EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 27 de enero de 2019

Rosa roja, aguila anticapitalista

A los 100 años de su asesinato
Rosa roja, águila anticapitalista
26/01/2019 | Manuel Garí, Teresa Rodríguez
A las Aurora y Greta de hoy, futuras rosas rojas del mañana
El materialismo histórico toma distancia, en la medida de lo posible, de lo reconocido tradicionalmente. Considera como tarea suya la de pasar el cepillo sobre la historia, pero a contrapelo.
Walter Benjamin. Tesis sobre la filosofía de la historia
Las reformas sociales no se consiguen nunca por la debilidad de los fuertes, sino por la fortaleza de los débiles.
Karl Marx. Discurso sobre la protección, el libre cambio y las clases obreras
Rosa Luxemburg es una de las autoras más citadas en forma de slogan, pero menos leída y aún menos tenida en cuenta en la práctica política de la izquierda que la elogia. Y, sin embargo, su pensamiento supone una aportación clave en el siglo XXI para la construcción de un discurso emancipador.
Esa “pequeña e insignificante” mujer tal como cariñosamente calificó Hermann Duncker a Luxemburg, que hablaba polaco, ruso, alemán, francés, inglés e italiano, provenía de una familia burguesa, como tantas y tantos dirigentes revolucionarios que abandonaron los intereses de su clase y abrazaron los del proletariado renunciando a brillantes carreras profesionales para dedicarse en condiciones sumamente precarias a la emancipación de las gentes de abajo. ¡Qué diferencia con los tiempos presentes en los que muchos políticos que dicen defender al pueblo han hecho de la política una cómoda forma de ingreso, estatus y vida!
Rosa Luxemburg, nacida en 1871 en Zamosc (Polonia), militó activamente en su país y luego en Alemania. Gran oradora dotada de la pasión y la razón, formó parte de una impresionante generación de mujeres fuertes y combativas al servicio del movimiento obrero, la generación de las Krupskaya, las Zetnic, las Balanov, las Kolontai, las Zetkin… que en el terreno teórico nada tuvieron que envidiar de gigantes que les precedieron o de quienes fueron coetáneos, hombres como Labriola, Mehring, Kautsky, Plejánov, Lenin, Hilferding, Trotsky, Bauer, Preobrazhenski o Bujarin.
Y Luxemburg, al igual que otros muchos pensadores de origen judío como Heine, Marx, Trotsky o Freud, fueron claro ejemplo de lo que Isaac Deutscher llama “el judío no judío”, capaces de superar la tensión entre judaísmo y universalismo, tal y como posteriormente hemos podido comprobar con la inteligente Hannah Arendt, o con nuestro maestro Ernest Mandel -cuyo padre Henri Mandel fue uno de los cofundadores de la Liga Espartaquista-, o con los compañeros Daniel Bensaïd (nuestro añorado Bensa), Michael Löwy (autor por cierto, de trabajos sobre Rosa como Ensayos sobre Lukács y Rosa Luxemburg), los hermanos Alain y Hubert Krivine, Héctor Grad y Michael Warschawski entre otra mucha más gente.
Actualidad de Rosa
Luxemburg es una autora que ha resistido, a diferencia de otros teóricos marxistas, muy bien el paso del tiempo y que nos puede ser útil hoy para abordar nuestros retos. Eso sí, sin trasposiciones mecánicas ni lecturas dogmáticas y expurgando las formas de expresión y connotaciones culturales de la época y, lógicamente, teniendo en cuenta el marco socio económico y político capitalista diferente entre los albores del imperialismo y la actual fase de globalización del capitalismo tardío.
En su momento las aportaciones de Rosa Luxemburg supusieron un revulsivo frente a la deriva claudicante de Eduard Bernstein en Socialismo teórico y socialismo práctico. Las premisas del socialismo y la misión de la socialdemocracia (publicada en 1899) y una bocanada de aire fresco frente al planteamiento canónico y estéril de Karl Kautsky en obras como Parlamentarismo y democracia (publicada en 1893), autor de quien se distanció tras la revolución rusa de 1905. Pero las posiciones de Rosa fueron también una advertencia fraternal, a la vez que firme, ante los peligros autoritarios que encerraba la evolución de la revolución bolchevique.
Cien años después de su asesinato, su impronta democrática, su espíritu libertario, su odio a la violencia y el terror, su resolución para acabar con el capitalismo, su humanismo revolucionario -en expresión de Michael Löwy- frente a lo que Karl Marx describía en La ideología alemana como “una potencia inhumana que reina sobre todo” y su afirmación comunista sin complejos… son elementos de plena actualidad para el impulso de un proyecto socialista limpio de las adherencias estalinistas y socialdemócratas y de una propuesta de autoorganización empoderante de las clases subalternas.
Cabe indicar que no tuvo la perspicacia suficiente para articular las demandas nacionales polacas o ucranianas frente al imperio zarista con el proyecto de emancipación social de las clases trabajadoras. Este error lo compartió con el resto de sus compatriotas que formaron parte del Partido Socialdemócrata de Polonia, lo que dejó las aspiraciones de libertad para su país en manos de partidos agrarios y burgueses.
Pero, a la vez, hay que subrayar que sí que supo anticiparse en múltiples vertientes. Tal es el caso de su radical defensa de los derechos de las mujeres y su esfuerzo por integrarlas en la lucha por el socialismo con un papel protagónico. Clara Zetkin e Ilich Ulianov Lenin, según el testimonio en 1925 de la primera, señalaron que Rosa Luxemburg, en su país y en su exilio alemán, tanto en su etapa de miembro del Partido Socialdemócrata como en la etapa de fundadora y animadora del Partido Comunista de Alemania, fue pionera en la defensa de la inclusión del derecho al divorcio en los programas políticos de la izquierda y en la defensa de las mujeres prostitutas sometidas a una doble explotación y al desprecio de la hipócrita moral dominante Pero sobre todo Rosa destacó en su apasionado alegato en la necesidad de organizar a las mujeres trabajadoras en el partido y de darles responsabilidades acordes a su compromiso militante. (Zetkin, 1975)
Todo lo anterior es lo que explica, que al igual que en los primeros años del siglo XX Rosa Luxemburg suscitó los elogios tanto del bolchevique ruso Lenin o del espartaquista alemán Franz Mehring -que la consideraba la mejor heredera de la teoría de Marx- como del anarquista francés Daniel Guérin, actualmente, año tras año, con ocasión de cada 15 de enero, decenas de miles de jóvenes de un amplio espectro ideológico de izquierdas (autónomos, trosquistas, miembros de Die Linke, anarquistas, ecologistas, feministas o genéricamente alternativos que entreveran lo que hoy llamamos el ecosocialismo anti patriarcal) se sumen a viejas generaciones militantes en la marcha y homenaje que se rinde a Rosa y a Karl Liebknecht en el Monumento de los socialistas del cementerio central de Friedrichsfelde de Berlín.
Enemigos de Rosa
Pero esta admiración y reconocimiento no siempre fue así. Ni fue general. Y para mucha gente Rosa Luxemburg llegó a ser el paradigma de antimarxistaperdedora y equivocada cuando no, literalmente, de enemigo a batir. Tras jugar un papel central en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y oponerse activamente a la guerra en 1914 (por lo que pasó unos años en las cárceles de Posen y Breslau), impulsar la Liga Espartaquista en 1916, editar Bandera Roja y fundar el Partido Comunista en Alemania (KPD) el 1 de enero de 2019, 15 días antes de su asesinato fue secuestrada, detenida y asesinada.
En el crimen intervinieron los paramilitares monárquicos de los Freikorps [cuerpos de choque], apoyados políticamente por Gustav Noske, ministro socialdemócrata de Defensa, y amparados en su impunidad por el pacto Ebert-Groener suscrito el 10 de setiembre de 1918 contra el peligro de los levantamientos de izquierda, la extensión de la revolución mediante la creación de Consejos Obreros en zonas estratégicas de Alemania y el riesgo de que el comunismo ganara la hegemonía en el seno de la clase trabajadora. Con ese fin se aliaron Friedricht Ebert, jefe socialdemócrata del gobierno, y el Intendente general del ejército, Wilheim Groener, jefe de un ejército que era un Estado dentro del Estado. El capitán Waldemar Pabst, que fue responsable de la detención y seguridad de Liebknecht y Luxemburg en el hotel Edén, permitió la actuación de los Freikorps, lo que permitió, a su vez, que el soldado Runge y el teniente Vogel golpearan y balearan a ambos y echaran el cadáver de Rosa al Landwehrkanal. No es casual que años más tarde ese negligente capitán Pabst fuera condecorado y homenajeado por los nazis.
Este horrible crimen nunca mereció la autocrítica sincera y radical del SPD; bien al contrario, el socialdemócrata Philipp Scheidemann, canciller de la República de Weimar, tuvo el mísero cinismo de declarar en relación a los obreros de los Consejos, el espartaquismo y los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht: “Se ha llamado a esta lucha una guerra de hermanos. ¡No! Los criminales y los ladrones no son hermanos míos. El aniquilamiento de los espartaquistas es un acto de salud pública que teníamos que cumplir ante nuestro pueblo y la historia”. Por ello no es de extrañar que años más tarde el gobierno de la República Federal de Alemania el 8 de febrero de 1962 calificara oficialmente los asesinatos como “una ejecución de acuerdo con la ley marcial”. Está claro que los asesinos tenían licencia para matar.
Esta actitud del SPD alemán en 1919 envalentonó a las bandas paramilitares y militares derechistas. Tras Karl y Rosa fueron asesinados Hugo Hasse, presidente del Consejo de Representantes del Pueblo en la revolución de 1918, el anarquista judío Gustav Landauer, el dirigente del KPD Leo Jogiches -lituano, internacionalista de origen judío, activista en Polonia y Alemania y pareja sentimental de Rosa Luxemburg- y Eugen Leviné comunista ruso de origen judío, líder de la República Consejista de Baviera. Pero, como tantas veces que se deja hacer a los bárbaros sin la debida respuesta, su sanguinaria actuación se ensancha y no conoce límites ideológicos. Luego asesinaron a Walther Rathenau, empresario y político judío, ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar y a Matias Erzberger economista y político católico opuesto al belicismo y vicecanciller en 1919. Pasito a pasito facilitando la barbarie que vendría diez años más tarde.
Nadie podría imaginar que el partido comunista que Rosa fundó acabara persiguiendo sus ideas. Pues ocurrió. Y de forma temprana. Una vez Lenin perdió centralidad en la dirección bolchevique por su enfermedad que le condujo a la muerte, las obras de Luxemburg fueron censuradas cuando no prohibidas. Cosa que años más tarde se reprodujo en la República Democrática de Alemania.
Tras la muerte de Rosa, en 1922, Lenin exigió que la obra de Luxemburg La revolución rusa, escrita en la cárcel, fuera impresa sin censuras ni comentarios pues “… a veces el águila puede volar más bajo que una gallina, pero una gallina nunca puede elevarse a la misma altura que el águila. Rosa Luxemburg (…) a pesar de sus errores fue y es un águila” (Lenin, 1971). Pero la gallina austriaca Ruth Fischer aceptó el encargo de un KPD ya estalinizado de censurar y desprestigiar a Rosa Luxemburg cuyas ideas calificó de “bacilo de la sífilis para los trabajadores”.
Ahora bien, al igual que su asesinato no logró arrancar a Rosa de la memoria de la clase trabajadora revolucionaria como refleja el bello y poético parlamento de Heiner Müller en Germania Muerte en Berlín (Müller, 1996) en el que Hilse proclama:
“En aquel frío enero, invidente ya tú
Tendida en la camilla. Doce horas
Desfilando delante de tu cuerpo
Y del de Karl Liebknecht, atravesar
Después Berlín siguiendo vuestros féretros
En completo silencio y el cielo era de plomo.
Ahora pareces más joven. Sé por qué.
¿Me reconoces? Soy el albañil eterno. (…)
Con ladrillo y cal. Si aún tuvieses ojos
A través de mis manos verías relumbrar
Banderas rojas sobre el Rin y el Ruhr”
las ideas de Rosa fueron recuperadas y puestas en valor de forma creciente por numerosos autores, entre otros por Lelio Basso, Tony Cliff, Ernest Mandel, Norman Geras o Michael Löwy. Y la izquierda revolucionaria pudo retomar el hilo de los debates que Rosa suscitó.
En estas páginas vamos a centrar la atención brevemente en algunos de ellos, solo en algunos, pues la obra de Luxemburg es de suficiente entidad y riqueza como para abarcarla en un artículo. Y lo hacemos con el ánimo de polemizar desde el pasado con el presente, aprender las enseñanzas útiles sin que ello suponga aceptar acríticamente todas y cada una de las posiciones luxemburguistas y contribuir al reconocimiento de la revolucionaria.
Reforma o revolución
Eduard Bernstein, el teórico y político con el que más y de forma más contundente polemizó Rosa Luxemburg en el seno de la socialdemocracia alemana a finales del siglo XIX y principios del XX, afirmó clara y honestamente que “en lo concerniente al método, Rosa está entre lo mejor que se ha escrito contra mí”. Nunca con menos palabras un adversario hizo mejor elogio de su oponente.
La obra Reforma o Revolución (Luxemburg, 1978) sintetiza las posiciones de Rosa frente a Bernstein en el plano teórico, pero sobre todo en el político que era el centro principal de interés de la revolucionaria. Esta obra se elaboró y publicó de forma paralela a los trabajos de Bernstein. En los años 1898 y 1899 aparecieron las tesis luxemburguistas en los artículos del semanario Leipziger Volkszeintung. En 1908, tras madurar sus posiciones, las ideas de Rosa Luxemburg tomaron cuerpo en la obra Socialreform oder Revolution?, el primer libro escrito en alemán por la revolucionaria polaca.
Mientras que Karl Kautsky fijó su atención en criticar la orientación teórica de Bernstein en relación con lo que estimaba que era el legado de Karl Marx, Luxemburg, sin dejar de hacerlo, se tomó muy en serio las consecuencias políticas prácticas, estratégicas, de las afirmaciones berstenianas. Para la revolucionaria la teoría era la antesala de la acción.
En la obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (publicada en 1899, como producto de unos artículos en la revista teórica Neue Zeit durante los dos anteriores años) Bernstein afirma que la palabra revisionismo, que en el fondo sólo tiene sentido para cuestiones teóricas, traducida a lo político significa reformismo, tesis que tiene un corolario que afecta directamente al papel y naturaleza del partido socialdemócrata que, en opinión del autor, debía tener el valor de aparentar lo que realmente era: un partido reformista, demócrata-socialista (Bernstein, 1966). Lo que significaba, como es comprobable en la historia posterior, un partido que renunciaba al objetivo final revolucionario de cavar la tumba del capitalismo y que no quería ir más allá de los límites de la democracia liberal que posibilitaría un tránsito no traumático hacia el socialismo. Tránsito que nunca se dio.
En su obra, Luxemburg señaló los límites del sindicalismo que puede y debe defender lo conseguido, pero que exige la contrapartida de la existencia de una política de clase en lo social y lo político que tenga en cuenta, la vinculación de la las reformas y mejoras con el objetivo final de acabar con sistema económico basado en la explotación y que genera la desigualdad.
Y también indicó las limitaciones del parlamentarismo. Sus palabras fueron contundentes: “Es por esto por lo que quienes se pronuncian a favor del camino de las reformas legislativas en lugar de -y en contraposición a- la conquista del poder político y de la revolución social, no están realmente eligiendo un camino más calmo, seguro y lento hacia la misma meta, sino una meta distinta. En lugar de dirigirse al establecimiento de una nueva sociedad, se dirigen simplemente hacia las modificaciones no esenciales (cuantitativas) de la existente. Si seguimos las concepciones políticas del revisionismo, llegamos a la misma conclusión que se alcanza cuando seguimos sus teorías económicas; no se encaminan a la supresión salarial, sino a un más o menos de la explotación, es decir, a la supresión de los abusos del capitalismo y no a la supresión del capitalismo en cuanto tal. (Luxemburg, 1978).
Si para Bernstein estaban desapareciendo las crisis capitalistas y pronosticó un desarrollo del capitalismo sin sobresaltos que llevaría finalmente al socialismo, para Luxemburg la transición entre ambos modos de producción es cualitativa y contradictoria.
“La reforma legislativa y la revolución no son métodos de desarrollo histórico que pueden elegirse a gusto del buffet de la historia (…) son diferentes dimensiones en el desarrollo de la sociedad dividida en clases. Se condicionan y complementan mutuamente, y al mismo tiempo se excluyen entre sí, como el polo norte y polo sur, como la burguesía y el proletariado. Toda constitución legal es simplemente el producto de una revolución. En la historia de la sociedad dividida en clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es el vegetar político inerte de la sociedad. (…) En cada periodo histórico, la tarea de las reformas se cumple únicamente en el marco de la forma social creado por la última revolución. Este es el núcleo de la cuestión. (…) Una revolución social y una reforma legislativa son dos diferentes dimensiones no por duración sino por su esencia (…) El secreto del cambio histórico mediante la utilización del poder político reside precisamente en la conversión de las modificaciones simplemente cuantitativas en una nueva sociedad o, para decirlo más concretamente, en la transición de un periodo histórico de una forma de sociedad a otra”.(Luxemburg, 1971)
Para Rosa la lucha por el socialismo era de orden eminentemente necesario y pragmático. En el Congreso de Stuttgart replicando a Heine planteó que ninguna cuestión es más práctica que el objetivo final. Para Luxemburg las conquistas parciales solo se mantendrán en la perspectiva de la conquista del poder y la abolición del capitalismo.
El ser o no ser de la socialdemocracia
Luxemburg en su Prefacio de abril de 1899 a Reforma o Revolución nos da las pistas fundamentales de sus tesis frente a lo que califica de oportunismo de Bernstein. Merece la pena seguir sus propias palabras: “Quizás el título de la presente obra sorprenda de entrada. ¿Reforma o Revolución? ¿Es que la socialdemocracia puede enfrentarse a una reforma social? ¿O puede oponer a la reforma la revolución, la transformación del orden existente, aquello que constituye su último objetivo? Desde luego que no (…) Para la socialdemocracia, la reforma social y la revolución social forman parte de un todo inseparable, por cuanto, el camino ha de ser la lucha por la reforma, y la revolución social, el fin”. (Luxemburg, 1978)
Rosa Luxemburg defendió en esta obra como en otros escritos, en sus discursos y en su quehacer militante, la existencia de un continuum entre la lucha por las mejoras salariales, la consecución derechos políticos y sindicales y el camino a la revolución capaz de acabar con el capitalismo. En este punto sus posiciones se asemejaron a las del “transcrecimiento” leninista y aún más a la teoría de la “revolución permanente” de Trotsky que fue quien trató de forma más completa y dialéctica esta cuestión hasta concluir en el Programa de Transición.
Con ello Luxemburg hace un discurso antagonista al de Bernstein cuando el mismo afirma “Para mí, el fin, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo es todo.” Para la revolucionaria “el objetivo final es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el movimiento socialdemócrata, por un lado, y la democracia burguesa y el radicalismo burgués, por otro”. Para Rosa el movimiento obrero tiene que escoger entre la “cómoda tarea de remendón encaminada a la salvación del orden capitalista (…) o una lucha de clases contra ese orden, buscando su anulación”. (Luxemburg, 1978)
Rosa Luxemburg se opuso al falso dilema dualista: acción gradual versus acción revolucionaria, pues para ella todo depende de las condiciones objetivas. Años más tarde, el 22 de septiembre de 1905, en el congreso de Lena, en confrontación con Robert Schmidt y los sindicalistas reformistas expresó vehemente su indignación: ”Cuando se han escuchado los discursos pronunciados hasta ahora sobre la huelga política de masas, se tiene realmente ganas de poner la cabeza entre las manos y preguntarse: ¿Estamos realmente viviendo en el año de la gloriosa revolución rusa, o acaso faltan aún diez años para que se produzca? Leéis cada día las informaciones en los diarios de la revolución, leéis los comunicados, pero parece como si no tuvierais ojos para ver ni oídos para escuchar... ¿No ve Robert Schmidt que ha llegado el momento que habían previsto nuestros grandes maestros Marx y Engels, el momento en que la evolución se transforma en revolución? Estamos viendo la revolución rusa, y seríamos unos asnos si no aprendiéramos de ella".
De ahí la importancia del debate con Bernstein, en el que, para nuestra autora, la socialdemocracia alemana e internacional se juega el futuro, el ser o no ser, tomando prestada la expresión shakesperiana. El Hamlet de la revolución industrial, el movimiento obrero y socialista, se la juega en esa encrucijada. Para Luxemburg la discusión con los oportunistas “no se trata, en último extremo, de esta o de aquella manera de luchar, de esta o de aquella táctica, sino de la vida toda del movimiento socialdemócrata”. Para Luxemburg los principios socialistas son el criterio de cohesión y pertenencia al partido.
Rosa iba por delante
Realmente, para Rosa Luxemburg, la batalla que libra contra Bernstein va más allá de las tesis de éste. En el fondo es una batalla contra la inercia existente en todo el partido socialdemócrata, incluido Kautsky, que había crecido junto al movimiento sindical en un momento de expansión del capitalismo sin precedentes en el que las conquistas democráticas y sociales eran un hecho, gracias a las luchas, pero también porque el capitalismo nacional podía hacer concesiones para mantener la paz social en las principales potencias industriales gracias a los excedentes del saqueo colonial. El grueso del partido no consideró esta dimensión supranacional y transnacional del sistema capitalista. Por ello no percibió el cambio de época experimentado por el capitalismo con su entrada en la fase imperialista, con el consiguiente aumento de la competencia entre los capitalismos nacionales, los riesgos de guerra y de involución en las libertades y derechos.
Durante años la socialdemocracia alemana se forjó en “la vieja táctica probada” (die alte bewährte Taktik) cuya esencia era la combinación de acción sindical, organización de la clase trabajadora en el partido, el avance progresivo en las elecciones y la presencia institucional. Su coartada ideológica la encontraron en uno de los prefacios de Engels a la Lucha de clases en Francia, en el que el compañero de Marx repasa los avances electorales de la socialdemocracia alemana, sin tener en cuenta otras contribuciones del propio Engels y sus posteriores reconsideraciones.
Para los reformistas, las crisis habían desaparecido en el horizonte del desarrollo capitalista, ergo el socialismo caería de suyo como producto de la propia evolución sistémica. Para el SPD, el partido se convertía en el agente (y real sujeto) del cambio tranquilo pues confiaba en las virtudes de la democracia liberal, desconfiaba de la acción de masas, dividía las funciones entre unos sindicatos que se dedicaban a las reivindicaciones económicas y un partido que monopolizaba la actividad política.
La irrupción del factor crisis económica, el aumento del deterioro de las condiciones sociales, el surgimiento de movimientos de masas no previstos y el incremento de las contradicciones interimperialistas y de los conflictos bélicos cambió radicalmente el marco de la lucha de clases. Y puso en cuestión la eficacia de la vieja táctica probada. En esto Rosa Luxemburg se adelantó a Lenin y Trotsky y muy pronto planteó la necesidad de modificar la estrategia y la táctica en el SPD, el partido más admirado en el momento. La revolucionaria en diversos temas y ocasiones tuvo una visión anticipada de las tendencias del modo de producción capitalista, del marco global económico y político, si bien es cierto que los revolucionarios rusos tuvieron, quizás, una mayor profundidad de campo cuando vieron y abordaron la cuestión.
Rosa Luxemburg desmintió la correlación entre capitalismo y democracia. Las libertades, los derechos y la democracia no podía desplegarse totalmente bajo el sistema de apropiación de la riqueza por parte de la burguesía en opinión de la autora. Quien, además, superó la trilogía tradicional en el partido: elecciones, huelgas económicas y propaganda generalista sobre el socialismo, e intentó sentar las bases de una estrategia autónoma de las clases subalternas. Por ello dio gran importancia al factor subjetivo, al elemento activo, a la iniciativa política para no dejarla en las manos de la oligarquía y sus políticos profesionales.
Fueron muchas las diferencias entre Lenin y Luxemburg sobre importantes temas como el derecho de las naciones a la autodeterminación, pero el respeto mutuo y la solidaridad política siempre fueron totales. Debatieron libre y duramente, pero consideraban que estaban en el mismo lado de la barricada. Rosa hizo múltiples críticas a los bolcheviques en cuestiones como la política sobre la tierra, las nacionalidades o las restricciones a la democracia. A los quince meses del triunfo de los soviets en el imperio zarista, Rosa Luxemburg, advirtió en su obra La revolución rusa (escrita en 1918 y publicada después de su muerte en Berlín tres años más tarde por Paul Levi) de los peligros que suponían para el proceso las carencias democráticas. Pero sus críticas no implicaron desafección o alejamiento, al contrario, se situó en el mismo lado del campo de batalla. Es más, elogió a Lenin y Trotsky por su coraje, energía y perspicacia para impulsar la Revolución de Octubre y de esa revolución, que apoyó sin duda alaguna, dijo que había devuelto el honor al socialismo internacional. Pero Luxemburg señaló que las libertades de expresión, organización y reunión son “derechos sagrados” porque en su concepción si se elimina la democracia se acaba con la “fuente viviente de toda riqueza espiritual y progreso". Y, recalca que “la libertad es siempre exclusivamente del que piensa de manera diferente” 1/.
La clase obrera en Rosa
Luxemburg no idealizó jamás la conciencia ni la actividad de la clase obrera al margen del conflicto social, hizo suya la idea de Karl Marx en la Ideología alemana: “Los individuos aislados no constituyen una clase, sino en la medida en que tienen que emprender una lucha común contra otra clase: en lo demás, la concurrencia los opone como enemigos los unos de los otros”. Por ejemplo, señaló que el internacionalismo no surge espontáneamente por coincidencia de intereses sino de forma consciente y organizadamente al poner las conquistas locales en la perspectiva general. Luxemburg bebe en Marx para establecer la triada espontaneidad/ subjetividad/ autoactividad en la transformación de la clase obrera de clase en si en clase para si. Más en concreto, Rosa enlaza su visión con la Tercera tesis sobre Feuerbach en lo referente a la secuencia praxis revolucionaria, convergencia en momentos, transformación y autotransformación de la clase trabajadora.
Por ello, afirma Luxemburg, que la clase proletaria existe políticamente por la dinámica masas-partido. Al partido lo califica de formador político. En la relación, ambos -clase y partido- se influyen y cambian. Esta concepción le permite superar tanto el espontaneísmo de algunos sectores izquierdistas como el dirigismo en el que incurrió tantas veces el SPD.
Para Luxemburg la clase trabajadora aprende y se constituye como sujeto político en la práctica: "La organización de la acción revolucionaria puede y debe aprenderse en la propia revolución del mismo modo que solo se puede aprender a nadar en el agua". Rosa criticó a Kautsky por la glorificación que los socialdemócratas hacían de la huelga como instrumento para meramente cambiar la legislación. El SPD no quería que la clase obrera por si misma en sus luchas saltara la frontera acción-sindical / acción-política, dejando ésta como coto particular del partido. Luxemburg en 1906, tras la experiencia de la revolución rusa del año precedente, escribió Huelga de masas, partido y sindicatos, en la que defendió el vigor popular espontáneo y la necesidad de que la clase obrera entre en la acción política a partir de su actividad.
Rosa entiende la Huelga General como un acto material pero que es el resultado de un proceso político; la huelga misma es un proceso, no un acto putchista ni el producto planificado en frío desde un despacho del partido. Y piensa que puede suponer un gran paso en la conciencia de las masas hacia la revolución en tanto que práctica política de base en clave de transformación social. Concibe este hito no como instante sino como proceso complejo, largo, dramático dónde si es difícil conquistar el poder, lo realmente complicado es mantenerlo. El programa del partido comunista elaborado por Luxemburg en diciembre 1918 plantea una idea que conviene retener, debatir y comprobar: "En las revoluciones burguesas el derramamiento de sangre, el terror y el asesinato político eran armas indispensables de las clases que se levantaban, pero la revolución proletaria no necesita del terror para lograr sus propósitos y odia y abomina el asesinato".
Una de las calumnias más frecuentes lanzadas por los estalinistas contra Rosa, es que ella atribuyó el mérito de la revolución rusa de 1905 a las masas inorganizadas, despreciando el papel de la vanguardia organizada. Calumnia que han aceptado sin mayor reflexión diversos sectores radicales, sin tener en cuenta que la propia Luxemburg afirmó el 8 de febrero de 1905 ”e incluso si, en un primer momento, la dirección del levantamiento ha podido caer en manos de dirigentes fortuitos, incluso si el levantamiento puede verse aparentemente enturbiado por toda clase de ilusiones y de tradiciones, no es más que el resultado de la enorme suma de educación política que ha sido propagada durante los dos últimos decenios por la agitación socialdemócrata subterránea de las mujeres y de los hombres en las distintas capas de la clase obrera rusa. En Rusia, como en el mundo entero, la causa de la libertad y del progreso social está en las manos del proletariado consciente".
Es necesario pues, desenmascarar la falsa muletilla del espontaneísmo luxemburguista. Rosa, frente a la preminencia absoluta del partido socialdemócrata respecto al papel del resto de la actividad de la clase trabajadora que defendían tanto los oportunistas de derechas como bastantes dirigentes del SPD más a la izquierda, pero anclados en una visión conservadora y esclerotizada parlamentarista, afirmó la necesidad de atender a los movimientos de masas ajenos al dictado de los dirigentes políticos y sindicales tradicionales. Y propuso que el papel del partido fuera el de intentar convertirse en la dirección política de esa energía social en parte espontánea e imprevista en parte producto del trabajo del partido. Ahora bien, para Rosa, no es el partido el que hace el cambio, sino la sociedad. Curiosamente el atribuir un papel de agente principal al partido, sustituyendo al pueblo, es algo que unifica a socialdemócratas, putchistas y estalinistas. Para Rosa Luxemburg el partido debe ser dirección de los movimientos de masas que aparecen y viven por si mismos.
Luxemburg no podía concebir ni el proceso revolucionario anterior al acceso al poder y aún menos el mantenimiento de este una vez conseguido, sin la participación democrática de las clases subalternas. Sin ese empoderamiento no se podría construir la alternativa socialista. Rosa plantea una relación dialéctica que permite la permuta de funciones entre las masas y sus instrumentos de vanguardia, entre la espontaneidad coyuntural y la organización permanente.
La economía marxista y la política radical de Luxemburg
Hannah Arendt afirmó de forma incomprensible y sin demostración alguna que Luxemburg no era marxista en un prefacio a la biografía de Rosa de J.P. Nettl publicada en 1966, prólogo que más tarde publicó como ensayo titulado Rosa Luxemburg 1871-1919 2/.
Del profundo conocimiento del materialismo histórico de Marx por parte de Rosa –y, hay que subrayar, acuerdo con el mismo- como herramienta para analizar el lugar en la historia del modo de producción y de la sociedad capitalista, cabe destacar su obra La introducción a la economía política (Luxemburg, 1974), producto de sus clases en la Escuela Central del Partido Socialdemócrata en Berlín, donde también enseñó Hilferding, a partir de 1907, como Bauer lo hizo en el centro del partido socialdemócrata austriaco (ÖSPD) de Viena o Riazanov y Lenin en Longjumeau lo hicieron para los cuadros obreros bolcheviques. Estos teóricos y dirigentes políticos construían pensamiento contrahegemónico alternativo en el seno del movimiento obrero en paralelo al pensamiento burgués, pero también al de los académicos de izquierda. Desde ese propósito Rosa Luxemburg criticó a los “socialistas de cátedra” que enseñaban en las universidades y no colaboraban con el partido.
La Introducción a la economía, obra varias veces interrumpida por la urgencia de la actividad política de Rosa, la terminó en un periodo que pasó en la prisión de Wronke entre 1916-1917. En esta obra Luxemburg plantea tres grandes bloques de ideas. La producción primitiva de valores de uso desemboca en la producción de mercado que también supone una producción para las necesidades, pero incorporando el crecimiento exponencial de las necesidades y potencialidades que se hace posible con la producción comercial, pero ello aboca a la producción de valores de cambio. La organización de la producción en las comunidades primitivas desemboca en la producción capitalista, por si misma desordenada, que planteará la necesidad de su sustitución por la planificación socialista del futuro mucho más compleja y más variada que la organización que tenía la fase de un estadio precedente del pasado. La propiedad colectiva primitiva muta en la propiedad privada generalizada bajo el capitalismo, lo que preparará las condiciones para la propiedad privada colectiva. La propiedad colectiva socialista (que no identifica con estatal) se distinguirá de la propiedad colectiva primitiva porque la colectividad detentadora y beneficiaria de la propiedad no será un grupo consanguíneo, horda, clan o una tribu, sino una comunidad muy grande, una nación, un continente, la humanidad en su conjunto.
Rosa Luxemburg no solo dominó los elementos conceptuales marxistas en la crítica de la economía política, se atrevió a actualizarlos al son de los cambios habido en la formación social capitalista. Ello se puede comprobar en su obra La acumulación del capital. Contribución a la explicación del imperialismo (Luxemburg, 2018) escrita en 1913 -justo un año antes de la gran guerra inter imperialista, conocida como I Guerra Mundial- donde describió magistralmente el papel de las regiones del mundo no capitalistas en el desarrollo del sistema capitalista de las metrópolis. Rosa no confiaba en el automatismo del colapso del capitalismo y planteó que la reproducción del capital exige romper fronteras lo que lleva al imperialismo. Al capitalismo para efectuar la realización de la plusvalía ya no le basta el estrecho mercado nacional, ello le obliga de forma estructural y sistémica a tomar por asalto nuevos mercados, lo que implica la expansión militar imperialista en los Balcanes, Asia y África. Y con ello a un fortalecimiento del militarismo y los conflictos.
Aviso para navegantes actuales
Vivimos actualmente una fase de excesiva confianza en el discurso y su herramienta, el argumentario, (ambos instrumentales y necesarios, pero no suficientes) en detrimento de la elaboración y oferta de un proyecto de sociedad, lo que supone contar con una propuesta programática. Son momentos en los que, además, hay una hipertrofia de la representación política y el trabajo institucional en detrimento también del protagonismo y actividad política de las masas. Momentos en los que la ilusión de lo político (reducido además al mero trabajo institucional) deja en un segundo plano el papel de lo social (del trabajo en los movimientos); a diferencia de otras épocas en los que la ilusión de lo social hizo despreciar la actividad directamente política, particularmente la electoral. Atravesamos tiempos en los que bastantes de las nuevas formaciones políticas reducen su activo al de la élite dirigente normalmente identificada con el grupo parlamentario, formaciones en los que la deliberación y el debate se sustituyen por las declaraciones de sus dirigentes, las decisiones colectivas son tomadas por una minoría, prima el hiper liderazgo frente a la organización colectiva y la democracia queda reducida al esperpento del plebiscito continuo.
Para la generación de activistas, concejales, alcaldes y parlamentarios de las ambiguamente denominadas fuerzas del cambiocuatro ideas luxemburguistas podrían ser de suma utilidad, por no decir esenciales.
La primera idea queda reflejada en un artículo de 1899 contra el ministerialismo francés: “Los fundamentos de la socialdemocracia no se pueden entender tan sólo a través de folletos y conferencias, como tampoco podemos aprender a nadar practicando en seco. Solamente la alta mar de la vida política, solamente en la amplia lucha contra el Estado contemporáneo, en la adaptación a esa enorme diversidad de la realidad viviente, se puede educar al proletariado”. Idea que desmiente rotundamente las ínfulas de tanto profe progre que actualmente en nuestro país desde su aula, tertulia, red social o medio de comunicación presume de tener la fórmula mágica capaz de lograr la llegada al gobierno y cambiar las cosas sin poner en cuestión ni disputar el poder de la oligarquía. Las masas en su autoemancipación no pueden aprender a nadar en seco, deben ellas mismas actuar decisivamente en la lucha política. Porque como Luxemburg afirma, “ningún esquema prestablecido, ningún ritual temporal puede enseñar al proletariado el camino que tiene que recorrer. La experiencia histórica es su único maestro”. Camino, dice Rosa -dado que no se pueden evitar las contradicciones y antagonismos de clase- plagado de sufrimientos y errores, lo que hace necesaria una despiadada crítica y autocrítica 3/.
La segunda aportación queda reflejada en su insistencia en que el pueblo, la clase trabajadora, “… no cabe en la fórmula de unos cuantos diputados electos que controlan los destinos de la sociedad con discursos y refutaciones. Menos aún las dos o tres docenas de dirigentes que ocupan puestos gubernamentales. La clase obrera son las grandes masas mismas” 4/. La clase trabajadora, el pueblo, la gente es más mucho más que la élite política.
La tercera clave de Luxemburg, siguiendo la propuesta marxista al crear la Asociación Internacional de Trabajadores de que la liberación de la clase obrera será obra de la clase obrera, se plasma en la afirmación “…este principio rector [significa que] (…) incluso en el seno del partido de clase del proletariado, cualquier momento importante, decisivo, debe originarse no en una iniciativa de un puñado de dirigentes, sino en la convicción y la solidaridad de la mayoría de los miembros del partido” 5/. Eso lo afirma una de las políticas con mayor iniciativa y capacidad de innovación, que en su último artículo del 14 de enero de 1919, seis días antes de su asesinato y tras la derrota de un levantamiento con el que ella no estaba de acuerdo, pero que disciplinadamente apoyó, que “la mejor maniobra es un buen golpe de audacia” pero también que “las masas son en efecto el factor decisivo, porque son la roca sobre la que será edificada la victoria final de la revolución” (Luxemburg, 1971). Este conjunto de ideas sobre el papel decisivo y decisor de la clase trabajadora y sobre la necesidad de un partido colectivo que adopte decisiones en ocasiones arriesgadas, es lo que explica que apoyara, sin estar de acuerdo, la insurrección espartaquista en Alemania, que consideraba prematura, cosa que no ocultó, y que vistos los hechos tenía razón. Por encima de sus opiniones, siempre puso la voluntad colectiva.
La cuarta idea fuerte la expresa en uno de sus mejores párrafos sobre las tareas parlamentarias: “Participar en el establecimiento de leyes positivas con resultados prácticos en la medida en que sea posible y, al mismo tiempo, hacer valer en cada momento el punto de vista de nuestra oposición de principio al Estado capitalista, esa es, en rasgos generales, la difícil tarea de nuestros representantes parlamentarios”. No dejarse atrapar en el día al día, lograr mejoras, no limitarse -siendo necesaria manejar la gestión de los asuntos públicos de forma eficiente- al gestionarismo que acaba engullendo al proyecto transformador. Y que los representantes populares tengan claro y presente durante todo su mandato que, junto a las tareas de defensa y mejora inmediata de las clases subalternas en las instituciones, deben mantener siempre el horizonte del cambio de fondo cuyo principal obstáculo es el aparato de estado concebido y creado al servicio de los intereses de la oligarquía. Esa es la ecuación que resolver mediante la organización y debate colectivos y democráticos, el impulso del movimiento de masas auto organizado y la puesta en pie de una estrategia capaz de lograr la transición a una sociedad justa y sostenible de mujeres y hombres libres e iguales.
Últimas voluntades
El último artículo de Rosa Luxemburg tras la derrota y represión del movimiento de los consejos obreros, escrito el 14 de enero de 1919 poco antes de su asesinato y que tituló “El orden reina en Berlín” (Luxemburg, 1971, b), es revelador de su temple y premonición, pero también de su confianza en el pueblo. Sus últimas líneas son contundentes: “¡El orden reina en Berlín!…¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro orden está levantado sobre la arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror se pintará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡Era, soy, seré!"
25/01/2019
Notas:
1/ Citada por Norman Geras en Geras, Norman (2001) “La democracia y los fines del marxismo” en Trías, J. y Monereo M. eds. Rosa Luxemburg. Actualidad y clasicismo. El Viejo Topo, Fundación de Investigaciones Marxistas, Barcelona.
2/ Este documento puede encontrarse en castellano en la edición de Página Inédita de la Revolución Rusa de Rosa Luxemburgo.
3/ Citada por Norman Geras en Geras, M (2001) “La democracia y los fines del marxismo” en Trías, J. y Monereo M. eds. Rosa Luxemburg. Actualidad y clasicismo. El Viejo Topo, Fundación de Investigaciones Marxistas, Barcelona.
4/ Ídem
5/ Ídem
Bibliografía
Bernstein, Edouard (1966) Socialismo teórico y socialismo práctico. Las premisas del socialismo y la misión de la socialdemocracia. Editorial Claridad. Buenos Aires
Kautsky, Karl (1982). Parlamentarismo y democracia. Editora Nacional, Madrid
Lenin, Vladimir I. (1971). Notas de un publicista, Obras Completas. Ed Cartago, Buenos Aires, pp. 169
Löwy, Michael (2001). “Actualidad revolucionaria de Rosa Luxemburg” en Trías J. y Monereo M. eds. Rosa Luxemburg. Actualidad y clasicismo. El Viejo Topo, Fundación de Investigaciones Científicas. Barcelona
Luxemburg, Rosa (1971) Obras escogidas. Tomo I. Reforma o Revolución. Ediciones Era. México. pp. 70-71
- (1971, b). “El orden reina en Berlín” en La Comuna de Berlín. Selección de artículos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Colección 70. Editorial Grijalbo, México
- (1974). La introducción a la economía política. Siglo XXI editores. México
- (1978). Reforma o Revolución. Fontamara. Barcelona. pp. 33, 34, 35
- (2015) Huelga de masas, partido y sindicatos. Siglo XXI editores. México
- (2017). La Revolución rusa. Página Indómita. Barcelona
- (2018). La acumulación del capital. Contribución a la explicación del imperialismo. Copyrighted material
Müller, Heiner. (1996) Germania Muerte en Berlín. Argitaletxe Iru Teatro. Traducción de Jorge Riechmann. Pp. 108
Waters, Mary Alice (ed.) (1970) Rosa Luxemburg Speaks, Pathfinder Press. Nueva York pp.389
Zetkin, Clara (1975). “Recuerdos de Lenin, Cuaderno de notas” en V.I. Lenin, La emancipación de la mujer. Akal 74. Madrid.

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