Ahora o nunca
José Blanco
P
or primera vez en la historia de México se configura un cuadro lleno de posibilidades para emprender avances –acaso de fondo– en la transformación de la sociedad patriarcal. Todas y todos los convencidos tienen frente a sí la posibilidad de aportar la prisa y la calma indispensables, la militancia comprometida que no desmaye y, ¡con cuánta necesidad!, ideas, ideas.
No apartemos el componente de gran calado que figura en ese cuadro: la apertura política hoy existente; provino de la maduración de las mayorías en un proceso en el que creció Morena y trajo consigo al gobierno de la 4T. Este gobierno está sosteniendo esa apertura en medio de una escalada visible de ataques en su contra. A (casi) todos conviene distinguir entre las exigencias de las mujeres y quienes las utilizan como un arma contra la 4T: así lo hace la mayoría de los medios del país y muchos extranjeros como El País o Deutsche Welle.
Preocupa que gobierno y un grupo incierto de colectivos feministas parecen creer que, en breve plazo, unas modificaciones al código penal y al orden institucional judicial pueden obrar maravillas y convertir la patología social de la violencia de género en otra realidad. Esa creencia sólo puede derivar de la prisa de grupos feministas y, desde el gobierno, de un instinto innecesario de
solucionarel problema político en el que, afortunadamente, se está convirtiendo el horror social de la violencia y el feminicidio.
Colectivos feministas, academia y gobierno están obligados a abrir espacios para la propuesta elaborada, para el análisis acucioso de un problema de máxima importancia, pero también de máxima complejidad. Un proceso de debate, de reflexión, de estudio, en el que todos y todas aprendamos y, de ahí, surjan vías de cambio para aprovechar, ahora o nunca, el cuadro de posibilidades que está configurándose.
La violencia de género debe ser ubicada, para su entendimiento, en el sistema patriarcal del que deriva; pero no en abstracto, así no avanzaríamos, sino dilucidar lo que nos pasa en México en su perspectiva histórica.
La violencia es el extremo de la injusticia de género. Es preciso especificar todas las formas de esa violencia y hacerlo a lo largo de todos los espacios sociales a los que llega; la estratificación social mexicana, de tan profunda desigualdad, hace de la desigualdad de género una enormemente diversa. Las salidas que se construyan debieran considerar esa estratificación. Se trata entonces de abrir procesos de cambio, no de decisiones puntuales que los cierren.
Si entre maltrato y violencia contra las mujeres hay una escala de formas de ejercerse sin solución de continuidad; si las formas de la violencia y del maltrato –como dice el feminismo– comienzan y se ejercen todo el tiempo en el seno de los hogares y pueden ocurrir hasta el extremo del feminicidio, entonces debemos hacernos cargo de lo que implicamos al decir que el Estado debe protegerlas.
Debe, sí: un contrato social distinto para mujeres y hombres. En ese caso no sólo se trata de la violencia, sino de la desigualdad implícita en la división de género del trabajo, se trata de la educación desde el nacimiento, de las oportunidades para ambos géneros, de derechos humanos efectivos (derechos que se vuelvan hechos) para mujeres y hombres. Nada de esto se resuelve el mes que entra…
¿Cómo pueden estar protegidas las mujeres del maltrato y la violencia que viven en los hogares y después en la calle, en la escuela, en el trabajo? La diferencia entre esos espacios es decisiva: ahí donde el maltrato y la violencia están ocultos, los hogares, es un espacio privado, los demás espacios son públicos. Reglas de comportamiento, derechos, penas, es posible crearlos en los espacios públicos, aunque muy difícil de implementar cuando, como ocurre en México, la violencia es masiva.
La siguiente conclusión cae por su propio peso: en materia de maltrato y violencia de género el espacio privado debe ser público. Y hacerlo depende, por tanto, de todas y todos. La sociedad y el Estado deben enterarse, donde ocurran, de los hechos de maltrato y violencia.
Esa posibilidad sólo puede convertirse en realidad mediando un trecho de reducación de todas y todos y un nuevo proceso educativo para las nuevas generaciones. Volver público lo que hoy es privado sólo es posible si ellas y ellos lo vuelven público cada día, están de acuerdo en hacerlo y si existen derechos que lo establezcan. Por un largo trecho serán necesarias muchas y muy activas organizaciones de mujeres –más los hombres que decidan acompañarlas– para hacer posible convertir en público lo que hoy ocurre en la sombra impenetrable de lo privado.
Germaine Greer, una de las feministas –entiendo– más leídas, ha recuperado la tesis de la segunda ola del feminismo, de los años 60:
Lo personal es político. En los 1960 fue el mayor desafío a la construcción de la familia nuclear. Las mujeres y los hombres de hoy tienen delante también ese gran desafío. Eso
personales, justamente, privado.
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