Cameron juega a ser Churchill en Siria
Robert Fisk
S
egún lo presenta Cameron, esta es la batalla de Siria. Va a aplastar al Isil, si se sale con la suya. Nos recuerda a Winston Churchill. Imaginen lo que nuestros combatientes pensaban cuando sus 650 Spitfires y sus Hurricanes se lanzaron sobre la Luftwaffe hace exactamente 75 años:
¡Liberen las ruedas y démosles a esos hunos una respuesta de espectro total!
El problema es que nuestros ocho miserables cazas Tornado en la alegre isla de Chipre no significarán ninguna diferencia en la sangrienta tragedia de Siria, ya no digamos para el Isil. Aun si sumáramos lo que pueda salvarse del fiasco de 2011 en Libia, apenas logramos atacar 126 veces al Isil, contra 5 mil ataques aéreos de Estados Unidos, y todo lo que hace el Isil es continuar avanzando dentro de Irak y Siria y expandirse en Yemen y Siria. Hay mucha retórica ministerial, pero escaso sentido común militar.
Haciendo a un lado el colapso de Mosul, Ramadi y Faluya en Irak, los asaltos estadunidenses no han tenido ningún impacto serio sobre el avance islamita en Siria… con la sola excepción de la destrucción televisada de Kobani.
Los generales sirios han informado a Damasco que los bombardeos aéreos de Occidente no han servido de nada a sus fuerzas en cuanto a repeler al Isil. Cuando las fuerzas de Jabhat al-Nusra irrumpieron por centenares en la población siria de Jisr al Shugour, hace unos meses, los soldados sirios fueron obligados a salir del hospital sitiado donde se habían hecho fuertes y abrirse paso combatiendo hacia el sur, a las líneas frontales del gobierno. Ni un solo avión de la OTAN aprovechó la oportunidad para bombardear a los hombres de Nusrah.
Mucho más reveladora fue la captura por el Isil de la ciudad siria de Palmira. Mientras las legiones islamitas caían desde el desierto en mayo –esta vez por millares, conducidas por convoyes de vehículos blindados y camionetas montadas con cañones antiaéreos–, ni un solo avión estadunidense apareció en el cielo.
¿No veían a las fuerzas del Isil?, me preguntó un coronel sirio en ese mismo desierto unos días después.
Con todos sus satélites y radar, ¿no se dieron cuenta de esta fuerza enorme?
Los sirios abandonaron Palmira; el personal militar que quedó atrás fue ejecutado más tarde en las ruinas romanas.
Por supuesto, la cuestión que ni Barack Obama ni David Cameron van a enfrentar es si prefieren o no admitir un hecho simple: bombardear al Isil en Siria ayuda al régimen de Bashar Assad a sobrevivir.
Primero, recordemos que íbamos a bombardear al horrible ejército de Assad. Luego cambiamos de parecer: bombardearíamos al aún más horrible ejército del Isil. Luego, cuando el Isil continuó su expansión –guerrilleros que prefieren el combate, más que fuerzas aéreas–, decidimos bombardearlos aún más de lo que los habíamos bombardeado. Ni qué decir que hubiera sido mejor haber pedido a nuestros aliados árabes del Golfo que dejaran de enviar armas a los rebeldes sirios que se las daban a los islamitas a quienes estábamos bombardeando.
Pero hay algo más. Existe una fuerza aérea siria, que ahora estará operando junto con los estadunidenses –y la RFA, si el Parlamento británico lo permite–, aunque ni nosotros ni los sirios lo admitiremos.
Olvidemos por un momento que el vocero del Parlamento sirio ofreció formalmente el año pasado apoyo de inteligencia a Washington. Pasemos por alto que los espías de las embajadas europeas en Beirut llevan meses haciendo visitas secretas a Damasco. Y ni siquiera mencionemos al nuevo mejor amigo de Estados Unidos en la región: Irán.
Para los sirios debe de ser un misterio por qué Carmeron desea combatir en la batalla de Siria. Nunca tantos debieron tan poco a tan pocos, siendo éstos, en este caso, David Cameron y sus amigos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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