Jihadistán, Arabia Saudita e Irán
Immanuel Wallerstein
U
n movimiento jihadista –el Estado Islámico en Irak y Siria (conocido como Isil)– se ha anotado una arrasadora y sorprendente victoria al capturar Mosul, la tercera ciudad de Irak, localizada en el norte del país. Sus fuerzas avanzan rumbo al sur, hacia Bagdad y han tomado Tikrit, el pueblo natal de Saddam Hussein. El ejército iraquí parece haberse fragmentado, habiendo cedido también Kirkuk a los kurdos. Isil también tomó prisioneros a diplomáticos y camioneros turcos. Controla ahora con efectividad un largo segmento del norte y el oeste de Irak, así como una zona contigua en el rincón noreste de Siria. Los comentaristas han bautizado esta zona transfronteriza como Jihadistán. ISIS busca reestablecer un califato en un área tan grande como sea posible, uno basado en una versión particularmente estricta de la ley de la sharia.
La conmoción y el temor que han inspirado los éxitos de este movimiento pueden conducir a realineamientos geopolíticos importantes en Medio Oriente. La geopolítica es una arena de frecuentes sorpresas, donde los antagonistas conocidos súbitamente se reconcilian y transforman su relación hacia una que los franceses llaman frères ennemis (enemigos amistosos). La instancia más famosa de este tipo de relación en el último medio siglo fue el viaje de Richard Nixon a China para encontrarse con Mao Tse Tung, un viaje que fundamentalmente revisó los alineamientos dentro del moderno sistema-mundo y que desde entonces subyace en las relaciones entre China y Estados Unidos.
Los medios mundiales llevan ya mucho tiempo enfatizando la profunda hostilidad entre Arabia Saudita e Irán. Cualquier reconciliación aparecería entonces como algo muy poco probable. Pero como en los meses recientes parecen haber ocurrido reuniones secretas entre los dos países, uno se debe preguntar si tal giro geopolítico sorpresivo no pudiera suceder a corto plazo.
Cuando ocurren tales vuelcos, la pregunta que hay que hacer es qué obtiene cada uno de los lados. Debe haber ciertos intereses comunes que contrapesen las conocidas bases para la hostilidad. Comencemos por apartar un alegato con el que los analistas explican el antagonismo. Es el hecho de que el gobierno de Irán está controlado por los imanes chiítas y que a Siria lo controla una monarquía sunita. Esto, por supuesto, es cierto. Pero debemos recordar que hasta 1979 Irán (bajo el régimen del sha) y Arabia Saudita (bajo la misma monarquía sunita) eran aliados geopolíticos cercanos y trabajaban juntos en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en todos los asuntos relacionados con el precio del crudo, una preocupación económica central para ambos países. Después de 1979, Irán cambió su política y comenzó el antagonismo público entre ambos, pero sólo desde entonces.
El asunto fundamental que ha impulsado la pugna pública entre Arabia Saudita e Irán ha sido la competencia por el papel geopolítico dominante en la región. Lo que podría cambiar esto ahora es precisamente el surgimiento de Isil, que representa una grave amenaza para ambos estados. El interés común de los regímenes de Arabia Saudita e Irán es su necesidad de una relativa estabilidad dentro de sus estados y en la región como un todo.
Por supuesto, ambos regímenes están copados por las divisiones internas entre los elementos de una clase media urbana
liberalizantey los que proponen una versión estricta y conservadora del Islam tradicional. Pero la amenaza que representa Isil para ambos grupos en ambos países es que podría conducirlos a favorecer el acallamiento de otras clases de lucha. En la actualidad existen ya tales luchas entre varias fuerzas diferentes a ISIS en Siria, Líbano Irak, Bahrein, Yemen y en otras partes.
Además hay otros elementos que empujan hacia este tipo de reconciliación. Ambos regímenes comparten una desazón por las inciertas pero continuadas intervenciones de Estados Unidos y los países europeos en su región. Los sauditas han perdido fe en la confiabilidad de las alianzas pasadas y se acercan a la visión iraní de que el mundo occidental debería permitir que las fuerzas regionales arreglaran sus propias diferencias. A ninguno de los dos regímenes les gusta tampoco el constante y de algún modo impredecible papel de Qatar en la región. Y tampoco gusta a ninguno de los dos regímenes la incapacidad de avanzar en la creación de un Estado palestino significativo. Ambos regímenes ven con preocupación el régimen militar laico que ahora quedó establecido en Egipto. Y, por último, ambos regímenes quisieran ver alguna clase de resolución política en torno a los conflictos de Afganistán.
Ésta es una larga lista de intereses comunes. En resumen, tienen más en común que lo que reconocen con frecuencia los analistas de fuera. Es más, si llegaran a un acuerdo histórico, el nuevo arreglo podría atraer gran cantidad de respaldo, primero que nada de Turquía, pero luego también de los kurdos, del Magreb, de Jordania, de Pakistán e India, de Rusia y China e incluso de dentro de Afganistán. Por supuesto, esto es especulación, pero no es una especulación vacía. La realidad es que los regímenes de Arabia Saudita e Irán se preocupan por su supervivencia en medio de la creciente desintegración de Medio Oriente. No es probable que continuar el curso presente los ayude a sobrevivir. Tal vez piensen que es tiempo de cambiar el rumbo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein