Catalunya. Entrevista a Josep Maria Antentas
“Las hipótesis fundacionales de los Comunes y del independentismo han dejado de ser operativas"
29/09/2019 | Xavier Puig i Sedano
Artículo original en catalán
Josep Maria Antentas es profesor de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha sido una de las voces más críticas con respecto a cómo se ha desarrollado e institucionalizado el proyecto de Catalunya en Comú. Hablamos con él a raíz de la publicación de su último libro, Espectros de Octubre (Sylone), en el que analiza los últimos años del Procés catalán desde una posición empática que invita a la reflexión tanto en el seno del independentismo como en el mundo de los Comunes.
En su libro sitúa la crisis catalana como parte de una crisis general del Estado español. ¿Por qué?
Todo lo que tiene que ver con el independentismo catalán es uno de los grandes aspectos de la crisis del régimen. La otra crisis es todo lo relacionado con el 15M, las Mareas contra los recortes, el desgaste por la crisis económica y la corrupción. Al mismo tiempo, la crisis actual también nos remite a unos límites históricos del modelo de Estado que se creó en 1978. En el fondo es reflejo de la no resolución de la cuestión nacional en España, aunque el modelo autonómico permitió ganar tiempo, pero sin resolver los problemas históricos de fondo.
Precisamente, uno de los problemas del independentismo, tal y como lo ha definido el Procés, es que ha planteado una batalla poco conectada con la crisis general del régimen. No ha articulado su propuesta de futuro con la necesidad de dar una respuesta concreta a los problemas generados por la crisis económica y, más que buscar articularse con las luchas contra la austeridad, ha pretendido supeditarse a la causa por un Estado propio. Es una de las limitaciones que ha habido. El independentismo es, paradójicamente, uno de los factores centrales de la crisis de régimen, pero a la vez también ha sido utilizado para intentar recomponerlo de forma autoritaria.
En su opinión, ¿hay dos movimientos (15M e independentismo) que impugnan el régimen y que no se han entendido bien?
Para mí este es el gran problema de la crisis catalana. El 15M es un momento de rechazo y malestar, que abre una crisis política y que formula propuestas de futuro. Después es lo que favoreció, aunque no fuera un efecto automático, que surgieran proyectos como los Comunes o Podemos. Este tipo de proceso marca una vía, una hipótesis. Después, el independentismo señala otro tipo de futuro, la República catalana. Son dos propuestas que coexisten ante el malestar de la gente en un escenario de bifurcación de futuros. Creo que los dos, mayoritariamente, se han visto mutuamente como competidores. Ha habido gente con un pie en cada lugar, pero no ha habido diálogo suficiente entre las dos vías. Se ha impuesto la competencia por encima de cualquier intento de articulación.
Esta es una de las debilidades de todo el ciclo y, en particular, del conjunto de las fuerzas de izquierdas, independentistas o no. Lo que ha hecho que la base social del independentismo sea más pequeña de lo que podría ser y, sobre todo, que su proyecto fuera menos impugnador de lo que hubiera podido ser, es no haber tenido ningún diálogo con el legado del 15M ni ninguna propuesta crítica respecto a las políticas de austeridad. Y, al revés, todo el mundo que terminó cristalizando en los Comunes y Podemos, el hecho de no haber tenido ninguna política activa respecto al independentismo durante muchos años, limitándose a una posición expectante, comportó que durante el 1 de octubre permanecieran paralizados, sin saber qué hacer. Al final, quedaron engullidos por la polarización. La falta de diálogo entre los dos mundos fue una debilidad estratégica antes y durante el 1 de octubre y es un problema para sus proyectos de futuro.
Está claro que hay personas de los dos lados que no pueden mantener ningún tipo de diálogo porque sus proyectos son antagónicos. Queda claro que el mundo de Convergència siempre ha intentado utilizar el independentismo para tapar su desgaste por los recortes y que instrumentalizó la ola de 2012 para paliar su caída en picado de legitimidad y para tener un relato y una apariencia de proyecto, que sustituya la retórica ultraneoliberal del fallido “gobierno de los mejores” con la que Artur Mas ganó en 2010. Pero en general podría haber habido más discusión entre partes del independentismo y los Comunes y Podemos. Me parece que es una de las limitaciones que tenemos que constatar a la hora de hacer balance de todo lo que ha pasado, en un escenario como el actual en el que los dos movimientos están empantanados.
Las hipótesis de uno y otro están bloqueadas. A pesar de ser diferentes, ambos fueron capaces de transmitir la idea de que podría haber un cambio rápido y fácil. Sin duda es importante motivar a la gente y que haya convencimiento de que la victoria es posible, que eres un sujeto activo con capacidad de cambiar las cosas. Pero lo que se ha demostrado es que la realidad es más complicada y que se había simplificado en exceso. Ni la victoria electoral relámpago de Pablo Iglesias está aquí ni el independentismo ha alcanzado sus objetivos. Cuando se te desmontan las hipótesis tienes el reto de reformularlas, y repensar la relación entre el corto y el largo plazo, sin renunciar a tus objetivos.
Este diálogo fallido entre ambos mundos explica también sus dificultades para repensar el futuro, y es una tarea necesaria en todo replanteamiento estratégico serio. Fíjate que habitualmente los debates sobre Podemos o los Comunes y sobre el independentismo van por separado, muchas de las personas que reflexionan lo hacen completamente desde el interior de uno de estos ámbitos, sin mucha preocupación por desarrollar una mirada de conjunto sobre la crisis política abierta a partir de 2011 y 2012. Y ahora que este ciclo se ha agotado y estamos en otra fase, aunque imprecisa, es importante tener una perspectiva global en un momento complejo y de dificultades estratégicas por parte de todos.
¿Quién es responsable de que estos sectores no se hayan encontrado antes?
En el fondo, ha sido más fácil hacer esto para los dos. Para el independentismo ha sido muy sencillo creer que solo tenía que ir creciendo y que la gente no independentista ya se iría adaptando o quedaría fuera de juego. Para el bloque de los Comunes, lo más cómodo era practicar una política expectante, confiando en que el independentismo ya se estrellaría contra la pared. A corto plazo, esto era más fácil, porque te evita plantearte cosas complejas, pero a la larga ha acabado siendo de lo más perjudicial. La comodidad aparente del presente fue hipotecando la factibilidad del futuro. Ha habido una política muy a corto plazo.
¿Ambos movimientos se dan de bruces ahora contra esas realidades?
Sí. Chocan con el hecho de que tienen adversarios más fuertes. Por un lado, el impulso del 15M está agotado. La vía inicial de Iglesias, basada en una victoria electoral rápida, hace tiempo que se evaporó. En Catalunya, la hipótesis de los Comunes de trasladar el éxito inicial en Barcelona al ámbito catalán y estabilizar la fuerza de las victorias en las elecciones generales de 2015-2016, ha resultado fallida y ya no es creíble. Por otra parte, el independentismo ha visto bloqueada la hipótesis falaz de la transitoriedad, de la ley a la ley, y la desconexión sin dificultades del Estado. Las hipótesis fundacionales de los Comunes y Podemos y del independentismo han dejado de ser operativas, incluso en el terreno propagandístico.
Retroceden incluso con respecto a propuestas más conservadoras o reformistas, ¿no es así?
Claro. Paradójicamente, el 1 de octubre de 2017 supuso la crisis más importante que ha sufrido el Estado desde los años setenta. Pero a la vez fue aprovechado por los sectores más conservadores para reforzarse coyunturalmente, utilizando las debilidades estratégicas del independentismo. Pese a no tener una propuesta de estabilización del régimen a largo plazo, se ha utilizado el 1-O para intentar cerrar la crisis del régimen por arriba de manera autoritaria, pero esto no resuelve ninguno de sus problemas. A corto plazo puede haber la ficción, por parte del poder, de que tiene suficiente fuerza para cerrar los procesos por arriba, pero las causas de fondo que desencadenaron la crisis política y social todavía están vigentes en buena medida. Ante esta situación, el independentismo no tiene ninguna propuesta. Se habla mucho de la división del independentismo, pero menos del hecho de que ninguna de las orientaciones mayoritarias existentes en su seno tiene coherencia. En realidad, no hay un replanteamiento serio de la estrategia.
Por otro lado, en el mundo de los Comunes, ante las dificultades, no solo ha habido rupturas internas, sino que también existe la tentación de ir abandonando los objetivos. Al final, es un espacio que cada vez se concibe más como un complemento del PSOE que como una alternativa en sí mismo. Cuando un movimiento queda bloqueado, tiene riesgos y retos. Uno de los peligros es quedarte inmovilizado en tus ideas fundacionales, no saber adaptarlas y no ir más allá. El otro riesgo es empezar a revisar tus hipótesis y terminar abandonando tus objetivos, a menudo haciendo ver que no lo haces, sino que en realidad eres fiel a tu planteamiento de siempre, pero que lo estás simplemente ajustando a la coyuntura. Las personas tendemos a moldear las expectativas de manera inconsciente según las posibilidades reales y esta lógica funciona también en el combate político. El tema es cómo mantener tus metas fundacionales replanteando tus hipótesis estratégicas para ir más allá de los límites iniciales. Precisamente, creo que esto es lo que ni el independentismo mayoritario, ni los Comunes y Podemos están haciendo.
Dice usted en el libro que hace falta renegociar la identidad...
Sí, hacer un balance estratégico de tu existencia y mirar qué hace falta para dar un paso más. No veo que esto esté sucediendo mucho en el independentismo. Hay una parte de la antigua Convergència que quiere recoger velas, aunque tiene poca base objetiva para hacerlo debido al inmovilismo del Estado; el mundo de Carles Puigdemont ofrece una retórica republicana, pero una práctica autonomista, mucho simbolismo y poco contenido, y busca ganar tiempo; la ANC y las propuestas de sectores como el de Jordi Graupera son para mantener un independentismo duro, pero reafirmando y acentuando todos los límites que ha tenido el movimiento; en el caso de ERC, identifican muy bien los problemas del movimiento, pero la solución que dan se puede parecer mucho, tal vez no a una rendición, pero sí a un abandono real de todo escenario de ruptura.
La CUP pienso que se ha mantenido como la fuerza coherente que no retrocede, pero sin plantear públicamente las limitaciones que ha tenido el Procés. Siempre las ha tenido claras, pero le ha faltado interpelar al movimiento con propuestas estratégicas, más allá de desobedecer, que modificaran los parámetros del Procés. Desde el 1 de octubre se ha mantenido demasiado en un discurso voluntarista, sin afrontar las grandes cuestiones de fondo, y por eso me parece muy interesante que haya abierto un debate estratégico en los últimos meses, cuyo resultado será muy trascendente para todo el mundo alternativo en Catalunya. El problema fundacional del Procés ha sido desconectar la demanda de independencia de una crítica a la austeridad y una perspectiva más amplia de caída del régimen en todo el Estado. Y quien menos me parece que hoy por hoy aborda los límites de la dinámica iniciada en 2012 es la propia ANC…
¿Cómo se soluciona esto?
La idea de que la demanda de independencia está desconectada de la crítica a los problemas de la austeridad está condenada al fracaso. Catalunya es una sociedad donde hay visiones muy diversas de las cosas, pero con mucha gente destrozada por la crisis. Tú no puedes impulsar un movimiento muy amplio sin abordar los grandes problemas sociales que están hiriendo a esta sociedad a raíz de los recortes, muy fuertes al inicio del Procés. Desde el principio habría sido necesario que el movimiento hubiera adoptado un programa de medidas de emergencia social para hacer frente a la crisis.
Ahora bien, si el movimiento lo hubiera tenido, habría tensado mucho más la base social de Convergència. El gobierno de Artur Mas encarnaba unos valores contrarios a esto. Mucha gente hizo el cálculo de que era fundamental no perder a la derecha catalana. Al hacerlo, creo que no se plantearon otras preguntas que eran más importantes. Por ejemplo, cómo conseguir que gran parte de la izquierda catalana federalista se sintiera vinculada al proyecto. También cómo atraer a una parte de la base social más popular que no es tan catalanista. Me parece que este ha sido el gran problema del movimiento, que no ha hecho un debate sólido sobre qué bloque social debía articular.
A partir del 9N, tras dos años de crecimiento entre 2012 y 2014, el movimiento tiene dificultades para ir más allá. A menudo se dice que hay que ensanchar la base. A mí no me parece un término correcto. Para mí hay que ver los límites y reformularlo. El movimiento, a mi juicio, tendría que asumir, por ejemplo, un decálogo de medidas básicas contra la austeridad y relacionar la República catalana con un proyecto de caída general de régimen. Creo que estas deberían ser las propuestas estratégicas que habría que poner sobre la mesa por parte de la izquierda, no tanto porque sea realista ahora mismo pensar que pudieran ser asumidas por los principales actores, sino para ofrecer una perspectiva de por dónde tirar en un momento de desconcierto.
Explíquese…
Ha habido la hipótesis, y la práctica, de que como el movimiento lo que quiere es irse del Estado, simplemente tiene que acumular fuerzas en Catalunya y lo que pase fuera no importa. Ha habido un proyecto unilateral que es legítimo. Lo lógico es comenzar por organizarse uno mismo, pero luego tienes que ver qué alianzas haces si no quieres enclaustrarte en una perspectiva estratégicamente muy limitada. Por otra parte, ha habido la hipótesis de los Comunes, que es que tenemos que parar cualquier unilateralismo en Catalunya hasta que no haya una mayoría de cambio en todo el Estado. Ni la concepción centralista del cambio, ni la ruptura periférica por sí solas son estratégicamente satisfactorias ni abordan toda la complejidad de la política y la sociedad catalana y española.
El problema es que no ha habido una síntesis de los dos puntos de vista. En el fondo son complementarios, aunque su articulación es compleja y contradictoria. Lo que el independentismo no ha sabido desarrollar es la idea de que la República catalana debe ser percibida como algo que ayudaría a que hubiera una República española al lado, la relación con la cual habría que concretar. Es decir, insertarla como parte de un movimiento más amplio que hiciera caer el régimen del 78. No hacerlo ha facilitado la criminalización del movimiento en el resto del Estado, ha fomentado el desinterés o la hostilidad de parte de la sociedad española y ha permitido aislar bastante a la gente del resto del Estado que sí se ha solidarizado con el movimiento.
En octubre de 2017 se mostró una discordancia espaciotemporal entre la crisis catalana y la crisis de régimen en todo el Estado y entre los dos ejes impugnatorios del ciclo abierto en 2011 y 2012. No hay propuestas perfectas, pero a la hora de pensar en reformulaciones estratégicas y en cómo articular mejor la ruptura catalana, la ruptura global del régimen y el cambio de modelo social, me parece interesante revisitar puntos de vista como los que planteaban, con diferencias, figuras como Joaquín Maurín o Andreu Nin en los años treinta, no para extrapolarlos anacrónicamente al presente, sino para intentar reflexionar hoy con más perspectiva.
¿Puede que ahora ya sea tarde?
Han pasado siete años desde 2012 y cinco desde el 9N. Si las cosas se hubieran hecho de otra manera, estaríamos en otra situación. Ahora, asumiendo dónde estamos, ¿cuál es el siguiente paso? Para unos es mantenerse en plan numantino y seguir adelante sin hacer ningún análisis de la correlación de fuerzas, para otros es recoger velas o, como mucho, buscar un horizonte de tibia reforma progresista-democrática. En realidad, si piensas desde el punto de vista del independentismo, lo más necesario sería reinventarse para desembarazarse de los defectos iniciales del movimiento. Si piensas desde el punto de vista de los Comunes o Podemos, mantener el carácter impugnador de estos proyectos significaría revertir –cosa que es objetivamente imposible– la dinámica ya iniciada con Vistalegre en el caso de la formación de Iglesias y el propio nacimiento fallido de Catalunya en Comú. Todas estas cuestiones de fondo, claro, se mezclan con la coyuntura y con la necesidad inmediata de articular una respuesta unitaria e impugnadora a la sentencia del juicio…
En el libro habla del concepto de Eurocomunes…
Sí, un poco haciendo el símil con el eurocomunismo de los años setenta, utilizando el término que se empleaba para explicar la política que tenían el Partido Comunista italiano, el español y el francés cuando evolucionaron hacia una socialdemocratización de su programa y hacia una vía más electoralista, manteniendo a la vez una rígida estructura interna burocrática. De forma bastante rápida, el mundo de los Comunes ha asumido esta lectura más electoral, más institucional, más de normalización de su existencia, de ahí que podamos hablar de una tendencia a convertirse en Eurocomunes.
También creo que su comportamiento el 1 de octubre no se puede separar de ello. El hecho de que cuando llega una crisis política tan grande una fuerza política que teóricamente es rupturista desempeñe un papel tan tibio en vez de intentar profundizar la crisis en un sentido constituyente más favorable a su programa, también tiene que ver con la creciente institucionalización de su visión de las cosas. Esto no quiere decir que sean un partido totalmente homologable a los convencionales, pero sí constatar que el camino que han tomado ha ido agotando, y lo seguirá haciendo progresivamente, su potencial emancipador.
Este paso de los Comunes ¿no dificulta todavía más la creación de una alianza con el independentismo?
Me parece que hay pocas perspectivas de que se produzca el diálogo que debe haber entre el independentismo y los Comunes. Además, en la etapa actual de desconcierto y derrota, a veces aparece como una cosa caricaturesca, como un diálogo entre dos espacios que van perdiendo la pulsión rompedora. En cambio, en el período anterior, antes de octubre de 2017, su colaboración habría podido ser ofensiva. Todo el debate sobre el apoyo al gobierno de Pedro Sánchez que ha habido en el último año y medio es una caricatura de esta alianza entre Comunes e independentistas. Una cosa son sinergias de ruptura y la otra colaborar para adaptarse a la lógica del mal menor frente al PP.
Habla también de la falta de relación entre el mundo de la CUP y de los Comunes…
Me parece importante. Y más aún cuando prácticamente nadie habla de ello. Son dos espacios políticos que, a pesar de sus diferencias, sí que han compartido una visión crítica de las políticas de austeridad y los partidos mayoritarios, muchos de sus militantes han compartido espacios de militancia social… Entre los diálogos fallidos, es uno de los que ha faltado y que menos se ha reivindicado. Evidentemente, cuando se compite en el plano electoral, es normal que haya tensiones, pero que los dos espacios hayan tenido una política tan diferenciada y no hayan podido interlocutar es problemático. Supone una fractura de los sectores sociales más críticos con el neoliberalismo. Este es, sin embargo, un debate digamos que de la fase anterior, que nos sirve a modo de balance de los años que dejamos atrás. Aunque sigue siendo una asignatura pendiente, ahora ya estamos en otra etapa…
¿Nadie se ha creído la unidad popular?
Cada uno la ha interpretado a su manera, ya sea utilizando este concepto u otro, y la ha entendido básicamente como una unidad en torno a su propio espacio y a su propio programa. Es legítimo, y en parte lógico. La cosa es cómo, mientras se hace esto, se puede ir a la vez más allá. Me parece que es una de las cuestiones que explican muchas limitaciones de estos años. Se habrían podido propiciar más puentes de diálogo y discusión. Porque en el fondo vemos que todos los sectores políticos alternativos, referenciados en las luchas del pasado reciente, tienen dificultades y una necesidad compartida de reorientarse. No está muy claro hacia dónde ir, y nadie tiene una propuesta impecable, debemos recomenzar desde una cierta humildad colectiva en este sentido.
Lo que me parece pertinente hoy es pensar cómo se puede construir un nuevo espacio confluyente en Catalunya que reúna a todos los que se sitúan fuera de la lógica más institucionalista y quieren hacer política en clave rupturista, mantener viva la pulsión rompedora del doble ciclo –15M y Procés– que se acaba, y formar parte de las nuevas radicalidades y movimientos emergentes. Y si pensamos en el escenario de una posible nueva crisis económica, será decisivo haber sido capaces de dar este paso o no…
¿A qué se refiere cuando dice que el independentismo ha tenido un fetichismo por el Estado?
Es la idea de que, ante los problemas, un Estado es la solución. Es una propuesta muy discutible en sí misma. Un Estado propio no es garantía de nada: depende de la correlación de fuerzas, de las políticas que se apliquen. Se ha vendido la idea de que con un Estado propio se podrá hacer todo lo que ahora no se puede hacer. En realidad, no es así. No es necesario un Estado para detener un desahucio, y tenerlo no es una garantía per se de que no se haga. Por otra parte, un Estado dentro del euro, que firma el TTIP y con unas políticas económicas que son las que marca el Banco Central Europeo o el gobierno alemán tiene una soberanía muy limitada. Ha habido mucho fetichismo conceptual que consideraba que el Estado era garante de todo, sin plantearse demasiado qué es un Estado y qué papel desempeña en el momento actual, ni qué relación existe entre los Estados, los organismos internacionales y el poder financiero.
El independentismo, excepto el vinculado a la CUP, no ha discutido qué es la soberanía en el terreno monetario o económico, por ejemplo, cuando ha hablado mucho de la voluntad de ser soberanos. Si lo piensas bien, es contradictorio. Esta también es una de las limitaciones de su proyecto, que ha tenido una visión muy simplista de lo que es la soberanía, la democracia y de la relación entre ambas cosas. La soberanía se ha entendido exclusivamente desde el punto de vista nacional, pero no en clave popular, y la democracia se ha entendido mucho en términos de sistema representativo y muy poco en el sentido de autoorganización social o de capacidad de decidir sobre todos los ámbitos de la vida social, después de décadas en que el neoliberalismo ha reducido drásticamente las cuestiones que entran dentro del ámbito de decisión de la política convencional.
Esta voluntad de tomar el poder del Estado como prioridad, ¿también es uno de los problemas de Podemos?
No es que no haya que tomar el poder del Estado. La cuestión es para qué lo tomas y ver que el gobierno es tan solo una parte del poder del Estado, y que llegar hasta ahí tiene sentido si sirve para iniciar un proceso de transformación social que, inevitablemente, no será ni lineal ni sencillo y topará con las resistencias del poder económico y de las propias estructuras del Estado. Llegar al gobierno para acabar adaptándote como hizo Alexis Tsipras en Grecia… o tienes un proyecto de ruptura con los poderes económicos o acabas adaptándote.
Podemos jugaba con la idea de que podría ser algo intermedio entre la ruptura y la adaptación completa, pero su evolución ha sido muy clara. Al final, ganas unas elecciones y llegas al gobierno del Estado, y si no estás dispuesto a tener una política de confrontación con los poderes económicos, ¿qué haces? Y ante las dificultades para obtener la victoria relámpago deseada, hemos visto cómo Podemos ha ido modificando su razón de ser en un doble sentido, primero abandonando los aspectos más rupturistas de su programa y, segundo, dejando de tener el objetivo de ser una alternativa al PP y al PSOE para postularse como socio menor de Pedro Sánchez.
El argumento es que formar parte de un gobierno con el PSOE permitiría garantizar políticas de cambio, pero la realidad es que las políticas que se podrían hacer por parte de Podemos serían irrisorias y, al mismo tiempo, Podemos tendría que tragarse todas las contradicciones del PSOE que colisionan directamente contra la propia naturaleza de Podemos y la percepción pública que se tiene de Podemos. Por motivos diversos, el independentismo y Podemos han planteado propuestas estratégicas que eran limitadas. El independentismo por no querer hablar de modelo económico y social y Podemos por haber diseñado una concepción muy electoralista del cambio y por haber formulado alternativas muy superficiales.
Otra cosa que cuestiona usted es cómo se ha entendido el internacionalismo dentro del independentismo…
En general no ha dado mucho peso al internacionalismo y solo ha mirado hacia fuera en un sentido diplomático, de búsqueda de apoyos internacionales institucionales. Esta falta de perspectiva guarda mucha relación con el hecho de no tener nada que decir sobre la crisis de la Unión Europea. El independentismo no ha situado mucho su proyecto en el marco de la crisis actual de la UE y de las crisis políticas que han sacudido a muchos de sus Estados miembros. Dentro del independentismo sí hay una visión internacionalista minoritaria, la de la CUP, pero entendida básicamente como solidaridad entre los movimientos de emancipación de las naciones sin Estado y no tanto como una alianza internacional de las clases subalternas.
En cualquier caso, tener una perspectiva internacionalista, al margen de cómo se entienda específicamente este concepto y de qué variante se abrace, es la base de un proyecto emancipador, sobre todo en el mundo actual. Necesitamos ir hacia un nuevo internacionalismo del 99 %, que de alguna manera intente dar una respuesta coordinada de todos los movimientos de los subalternos. El ascenso del nuevo feminismo y del movimiento por la justicia climática son hoy ejemplos destacados.
Sin embargo, la mayor parte de colectivos y organizaciones emancipadoras están todavía muy centradas en la política dentro de las fronteras de su Estado, en parte debido a la propia profundidad de las crisis políticas que han sacudido a muchos países desde 2011, pero es necesario reforzar las movilizaciones y las iniciativas internacionales. Para mí eso no significa desentenderse de la política local y concreta o de la cuestión nacional. A menudo se hace una contraposición falaz entre internacionalismo y cuestión nacional cuando en realidad, la defensa del derecho de los pueblos a la autodeterminación, y en particular por parte de los movimientos que forman parte de naciones y de Estados que niegan este derecho a otros, es condición ineludible para la solidaridad genuina.
20/09/2019
https://www.eltemps.cat/article/8105/les-hipotesis-fundacionals-dels-comuns-i-lindependentisme-han-deixat-de-ser-operatives
Traducción: viento sur
Josep Maria Antentas es profesor de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha sido una de las voces más críticas con respecto a cómo se ha desarrollado e institucionalizado el proyecto de Catalunya en Comú. Hablamos con él a raíz de la publicación de su último libro, Espectros de Octubre (Sylone), en el que analiza los últimos años del Procés catalán desde una posición empática que invita a la reflexión tanto en el seno del independentismo como en el mundo de los Comunes.
En su libro sitúa la crisis catalana como parte de una crisis general del Estado español. ¿Por qué?
Todo lo que tiene que ver con el independentismo catalán es uno de los grandes aspectos de la crisis del régimen. La otra crisis es todo lo relacionado con el 15M, las Mareas contra los recortes, el desgaste por la crisis económica y la corrupción. Al mismo tiempo, la crisis actual también nos remite a unos límites históricos del modelo de Estado que se creó en 1978. En el fondo es reflejo de la no resolución de la cuestión nacional en España, aunque el modelo autonómico permitió ganar tiempo, pero sin resolver los problemas históricos de fondo.
Precisamente, uno de los problemas del independentismo, tal y como lo ha definido el Procés, es que ha planteado una batalla poco conectada con la crisis general del régimen. No ha articulado su propuesta de futuro con la necesidad de dar una respuesta concreta a los problemas generados por la crisis económica y, más que buscar articularse con las luchas contra la austeridad, ha pretendido supeditarse a la causa por un Estado propio. Es una de las limitaciones que ha habido. El independentismo es, paradójicamente, uno de los factores centrales de la crisis de régimen, pero a la vez también ha sido utilizado para intentar recomponerlo de forma autoritaria.
En su opinión, ¿hay dos movimientos (15M e independentismo) que impugnan el régimen y que no se han entendido bien?
Para mí este es el gran problema de la crisis catalana. El 15M es un momento de rechazo y malestar, que abre una crisis política y que formula propuestas de futuro. Después es lo que favoreció, aunque no fuera un efecto automático, que surgieran proyectos como los Comunes o Podemos. Este tipo de proceso marca una vía, una hipótesis. Después, el independentismo señala otro tipo de futuro, la República catalana. Son dos propuestas que coexisten ante el malestar de la gente en un escenario de bifurcación de futuros. Creo que los dos, mayoritariamente, se han visto mutuamente como competidores. Ha habido gente con un pie en cada lugar, pero no ha habido diálogo suficiente entre las dos vías. Se ha impuesto la competencia por encima de cualquier intento de articulación.
Esta es una de las debilidades de todo el ciclo y, en particular, del conjunto de las fuerzas de izquierdas, independentistas o no. Lo que ha hecho que la base social del independentismo sea más pequeña de lo que podría ser y, sobre todo, que su proyecto fuera menos impugnador de lo que hubiera podido ser, es no haber tenido ningún diálogo con el legado del 15M ni ninguna propuesta crítica respecto a las políticas de austeridad. Y, al revés, todo el mundo que terminó cristalizando en los Comunes y Podemos, el hecho de no haber tenido ninguna política activa respecto al independentismo durante muchos años, limitándose a una posición expectante, comportó que durante el 1 de octubre permanecieran paralizados, sin saber qué hacer. Al final, quedaron engullidos por la polarización. La falta de diálogo entre los dos mundos fue una debilidad estratégica antes y durante el 1 de octubre y es un problema para sus proyectos de futuro.
Está claro que hay personas de los dos lados que no pueden mantener ningún tipo de diálogo porque sus proyectos son antagónicos. Queda claro que el mundo de Convergència siempre ha intentado utilizar el independentismo para tapar su desgaste por los recortes y que instrumentalizó la ola de 2012 para paliar su caída en picado de legitimidad y para tener un relato y una apariencia de proyecto, que sustituya la retórica ultraneoliberal del fallido “gobierno de los mejores” con la que Artur Mas ganó en 2010. Pero en general podría haber habido más discusión entre partes del independentismo y los Comunes y Podemos. Me parece que es una de las limitaciones que tenemos que constatar a la hora de hacer balance de todo lo que ha pasado, en un escenario como el actual en el que los dos movimientos están empantanados.
Las hipótesis de uno y otro están bloqueadas. A pesar de ser diferentes, ambos fueron capaces de transmitir la idea de que podría haber un cambio rápido y fácil. Sin duda es importante motivar a la gente y que haya convencimiento de que la victoria es posible, que eres un sujeto activo con capacidad de cambiar las cosas. Pero lo que se ha demostrado es que la realidad es más complicada y que se había simplificado en exceso. Ni la victoria electoral relámpago de Pablo Iglesias está aquí ni el independentismo ha alcanzado sus objetivos. Cuando se te desmontan las hipótesis tienes el reto de reformularlas, y repensar la relación entre el corto y el largo plazo, sin renunciar a tus objetivos.
Este diálogo fallido entre ambos mundos explica también sus dificultades para repensar el futuro, y es una tarea necesaria en todo replanteamiento estratégico serio. Fíjate que habitualmente los debates sobre Podemos o los Comunes y sobre el independentismo van por separado, muchas de las personas que reflexionan lo hacen completamente desde el interior de uno de estos ámbitos, sin mucha preocupación por desarrollar una mirada de conjunto sobre la crisis política abierta a partir de 2011 y 2012. Y ahora que este ciclo se ha agotado y estamos en otra fase, aunque imprecisa, es importante tener una perspectiva global en un momento complejo y de dificultades estratégicas por parte de todos.
¿Quién es responsable de que estos sectores no se hayan encontrado antes?
En el fondo, ha sido más fácil hacer esto para los dos. Para el independentismo ha sido muy sencillo creer que solo tenía que ir creciendo y que la gente no independentista ya se iría adaptando o quedaría fuera de juego. Para el bloque de los Comunes, lo más cómodo era practicar una política expectante, confiando en que el independentismo ya se estrellaría contra la pared. A corto plazo, esto era más fácil, porque te evita plantearte cosas complejas, pero a la larga ha acabado siendo de lo más perjudicial. La comodidad aparente del presente fue hipotecando la factibilidad del futuro. Ha habido una política muy a corto plazo.
¿Ambos movimientos se dan de bruces ahora contra esas realidades?
Sí. Chocan con el hecho de que tienen adversarios más fuertes. Por un lado, el impulso del 15M está agotado. La vía inicial de Iglesias, basada en una victoria electoral rápida, hace tiempo que se evaporó. En Catalunya, la hipótesis de los Comunes de trasladar el éxito inicial en Barcelona al ámbito catalán y estabilizar la fuerza de las victorias en las elecciones generales de 2015-2016, ha resultado fallida y ya no es creíble. Por otra parte, el independentismo ha visto bloqueada la hipótesis falaz de la transitoriedad, de la ley a la ley, y la desconexión sin dificultades del Estado. Las hipótesis fundacionales de los Comunes y Podemos y del independentismo han dejado de ser operativas, incluso en el terreno propagandístico.
Retroceden incluso con respecto a propuestas más conservadoras o reformistas, ¿no es así?
Claro. Paradójicamente, el 1 de octubre de 2017 supuso la crisis más importante que ha sufrido el Estado desde los años setenta. Pero a la vez fue aprovechado por los sectores más conservadores para reforzarse coyunturalmente, utilizando las debilidades estratégicas del independentismo. Pese a no tener una propuesta de estabilización del régimen a largo plazo, se ha utilizado el 1-O para intentar cerrar la crisis del régimen por arriba de manera autoritaria, pero esto no resuelve ninguno de sus problemas. A corto plazo puede haber la ficción, por parte del poder, de que tiene suficiente fuerza para cerrar los procesos por arriba, pero las causas de fondo que desencadenaron la crisis política y social todavía están vigentes en buena medida. Ante esta situación, el independentismo no tiene ninguna propuesta. Se habla mucho de la división del independentismo, pero menos del hecho de que ninguna de las orientaciones mayoritarias existentes en su seno tiene coherencia. En realidad, no hay un replanteamiento serio de la estrategia.
Por otro lado, en el mundo de los Comunes, ante las dificultades, no solo ha habido rupturas internas, sino que también existe la tentación de ir abandonando los objetivos. Al final, es un espacio que cada vez se concibe más como un complemento del PSOE que como una alternativa en sí mismo. Cuando un movimiento queda bloqueado, tiene riesgos y retos. Uno de los peligros es quedarte inmovilizado en tus ideas fundacionales, no saber adaptarlas y no ir más allá. El otro riesgo es empezar a revisar tus hipótesis y terminar abandonando tus objetivos, a menudo haciendo ver que no lo haces, sino que en realidad eres fiel a tu planteamiento de siempre, pero que lo estás simplemente ajustando a la coyuntura. Las personas tendemos a moldear las expectativas de manera inconsciente según las posibilidades reales y esta lógica funciona también en el combate político. El tema es cómo mantener tus metas fundacionales replanteando tus hipótesis estratégicas para ir más allá de los límites iniciales. Precisamente, creo que esto es lo que ni el independentismo mayoritario, ni los Comunes y Podemos están haciendo.
Dice usted en el libro que hace falta renegociar la identidad...
Sí, hacer un balance estratégico de tu existencia y mirar qué hace falta para dar un paso más. No veo que esto esté sucediendo mucho en el independentismo. Hay una parte de la antigua Convergència que quiere recoger velas, aunque tiene poca base objetiva para hacerlo debido al inmovilismo del Estado; el mundo de Carles Puigdemont ofrece una retórica republicana, pero una práctica autonomista, mucho simbolismo y poco contenido, y busca ganar tiempo; la ANC y las propuestas de sectores como el de Jordi Graupera son para mantener un independentismo duro, pero reafirmando y acentuando todos los límites que ha tenido el movimiento; en el caso de ERC, identifican muy bien los problemas del movimiento, pero la solución que dan se puede parecer mucho, tal vez no a una rendición, pero sí a un abandono real de todo escenario de ruptura.
La CUP pienso que se ha mantenido como la fuerza coherente que no retrocede, pero sin plantear públicamente las limitaciones que ha tenido el Procés. Siempre las ha tenido claras, pero le ha faltado interpelar al movimiento con propuestas estratégicas, más allá de desobedecer, que modificaran los parámetros del Procés. Desde el 1 de octubre se ha mantenido demasiado en un discurso voluntarista, sin afrontar las grandes cuestiones de fondo, y por eso me parece muy interesante que haya abierto un debate estratégico en los últimos meses, cuyo resultado será muy trascendente para todo el mundo alternativo en Catalunya. El problema fundacional del Procés ha sido desconectar la demanda de independencia de una crítica a la austeridad y una perspectiva más amplia de caída del régimen en todo el Estado. Y quien menos me parece que hoy por hoy aborda los límites de la dinámica iniciada en 2012 es la propia ANC…
¿Cómo se soluciona esto?
La idea de que la demanda de independencia está desconectada de la crítica a los problemas de la austeridad está condenada al fracaso. Catalunya es una sociedad donde hay visiones muy diversas de las cosas, pero con mucha gente destrozada por la crisis. Tú no puedes impulsar un movimiento muy amplio sin abordar los grandes problemas sociales que están hiriendo a esta sociedad a raíz de los recortes, muy fuertes al inicio del Procés. Desde el principio habría sido necesario que el movimiento hubiera adoptado un programa de medidas de emergencia social para hacer frente a la crisis.
Ahora bien, si el movimiento lo hubiera tenido, habría tensado mucho más la base social de Convergència. El gobierno de Artur Mas encarnaba unos valores contrarios a esto. Mucha gente hizo el cálculo de que era fundamental no perder a la derecha catalana. Al hacerlo, creo que no se plantearon otras preguntas que eran más importantes. Por ejemplo, cómo conseguir que gran parte de la izquierda catalana federalista se sintiera vinculada al proyecto. También cómo atraer a una parte de la base social más popular que no es tan catalanista. Me parece que este ha sido el gran problema del movimiento, que no ha hecho un debate sólido sobre qué bloque social debía articular.
A partir del 9N, tras dos años de crecimiento entre 2012 y 2014, el movimiento tiene dificultades para ir más allá. A menudo se dice que hay que ensanchar la base. A mí no me parece un término correcto. Para mí hay que ver los límites y reformularlo. El movimiento, a mi juicio, tendría que asumir, por ejemplo, un decálogo de medidas básicas contra la austeridad y relacionar la República catalana con un proyecto de caída general de régimen. Creo que estas deberían ser las propuestas estratégicas que habría que poner sobre la mesa por parte de la izquierda, no tanto porque sea realista ahora mismo pensar que pudieran ser asumidas por los principales actores, sino para ofrecer una perspectiva de por dónde tirar en un momento de desconcierto.
Explíquese…
Ha habido la hipótesis, y la práctica, de que como el movimiento lo que quiere es irse del Estado, simplemente tiene que acumular fuerzas en Catalunya y lo que pase fuera no importa. Ha habido un proyecto unilateral que es legítimo. Lo lógico es comenzar por organizarse uno mismo, pero luego tienes que ver qué alianzas haces si no quieres enclaustrarte en una perspectiva estratégicamente muy limitada. Por otra parte, ha habido la hipótesis de los Comunes, que es que tenemos que parar cualquier unilateralismo en Catalunya hasta que no haya una mayoría de cambio en todo el Estado. Ni la concepción centralista del cambio, ni la ruptura periférica por sí solas son estratégicamente satisfactorias ni abordan toda la complejidad de la política y la sociedad catalana y española.
El problema es que no ha habido una síntesis de los dos puntos de vista. En el fondo son complementarios, aunque su articulación es compleja y contradictoria. Lo que el independentismo no ha sabido desarrollar es la idea de que la República catalana debe ser percibida como algo que ayudaría a que hubiera una República española al lado, la relación con la cual habría que concretar. Es decir, insertarla como parte de un movimiento más amplio que hiciera caer el régimen del 78. No hacerlo ha facilitado la criminalización del movimiento en el resto del Estado, ha fomentado el desinterés o la hostilidad de parte de la sociedad española y ha permitido aislar bastante a la gente del resto del Estado que sí se ha solidarizado con el movimiento.
En octubre de 2017 se mostró una discordancia espaciotemporal entre la crisis catalana y la crisis de régimen en todo el Estado y entre los dos ejes impugnatorios del ciclo abierto en 2011 y 2012. No hay propuestas perfectas, pero a la hora de pensar en reformulaciones estratégicas y en cómo articular mejor la ruptura catalana, la ruptura global del régimen y el cambio de modelo social, me parece interesante revisitar puntos de vista como los que planteaban, con diferencias, figuras como Joaquín Maurín o Andreu Nin en los años treinta, no para extrapolarlos anacrónicamente al presente, sino para intentar reflexionar hoy con más perspectiva.
¿Puede que ahora ya sea tarde?
Han pasado siete años desde 2012 y cinco desde el 9N. Si las cosas se hubieran hecho de otra manera, estaríamos en otra situación. Ahora, asumiendo dónde estamos, ¿cuál es el siguiente paso? Para unos es mantenerse en plan numantino y seguir adelante sin hacer ningún análisis de la correlación de fuerzas, para otros es recoger velas o, como mucho, buscar un horizonte de tibia reforma progresista-democrática. En realidad, si piensas desde el punto de vista del independentismo, lo más necesario sería reinventarse para desembarazarse de los defectos iniciales del movimiento. Si piensas desde el punto de vista de los Comunes o Podemos, mantener el carácter impugnador de estos proyectos significaría revertir –cosa que es objetivamente imposible– la dinámica ya iniciada con Vistalegre en el caso de la formación de Iglesias y el propio nacimiento fallido de Catalunya en Comú. Todas estas cuestiones de fondo, claro, se mezclan con la coyuntura y con la necesidad inmediata de articular una respuesta unitaria e impugnadora a la sentencia del juicio…
En el libro habla del concepto de Eurocomunes…
Sí, un poco haciendo el símil con el eurocomunismo de los años setenta, utilizando el término que se empleaba para explicar la política que tenían el Partido Comunista italiano, el español y el francés cuando evolucionaron hacia una socialdemocratización de su programa y hacia una vía más electoralista, manteniendo a la vez una rígida estructura interna burocrática. De forma bastante rápida, el mundo de los Comunes ha asumido esta lectura más electoral, más institucional, más de normalización de su existencia, de ahí que podamos hablar de una tendencia a convertirse en Eurocomunes.
También creo que su comportamiento el 1 de octubre no se puede separar de ello. El hecho de que cuando llega una crisis política tan grande una fuerza política que teóricamente es rupturista desempeñe un papel tan tibio en vez de intentar profundizar la crisis en un sentido constituyente más favorable a su programa, también tiene que ver con la creciente institucionalización de su visión de las cosas. Esto no quiere decir que sean un partido totalmente homologable a los convencionales, pero sí constatar que el camino que han tomado ha ido agotando, y lo seguirá haciendo progresivamente, su potencial emancipador.
Este paso de los Comunes ¿no dificulta todavía más la creación de una alianza con el independentismo?
Me parece que hay pocas perspectivas de que se produzca el diálogo que debe haber entre el independentismo y los Comunes. Además, en la etapa actual de desconcierto y derrota, a veces aparece como una cosa caricaturesca, como un diálogo entre dos espacios que van perdiendo la pulsión rompedora. En cambio, en el período anterior, antes de octubre de 2017, su colaboración habría podido ser ofensiva. Todo el debate sobre el apoyo al gobierno de Pedro Sánchez que ha habido en el último año y medio es una caricatura de esta alianza entre Comunes e independentistas. Una cosa son sinergias de ruptura y la otra colaborar para adaptarse a la lógica del mal menor frente al PP.
Habla también de la falta de relación entre el mundo de la CUP y de los Comunes…
Me parece importante. Y más aún cuando prácticamente nadie habla de ello. Son dos espacios políticos que, a pesar de sus diferencias, sí que han compartido una visión crítica de las políticas de austeridad y los partidos mayoritarios, muchos de sus militantes han compartido espacios de militancia social… Entre los diálogos fallidos, es uno de los que ha faltado y que menos se ha reivindicado. Evidentemente, cuando se compite en el plano electoral, es normal que haya tensiones, pero que los dos espacios hayan tenido una política tan diferenciada y no hayan podido interlocutar es problemático. Supone una fractura de los sectores sociales más críticos con el neoliberalismo. Este es, sin embargo, un debate digamos que de la fase anterior, que nos sirve a modo de balance de los años que dejamos atrás. Aunque sigue siendo una asignatura pendiente, ahora ya estamos en otra etapa…
¿Nadie se ha creído la unidad popular?
Cada uno la ha interpretado a su manera, ya sea utilizando este concepto u otro, y la ha entendido básicamente como una unidad en torno a su propio espacio y a su propio programa. Es legítimo, y en parte lógico. La cosa es cómo, mientras se hace esto, se puede ir a la vez más allá. Me parece que es una de las cuestiones que explican muchas limitaciones de estos años. Se habrían podido propiciar más puentes de diálogo y discusión. Porque en el fondo vemos que todos los sectores políticos alternativos, referenciados en las luchas del pasado reciente, tienen dificultades y una necesidad compartida de reorientarse. No está muy claro hacia dónde ir, y nadie tiene una propuesta impecable, debemos recomenzar desde una cierta humildad colectiva en este sentido.
Lo que me parece pertinente hoy es pensar cómo se puede construir un nuevo espacio confluyente en Catalunya que reúna a todos los que se sitúan fuera de la lógica más institucionalista y quieren hacer política en clave rupturista, mantener viva la pulsión rompedora del doble ciclo –15M y Procés– que se acaba, y formar parte de las nuevas radicalidades y movimientos emergentes. Y si pensamos en el escenario de una posible nueva crisis económica, será decisivo haber sido capaces de dar este paso o no…
¿A qué se refiere cuando dice que el independentismo ha tenido un fetichismo por el Estado?
Es la idea de que, ante los problemas, un Estado es la solución. Es una propuesta muy discutible en sí misma. Un Estado propio no es garantía de nada: depende de la correlación de fuerzas, de las políticas que se apliquen. Se ha vendido la idea de que con un Estado propio se podrá hacer todo lo que ahora no se puede hacer. En realidad, no es así. No es necesario un Estado para detener un desahucio, y tenerlo no es una garantía per se de que no se haga. Por otra parte, un Estado dentro del euro, que firma el TTIP y con unas políticas económicas que son las que marca el Banco Central Europeo o el gobierno alemán tiene una soberanía muy limitada. Ha habido mucho fetichismo conceptual que consideraba que el Estado era garante de todo, sin plantearse demasiado qué es un Estado y qué papel desempeña en el momento actual, ni qué relación existe entre los Estados, los organismos internacionales y el poder financiero.
El independentismo, excepto el vinculado a la CUP, no ha discutido qué es la soberanía en el terreno monetario o económico, por ejemplo, cuando ha hablado mucho de la voluntad de ser soberanos. Si lo piensas bien, es contradictorio. Esta también es una de las limitaciones de su proyecto, que ha tenido una visión muy simplista de lo que es la soberanía, la democracia y de la relación entre ambas cosas. La soberanía se ha entendido exclusivamente desde el punto de vista nacional, pero no en clave popular, y la democracia se ha entendido mucho en términos de sistema representativo y muy poco en el sentido de autoorganización social o de capacidad de decidir sobre todos los ámbitos de la vida social, después de décadas en que el neoliberalismo ha reducido drásticamente las cuestiones que entran dentro del ámbito de decisión de la política convencional.
Esta voluntad de tomar el poder del Estado como prioridad, ¿también es uno de los problemas de Podemos?
No es que no haya que tomar el poder del Estado. La cuestión es para qué lo tomas y ver que el gobierno es tan solo una parte del poder del Estado, y que llegar hasta ahí tiene sentido si sirve para iniciar un proceso de transformación social que, inevitablemente, no será ni lineal ni sencillo y topará con las resistencias del poder económico y de las propias estructuras del Estado. Llegar al gobierno para acabar adaptándote como hizo Alexis Tsipras en Grecia… o tienes un proyecto de ruptura con los poderes económicos o acabas adaptándote.
Podemos jugaba con la idea de que podría ser algo intermedio entre la ruptura y la adaptación completa, pero su evolución ha sido muy clara. Al final, ganas unas elecciones y llegas al gobierno del Estado, y si no estás dispuesto a tener una política de confrontación con los poderes económicos, ¿qué haces? Y ante las dificultades para obtener la victoria relámpago deseada, hemos visto cómo Podemos ha ido modificando su razón de ser en un doble sentido, primero abandonando los aspectos más rupturistas de su programa y, segundo, dejando de tener el objetivo de ser una alternativa al PP y al PSOE para postularse como socio menor de Pedro Sánchez.
El argumento es que formar parte de un gobierno con el PSOE permitiría garantizar políticas de cambio, pero la realidad es que las políticas que se podrían hacer por parte de Podemos serían irrisorias y, al mismo tiempo, Podemos tendría que tragarse todas las contradicciones del PSOE que colisionan directamente contra la propia naturaleza de Podemos y la percepción pública que se tiene de Podemos. Por motivos diversos, el independentismo y Podemos han planteado propuestas estratégicas que eran limitadas. El independentismo por no querer hablar de modelo económico y social y Podemos por haber diseñado una concepción muy electoralista del cambio y por haber formulado alternativas muy superficiales.
Otra cosa que cuestiona usted es cómo se ha entendido el internacionalismo dentro del independentismo…
En general no ha dado mucho peso al internacionalismo y solo ha mirado hacia fuera en un sentido diplomático, de búsqueda de apoyos internacionales institucionales. Esta falta de perspectiva guarda mucha relación con el hecho de no tener nada que decir sobre la crisis de la Unión Europea. El independentismo no ha situado mucho su proyecto en el marco de la crisis actual de la UE y de las crisis políticas que han sacudido a muchos de sus Estados miembros. Dentro del independentismo sí hay una visión internacionalista minoritaria, la de la CUP, pero entendida básicamente como solidaridad entre los movimientos de emancipación de las naciones sin Estado y no tanto como una alianza internacional de las clases subalternas.
En cualquier caso, tener una perspectiva internacionalista, al margen de cómo se entienda específicamente este concepto y de qué variante se abrace, es la base de un proyecto emancipador, sobre todo en el mundo actual. Necesitamos ir hacia un nuevo internacionalismo del 99 %, que de alguna manera intente dar una respuesta coordinada de todos los movimientos de los subalternos. El ascenso del nuevo feminismo y del movimiento por la justicia climática son hoy ejemplos destacados.
Sin embargo, la mayor parte de colectivos y organizaciones emancipadoras están todavía muy centradas en la política dentro de las fronteras de su Estado, en parte debido a la propia profundidad de las crisis políticas que han sacudido a muchos países desde 2011, pero es necesario reforzar las movilizaciones y las iniciativas internacionales. Para mí eso no significa desentenderse de la política local y concreta o de la cuestión nacional. A menudo se hace una contraposición falaz entre internacionalismo y cuestión nacional cuando en realidad, la defensa del derecho de los pueblos a la autodeterminación, y en particular por parte de los movimientos que forman parte de naciones y de Estados que niegan este derecho a otros, es condición ineludible para la solidaridad genuina.
20/09/2019
https://www.eltemps.cat/article/8105/les-hipotesis-fundacionals-dels-comuns-i-lindependentisme-han-deixat-de-ser-operatives
Traducción: viento sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario