Los ambientalistas olvidados
E
l fin de semana pasado millones de personas, jóvenes la mayoría, marcharon en diversas ciudades de Europa y Canadá en respuesta al llamado de la ambientalista Greta Thunberg, adolescente sueca que cobró fama mundial súbita, quien previamente visitó Nueva York para tomar la palabra en la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Con una cobertura mediática masiva, la activista participó en Montreal en una manifestación en la que también estuvo el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, y cuya asistencia fue calculada en medio millón de personas.
El movimiento iniciado por Thunberg tiene como finalidad agitar a la opinión pública para que presione a los políticos y al final éstos adopten medidas más eficaces para frenar las causas antropogénicas del cambio climático.
Lejos de esas grandes movilizaciones, el cadáver del dirigente ambientalista Milgen Idan Soto Ávila, de 29 años, fue localizado en una fosa clandestina por vecinos de Locomapa, departamento de Yoro, Honduras. Soto Ávila, indígena tolupán que luchaba por la preservación de los bosques de su tierra natal en contra de empresas madereras, había desaparecido desde el lunes de la semana pasada.
Antes que él, en febrero de este año fueron asesinados otros dos indígenas tolupanes: Salomón Matute y su hijo Juan Samuel Matute, ambos comprometidos con la defensa del territorio frente a intereses empresariales depredadores, lucha que hace tres años también costó la vida a la dirigente indígena Berta Cáceres.
En el curso del año pasado la organización no gubernamental Global Witness documentó 164 asesinatos de defensores del territorio, del medio ambiente y del agua en distintos países. A decir del colectivo, 14 de esos crímenes tuvieron lugar en México y en 11 de ellos las víctimas fueron indígenas.
A diferencia de lo que ocurre con el movimiento iniciado por Greta Thunberg, para estos ambientalistas no hay atención de los organismos internacionales, de los medios informativos hegemónicos ni de las redes sociales.
Significativamente, los segundos no se confrontan con un grupo abstracto de
políticos–que es el único destinatario identificable en las denuncias de la joven ambientalista sueca y de sus seguidores–, sino con corporaciones concretas que cometen daños ecológicos específicos y documentados.
Adicionalmente, los protectores comunitarios del territorio no se limitan a expresar angustia e ira por el avance de la catástrofe planetaria, sino que formulan propuestas precisas sobre un modelo civilizatorio alternativo al consumismo exacerbado de la era digital y planteamientos sobre formas de organización social que permitan una mayor armonía entre las sociedades y el entorno.
Sin desconocer el impacto internacional logrado por Thunberg ni el enorme respaldo mediático que ha conseguido, es inocultable y lamentable la desconexión entre ese movimiento y los ambientalistas que luchan en el terreno en contra de la devastación de empresas madereras, explotaciones mineras y petroleras, megaproyectos industriales y agroindustriales y otras expresiones de la voracidad corporativa que es la causa principal del grave deterioro sufrido por la naturaleza en nuestra época.
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