EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

EUA: ¿meritoque?


¿Meritoqué?

El cohete a la Luna

Después de casi 70 años en Estados Unidos se cuestiona la propia idea de la meritocracia


El gran mito neoliberal de la Meritocracia ha sido cuestionado allí donde nació, por Paul Tough, en su libro The Years That Matter Most: How College Makes or Breaks Us y Daniel Markovits, en The Meritocracy Trap. Ambos libros son analizados en la revista The New Yorker por Louis Menand.
La reflexión surge a partir de dos problemas que ocupan en forma creciente la atención, como la desigualdad de ingresos, cuyo punto de contacto es la educación superior, que en Estados Unidos se supone basada en el mérito. Pero ocurre que el sistema educativo está reproduciendo las jerarquías de clase y estatus existentes, y la mayoría de los beneficios se destinan a estudiantes privilegiados. Esto es lo que hace pensar que o funciona mal o es un enfoque equivocado.
Cuando comenzó a utilizarse, en la década de 1950, el término tenía una connotación irónica. Indice de Inteligencia + esfuerzo era la definición usual de mérito. Hoy, en cambio, ha devenido una imprecisa combinación de habilidades cognitivas, talentos extracurriculares y cualidades personales socialmente valiosas, como liderazgo y actitud cívica. Se da por sentado que atributos ajenos al mérito, como el género, el color de la piel, la aptitud física y los ingresos familiares, no limitan la elección educativa.
En los Estados Unidos, la clasificación educacional comienza muy temprano, cuando algunos niños de primaria son elegidos para programas especiales destinados a alumnos «dotados y talentosos», continúa en la escuela secundaria, donde algunos estudiantes son empujados a cursos vocacionales. Pero todos tienen derecho a la educación primaria y secundaria. Hasta los 16 años basta con presentarse.
Otra cosa sucede en la universidad, que es un cuello de botella. Hay que presentar una solicitud, hay que pagar, y la admisión ya califica o descalifica. Cuanto más selectivo es el proceso de admisión de una universidad, mayor es el valor económico del título. Cuanto más estrecha es la puerta de entrada, más amplias son las oportunidades al salir.
La universidad, por su parte, califica a algunos estudiantes para los posgrados y la educación profesional, que a su vez califican para el mercado laboral. Así se forman redes de compañeros y amigos, que comparten intereses y habilidades y que pueden abrir puertas rentables.
Una comparación crucial del artículo es entre alguien contratado por un pedido del papá o la mamá, cosa que se considera indecorosa porque no se basa en el mérito, y alguien cuya contratación proviene del contacto de un compañero o un ex alumno de la misma universidad, que no nos incomoda aunque tampoco sea meritocrático. Se acepta que esas conexiones o las que un alumno haya hecho con sus profesores, están entre los beneficios de ir a determinada universidad, como una recompensa por los propios méritos.
El rol de la educación superior sobre las creencias, valores, gustos y caminos en la vida de las personas excede así largamente el de la familia y la comunidad local . La matrícula y la cuota crecieron cuatro veces más que la inflación entre 1980 y 2012, y pese a ello las inscripciones en la universidad y los posgrados siguieron creciendo. Eso es así porque la diferencia en los ingresos por el resto de la vida entre quienes tienen un título universitario y quienes no es del 168%, y la de quienes hicieron un posgrado llega al 213%.
La inversión social en el sistema es enorme. Los subsidios y subvenciones a la educación superior casi llegan a los 150 mil millones de dólares al año, y a todos los niveles, tanto en instituciones públicas como privadas, los 650 mil millones de dólares.
Hace cincuenta años, la preocupación por la meritocracia se centraba en la raza y el género. En 1965, la población estudiantil en los colegios y universidades estadounidenses era 94% por ciento blanca y 61% por ciento masculina. En cierta medida, este problema está resuelto. Hoy, el 56% de los estudiantes están clasificados como blancos no hispanos y el 42% de los estudiantes son hombres.
Un análisis más detallado sugiere que esta no es la victoria de la diversidad. Según un informe del Centro para la Educación y la Fuerza Laboral de la Universidad de Georgetown, la matrícula en las 468 instituciones mejor financiadas y más selectivas es en un 75% blanca, mientras que la matrícula en lxs 32.000 colegios y universidades peor financiads está formada en un 43% por negrxs e hispanxs, un patrón de segregación de facto que coincide con el de las escuelas públicas del país.
La diversidad racial tampoco coincide con la diversidad económica. Las universidades más selectivas tienden a elegir entre las personas más prósperas de las minorías subrepresentadas.
La situación era distinta medio siglo atrás. No hacía falta ir a la universidad para tener un ingreso de clase media y los ingresos de los universitarios mejor remunerados no eran exorbitantes comparados con los de un trabajador promedio. Esto fue cambiando alrededor de 1980.
Hoy, por fin, los investigadores se preguntan si fracasó su aplicación o si el propio concepto de meritocracia no es un gran error.
Fuente: http://www.elcohetealaluna.com/__trashed-9/

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