EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

jueves, 3 de julio de 2014

Mercados y regulacion

Mercados y regulación
Orlando Delgado Selley
L
a ideología económica dominante desde hace 30 años sostiene que los mercados funcionan eficientemente y que no deben ser regulados por la acción estatal. Ha usado el dictum de Adam Smith de la mano invisible para argumentar que se produce bienestar cuando las empresas actúan sin la interferencia de los gobiernos. La crisis actual mostró que las economías dejadas al libre funcionamiento de los mercados pueden producir resultados funestos. Pese a ello, ciertas entidades han mantenido esta visión ideológica, condenando a gobiernos que actúan intentando corregir las enormes fallas de mercado existentes.
El Banco Internacional de Pagos ha sido una de estas entidades. Aunque muchos bancos centrales decidieron instrumentar medidas monetarias no convencionales para colaborar en la superación de las condiciones económicas recesivas o en dinamizar la recuperación, como la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón e incluso el Banco Central Europeo, no ha sido el caso del Banco de Pagos, considerado el banco central de los bancos centrales. Esta postura, sin embargo, se ha matizado sensiblemente.
Ante las dificultades para que el desempeño económico actual revierta los problemas generados durante la Gran Recesión han reconocido que los mercados no son racionales. En su Informe Anual correspondiente a 2014 señalan que la formación de burbujas en el precio de ciertos activos representa un riesgo importante, en momentos en los que no se ha recuperado del todo la economía global. La reducción de las tasas de interés está provocando que los inversionistas en busca de rendimientos atractivos eleven el precio de las acciones y de otros activos financieros.
Con preocupación advierten que existe una especie de deja vu. En 2007 vivimos el estallido de la burbuja inmobiliaria y parece que nos dirigimos a una nueva crisis. Lo que los mercados no han incorporado es que lo que hace falta son inversiones productivas que logren ganancias de productividad. Sin ellas el crecimiento en las economías desarrolladas será débil. Esto evidencia que las empresas dominantes en los diferentes mercados prefieren adquirir otras empresas, fusionarse o bien comprar participaciones accionarias, antes que invertir para aumentar la capacidad de producción de sus economías.
El modelo de operación se basa en el endeudamiento. Las firmas toman deuda para comprar otras empresas, o para lograr fusiones que amplíen su cuota de mercado. De esta manera, mientras los gobiernos tratan de reducir sus niveles de endeudamiento las grandes empresas los están incrementando, aumentando el riesgo de una nueva explosión financiera. A esto hay que agregar el riesgo de la deflación, que provoca que el gasto se detenga a la espera de nuevas reducciones de precios. Consecuentemente caen las ganancias de las empresas y el desempleo, que está en condiciones dramáticas en toda Europa, crece.
El Banco Internacional de Pagos, celoso guardián de la ortodoxia monetaria, reconoce que la manera en la que las grandes firmas están enfrentando las dificultades actuales no solamente complica la recuperación sino que siembra las semillas de un nuevo episodio crítico. Así las cosas, la mano invisible no está conduciendo al bienestar sino al desastre. Las impresionantes fallas en la distribución de los recursos productivos que generaron la crisis de 2007 se están reproduciendo.
Pese a este reconocimiento en la necesidad de modificar las estrategias empresariales, que se ha probado que las empresas por sí mismas no harán, se sigue pensando que la regulación estatal es inconveniente. Otra vez nos enfrentamos a una situación en la que el agente capaz de resolver se inhíbe ante las presiones ideológicas. Como en los tiempos de Coolidge y Mellon, presidente y secretario del Tesoro de Estados Unidos en 1929, el miedo a que actuar pudiera empeorar la situación hizo que la depresión se agudizara. Conviene recordar lo que dijo Roosevelt: a lo único que hay que tenerle miedo es al miedo mismo.


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