EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 9 de octubre de 2016

Alfonso Arau, el hombre del chocolate caliente

Alfonso Arau, el hombre del chocolate caliente Elena Poniatowska
N o cabe duda de que Alfonso Arau Incháustegui, nacido el 11 de enero de 1932 en la Ciudad de México, es un hombre de talento. Actor y director, extraordinario bailarín, viajó a Cuba en 1961 –entusiasmado por la revolución cubana–, allá permaneció hasta 1964 y creó el Teatro Municipal de La Habana. En 1961, cuando la invasión de playa Girón por los cubanos de Miami, solicitó al Congreso mexicano levantarse en armas en defensa de Fidel Castro, autorización que le fue negada. En Francia estudió pantomima con Marcel Marceau y Jacques Lecocq. Lo vi por primera vez en la película de Alberto Isaac En este pueblo no hay ladrones al lado de Juan Rulfo, Abel Quezada, Carlos Monsiváis y María Luisa Mendoza La China. El guión era de Gabriel García Márquez. En 1969 lo vi de nuevo en El águila descalza y me deslumbró su Calzonzin inspector, cuyos personajes son de Eduardo del Rio, Rius. Chido Guan (El tacos de oro) también deleitó a todos con su enorme éxito Como agua para chocolate, basada en la novela de su ex mujer Laura Esquivel, la escritora de mayores ventas en nuestro país. En México no se filman películas, se hacen milagros, declaró en alguna ocasión. Jesusa Rodríguez recuerda que cuando le pidió actuar en la plaza de Santo Domingo en un espectáculo callejero para defender la libertad de expresión, Arau sacó de abajo de su cama una maletita en la que había guardado su disfraz de El águila descalza. Mimo, bailarín, actor y director El triunfo le llegó a los 64 años con la película Como agua para chocolate. Más tarde filmó Un paseo por las nubes, con Anthony Quinn y Giancarlo Gianini, que en la primera semana recuperó en Hollywood todo el dinero invertido y ganó los millones que día a día agrandaron la sonrisa de por sí muy grande de su director y productor. Controvertido, acusado públicamente no sólo por Laura Esquivel, sino por su propio hermano, Alfonso Arau es un hombre que arrolla con su personalidad contradictoria, ya que hierve de talento. Cuando lo entrevisté, su chispa burbujeaba en las habitaciones de su casa de Mixcoac, cuyos muros cubiertos de libros respaldaban la inteligencia de sus respuestas. En aquel año de 1971, lo visité en dos ocasiones y me dejó hipnotizada. Entonces escribí lo que hoy reproduzco para que se festeje al Alfonso Arau, mimo, bailarín, actor y director. –Me das la impresión de ser muy buena gente, Alfonso. –¿Qué tengo yo de bueno, a ver, qué me ves tú de bueno? –No sé, das una sensación de bondad; proyectas bonhomía… –Es que el mimo se asocia con Marcel Marceau y Marceau es romántico; creó un mundo infantil, indefenso, endeble. Jean-Louis Barrault en Les Enfants du Paradis también representó al mimo desamparado, inocente, buena gente hasta decir basta. Pero no todos los mimos son románticos; conozco mimos que manejan una temática moderna. Uno de los problemas de ser mimo es sacudirse la sombra de Marcel Marceau. –Pero, ¿es muy limitada la pantomima? –Sí, sí lo es y la sombra de Marceau la limita aún más. (Recuerdo a Jean Louis Barrault vestido de Pierrot, con tres grandes lunas negras sobre su traje blanco. Se llevaba una rosa triste a la nariz y suspiraba mientras las espectadoras llorábamos.) –¿Es difícil ser mimo? –Sí lo es. ¡Es increíble pensar que uno puede permanecer dos horas y media en escena solo, sin hablar! Marcel Marceau repite dos espectáculos al día y viajó por el mundo entero con esos dos únicos programas. Yo tuve la oportunidad de hacer un espectáculo y viajar por el mundo como él y también la respuesta del público fue enorme. Entré al escenario como Marceau, pero una de las características de mi pantomima es que no es ortodoxa. Yo hablaba, cantaba, bailaba y hasta tocaba trompeta, violín, piano, guitarra, flauta; era muy libre, muy creativo. El violín sí lo estudié de chico, me jalaban las orejas para que fuera a practicar, en fin, el cuadro típico, pero nunca llegué a ser un buen violinista. En cambio soñaba con ser un actor integral. –¿Qué es ser un actor integral? –Incorporas una serie de medios y técnicas de expresión hasta abarcar todos los campos: el baile, la música, el canto, el drama, la comedia, la pantomima. (En 1965, en París, sentí mucho orgullo al pasar frente a la Comédie des Champs Elysées al ver la marquesina y cuatro inmensos carteles que anunciaban al mexicano Alfonso Arau. Caminaba por la avenida Montaigne y tropecé con las letras luminosas: Alfonso Arau, dans son spectacle burlesque, adapté en français para Jean Cosmos, mise en scene par Alexandro. El espectáculo duró seis meses en cartelera y Alfonso Arau después de su consagración –porque como él mismo lo dice: Fuimos a vender cajetas a Celaya: mimos en la tierra de Marcel Marceau–, recorrió el mundo entero. Fue el único de dos mexicanos –el violinista polaco nacionalizado mexicano Henryk Szeryng– invitado a la Expo 67 en Montreal.) –Siempre quise hacer cine. Filmé Caras nuevas, una comedia musical muy divertida, pero nunca pudimos volver a hacer cine Corona y yo. Sergio Corona era un compañero del Ballet Chapultepec que dirigía Gloria Mestre y en el que daban clases los hermanos Silva y el ruso Sergio Unger, mi maestro. –Pero, ¿qué diablos hacías tú en una compañía de ballet? –Yo estudiaba medicina porque mi mamá quería que fuera médico. Mi papá fue un dentista muy bueno –murió cuando yo tenía 13 años y mi mamá quería que yo fuera doctor, porque ser dentista era como ser un médico de segunda, aunque mi papá era el presidente de los dentistas. (Ahora los dentistas ganan más que los médicos, pero entonces no tenía cartel la profesión). Mi padre era un hombre buenísimo, pícaro, con gran sentido del humor. Estudié hasta segundo de medicina y conocí a una niña bailarina, y por pasármela todo el día con ella me metí de bailarín. Para una madre como la mía, tener a un hijo corista era una vergüenza. Pertenezco a la clase media mexicana que curiosamente se siente noble. Además había un chorro de amanerados en el ballet Chapultepec. Mi mamá entró un día al camerino del Follies donde yo trabajaba y contó 19, y entonces le dieron 30 teleles. ¡Hijo mío! ¡Qué vergüenza! Bailé el Lago de los cisnes, Giselle, El amor brujo, de Falla, y otros ballets como El pájaro de fuego, de Stravinsky, y Petrushka. –¿Eras solista? –¡Qué va, hombre! Estaba yo allí en la bola, en el coro. —Pero, ¡qué persistencia! ¿Nunca destacaste? –Bueno, en El amor brujo me ascendieron porque yo era el brujo, y al final, cuando tocan los tambores, tenía que tirarme al suelo en el momento exacto, y todos se preocupaban por que me fuera a pasar un minuto y estropeara el gran final. También bailé las Danzas polovtsianas y fui el Príncipe Igor en la Rapsodia húngara número 2, de Liszt. Quería ser cada día mejor. Ensayaba a diario muchas horas. Fui subiendo y en dos años llegué a primer bailarín. Ya para entonces mi madre se había conformado y, como loco, bailé y bailé; estudié danza moderna con Guillermo Arriaga, la gran estrella del Zapata en Bellas Artes. Durante cinco años fui el consentido de Seki Sano, hombre maravilloso, tan paternal y bondadoso como fue mi padre. Hice una buena pareja de baile con Sergio Corona, un número completo de Music Hall cómico que duró de 1951 a 1958. Trabajé con Pérez Prado, Tongolele, María Victoria, Tin-Tan; estuve en el Blanquita, en el Margo, en el Cervantes, en el Lírico. Era artista de teatro de revista. En aquella época tenía 22 años. Empecé a los 19. La gente de teatro de revista es maravillosa. Después, con el número de Music Hall que hicimos Corona y yo, viajé por toda América Latina, Estados Unidos, Canadá. Fue el número de más popularidad. Me casé con la hermana de Corona, Magdalena, y con ella tuve tres hijos; Alfonso, que es el que más se parece a mí; Fernando, que tiene 18, y Rossana, de 16. Son a todo dar. Después nos separamos Magdalena y yo… Capacidad crítica, el legado (Alfonso Sergio Arau Corona, hijo de Alfonso, es el autor de la espléndida cinta Un día sin mexicanos, filmada en 2004 en California con Yareli Arizmendi y los espaldas mojadas afincados en ciudades que antes fueron parte de México. Hereda el talento y la capacidad crítica de otra cinta, El águila descalza, sátira y al mismo tiempo homenaje a todos los puntales del cine mexicano: el peladito bueno y soñador quintopatiero, la rubia de categoría (oxigenada), los malos disfrazados de El Santo, en fin, los clichés de nuestro cine que encontraron su culminación en Juan Orol, ¡Que películas tan buenas! El águila descalza es un filme inteligente, joven, vital interpretado por un gran actor: Arau y un bailarín superdotado, porque, ¡cómo baila Arau! Guillermo Arriaga debió sentirse sumamente orgulloso de ese discípulo extraordinario. Por desgracia, a años de distancia, siento que a Arau le pasó lo mismo que a Germán Valdés Tin-Tan, ese extraordinario actor que destacó en la misma época que Cantinflas. El libro Así es la vida (vals para piano): conversaciones con Armando Casas –presentado en septiembre y celebrado en la Cineteca Nacional– recupera a uno de los más completos actores mexicanos.) Subir al inicio del texto

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