La dictadura perfecta
José Blanco
V
argas Llosa, súbdito de Felipe VI de España, dijo el viernes que ve mal la administración de AMLO. Teme por un México de
regreso a la dictadura perfecta. El súbdito de un rey que vino a Cuba a hablar de ¡democracia! ha vuelto a proferir una de sus gansadas perfectas y, como era de esperarse, ha sido imitado nuevamente por los replicantes mexicanos: los persistentes defensores del régimen neoliberal en retiro. No es extraño que Vargas Llosa sea un neoliberal: ha sido un alto beneficiario de ese régimen, abrazó tempranamente la ideología de ese sistema de expoliación y ha sido profundamente construido por ella.
Los historiadores probablemente registrarán al discurso neoliberal como uno vuelto sentido común en tiempo récord. No parece haber otro caso en la historia humana: en muy pocos años penetró la mente de mayorías sociales con un discurso con el cual se proclamaba la
libertad individualcomo régimen social, mientras se construía en los hechos un sistema de expoliación.
El abuso en el uso del término neoliberal no debiera perder de vista el hecho contundente apuntado. En el marco del capitalismo, lo contrario del régimen neoliberal es el Estado de bienestar. Ambos son creaciones humanas: propuestas de organización del Estado y la sociedad. Pero el discurso neoliberal, sin engañarse a sí mismo, engaña: cree que el suyo es un orden natural, el de la
libertad individual, y que todo lo que se oponga a ese orden debe ser rechazado y combatido. Para el neoliberalismo la intervención del Estado en la economía –especialmente en la economía– es contra natura por antonomasia; más precisamente expresado, la intervención del Estado en la acción libre de los individuos en el mercado debe ser rechazada categóricamente por todos. Todos tenemos unas cualificaciones que debemos vender en el mercado, nos dicen. Si obtenemos poco es porque pocas son nuestras cualificaciones y talentos: auméntelos para venderse mejor. Y los neoliberales se ufanan: reclamamos para todos esa libertad; de modo natural libres nacimos todos y toda fuerza opuesta a esa libertad es opresión, autocracia, dictadura, autoritarismo, que deben ser resistidos, combatidos, controlados.
Libre mercado = orden natural autónomo = pilar organizativo de la sociedad. Esta es la patraña sobre la que se construye el discurso neoliberal. En mis tiempos de estudiante el libre mercado era sólo un supuesto simplificador para empezar a conocer los sencillos principios de funcionamiento de un mercado de productos en la asignatura de microeconomía neoclásica (una asignatura entre 30 o 40), donde un (inexistente) homo œconomicus (otro supuesto simplificador) se guiaba por la competencia, la información perfecta y el comportamiento racional orientado por la utilidad marginal de un producto cualquiera.
El mercado libre neoliberal es producto de unas ideas, unas prácticas, unas reglas, unas instituciones, unas leyes: un producto humano absolutamente, no un resultado de la naturaleza: ¿hay alguna duda? Este orden social produjo un ínfimo grupo de ganadores y un mar de perdedores, en proporciones nunca vistas en la historia humana. Cuando el neoliberalismo fue instituido en los años 1980, el punto de partida fue un estado de desigualdad escalofriante. El resultado del libre mercado fue a peor: la economía del 1%.
El ideal utópico del libre mercado soñado por los neoliberales se derrumba porque produjo el estado distópico de la realidad efectiva del presente, hoy enfrentada por grandes oleadas de disconformes que protestan en el mundo. La posverdad del neoliberalismo va reduciendo su poder de discurso imbatible. En Chile ha sido puesto en el banquillo con una demanda más clara que en ninguna otra parte: un nuevo pacto social: otra creaciación humana, esta vez humana en el mejor sentido de la palabra.
Desde que Adam Smith imaginó la economía como una esfera autónoma dirigida por una
mano invisible, existía el riesgo de que el mercado se convirtiera no sólo en una parte de la sociedad, sino en la sociedad misma. Especialmente a partir de los años 1980 la idea Friedrich Hayek –que vivió hipnotizado por el sistema de precios– se hizo realidad: el Estado sólo tendría como función mantener libre al mercado (y mantener a raya a los disidentes). El aterrador mundo de hoy es el resultado de ese éxito. En términos históricos eso se acabó: el dominio ideológico del neoliberalismo está volviéndose añicos. A escala humana veremos a muchos estados cometer, en nombre de la
libertad individual, horrores sin cuento.
La economía tiene que ser una técnica, como creía Keynes, para alcanzar fines sociales deseables, que son siempre resultado de una deliberación pública, política, democrática, que ha de tener lugar justamente fuera del mercado. Una deliberación que produzca un Estado de bienestar social. La dictadura perfecta del mercado libre anhelada por los neoliberales, sólo produce monstruos o insensibles súbditos del dogma neoliberal, como Vargas Llosa.
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