EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

martes, 8 de octubre de 2019

El examen de admision

El examen de admisión
L
a voluntad empeñada al límite por alcanzar un objetivo casi siempre es digna de encomio. Una voluntad así muestra el Presidente cuando evoca el dicho popular me canso ganso. Cuando la voluntad va más allá del límite, se torna voluntarismo infructuoso: no importa lo que se haga, el objetivo se torna evanescente; se trata de un objetivo imposible de ser alcanzado. Un objetivo evanescente está contenido en las muchas veces reiterada insistencia del Presidente, cuando no advierte plazos ni caminos: Lo ideal es que todos los que quieran ingresar a la universidad puedan hacerlo y que se supriman los exámenes de admisión. La educación no es un privilegio, es un derecho. Ciertamente es un derecho, pero ¿puede hacerse efectivo en lo inmediato para todos, mediante la eliminación del examen de admisión?
AMLO ha visitado alrededor de 70 hospitales de todo el país. Ha visto de cerca la inmensa desigualdad de acceso a la salud de los mexicanos; aunque la ley prevé el derecho a la salud para todos. ¿Puede en un acto de voluntad hacer efectivo ese derecho igual, con la misma calidad y abarcando para todos los tres niveles del sistema nacional de salud? No, es una imposibilidad manifiesta. Lo mismo ocurre si se quiere hacer efectivo el derecho de todos a la educación superior, mediante la eliminación del examen de admisión. Es imposible hacerlo efectivo mediante esa eliminación.
Aunque es obligado volver sobre el tema en algún momento futuro, dejemos de lado por ahora el hecho de que quienes no han cursado los niveles previos, no tienen derecho de acceso a las instituciones de educación superior (IES). Como es evidente, esa regla de acceso –los niveles previos– acota ese derecho universal, sin remedio. La mayor parte de quienes conocen la academia, además, coinciden en reconocer la extrema dificultad, si no la imposibilidad (que se torna deserción), de los estudiantes que carecen de una formación suficiente en el bachillerato, para cursar el nivel superior.
Más aún, desde el punto de vista de la sociedad –que recibirá la atención ofrecida por los profesionales– ¿es conveniente egresar de la universidad a un ingeniero o a un médico con un promedio de 6 o 7? ¿Un profesional que sabe sólo una parte de lo que la sociedad necesita saber de él? Esto ocurriría sin reglas de control sobre la adquisición de saberes por los estudiantes; las responsabilidades sociales de esos profesionales no podrían ser cumplidas.
La primera obligación de una universidad es crear las condiciones para gestionar el mejor proceso posible de enseñanza-aprendizaje. Digamos lo obvio: una buena universidad es posible si cuenta con buenos académicos y buenos estudiantes. Tiene buenos académicos cuando éstos pueden garantizar la generación de aprendizajes en los estudiantes; pero los profesores no son magos, sino guías en la adquisición de aprendizajes por los estudiantes, garantizando así que los egresados alcancen el punto de saber y de saber hacer, dentro de una(s) disciplina(s) dada(s). Los profesores como conjunto no pueden lograr eso sino recibiendo estudiantes con los niveles adecuados previos.
Más allá de los fundamentos, está también la realidad educativa de México; su estatus duro académico. A nadie se le ocultan las inmensas diferencias en el estatus académico que guardan entre sí las IES mexicanas. Cuando las brechas son tan pronunciadas nada tiene de extraño que la demanda por educación superior se concentre en puñado de IES. Sin remedio aparece entonces el problema llamado por los medios los rechazados, como ocurre en primerísimo lugar con la UNAM. El Estado ha desatendido esas brechas y, así, el problema ha empeorado lustro tras lustro.
Entre los ciclos escolares 2000/01 al 2018/19 la demanda interna a la licenciatura de la UNAM, proveniente del pase re­glamentado, pasó de 18.6 miles (M) a 28.7M, aumento de 54.3 por ciento, y fue 100 por ciento atendida. En tanto, debido a la desatención del Estado apuntada, la demanda externa pasó, en ese lapso, de 64.4M a 261.2M, se multiplicó por cuatro.
Por su parte, la demanda externa atendida pasó de 14.2M a 24.0M, un aumento de 69 por ciento, mayor que el de la demanda interna; y un crecimiento total notable. Pese a ello, la brecha entre la demanda externa total y la demanda atendida –los rechazados– sin remedio ha aumentado más que proporcionalmente.
Para atender ese grave problema, las IES estatales deben crecer y aumentar con fuerza su estatus académico, y ello sería posible si se avanza en la real construcción de un sistema de educación superior. El aumento en el número de IES contribuirá a enfrentar el problema, pero es insoslayable cuidar su estatus académico. Lo mismo debe ocurrir con el nivel de bachillerato. Si ese proceso avanza, el examen de admisión podría convertirse en un examen de colocación de los estudiantes, según disciplinas e IES, y según sus preferencias, como ocurre en los mejores sistemas educativos del mundo.

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