siglos XX y XXI, lo que más acentuó la desigualdad fue que los rendimientos del capital crecieron en un porcentaje superior a las economías desarrolladas en su conjunto. De esta forma, el capital acumuló una ventaja que se reproduce socialmente y es improductiva, por lo que la respuesta debe ser un impuesto sobre la riqueza para volver a equilibrar la sociedad.
El tema adquirió importancia en las elecciones estadounidenses desde la anterior campaña de Bernie Sanders. Dos de los coautores de Piketty elaboraron la propuesta de Sanders que defiende la aplicación de un impuesto del 5% para las fortunas de más de mil millones de dólares y del 8% para las que están por encima de los diez mil millones. Elizabeth Warren, otra candidata a las primarias demócratas, presentó un paquete de medidas fiscales que incluye un 3% para las fortunas por encima de mil millones, además de una contribución del 15% para la Seguridad Social para rendimientos superiores a 250 millones de dólares. Varios multimillonarios protestaron vehementemente; Bill Gates, el segundo hombre más rico del planeta, que tiene 106,8 mil millones de dólares, vino a decir que tendría que empezar a contar la calderilla que le sobraría (el 92% en la peor de las hipótesis). Jamie Dimon, jefe de la Morgan Chase, uno de los mayores bancos del mundo, que ganó 31 millones de dólares en bonus el año pasado, asegura que esta medida “insulta a las personas con éxito” que deberían ser “aplaudidas” (fiscalmente).
Si eso bastara
Un reciente estudio publicado en septiembre por una institución de referencia en USA, el NBER, calcula “las ganancias de eficiencia en la tributación de la riqueza”. Fatih Guvenen y sus coautores comparan el impuesto sobre las ganancias del capital con un impuesto sobre la riqueza y concluyen que el segundo es más eficiente, reduciendo las desigualdades y favoreciendo la inversión. El argumento, ciertamente polémico, es que el montante del impuesto sobre rendimientos del capital crece con el valor del éxito, al mismo tiempo que el impuesto sobre las grandes fortunas desvía el peso de la tributación para quienes no realizan inversiones. Esto podría no ser así si los rendimientos de capital estuvieran protegidos por normas fiscales favorables o por un poder que blinde sus obligaciones, lo que ocurre con frecuencia. En cualquier caso, es evidente que el impuesto sobre las grandes fortunas afecta, sobre todo, a quien vive de la propiedad y de las aplicaciones y no de rendimientos generados por la actividad económica.
En la campaña electoral estadounidense, la percepción de la desigualdad y del foso fiscal creado por los privilegios, llevó a los candidatos a presentar programas más ambiciosos. Sanders y Warren retomaron la idea de la separación entre los bancos comerciales y los de inversión, y la segunda pretende aplicar un aumento del 7% sobre los beneficios de las empresas por encima de 100 millones de dólares, o determinar la responsabilidad íntegra de las agencias financieras en relación a las inversiones de fondos de pensiones (y no solo hasta el valor de su responsabilidad limitada) además de substituir el sistema privado de seguros de salud, que generan un mercado de 530.000 millones de dólares, por un servicio público universal. El efecto conjugado de todas estas medidas sería que las ganancias del capital, que pagan una media del 23,8% pasarían a pagar 37% y los 0,01 más ricos, que pagan un 33% en IRS, subirían hasta el 61% (en tiempos de Roosevelt pagaban el 80%). Hay que añadir que estos dos candidatos pretenden imponer una separación legal de los imperios digitales y de los gigantes industriales. Facebook tendría que vender WhatsApp e Instagram, Bayer tendría que desprenderse de Monsanto. ¿Cómo se pueden salvar los multimillonarios? Defendiendo cada uno sus privilegios fiscales y votando a Trump.
19/11/2019
https://www.esquerda.net/opiniao/como-salvar-os-multimilionarios/64460?idU=1
Traducción: viento sur
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