Última fase del capitalismo: Tanatocapitalismo
29/07/2015
Opinión
Todo lo que nos venga de arriba a abajo y nos incite a sustituir nuestra participación y nuestro protagonismo por el voto, está abocado a la frustración (que para muchos adquirirá la forma de “traición”). Tsipras es una tan inmejorable como patética muestra de ello.
Son necesarios sujetos activos que generen democracia directa, democracia económica, democracia social, sin delegar la propia emancipación a otros
El avance del capitalismo alberga un consustancial proceso de automatización productiva, el cual entraña dos dramáticas consecuencias. Una es la sobreacumulación de capital (exceso de maquinaria o de tecnología en relación al valor, traducido en ganancia, que se genera). Esta es la clave de la inclinación recurrente de este sistema a la crisis. La otra implicación atañe a la disolución de la relación salarial, esto es, el agudo declive del empleo.
Ante esta disyuntiva quedarían en principio dos caminos. Bien, bajo una intensa presión social, se reparte el trabajo al tiempo que se mantiene el salario; donde el salario directo (nómina) estaría cada vez más compensado por el indirecto (servicios sociales) y el diferido (pensiones de jubilación), a partir de una redistribución del valor agregado o de la riqueza social total generada (aquí tendría también cabida una renta básica universal). O bien se acelera la destrucción de empleo y la miseria general de la sociedad.
En cualquiera de los dos casos el modo de producción capitalista es puesto en cuestión y podría dar paso a otro modo de producción. En el primero porque se ve obligado a realizar reformas no-reformistas, que van empoderando a la población. En el segundo porque sin relación salarial muy difícilmente podremos seguir hablando de “capitalismo”.
Pero las consecuencias de esta segunda opción son desastrosas. Lo que ahora se define como “desempleo estructural” es en realidad un desempleo permanente (camuflado a menudo de contratación basura, autoempleo o “emprendedurismo”) e inseguridad laboral, acompañado por tanto de inseguridad de ingresos, de vivienda, de bienes de consumo, etc., para la mayor parte de la sociedad. Es decir, el fin de todo lo relacionado con la seguridad social.
Todo esto tiene otro correlato: la creciente brutalización laboral para quienes de una u otra forma se enganchen, todavía, a la relación salarial. El despotismo patronal no podrá sino aumentar según aumente el ya de por sí ingente ejército laboral de reserva mundial.
Así pues, una y otra de las dramáticas consecuencias a que aludimos al principio conducen probablemente al colapso del modo de producción capitalista, que además pierde su base energética vital para poder reproducrise. Dicho de otra manera, el capitalismo se está agotando a sí mismo. Por eso cada vez más el capital vuelve a su forma dinero (de ahí la financiarización de la economía), fuera de la producción. Señal inequívoca de la involución que arrastra este sistema, que marca justo el proceso contrario al de su nacimiento y desarrollo (cuando el dinero se fue convirtiendo en capital).
Hasta ahora la última Gran Crisis capitalista que arrastramos desde los años 70-80, ha sido desviada o aplazada en virtud de diferentes medidas que han funcionado como “fusibles” impidiendo que los cortocircuitos sectoriales destruyeran o hicieran excesivo daño al sistema: se combatió a los principales sindicatos o bien se llevó a cabo su destrucción o cooptación para impedir que incidieran en el mercado laboral y en el ámbito social; se adoptaron políticas monetarias y de tipo financiero (reemplazando el ingreso salarial por un acceso fácil al crédito) y políticas presupuestarias (austeridad-deflación para proteger a los acreedores rentistas); la Reserva Federal estadounidense y los Bancos Centrales de Inglaterra, Japón y finalmente la UE, han venido literalmente inventando dinero sin ningún respaldo material, con la intención de restablecer parte de los activos que se volatilizaron.
Sin embargo, todo ello ha terminado por generar una economía ficticia (burbujas, especulaciones, derivados, macro-obras, eclosión de mafias…) que muestra la extenuación de tales medidas y la imposibilidad de prolongar el funcionamiento capitalista de forma “normal”, dado que las tres categorías fundamentales del capitalismo, el trabajo, el valor y el capital, han entrado en crisis permanente.
En su degeneración final el sistema muta hacia un tanatocapitalismo. Esto es, un capitalismo terminal, eminentemente despótico, basado en necropolíticas que tienen por objetivo el descuartizamiento de lo social y la eugenesia poblacional (multiplicando los “estados de excepción”, de “exclusión” y de “asedio”); antes de desembocar en otros modos de producción.
Por eso, la Guerra de clase, económica o militar, se va convirtiendo en la principal forma de regulación del sistema a escala tanto estatal como global. El patrocinio del terrorismo es estrategia de combate en auge entre las elites mundiales.
Testimonia esto el golpe en Ucrania (y posiblemente pronto en Transnistria) para acosar más a Rusia, la ofensiva de fondo contra China, la guerra sucia a Siria, el descuartizamiento de Estados como Irak, Libia, Somalia, Yugoslavia, Afganistán, muy pronto Nigeria, Mali, etc., la “nueva” estrategia del Pentágono para forzar las negociaciones para el TTIP y hacer que la población europea tenga que tragarse las espantosas condiciones adjuntas.
Y ahora Grecia.
El aplastamiento de este país, la masacre de esa sociedad, es un claro indicador de los procesos apuntados: ya no hay posibilidades de regeneración económica ni de crecimiento, y por tanto ya no hay espacio para la democracia.
La UE se fagocita a sí misma. Dentro de ella hace tiempo que el país más poderoso, Alemania, no tiene en términos territoriales la correspondencia de su poderío económico. Para intentar compensarlo, su clase capitalista desató una política expansiva en el cuarto final del siglo XIX y dos Guerras contra Europa que se hicieron “Mundiales”. 100 años después de la primera, vuelve a destrozar al Viejo Continente, ahora bajo un supuesto proyecto común, la UE, que en realidad es la Gran Alemania. Su Guerra contra Grecia hace imposible concebir mayor desprecio a las poblaciones, a la democracia y a la Vida.
Pero no se detendrá en Grecia. Pronto vendrá contra nosotros.
En el actual capitalismo postdemocrático es sumamente importante, por tanto, para las formas organizadas de la conciencia social emancipadora darse cuenta de esto y ajustar las estrategias políticas y los proyectos sociales. El capitalismo “amable”, regulado, keynesiano, no volverá.
Por eso, creer en opciones electorales que hablen de “regenerar” el capitalismo o de una salida por la izquierda dentro del capitalismo, no lleva muy lejos. Tampoco seguir a líderes que dicen tener las recetas que nos sacarán de la crisis y de la indignidad. Por el contrario, las posibilidades están en la construcción de fuerzas sociales desde las mismas raíces de la sociedad en la preparación del postcapitalismo, para ir activando pasos sin marcha atrás en su disolución. Sujetos activos que generen democracia directa, democracia económica, democracia social, sin delegar la propia emancipación a otros. Todo lo que nos venga de arriba a abajo y nos incite a sustituir nuestra participación y nuestro protagonismo por el voto, está abocado a la frustración (que para muchos adquirirá la forma de “traición”). Tsipras es una tan inmejorable como patética muestra de ello.
- Andrés Piqueras es sociólogo y profesor de la Universitat Jaume I de Castellón.
Socialismo 21
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