A la mitad del foro
Baraja nueva o burro castigado
León García Soler
A
unos días de su tercer Informe de gobierno, a la mitad del río, Enrique Peña Nieto cambió la caballada que, según Rubén Figueroa, el viejo, estaba flaca en el sexenio de Luis Echeverría. Los encabezados del viernes 28 de agosto tendían a acentuar la edad de los que se van, los que llegan y los que cambiaron de encomienda: relevo generacional, dicen. Y El Financiero traza cartas astrológicas de los cambios en el gabinete legal:
Los siete que cambiaron tenían en promedio 58.2 años (y) los que asumieron los cargos, 46.8. Una reducción de 11.4 años en promedio.
Algo así como si Pitágoras consultara al oráculo de Delfos. Pero hubo relevo y reducción de edades en el mazo de las barajas. Ojalá algún gallero como el coronel Zataray amarrara las navajas y soltara a los gallos en el palenque de este sexenio, que va a terminar en septiembre y no el 1º de diciembre. No faltarán nostálgicos del nacionalismo revolucionario que recordarán a los 10 y al que los puso a jugar sillas musicales que Lázaro Cárdenas del Río tenía 38 años cuando asumió la Presidencia de la República.
Y ni hablar de Emilio Portes Gil, quien sustituyó al ingeniero Pascual Ortiz Rubio a los 37 años y tuvo tiempo de escribir memorias y acuñar frases afortunadas, como la que describe la producción de cada
tamalada sexenalde millonarios. Para eso no hay edades. Ahí queda la impecable definición de Luis Cabrera de los dos únicos partidos que ha habido a lo largo de la historia: el conservador y el progresista. No hace falta consultar tecnócratas ni a intelectual orgánico o artificioso para saber que los conservadores, los reaccionarios, defienden lo acumulado de los embates de los de abajo, de los que difícilmente dejarán de incrementar la pobreza extrema con el enroque de la activista Rosario Robles y el aristocrático graduado del ITAM José Antonio Meade.
Pero así son las cosas en el sistema, que no ha cambiado ni con el paso de un frívolo conservador, un fiero reaccionario por Los Pinos, y el retorno del PRI; recuerdos del porvenir con la desmemoria de quienes no entendieron que el sistema del cesarismo sexenal había cedido ante la fuga hacia delante que condujo al sistema plural de partidos. Y al miedo de los multimillonarios del siglo XXI, atentos a las ventajas de la revolución electrónica, que en cada avance desaparecía multitud de empleos formales, bien pagados, dicen los de la estabilidad estática y el dogma del desarrollo inmóvil. De la democracia sin adjetivos a la tiránica partidocracia que asustó a los que no salen de noche ni se bajan de la banqueta. La mano que mueve las piezas en el tablero político sabe que se puede coronar un peón.
Hagan su juego, señores. Pero no olviden que en dos, casi tres años, los del movimiento magistral del momento pueden ser piezas desechables. Mucho más joven era Emilio Chuayffet cuando el jugador de damas chinas, Ernesto Zedillo, lo designó secretario de Gobernación en mayestática ceremonia celebrada en Palacio Nacional, y después de las buenas cuentas rendidas en la primera reforma electoral recibió aviso de su cese de voz de algún mensajero del tecnócrata que se apresuraba a ceder el poder a los dueños del dinero, a la concentración del capital, a la conversión de la República en oligarquía. En el duro trance de la reforma educativa, Chuayffet se va con dignidad y quien lo designó libremente la despide dignamente.
Enrique Peña Nieto acomoda sus piezas y pensó, llegado el momento de hacer secretario, nada menos que secretario de Educación, a Aurelio Nuño, quien dejó la jefatura de la oficina de la Presidencia en manos del eterno coordinador de asesores, Francisco Guzmán. Ya abundaban cortesanos y sicofantes en torno a Aurelio Nuño. La cercanía da influencia, y en cuanto Peña Nieto lo envió al despacho que fuera de José Vasconcelos, el coro de enanos lo declara talentoso y experimentado político, negociador sin par, pieza clave, factor del pacto que elevó a su jefe al rango de estadista del mexican moment: a su lado, José María Córdoba, asesor espejo de Carlos Salinas, es sombra que pasa. A la mitad del río empieza la carga de los búfalos que inmortalizara el norteño José Alvarado.
El súbito aunque muy esperado ascenso del jefe de oficina presidencial a secretario de Educación, en plena agitación por la reforma educativa, a la que hace falta incluir ya las modalidades docentes, la puesta al día desde la enseñanza prescolar hasta la media superior, además del penoso retraso en la obra material de cada escuela, mobiliario, agua corriente y energía eléctrica para las
tabletasque ya han repartido y las que faltan. Y a fin de cuentas, sumar a la educación pública, gratuita y laica las horas en escuelas de tiempo completo, con dos comidas, en esta tierra donde la mitad es pobre de solemnidad. Y pasa hambre: para una tarea de esas dimensiones se necesita un educador de la talla de Jaime Torres Bodet. Y un político en contacto con los mexicanos del común, con los de abajo.
Enrique Peña Nieto hizo 10 cambios y le queda tiempo para pedir baraja nueva. Sin excluir a alguno o todos los recién incorporados a la lista de
aspirantes, de sucesores potenciales; al futurismo que condenan solemnemente los otrora practicantes de la autocensura, hoy integrantes del coro lírico que da la bienvenida a la libertad de expresión debida a la voluntad de quien ejerce el poder, tal como lo ejercían los del priato tardío. De todo hay en este cambio de caballada a la mitad del río. Manlio Fabio Beltrones es presidente del CEN del PRI. Político en buenas y malas horas; gobernador de Sonora cuando asesinaron a su paisano Luis Donaldo Colosio y Carlos Salinas perdió el rumbo y la seguridad con la que había manejado la sucesión, Beltrones asume el liderazgo del partido en el poder. Y lo incluyen entre los
aspirantes.
Manlio Fabio no sería político de oficio, con vocación y voluntad de poder, si no aspirara a llegar a ser titular del Supremo Poder Ejecutivo de La Unión. Aspira, pero no se marea. Sabe que para tener futuro hay que cumplir en el presente. Y hay elecciones en 2016; 12 gubernaturas en juego. En Veracruz Javier Duarte se va envuelto por el escándalo de atentados contra periodistas, entre otros, y atenido a que el vocero que fuera de Vicente Fox diga lo que quiso decir. Este año, PRI y Verde en coalición obtuvieron 36 por ciento de la votación total. Para gobernar dos años la tierra de Dios y María Santísima, un Yunes tricolor va a imponerse al Yunes panista habilitado. En Puebla se va Rafael Moreno Valle, criatura del ayuntamiento PAN-PRD, en busca de la candidatura presidencial del PAN.
Eso si gana su gallo. Aunque el huracán de las alternancias puso de cabeza a José Calzada, quien vio perder al candidato del PRI y cuando despertó era secretario de la Sagarpa en el gabinete de Peña Nieto. En Chihuahua, Zacatecas, Aguascalientes, Durango, Hidalgo y Tlaxcala la moneda está en el aire. Oaxaca a merced del viento: Gabino Cué, PAN-PRD, es hoy atento colaborador en el golpe dado a la sección 22 de la coordinadora.
Nadie sabe, pero en Quintana Roo hay ya uno que lleva mucha ventaja: Mauricio Góngora, presidente municipal de Solidaridad, la afamada Playa del Carmen. Roberto Borge se va. Y Claudia Ruiz Massieu deja Turismo, se convierte en secretaria de Relaciones Exteriores y pesadilla para los que recitan el ABC: Argentina, Brasil y Chile.
Si el perro que va adelante no alcanza la liebre, los de atrás, menos, dijo el filósofo de Güemes. Allá donde a Marco Antonio Bernal no le ven ni el polvo los contendientes tamaulipecos.
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