Thomas Wolfe es Thomas Wolfe
Bárbara Jacobs
S
upongo que en los libreros de mi casa de infancia siempre vi Look Homeward, Angel y me fijé en el nombre del autor, Thomas Wolfe, y sin duda en las clases de literatura que recibí en la secundaria aprendí a situarlo como novelista y dramaturgo estadunidense de las primeras décadas del siglo XX, pero es un hecho que nunca lo leí. Sin embargo, en estos meses en que releí una antología por temas de las entrevistas de la Paris Review, preparada por George Plimpton, me topé con una frase de Wolfe citada por más de uno de los colegas suyos que, igual que él, figuran en las entrevistas, frase genial, consigna de lucha, principio de vida.
Flaubert me no Flauberts, le escribió en una carta célebre a Scott Fitzgerald, en respuesta a la que Fitzgerald le escribió a él, con admiración y respeto, o con vanagloria y osadía, bien intencionado o envalentonado, para indicarle o sugerirle, ingenuo o inculto, que fuera más breve en su narrativa, que fuera más preciso que prolijo, que aprendiera de Flaubert.
Flaubert me no Flauberts, contestaba Wolfe, algo así como:
A mí no me salgas con tu Flaubert, o
Flaubert hizo lo que quiso; lo que hago yo es lo que yo quiero hacer. Un
No me fastidies, que un amigo le pide a otro, casi de la misma edad; murieron con dos años de diferencia, Wolfe a los 38, Fitzgerald a los 44. Ambos, grandes promesas. Lo que se dice sin ánimo de rivalizar, con ánimo de quien está dispuesto a dar la vida por defender un principio.
El tema de esta ilustradora carta es la defensa que un autor tiene derecho a hacer de su propia escritura, en este caso específicamente de su extensión, lo que en Wolfe tuvo una importancia particular. Fitzgerald se limitó a señalarle el peligro en calidad de colega, pero su primer corrector editorial lo llegó a convencer de atenderlo. Este corrector editorial, Maxwell Perkins, por una parte fue el responsable de que las primeras novelas de Wolfe fueran aceptadas por una editorial y pudieran ser publicadas, con creciente aceptación crítica y popularidad entre los lectores. Al mismo tiempo, sin embargo, Perkins, y sus sugeridos recortes a los manuscritos de Wolfe, igualmente fue el responsable de que, a su vez, Wolfe cortara con él y con la editorial que lo lanzó. La preeminencia que Wolfe fue adquiriendo lo llevó a sentirse lo suficientemente seguro de su estilo como para someter sus nuevos trabajos a editoriales que no limitaran sus manuscritos. Sin embargo, en su lecho de muerte le escribió una carta a Perkins, conmovedora y reveladora del verdadero sentimiento que lo acompañó hasta el final con relación a Perkins.
En un viaje a Europa, Wolfe escribió O Lost, la novela autobiográfica que se convertiría en Look Homeward, Angel. El manuscrito alcanza mil 100 páginas, que Maxwell Perkins recortó. Desde el principio de su encuentro se estableció entre ellos una relación padre/hijo que nunca se rompió. De hecho, el rompimiento entre ellos no se debió a la mano editorial que aplicó Perkins a la obra de Wolfe, sino a que llegó el momento en que Wolfe no soportó más las habladurías que sostenían que el éxito de su obra se debía precisamente a los recortes a los que Perkins la sometió.
Siempre te recordaré como te sentí aquel 4 de julio hace tres años, cuando me recibiste en el barco y en el café en el río nos tomamos una copa y luego subimos al último piso del alto edificio y contemplamos hacia abajo toda la extrañeza y toda la gloria y todo el poder que tiene la vida y que tiene la ciudad a nuestros pies.
El tiempo responde a las dudas que Wolfe y Perkins siempre tuvieron de sus respectivas decisiones y su propia valía. El investigador Matthew Bruccoli, especialista en Scott Fitzgerald, reconstruyó el manuscrito original de O Lost (que, recortado, se convertiría en Look Homeward, Angel), y lo publicó íntegro en 2000, en el centenario del nacimiento de Thomas Wolfe, labor que, comenta,
equivalió a la incorporación de una obra maestra en el canon literario.
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