EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 15 de agosto de 2021

Cine: un amor memorable de Harry Macqueen

 Un amor memorable

U

n duelo anticipado. Una pareja sentimental de artistas sexagenarios con apariencia juvenil, constitución atlética y virilidad poco ostentosa, emprende un viaje en furgoneta por el norte de su natal Inglaterra; en principio, para que uno de ellos, el pianista Sam (Colin Firth), regrese a los lugares en que transcurrió su infancia y visite a su familia cercana en compañía de su amigo íntimo, el exitoso escritor Tusker (Stanley Tucci). En realidad, el viaje se transforma para ambos en una dolorosa ceremonia de despedida. Diagnosticado dos años antes con una síndrome progresivo de demencia precoz, Tusker ha visto deteriorarse su salud mental de un modo incontenible y sus días de lucidez se encuentran ahora contados.

Un amor memorable ( Supernova, 2020), segundo largometraje del actor y director británico Harry Macqueen ( Hinterland, 2014), ofrece desde su título original y los créditos inciales una metáfora muy fuerte relacionada con el carácter inevitable de la muerte y la permanencia espiritual de las personas fallecidas en la memoria de quienes les sobreviven. Supernova es el nombre atribuido a la explosión galáctica en la que una estrella muere dejando tras de sí un reguero de luminosidades nuevas. Según la definición clásica, las supernovas representan las fases terminales de la vida de una formación galáctica. La conexión que el novelista Tusker, interesado también en la astronomía, parece establecer entre ese fenómeno cósmico y el terrible proceso de degradación de su propia memoria, es una de las sugerencias más inquietantes de la película. El drama se vuelve más agudo cuando queda claro que la capacidad actual de lucidez del protagonista es aún muy sólida y que esa inteligencia misma vuelve una tortura el ritmo de espera del colapso inevitable.

El director y también guionista de la cinta plantea de modo sorprendentemente natural la relación amorosa de los dos protagonistas, quienes comparten con familiares y amigos, en un medio rural, la intimidad de su estilo de vida sin que ello suscite el menor asomo de suspicacia o rechazo. El drama intenso de la enfermedad de Tusker, susceptible de afectar, de igual manera y en todo momento, a personas de su misma edad, pareciera finalmente cancelar entre ellos, o volver intrascendente, cualquier actitud intolerante. No sorprende así ver también cómo dos actores heterosexuales y muy reconocidos pueden ahora manifestar de modo explícito la ternura física que hasta poco tiempo ( Filadelfia, Jonathan Demme, 1993), era preferible mantener dentro de límites aún más discretos. Considérese que hace treinta años, la demencia precoz, una de las complicaciones más graves de un sida terminal, era un padecimiento asociado a un castigo merecido por un comportamiento sexual reprobable. El artista homosexual Tusker vive ahora, pese a su sufrimiento personal, en una sociedad más tolerante que ya no añade al flagelo de una enfermedad atroz el agravante del prejuicio o del desprecio.

Ciertamente un tema tan delicado y evidentemente conmovedor como la paulatina pérdida de la voluntad propia en el paciente y su eventual dependencia total de los cuidados de sus seres cercanos, puede llevar la narrativa a derivas sentimentalistas poco afortunadas, aunque en el caso de una pareja amorosa masculina rompiendo de tajo con las representaciones más complacientes y rutinarias. La cinta de Harry Macqueen libra esos escollos y evita el desbordamiento melodramático gracias a la imponente sobriedad con que los dos interpretes expresan sus afectos, sus miedos y sus aprensiones. Así, un estupendo Colin Firth ( Un hombre soltero, Tom Ford, 2009), transmite con vigor el duro dilema entre el dolor que supone la pérdida del ser amado y el desasosiego de saberse y quedarse solo en la vejez, luego de largas décadas de convivencia con la persona irremplazable. Stanley Tucci, por su parte, combina el humor ácido (“Yo no soy Tusker –le precisa a un conocido– sólo me parezco a él”) con la gravedad inteligente de quien sabe que después de haber organizado tan bien su estabilidad amorosa y su carrera artística, ya sólo le queda planear el acto final de su vida y preparar a los demás para lo que él considera su salida escénica más digna. Se precisa así el sentido final de la primera alusión a una supernova: una brillantez estelar que al extinguirse consigue liberar una mayor cantidad de energía.

Se exhibe en Cinemex y Cinépolis.

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