70 años de pesadilla nuclear
Miguel Marín Bosch
M
ucho se ha dicho y escrito en estas semanas sobre el septuagésimo aniversario del inicio de la era nuclear. Ese verano de 1945 fue un momento decisivo en la historia del mundo. Y los dirigentes políticos del momento no supieron aprovecharlo.
Resulta difícil pensar cómo seres humanos supuestamente cuerdos diseñaron, desarrollaron, ensayaron y luego utilizaron la más potente y horrorosa arma jamás ideada. Sabemos que los avances científicos y tecnológicos de finales del siglo XIX y principios del XX permitieron imaginar la posibilidad de emplear material atómico o nuclear (uranio enriquecido o plutonio) para detonar una reacción en cadena de una potencia explosiva nunca antes vista.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial se pensaba que la construcción de un artefacto atómico sólo era cuestión de tiempo y dinero. Había físicos y químicos en Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Dinamarca, la Unión Soviética, Canadá y Estados Unidos que estaban haciendo descubrimientos importantes que compartían con otros científicos. Había, por tanto, un importante elemento de curiosidad científica en la búsqueda del secreto del átomo.
Con el inicio de la guerra en Europa la construcción de un arma atómica se convirtió en una meta militar. Empezó en Berlín y muy pronto el Reino Unido comenzó a reclutar a científicos de todo el mundo para competir con Alemania. Lo que ocurrió con el proyecto alemán es uno de los capítulos menos conocidos de la guerra.
Del proyecto británico se conocen muchos detalles. Sabemos, por ejemplo, que los ataques aéreos alemanes complicaron mucho los trabajos de los científicos en el Reino Unido. Muy pronto, y a raíz de la entrada a la guerra por Estados Unidos, en diciembre de 1941, Londres recurrió a Washington para poner a salvo su proyecto atómico. De ahí surgió el acuerdo entre esos dos países y Canadá para concentrar los esfuerzos en territorio estadunidense.
Así nació el proyecto Manhattan con sus tres centros principales. Los científicos y técnicos se trasladarían a Los Álamos, en el estado de Nuevo México. En Oak Ridge, Tennessee, se construyó una enorme instalación secreta para fabricar uranio enriquecido. Y en Hanford, Washington, se construyó otra para producir plutonio.
Los trabajos fueron intensos y los recursos invertidos resultaron enormes. La idea original había sido que los conocimientos logrados en el proyecto Manhattan serían compartidos por los tres países: Canadá, Estados Unidos y Reino Unido. Pero la inversión de Washington fue de tal magnitud que muy pronto optaron por monopolizar los secretos adquiridos.
Además, hubo otro factor que contribuyó al cambio de actitud de Washington. La creciente rivalidad que empezó a surgir con Moscú en torno a la futura división de Europa y el papel que los militares estadunidenses querían asignarle a las armas nucleares.
El año de 1944 fue decisivo para el triunfo de los aliados en Europa. La Unión Soviética resistió la invasión alemana y empezó a recuperar territorio. En el frente occidental Estados Unidos y Reino Unido reconquistaron países ocupados durante años por Alemania. Ese año se supo también que Berlín había abandonado (supuestamente por caro) su proyecto atómico.
Esa noticia debió haber impactado en el proyecto Manhattan, cuya principal finalidad era ganarle la carrera atómica a Alemania. Pero no fue así. Sólo uno de los científicos decidió abandonar Los Álamos. Se trata del físico polaco Josef Rotblat que optó por regresar a Inglaterra. Años más tarde Rotblat convencería a Bertrand Russell y Albert Einstein de fundar lo que en 1955 se convirtió en el movimiento Pugwash, que hoy sigue abogando por un mundo libre de armas nucleares.
En Los Álamos continuó el diseño de lo que serían los primeros artefactos atómicos. Éstos aparecieron en el verano de 1945. Para entonces la guerra había terminado en Europa. Franklin Roosevelt había muerto en abril de ese año y Harry Truman lo había sucedido en la presidencia de Estados Unidos. En el Reino Unido, Clement Attlee habría de suceder a Churchill como primer ministro en julio.
A mediados de julio, Truman viajó por mar a Europa para asistir a la conferencia de Potsdam, en las afueras de Berlín, junto con Josef Stalin y Churchill (sustituido ahí mismo por Attlee). En el trayecto Truman fue informado que el 16 de julio se había ensayado con éxito en Álamogordo, Nuevo México, el primer artefacto atómico. Se entusiasmó con la idea de llegar a Potsdam con la noticia.
Curiosamente, Truman sólo se enteró de la existencia del proyecto Manhattan al asumir la presidencia en abril de 1945. Al parecer hizo mucho caso a aquellos militares que favorecían el desarrollo de armas nucleares para contrarrestar a lo que consideraban (igual que el propio Truman) como la amenaza soviética. En los últimos años de la guerra hubo una serie de circunstancias que acrecentaron el valor potencial de las armas nucleares entre algunos sectores militares y políticos en Washington.
En Potsdam, con cierto triunfalismo Truman le platicó a Churchill (y luego a Attlee) del exitoso ensayo atómico y también se lo comentó a Stalin, quien no le dio mucha importancia (quizá porque ya estaba enterado). Lo cierto es que en esa reunión Truman no supo actuar con diplomacia con sus supuestos aliados.
Poco después cometería un error garrafal cuando ordenó el uso de sendas bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto. Nunca sabremos si Roosevelt lo hubiera hecho. Pero sabemos que el general Eisenhower consideró que Truman se había equivocado.
Ese verano de 1945 empezó lo que puede llamarse la esquizofrenia nuclear en Washington. Hay quienes quieren mantener un arsenal nuclear tecnológicamente avanzado y los que buscan reducir y eliminar las armas nucleares. Obama representa ambas tendencias: propone eliminar las armas nucleares, mientras al mismo tiempo aumenta el presupuesto para modernizar el arsenal nuclear estadunidense.
El mundo ha sobrevivido siete décadas de locura nuclear, una carrera desenfrenada de bombas y proyectiles cada vez más potentes y precisos. Pero quizá no lo pueda hacer durante muchas más décadas.
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