Sociedad volátil
León Bendesky
L
a volatilidad de la economía se refiere usualmente a la inestabilidad o la oscilación de los precios de las mercancías, de las tasas de interés, el tipo de cambio o las cotizaciones en la bolsa de valores. Pero ese carácter de la economía asociada con las variables monetarias y financieras es sólo una de sus manifestaciones.
En México la volatilidad se expresa de modo más agregado en el comportamiento mismo del producto que se genera, del empleo que se crea, de la pobreza y la desigualdad que se recrudecen. Se trata, pues, de una volatilidad social que tiene serias consecuencias y donde se acumulan y agravan las distorsiones y la confrontación.
Es más, la volatilidad se advierte hasta en las expectativas acerca del desempeño de la economía. Así ha ocurrido de modo claro en el primer semestre de este año. Los Criterios Generales de Política Económica de la Secretaría de Hacienda estimaban casi a esta misma altura del año pasado un crecimiento del producto de 3.5 por ciento en 2013.
Esto ocurría mientras dentro y fuera se hablaba de las grandes oportunidades que representaba el país para las inversiones. Desde hace ya un mes, dichas estimaciones se han ido reduciendo de modo significativo tanto desde la perspectiva del sector privado como del banco central, hasta en un punto porcentual y en algunos casos se sitúan incluso más abajo. El gobierno mantiene previsiones imposibles ya de cumplir.
Son diversas las causas que se señalan de origen interno como externo. Entre las primeras está la contención del consumo privado y del gasto público, la falta de crédito (en especial de los bancos más grandes y de propiedad extranjera), el magro crecimiento de la productividad total de la economía y el desajuste fiscal, sólo salvado por Pemex. Entre las externas, el freno se ubica en la debilidad de la demanda de exportaciones en Estados Unidos, es decir, en la dependencia de ese mercado.
A esto debe añadirse el efecto adverso que ha tenido en los últimos meses la salida de capitales. Estos habían entrado masivamente para aprovechar el diferencial de las tasas de interés que ofrece la deuda gubernamental aquí, frente a los muy bajos rendimientos que se obtienen en el mercado estadunidense. Las condiciones financieras mudan de modo rápido ante los anuncios de un freno en las políticas actuales de expansión monetaria de la Reserva Federal, que tenderían a elevar allá las tasas de interés. La especulación es reina en los mercados de dinero y de capitales.
El Banco de México interviene en el mercado cambiario para evitar que el peso se devalúe y se provoque un alza en la inflación. Junto con Hacienda, la estabilidad la conciben primordialmente en términos del nivel general de precios, de las tasas de interés de referencia (los Cetes a 28 días) o de la paridad del peso frente al dólar.
Esta es una visión relativamente cómoda para la gestión económica pero muy limitada; sobre todo cuando no hay una relación estrecha entre esa estabilidad y la expansión del producto, del empleo y el ingreso de las familias. La falta de volatilidad no impacta de modo directo en esas variables, se necesitan medidas explícitas para producir más y emplear a la gente.
Mientras los criterios de la estabilidad financiera no se vinculen con la creciente degradación de las condiciones sociales, no habrá manera de que las políticas económicas y las mismas reformas (laboral, educativa, financiera, energética, fiscal-impositiva) que quiere promover este gobierno se expresen en algo que se parezca a un mayor bienestar social. Eso que habría que llamar con claridad como a una sociedad más decente.
Son la volatilidad y la inconstancia de las condiciones sociales, que se exhiben como una creciente degradación, las que han de estar en el centro de un proyecto político que pueda recrear algunas expectativas de naturaleza positiva. En cambio, todo eso parece alejarse sin pausa. La atención de los técnicos y de los políticos está en otra parte. El desencuentro entre esa pensamiento y la mayoría de la población se hace cada vez más grande.
Las perspectivas hoy son en general de magro y muy insuficiente incremento del empleo, sobre todo entre los jóvenes (véase la nota de ayer de Susana González). Están mal preparados por escuelas de escasa calidad, no tienen oportunidades de empleo y sus expectativas y horizontes se achican. Hasta cuando están preparados hay escollos para tener buenos empleos por su calidad y remuneración.
A la par que esto ocurre aumenta la ocupación en la informalidad que llega, según fuentes oficiales, a 60 por ciento de la población económicamente activa, o sea, en el orden de 27 millones de personas. A esto súmese la subocupación y se verá que las distorsiones del mercado laboral son enormes e incompatibles con los escenarios de crecimiento económico previstos y que consistentemente son incumplidos.
La segregación social se recrea de modo muy eficaz. Los ingresos de las familias no pueden crecer y sus necesidades no se cubren, mucho menos sus aspiraciones. ¿Cuáles son las alternativas? Algunas están a la vista y no son para nada gratas, al contrario.
Reformar un sistema político y económico requiere necesariamente puntos de contacto efectivos o de intersecciones reales con las condiciones sociales, de otro modo lo que se hace es reproducir las rígidas estructuras que existen y que son sumamente resistentes y no integran ni incluyen.
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