EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Lenin en 1917


Lenin en 1917
7 y 5

La Tizza

Ponencia presentada en el taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre los días 20 y 21 de abril de 2016. Tomado de Y seremos millones. Memorias del taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», ICIC Juan Marinello, 2017. pp. 49–62.

Se me ocurrió contarles sobre el año 1917. No el año 1917 completo, sino siete meses y cinco días de ese año. Me acordé enseguida de aquello del siglo XIX largo y el siglo XX corto, ya que le hicimos hace unos años — en marzo de 2013 — un homenaje en este mismo lugar a Eric Hobsbawm. Así que les voy a contar siete meses y cinco días, que me parece que son los momentos definitivos, tanto en el sentido elemental del momento que va de la revolución burguesa a la toma del poder por los bolcheviques, como por la expresión concentrada de la actividad táctica y estratégica del partido y de las complejidades socioeconómicas.
El trabajo termina precisamente con una mirada hacia esas complejidades vistas en una proyección de futuro. Esta idea de acotarlo temporalmente a siete meses y cinco días es porque se trata de la distancia temporal entre dos frases de Vladimir Ilich Lenin. La primera, la que pronuncia el 3 de abril en la noche cuando llega a la estación de Finlandia. Se imaginan ustedes el escenario: al hombre lo van a recibir con una pucha de flores los líderes del comité ejecutivo de los sóviets, que eran los mencheviques y los eseristas; van a entregarle flores al socialista emigrado —imagínense cuán ridículo podría ser que Chkheidze le estuviera entregando a Lenin un ramo de flores—, Lenin no sabe qué hacer con el ramo, se encarama en la tanqueta, pronuncia un discurso muy combativo y termina diciendo: «¡Viva la revolución socialista mundial!».
La segunda frase la pronuncia siete meses y cinco días después, cuando se para por primera vez en la tribuna del II Congreso de los Sóviets. Recuerden que el congreso empieza sin él, estaba en la clandestinidad desde julio, estaba en la clandestinidad mientras se inicia el levantamiento —unos años después explicó, con mucha justicia, que toda la labor práctica del levantamiento fue dirigida por el presidente del sóviet de Petrogrado, el compañero León Trotsky, y el Comité Militar Revolucionario—; Lenin llega a una de las sesiones del congreso, se para en la tribuna y lo primero que dice —no es el final del discurso, es el principio— es: «La revolución obrera y campesina, de cuya necesidad han hablado siempre [la palabra “siempre” es clave] los bolcheviques, se ha realizado».
Leí ese texto muchas veces, hasta un día en que lo leí en ruso y me percaté de cuán aguda era, según las circunstancias en que la frase era pronunciada, su trascendencia. La traducción correcta del ruso no sería «realizado», como dicen todos los textos; la traducción correcta de la frase sería: «La revolución obrera y campesina, de cuya necesidad han hablado siempre los bolcheviques, se ha consumado». Esa sutileza idiomática me hizo meditar mucho en cuántas cosas hay entre la frase del 3 de abril y la frase del 26 de octubre —8 de noviembre después que se hizo el ajuste del calendario—, porque en realidad pareciera que se está hablando de dos procesos diferentes: el proceso internacional al que se le da la bienvenida y el proceso nacional que se realiza.
Eso es también el año 1917. O sea, cómo hay dos procesos, dos revoluciones perfectamente interconectadas, transcurriendo juntas en un mismo torbellino de acontecimientos; y cómo en esa complejidad del devenir revolucionario, de las tan disímiles tareas que tiene, se expresa con mucha claridad la consecuencia y la coherencia de Lenin, que lo primero que enfrenta es tener que conquistar el partido. Lo primero que tiene que hacer Lenin cuando llega a Rusia es conquistar él al partido.
Como se conoce, los bolcheviques habían practicado desde que empieza la guerra lo que ellos llamaron «el derrotismo revolucionario». O sea, la idea de que había que desear la derrota del gobierno opresor capitalista propio, tener una estrategia interna socialista pacifista y transformar la guerra de los imperialistas en una revolución mundial. Los bolcheviques venían de una tradición coherente con esa estrategia, vamos a decir pacifista revolucionaria, derrotista revolucionaria, tendente a la revolución. Habían sido un partido revolucionario desde siempre.
En la misma medida, los demás partidos —incluso los mismos partidos soviéticos— dejaban de serlo. Los partidos no bolcheviques —los que agrupaban a sectores no proletarios— habían propugnado la alianza con las capas más pobres de la sociedad. Mientras que los mencheviques,[1] por el contrario, habían insistido en alianzas más amplias y habían ido perdiendo, en lo que ellos presentaban, esa perspectiva revolucionaria, y a la larga habían estado insistiendo en que lo que había que hacer era «acompañar» —aunque la frase parezca demasiado fuerte para un militante socialdemócrata de la época— a la burguesía en la realización de su revolución.
Hasta los bolcheviques —como Trotsky señaló más adelante— coincidían en la idea de que las tareas de la revolución inmediata eran sobre todo tareas burguesas. Incluso, como sucedería más de una vez con otras tendencias socialdemócratas, la idea que predominaba era la de no dar saltos, no quemar etapas, había que pasar por momentos más significativos que los pasados por Rusia. Los bolcheviques pensaban que las tareas no resueltas del capitalismo las debería resolver la propia revolución, y como se conoce, hay una consecuencia entre esta posición y su alianza con las posiciones afines en el movimiento socialdemócrata europeo. Posiciones por demás que en el año 1915, cuando se realiza la conferencia de Zimmerwald, y en 1916, cuando se realiza la de Kiental, también eran minoritarias en el contexto socialdemócrata mundial, como minoritarias eran las concepciones bolcheviques en la socialdemocracia rusa.
En ese escenario, la victoria de la Revolución de Febrero toma a los bolcheviques de sorpresa. Es una idea que Trotsky ha dicho en más de una oportunidad y que suscribo. Los toma aislados, no solo de las masas, sino de un espectro socialdemócrata mucho mayor que el por ellos representado. Los toma divididos. Lenin está desde el exilio y, como lo hace en la estación de Finlandia, pide un esfuerzo combativo revolucionario para seguir haciendo avanzar la revolución. Stalin y Kamenev, que están en Rusia, están planteando hacer presión sobre el Gobierno provisional. Por cierto, las posiciones individuales pueden prefigurar acontecimientos posteriores en la historia de Rusia, pero ese no es el tema de hoy. Y los bolcheviques también están confundidos. Los ha tomado por sorpresa esa marea revolucionaria de febrero.
Se produce el viaje de Lenin y otros militantes a través de Alemania, pactado con las autoridades de ese país bajo condiciones muy honestas, pero que será utilizado durante todo el año 1917 en una campaña antibolchevique feroz. Es algo que hoy puede parecerle a uno medio extraño, pero usted revisa los periódicos de la época y se les trataba como agentes alemanes todo el tiempo, con la evidencia cierta de que habían realizado un viaje en un vagón de tren por el territorio de aquel país. Y además de ese escenario, Lenin en los primeros meses de 1917 habla de una gran ola pequeñoburguesa que atraviesa el país, expresándola como una característica neta de esa revolución.
Existe un gran desconcierto. Hay un personaje del libro de John Reed que está diciendo todo el tiempo que le parece que en Rusia hay grandes extremos y mucha gente apática en ese momento. Eso, por supuesto, hace posible la presencia de una gran cantidad de ilusiones de apoyo al Gobierno. Rusia, como el mismo Lenin dijo, se convirtió, del país que más oprimía a sus ciudadanos —a sus súbditos, cuando hablamos de su gobierno monárquico—, en el país más democrático de Europa. Eso crea enseguida un grupo de ilusiones entre las masas de apoyo al Gobierno provisional. Y es además la expresión más clara del viraje que se ha producido en la tradición socialdemócrata —un viraje que se inicia desde finales del siglo XIX— en la medida que la idea del reformismo, la idea de que no hace falta tomar el poder revolucionariamente, van ganando terreno; pasando por el momento en que los grandes partidos socialdemócratas en Europa votan a favor de los créditos de guerra y apoyan a sus gobiernos en la Primera Guerra Mundial, hasta el momento en que en Rusia lo que hace la socialdemocracia —a la sazón mayoritaria— es apoyar al Gobierno provisional.
Lenin va a lidiar con esa ola pequeñoburguesa toda su vida. Va a ser una constante de toda su vida analizar al pequeño propietario y al pequeñoburgués. Y dejo, para algún evento posterior, una comparación entre esa aseveración de la gran ola pequeñoburguesa que atraviesa Rusia en febrero de 1917 y lo que termina diciendo al final de su vida, en 1922–1923: que la tarea del proletariado es convivir con el pequeñoburgués, trabajar con el pequeñoburgués. Por cierto, ahí hay otra sutileza lingüística: la palabra «convivir» en ruso se puede escribir de dos maneras: con el prefijo «u» o con el prefijo «co» («ko», si fuéramos a traducirlo a una lengua latina); el prefijo «u» significa una convivencia más activa, no es la simple convivencia en que yo acepto lo que tú quieres que acepte; el prefijo «u», que es el que Lenin usa —por ejemplo— en el trabajo sobre las cooperativas para hablar del pequeñoburgués, significa que la convivencia tiene que ser activa, creativa.
La idea —compartida por un grupo de bolcheviques— de presionar al Gobierno provisional —que es la idea que Lenin empieza a combatir enseguida en las Cartas desde lejos cuando dice: «Ninguna presión, ningún compromiso, el Gobierno provisional es el gobierno de los burgueses»— está unida a una posición que aparece en algunas resoluciones del Comité Central del partido,[2] a otro planteamiento táctico del núcleo de los bolcheviques que está en Rusia: la de que hay que avanzar hacia la dictadura revolucionaria del proletariado y los campesinos, que es el planteamiento de Lenin en 1905. Una de las cosas más interesantes que podría hacerse es leer los textos de Lenin y de Trotsky de 1905 desde la perspectiva de 1917, pero tampoco es el tema de hoy.
Esos bolcheviques están diciendo eso porque están anclados en aquella lógica de la revolución anterior. Y, sin embargo, esta sigue siendo la vieja discusión del carácter y las fuerzas motrices de la revolución, que Lenin resuelve de manera muy creativa cuando dice en febrero de 1917: «La dictadura revolucionaria y democrática de los obreros y campesinos ya existe». No hay que avanzar a conquistarla, porque ella ya existe en los sóviets. Y ese es el fundamento de lo que se conoce ampliamente como la «dualidad de poderes». O sea, Lenin dice: la tarea de 1905 —en parte— ya la tenemos cumplida, porque tenemos esa dictadura en los sóviets; lo que sencillamente los sóviets no han tomado el poder. De ahí se entiende perfectamente su planteamiento: «Entonces lo que hay que hacer es tomar el poder». Ningún apoyo al Gobierno, y los sóviets a tomar el poder.
Mientras Lenin está diciendo esto, ¿cuál era la dinámica en la dirección del partido? Recuerden que les dije que Lenin tuvo que convencer al partido. Lenin se queda prácticamente solo en estos postulados cuando escribe las Tesis de abril, que fueron sucesivamente a una conferencia de los bolcheviques y a una conferencia de todos los partidos socialistas. Las dos veces Lenin fue tildado de loco. Y está la famosa anécdota —muy gráfica— de que en el momento en que Lenin ha terminado de hablar en la segunda conferencia, después que logra convencer a algunos bolcheviques —esto le pasó varias veces en su vida: le pasó en abril de 1917, le pasó cuando se preparaba el golpe revolucionario, le pasó cuando la paz de Brest-Litovsk—, después que ha hablado del programa de abril ya aprobado en la conferencia de los bolcheviques, termina de hablar, se sienta en los últimos bancos de la conferencia de los socialistas y uno de los oradores mencheviques dice que en Rusia no hay ningún partido, ninguna fuerza capaz de conducir a las masas hacia el poder, y por eso hay que apoyar al Gobierno, y Lenin grita desde atrás: «¡Ese partido sí existe!». En un momento en que los bolcheviques eran en total 24 000.
Imagínense ustedes qué confianza tiene ese hombre en lo que se puede lograr; claro, ya acaba de convencer a sus compañeros. Lenin convence al partido, rearma el partido —esta última es la manera más correcta, dicho por el propio Lenin, de considerar al proceso de principios de abril dentro del partido: «el rearme del partido»—, el partido comprende cómo creadoramente Lenin ha entendido dónde está la dictadura revolucionaria de los obreros y los campesinos, y es el planteamiento de que los sóviets tomen el poder por vía pacífica. Es la consideración de que esto es posible: que los sóviets tomen el poder y que el Gobierno no va a tener, en ese momento, la capacidad para enfrentarlos.
Cuento esto para poder describir a continuación cómo se producen entonces los movimientos tácticos y de qué manera tan creadora él los va a resolver. El Gobierno provisional va perdiendo respaldo en la medida en que se aleja de los intereses populares. Un pico de ese proceso hay que situarlo en mayo, cuando el canciller Miliukov dice que el gobierno actual —o sea, el Gobierno provisional— va a llevar la guerra hacia la victoria final. La guerra es, de todas las causas, la más antipopular. Fíjense que en cada planteamiento de los bolcheviques durante siete meses y cinco días, el primer problema es el de la guerra. De la misma manera en que el Gobierno se va alejando de los intereses populares, van perdiendo fuerza los mencheviques, los eseristas y otras facciones socialdemócratas soviéticas. Usted puede seguir ese recorrido, como un reloj casi exacto, desde febrero hasta octubre de 1917. Y mientras todo eso está sucediendo, hay una crisis permanente en el frente, el ejército va de derrota en derrota, hay una caída permanente de la producción y se está produciendo una guerra campesina.
Les decía que los bolcheviques eran 24 000 en febrero. Aquí yo hice un ejercicio para hablar de las fuentes —se lo dedico a Paco Ignacio Taibo, que últimamente, cada vez que escribe algo, cita muchas fuentes—, se los comento porque me resultó atractivo: contrasté los datos de Diez días que estremecieron al mundo con los datos de una Enciclopedia de la Revolución Rusa aparecida en 1977, cuando el compañero Brezhniev era el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, y al ver que los datos coinciden estoy dispuesto a garantizar que son bastante exactos. Eran 24 000 en febrero, 100 000 en junio —inmediatamente después del llamamiento de Miliukov de llevar la guerra hasta la victoria final—, 240 000 en agosto —cuando el partido hace su sexto congreso—, 350 000 a finales de septiembre —en ese mes se produce el intento de golpe del general Kornilov— y medio millón en el momento de la revolución. Fíjense a qué velocidad crece la militancia. En la misma medida están perdiendo peso las otras facciones socialdemócratas y está perdiendo respaldo el Gobierno.
Y —regresando a los orígenes de estos comentarios— creo que la clave está en entender, por un lado, la dialéctica de la condición internacional, de la lógica internacionalista del partido y de la revolución que propugna; y por otro, la de la toma del poder por los bolcheviques como solución a una crisis nacional. Cuando Lenin le está gritando a Chernov y Tsereteli que sí hay una fuerza en Rusia capaz de resolver el problema, más que nada lo que le está diciendo a esa asamblea de fuerzas muy diversas es que alguien tiene que resolver la crisis nacional. Se lo dice también a la teoría de la revolución, que por supuesto perdió mucha fuerza en la medida en que los socialistas de finales del siglo XIX y los primeros años del XX dejaron de ser revolucionarios, dejaron de pensar en la toma del poder. Se olvida con frecuencia que Marx analizaba siempre las revoluciones precisamente como la consecuencia y la solución de una crisis; recuerden los trabajos sobre la historia de Francia. Esa dialéctica, la de que el planteamiento internacionalista no se separa de que hay que resolver un problema, que si no se resuelve el país estalla, es básica para entender lo que pasa después.
Cada hito del año 1917 entre febrero y octubre es una muestra del crecimiento de esa crisis y del replanteamiento táctico de Lenin y los bolcheviques. Obsérvense todos los textos de Lenin desde que está en Suiza. Los movimientos tácticos son impresionantes.
Nos quedamos hace unos minutos en el rearme del partido y la táctica del desarrollo pacífico, que es la única nota clara en la confusión reinante. Es la única fuerza que condena la guerra y no habla en abril con expresiones de apoyo al Gobierno, como hacían los otros socialdemócratas, no habla con ambigüedad. Es la única nota clara: tomemos el poder pacíficamente, todo el poder a los sóviets.
Y algo que fue señalado certeramente por John Reed —al que hay que leer como historiador y como periodista, fue un observador muy agudo—: al no tener mayoría en los sóviets, los bolcheviques demostraban que al plantear tomar el poder no tenían ambiciones. Estaban pidiendo el poder para otros. Y pensaban —en esto la ponencia de Frank García Hernández me sirvió de mucho— [3] conquistar la mayoría en los sóviets ellos mismos. Pero los sóviets podían tomar el poder antes.
Va a haber seguramente —el programa lo dice— un texto sobre las Tesis de abril,[4] por lo que no me voy a detener largamente en eso. Sencillamente les comentaré que es un programa radical, pero al mismo tiempo es un programa modesto. No es un programa clásico socialista. La única nacionalización que aparece es la de la tierra. Y Lenin explicó más de una vez en esa época, y lo explicó por ejemplo cuando persuadió al II Congreso de aprobar el Decreto de la tierra, que en Rusia podías nacionalizar la tierra porque los campesinos nunca la habían tenido; y si la nacionalizabas y se las entregabas conseguías el mismo efecto que lo que ellos reclamaban. Pero esa no hubiera sido la táctica si Rusia hubiera sido un país como Francia, por ejemplo, donde tradicionalmente había existido el pequeño propietario rural. No se plantea la nacionalización de las industrias: se plantea el control popular. O sea, las Tesis de abril son un documento socialista, son un documento del curso al socialismo, pero no son todavía un programa socialista radical. Es un programa para conquistar a la gente. Es un programa para resolver la crisis y que empieza precisamente por la toma del poder.
Hay que destacar que, tanto en el planteamiento de tomar el poder pacíficamente como en el planteamiento de conquistar los sóviets desde dentro, como en las propias medidas que aparecen en las Tesis… —y este es otro rasgo distintivo de la práctica bolchevique y que se escapa por la conciencia que tenemos de que hubo un levantamiento armado—, los bolcheviques trataron todo el tiempo de preservar la legalidad; la legalidad soviética, no la legalidad del Gobierno provisional, no la legalidad de la Duma municipal, no la legalidad de la Asamblea Constituyente —en un momento posterior al golpe revolucionario—, pero sí la legalidad soviética.
Después de julio hay otro pico: cuando sale la manifestación popular de julio, el Gobierno decide usar la violencia. Se proscribe a los principales dirigentes bolcheviques, algunos van a la cárcel —Trotsky y Kamenev van a la cárcel, Lenin y Zinoviev se esconden—, empiezan a cerrarse por la fuerza los periódicos bolcheviques y las oficinas de los sindicatos, se reprime violentamente la manifestación de julio. Lenin propone entonces cancelar por un tiempo la consigna «Todo el poder a los sóviets». Vuelve a producir un movimiento táctico, no hay condiciones para la toma del poder por los sóviets. Y se concentra entonces en lo que pudiera ser la segunda parte de la situación en abril: en conquistarlo.
La conquista del poder por los sóviets, sin embargo, no se produce como consecuencia de un movimiento electoral a partir de la propaganda y la lucha política, aunque todo esto que he explicado, por supuesto, significaba una gran actividad propagandística. La consigna —y ese es otro movimiento táctico ejemplar— de «Todo el poder a los sóviets» y la conquista de los sóviets se produce cuando —recuerden lo que decía Lenin en abril— los bolcheviques son la fuerza que lidera el enfrentamiento a la conspiración de Kornilov. La conspiración de Kornilov es para destruir al Gobierno provisional, los bolcheviques se ponen al frente del pueblo para destruir la conspiración. Logran un liderazgo en el enfrentamiento al golpe de Kornilov, y a partir de allí empiezan a ganar mayoría en los sóviets. Han conquistado la mayoría en los sóviets a principios de octubre.
El final es un poco más conocido. Lenin plantea y convence al partido —con algunas defecciones, como se conoce— de que hay que dar el levantamiento armado. Trotsky le dice que si el Sóviet toma el poder primero y se da el golpe después, el problema no sería político, sino policíaco, una frase genial; o sea, estamos sencillamente manteniendo el orden que el Sóviet ya establecía. Hay una tercera posición que es la de Kamenev y Zinoviev, que denuncian públicamente la conspiración del golpe revolucionario. Se trata todo el tiempo de seguir preservando la democracia soviética, y en realidad la sublevación, el conflicto armado —aunque la historiografía soviética posterior desconoció, escamoteó, escondió casi totalmente ese hecho, por la implicación directa que Trotsky tenía en él y porque era muy difícil, si se reconocía lo que realmente había pasado, sostener esa idea que está en el estalinismo primigenio de que todo sucedió con arreglo a un plan desde que Carlos Marx vino al mundo— empieza por el interés del Gobierno provisional de llevarse al frente la guarnición de Petrogrado.
Había una preparación para la toma del poder, había guardia roja, había destacamentos armados, había un Comité Militar Revolucionario; pero no se hubiera producido un levantamiento armado como se produjo si no trata el Gobierno de llevarse la guarnición. Y la verdad es que Lenin le dice a Trotsky: «Así también puede ser». Y ahí te das cuenta de cuán flexible y a la vez radical podía ser el jefe bolchevique.
Ellos trataron por todos los medios, aun en ese escenario, de preservar los cauces legales soviéticos. Por supuesto, con mucha firmeza. Como decía, Zinoviev y Kamenev denuncian públicamente la revolución. Lenin los acusa de traidores, pide su expulsión del partido, el Comité Central no lo aprueba y ellos siguen trabajando con los bolcheviques todo el tiempo. En las vísperas de la toma del poder le están proponiendo a Lenin hacer concesiones a los partidos soviéticos para que todos entren en el Gobierno. Lenin les dice: «Tienen que entrar con los planteamientos que estamos haciendo, tienen que entrar con el programa bolchevique». Y cuando los socialistas de izquierda le afirman: «Sí, entraremos con ustedes en el Gobierno» —los demás se niegan, incluso se fueron de los sóviets, lo que pasa es que ya el congreso era mayoritariamente bolchevique toda vez que los sóviets principales eran bolcheviques también—, cuando los socialistas de izquierda le dicen a los bolcheviques que aceptan su programa, Lenin se dirige a los demás: «Ya ven, nos siguen». Una sola fuerza. Bastaba.
O sea, ¿cómo lograr tomar el poder por las armas, hacer presos a los ministros, ocupar las principales instalaciones, y a la vez que el Congreso de los Sóviets se desarrollara, que discutiera, que aprobara los primeros documentos del nuevo Estado? ¿Cómo se trató de preservar la legalidad? ¿Cómo se hizo el esfuerzo por ganar a todos los partidos soviéticos?
Los bolcheviques satisfacían las principales demandas de la población. Ninguna otra fuerza lo hacía. Y lo demostraron consecuentemente con su programa desde abril hasta octubre. Estas demandas eran a su vez las «tareas» democrático-burguesas pendientes. Y lo que les decía, comparando con el año 1905, de que ya los sóviets eran, en la condición de la dualidad de poderes, la dictadura democrático revolucionaria del proletariado y los campesinos, me permite criticar otro aserto —en este caso un aserto del segundo trotskismo— que es la idea de que la concepción táctica de Lenin en 1917 se debe a que asumió las tesis de la revolución permanente. Eso, en rigor, no es cierto. Lenin permanece fiel a su concepción del año 1905, pero la resuelve de otra manera.
Por supuesto, todo eso después se discutió de manera demasiado escolástica durante los años posteriores y probablemente no tiene ningún significado práctico, toda vez que Lenin y Trotsky pudieron trabajar juntos y estar de acuerdo en todas las cuestiones fundamentales, salvo en la que ya expresé de si el problema sería político o policíaco.
Hay algo que tiene que ver con el tema del evento, toda vez que se trataba de tomar el poder contra una masa de revisionistas, reformistas que hacía tiempo habían descartado esa acción, no solo en Rusia, sino también en los principales países europeos: Lenin dedicó el periodo que tuvo que estar en la clandestinidad a estudiar, precisamente, el Estado. Dato curioso: el libro completo no se publica hasta el año siguiente. Solo en 1918 salió El Estado y la Revolución. Y si fuéramos a pensar en su pertinencia para este momento, creo que su valor principal significa lo que tuvo que estudiar el jefe bolchevique y cómo lo aplicó creadoramente en la factura de la obra revolucionaria directa.
Una lectura de los documentos que se aprueban inmediatamente después de que se toma el poder, los documentos de los primeros momentos, del II Congreso de los Sóviets, puede significar o puede aportar también a la idea de estos dos procesos: un proceso revolucionario internacional que se inicia y un proceso obrero y campesino que se consuma. Por ejemplo, cuando Lenin dice: «Vamos a edificar el orden socialista», no está planteando un rumbo socialista a la usanza de lo que pudiera haber sucedido, por ejemplo, en 1920–1921: lo que quiere decir con edificar el orden socialista es formar el gobierno soviético. Los textos que se emiten —A los pueblos de Rusia A los ciudadanos de Rusia— lo que hacen es evocar lo que pasó en la Francia del siglo XVIII: Llamamiento a los ciudadanos
Los planteamientos económicos, el Decreto de la tierra y las mismas Tesis de abril usted los puede encontrar repetidos de manera casi idéntica en Las tareas inmediatas del poder soviético, que se escribe unos meses después —en la primavera de 1918— donde se habla de la abundancia de sectores en la economía, donde se plantea hacer las cooperativas a paso gradual. No es la construcción de un socialismo a marcha forzada, ni mucho menos el comunismo.
Por eso, la idea que me parece importante subrayar, es que al concluir esta fase de siete meses y cinco días los hechos y las discusiones teóricas que se convirtieron en parte de la memoria colectiva del comunismo muchos años después, todavía no se han producido, todo eso viene después. Lo único que ha pasado es que se consumó la revolución obrera y campesina y que hay un programa revolucionario comunista, con muchas cosas por resolver. No se planteaba aún ninguna contradicción entre la perspectiva nacional rusa (la bolchevique), más avanzada que la del menchevismo y corrientes afines, y la perspectiva de la revolución mundial. Esas dos tendencias, esos dos planteamientos estratégicos son todavía —el 8 de noviembre de 1917— la misma cosa, y en ellos se han educado las masas. Las masas que dicen: hay dos clases, el proletariado y la burguesía; así explica un obrero en Diez días que estremecieron al mundo lo que está pasando, pero a la vez dice: nosotros queremos paz, tierra y pan.
Y quizás eso sea porque esa dialéctica peculiar se comprendía por la masa. Piensen que Lenin, cuando explica el Decreto de la paz, dice: «Nosotros sí estamos por el defensismo revolucionario, nosotros sí estamos por la guerra revolucionaria». Compárenlo con lo que dirá cuatro meses después —cuando los alemanes están a las puertas de Ucrania y se están discutiendo estos temas— cuán diferente es el escenario: la paz es una demanda generalizada, la paz sin anexiones ni contribuciones. Era la demanda más popular, no solo para Rusia, sino para las naciones oprimidas. Y en ese momento, en estos siete meses y cinco días, se prefigura algo que creo capital para nosotros, por eso es tan bueno que se haya hablado de nuestra visión cubana: en ese momento en que hay una demanda compartida por los pueblos oprimidos —los de Rusia y los de otros países— y los proletarios rusos, se empieza a prefigurar esa alianza entre los proletarios y los pueblos oprimidos que marca lo mejor de las revoluciones del siglo XX.
En definitiva, el socialismo ni triunfó al unísono ni triunfó en los países más avanzados. Y después, muriéndose, Lenin dirá que los países más avanzados llegarán al socialismo de otra manera, una de las herejías más tremendas de Lenin que habría que estudiar mucho, una especie de prefiguración del Estado de Bienestar. Pero no, en este momento todavía no se trata de eso. Se trata de que la revolución ha triunfado en un país grande, un país subdesarrollado. Es ese el país que tiene el aliento para que la revolución triunfe en otro sitio. Y esas condiciones peculiares de cómo se juntan la solución de una crisis nacional y un planteamiento comunista internacional explican también el impacto de la Revolución Rusa, lo explican no solo a partir de lo que hizo la III Internacional o de la experiencia bolchevique —que es, digamos, la manera tradicional de hablar del impacto de la Revolución de Octubre— : cómo el resto de los revolucionarios del mundo bebieron de la experiencia bolchevique o se sumaron a la III Internacional. Es más que eso: es también una explicación sobre su impacto que tiene que ver con la peculiaridad de sus fuerzas motrices, de su carácter y de sus tareas.
Y hoy es posible afirmar que la economía mundial, las condiciones de la periferia del capitalismo, nos debieran conducir a estudiar mejor este brevísimo periodo si queremos hablar de una experiencia futura de revolución socialista.
Notas
[1] Uso «mencheviques» como el símbolo —en términos de masas proletarias más amplias— de muchas más corrientes, para no detenerme en todas. Estaban los trudoviques, eseristas, maximalistas y otras diversas corrientes que se opusieron a los bolcheviques.
[2] Los bolcheviques se hacían nombrar Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia(b). Para nombrar a los mencheviques se usaba la (m).
[3] Se refiere a la ponencia presentada en el taller por Frank García Hernández, del Instituto Juan Marinello, con el título «Rosa, Lenin y la cuestión democrática cubana revolucionaria». Se publicará próximamente por La Tizza. (Nota de La Tizza)
[4] Se refiere a «Cien años de las Tesis de abril: de la lucha por el poder al empoderamiento inducido», del periodista y diplomático cubano Pedro Pablo Prada. (Nota de La Tizza)
Fuente: http://medium.com/la-tiza/7-y-5-eed57f0e0956
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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