El euro en el acelerador
León Bendesky
L
a noción de
lo que debe seres imprescindible para imaginar primero y luego provocar una forma de convivencia social que corresponda más a lo que sea que se conciba como humano. Frente a los juicios de valor está siempre
lo que es. La contradicción, dialéctica habríamos dicho casi automáticamente hace algún tiempo, es ineludible.
Cuando esto se aplica al estudio del tiempo pasado –la historia– adquiere una forma específica en términos del conocimiento y el uso que de él se hace en el presente. Cuando se aplica, en cambio, al presente inmediato entonces el análisis de los conflictos tiene una motivación distinta y entraña otro tipo de problemas.
Lo que ocurre hoy en Grecia me parece que adolece de esta forma de plantear el conflicto frontal en que se ha colocado en general la política y las formas de gestión de la economía. Estamos de lleno en la necesidad de considerar lo inmediato, sabiendo, sin embargo, que lo que ocurre tiene un pasado tan largo como se deba considerar y un futuro que no se puede prefigurar. En esto consiste la noción de complejidad aplicada al orden social existente.
Paul Virilio aborda este asunto de modo sugestivo al plantear lo que ha llamado El Gran Acelerador, asociado con los cambios tecnológicos que tienden a sustituir la inercia basada en los lugares por la instantaneidad de las conexiones. Esta cuestión es patente en la operación de los mercados financieros en los que cada microsegundo de ventaja para aprovechar el acceso a la información permite hacer grandes ganancias, confiriendo así el estatuto del capital en su forma más pura como dinero.
Pero esa misma instantaneidad se transfiere a las más graves consideraciones que definen las circunstancias que afectan a los seres humanos. De ahí deriva Virilio la idea de la
inseguridad de la historia y su división tripartita: pasado-presente-futuro. Tendemos cada vez más a vivir en el presente. Esto se suma, según su argumento, a las formas de la inseguridad territorial que caracterizan las relaciones sociales.
La atención se ha centrado de modo predominante en la cuestión griega y la política europea, la de la Unión, la del euro y la de más allá, hasta Moscú. Pero pueden señalarse un par de casos que ameritan más reflexión precisamente por su significado en cuanto a la historia y su devenir, otra vez, en términos de antes, hoy y después.
China ha transitado rápida y contundentemente del orden
comunistaal orden en el que predomina cada vez más el mercado extra regulado por el Estado. La economía china está marcada hoy, como un signo, por una alta especulación en el mercado accionario. Y pienso en Cuba que luego de 56 años ha entrado en un proceso de apertura que se centra en su relación con Estados Unidos. Dos largos y tumultuosos círculos históricos. Como fue antes 1989. Se pone convenientemente menos atención en estos cambios y, en cambio, hay indignación por el modo en que comportan los alemanes para preservar sus intereses en el teatro europeo. Un caso de axiología selectiva.
Ese es, sí, el modo de capitalismo contemporáneo más brutal, el que ha quedado exhibido por la crisis surgida en 2008, el que ha significado una profunda reasignación de los recursos entre los grupos (clases) de la sociedad, ha minado hasta el hueso el entorno democrático en aras de preservar alguna forma de estabilidad financiera sustentada en una gestión fiscal y monetaria a rajatabla y, con ello, restablecer las pautas de la apropiación del excedente disponible. Es en ese escenario en el que Grecia ahora estorba.
En este entorno se puede decir prácticamente todo y apelar a modos de autoridad argumentativa muy relativa. Picketty lo hace cuando apunta al impago de la deuda externa de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. No todos los fenómenos políticos son comparables y eso lo sabe. En ese entorno también, Tsipras llama a un referéndum donde la gente vota por no aceptar las condiciones del acuerdo con los acreedores, él lo interpreta como un mandato para arreglarse con ellos y acaba aceptando las misma condiciones que antes rechazó de modo tan ostensible. Schläube, el ministro alemán de finanzas, insiste en no conceder otro rescate y es el infame en turno. Y nada de esto no implica tomar partido, por si es necesario aclararlo.
Pero es la inmensa mayoría de la gente en Grecia la que se queda al descubierto. Y ese, que es el asunto esencial, se empuja consistentemente al margen mientras la situación se hace cada vez más insostenible. Grecia no debió entrar a la zona euro en 2001, desde 2004 admitieron que las cuentas fiscales habías sido alteradas. Alemanes y franceses y el FMI lo sabían. Pero entonces convenía que entrara a los mismos que ahora ya no quieren prestarle más. El euro es una moneda demasiado fuerte para las condiciones estructurales de la producción griega y privilegia la importación a expensas de los aumentos de la productividad. Añada a eso la irresponsabilidad de los gobiernos de Atenas ¿o es que eso es ya irrelevante?
En sólo unos días se ha tenido que tratar el asunto del tercer rescate multimillonario de Grecia en un ambiente de crispación. Todo a merced del Gran Acelerador. Lo más probable es que con acuerdo o sin él las condiciones económicas y sociales en Grecia y en los próximos dos años las cosas serán muy complicadas. La Unión Europea está tocada y de modo grave.
La indignación prevaleciente y los llamados a una ética de la convivencia son legítimos pero esto contrasta en demasía con los métodos de la crítica de la economía política. Y lo digo sin nostalgia que guardo para otras cosas, sino como forma de pensar a la que nos hemos desacostumbrado frente a un discurso sobre la sociedad lleno de déficit y superávit contables.
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