Luego
de imponerse en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre,
Donald Trump inició las negociaciones para definir las figuras que
postularía para conformar el nuevo gabinete presidencial. Según la
Constitución estadounidense, gran parte de éstos debían ser aprobados
por el Parlamento, mientras que los consejeros presidenciales se
encontraban exentos de ese requisito.
Si bien Trump había mantenido un fuerte enfrentamiento con el establishment
del Partido Republicano a lo largo de las internas electorales, el cual
promovía en un primer momento las candidaturas de Marco Rubio y de Ted
Cruz como expresiones orgánicas de esos intereses, éstos debieron
aceptar la victoria de Trump ante la Convención partidaria que definiría
el candidato republicano, y llegaron a un acuerdo. Se había definido ya
en aquel entonces que Mike Pence, gobernador de Indiana y miembro del
establishment, acompañaría a Trump como vicepresidente. Una vez
consumada la victoria de la fórmula Trump/Pence en las elecciones
generales de noviembre, este campo de intereses obtuvo un lugar
importante en el gabinete de lo que sería la nueva administración.
Como
nuevo Jefe de Gabinete se seleccionó pues a Reince Priebus, presidente
del Comité Nacional Republicano (CNR) y oriundo de Wisconsin (estado del
“cinturón industrial” en que Trump se impuso “sorpresivamente”), una
figura que podría alinear al Congreso para viabilizar las principales
medidas, ámbito de predominio republicano. A la par, se definió como
nuevo secretario de prensa a Sean Spicer, quien se desempeñaba como
director de comunicaciones del CNR que dirigía Priebus, y como consejera
presidencial a Kellyanne Conway, quien había sido jefa de campaña de
Trump luego de la declinación de la candidatura de Ted Cruz, a quien
asesoraba hasta entonces. Las tres figuras, de conjunto, eran cercanos a
los líderes republicanos del Senado, Mitch McConnell, y de la Cámara de
Representantes (Diputados), Paul Ryan. A la par, el nuevo Director de
Inteligencia Nacional, el republicano Dan Coats, tenía un vínculo íntimo
con el vicepresidente Pence, por ser también oriundo del Estado de
Indiana.
En una línea
similar, a pesar de las fuertes críticas que le había dirigido durante
la campaña electoral, Trump le asignó un espacio importante en el
gabinete a Goldman Sachs, gran banca financiera norteamericana, baluarte
del campo de fuerzas que conforma el esquema de poder continentalista
norteamericano, enfrentado al globalismo. Puso al frente de la
Secretaría del Tesoro a Steven Mnuchin, su jefe financiero de campaña,
quien había trabajado 17 años en la compañía y es hijo de uno de los
viejos socios de ella. A la par, Gary Cohn, presidente y número 2 de esa
banca, era ubicado como principal asesor económico, a cargo del Consejo
Económico Nacional, mientras que se seleccionaba como asesora económica
a Dina Powell, presidenta de la fundación Goldman Sachs.
Por
otro lado, el muy relevante puesto de Secretario de Estado (símil a
canciller, a cargo de las relaciones internacionales), fue para Rex
Tillerson, quien se desempeñaba hasta entonces como CEO de ExxonMobil,
la enorme petrolera norteamericana de la ´Casa´ Rockefeller. En su
anterior función, Tillerson había realizado una asociación con las
grandes empresas hidrocarburíferas rusas, lo que le valió una relación
cercana a Vladimir Putin y su hombre de confianza Igor Sechin, CEO de la
petrolera Rosneft, en base a lo cual le fue otorgada la Medalla de la
Amistad por parte del mismo Putini.
Ello parecía obedecer a la estrategia de constituir un “G-2” junto a
Rusia contra China, buscando romper la alianza estratégica entre ambas
potencias asiáticas (impulsoras del esquema de poder multipolar BRICS),
en base a la teoría de “balance de poder” de Henry Kissinger, señalado
por el analista William Engdahl como el cerebro geoestratégico en las
sombras bajo la nueva administraciónii.
Bajo
esa teoría tomada de la geopolítica británica clásica, en aras de
asegurar la dominación mundial, una potencia hegemónica debía procurar
entablar una alianza con el más débil de dos rivales para derrotar al
más fuerte, y en ese proceso, agotar y debilitar también el poder del
más débil. Una ecuación de poder extraordinariamente exitosa en la
construcción del Imperio Británico hasta la Segunda Guerra Mundial. Esa
doctrina fue la que había implementado el mismo Kissinger bajo el
gobierno de Nixon en 1971-72, cuando se desempeñaba como Secretario de
Estado, y generó el acercamiento de EUA con China, en aquel entonces el
más débil de sus dos grandes adversarios, seduciendo a ese país para
aliarse contra la Unión Soviética, entonces el adversario más fuerte.
Jugada que le dio resultado a EUA en aquel entonces, y que Kissinger ha
venido planeando reeditar, aunque invertida, en la actualidad.
Ello
ha implicado una política inversa y opuesta a la que sostuvo Barack
Obama durante su mandato, en especial durante el último tiempo, quien
bajo la geoestrategia de Zbigniew Brzezinski confrontó fuertemente con
Rusia, buscando detener el ascenso de las potencias emergentes
euroasiáticas y su planteo de rediseño del ordenamiento mundialiii.
Así, en febrero de 2014 había promovido la “revolución de color”, o
golpe de Estado, del “euromaidan” en Ucrania que derrocó al presidente
Yanukóvich, cercano a Rusia, lo cual desencadenó una guerra civil de
grandes proporciones y relieve estratégico. Luego, ante la anexión rusa
de la península ucraniana de Crimea, luego del referéndum en que más del
95% de sus ciudadanos votaron por incorporarse a la Federación Rusa,
Obama impulsó una serie de sanciones por parte de “Occidente”. Por lo
contrario, entre los planes de Kissinger figuraba el reconocimiento
oficial por parte de EUA de Crimea como parte de Rusia y el
levantamiento de las sanciones económicas.
En
ese marco, Kissinger salió a apoyar en aquel entonces la designación de
Tillerson como nuevo Secretario de Estado, con quien comparte espacio
en una Junta de Síndicos estadounidense. Además, Kissinger se ganó el
respeto de Putin a raíz de los acontecimientos de los años ’70, y se
reunió con él en privado en Moscú, en febrero de 2016, en una reunión
calificada como “un diálogo amistoso” entre ambos, vinculados por una
relación de larga data.
Volviendo
al nuevo gabinete, una figura importante de la nueva administración,
opuesta ya a la cúpula del Partido Republicano, era Steve Bannon,
designado como Jefe de Estrategia y miembro del Consejo de Seguridad
Nacional. Éste era editor del portal de noticias Breitbart, de postura
“alt-right” (derecha alternativa), expresión de la radicalización de
parte de la base republicana que durante el mandato de Obama se volcó a
expresiones racistas y xenófobas como el Tea Party, reivindicando un
nacionalismo blanco supremacista, usualmente denominado WASP (siglas en
inglés de “blanco, anglosajón y protestante”). Si bien Bannon tiene un
pasado en Goldman Sachs, se volvió fuertemente crítico de Wall Street,
la city de Nueva York, denunciando el “globalismo” de las
élites financieras y la pérdida que ello había ocasionado al poder
estadounidense.
Otra de
las figuras relevantes es el yerno de Trump, Jared Kushner, gran
empresario inmobiliario como su suegro, quien se desempeña como
consejero del presidente desde su asunción, con participación importante
en la política exterior. Junto con su esposa Ivanka Trump forman parte
del círculo íntimo del nuevo presidente, ocupando roles importantes en
cuanto a toma de decisiones e implementación de políticas. Según el
investigador Wayne Madsen, de los servicios de inteligencia de la
Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), citado por
el analista Alfredo Jalife, existen tres administraciones simultáneas
en el nuevo gobierno de Trump, graficado ello en términos de círculos
concéntricos, y en el primer anillo, el círculo íntimo del presidente,
ubica a Kushner e Ivanka Trump, Bannon, el otro consejero superior
Stephen Miller y el nuevo procurador Jeff Sessionsiv.
Miller, redactor de varios discursos de Trump, había ocupado puestos
importantes en la campaña presidencial, y había sido director de
comunicaciones del entonces senador de Alabama, nuevo fiscal general en
2017, Jeff Sessions. Ambos desarrollaron lo que Miller describe como
“populismo de Estado-nación”, una respuesta a la globalización y a la
inmigración.
Bannon,
Sessions y Miller serían pues parte de los ideólogos del importante
componente WASP del nuevo gobierno, idea que sintetiza el núcleo duro de
la base social del “trumpismo”, especialmente en la relegada área rural
de EUA, en los 17 Estados de lo que se denomina como “cinturón
industrial” y “cinturón bíblico”v. Tanto en EUA con las fuerzas del Trump-ismo como en el RU con las fuerzas del Brexit,
se refuerzan las reivindicaciones étnicas nacionalistas frente al
cosmopolitismo y multiculturalismo que conlleva la globalización
transnacional, en tanto maniobras defensivas frente a un proyecto que
amenaza la propia identidad nacional fundante, base de sustentación en
que se asientan los proyectos estratégicos que no superan la escala
continental. Dado que Trump expresa un nacionalismo industrialista
anti-globalista y anti-oligárquico, con él emergen formas radicalizadas
de ese nacionalismo conservador, como los supremacistas blancos.
La
relevancia de Bannon en la nueva administración se cristalizó en la
novedad que implicó el asiento que le fue dado en el Consejo de
Seguridad Nacional, hecho inédito para un asesor político presidencial
(en tanto Jefe de Estrategia), a la par que se rebajaba el estatus del
presidente del Estado Mayor Conjunto y del Director de la Inteligencia
Nacional, limitando la asistencia de ambos en caso de que la reunión lo
requiriera y no de hecho en todas. Trump vigorizaba con ello al sector
más propio del gabinete, en detrimento del establishment republicano,
unipolar financiero, pero de escala continental. Si bien debió
retroceder en caso de la presencia no sistemática del Director de
Inteligencia Nacional en ese órgano, eso ayudó a excluir a la CIA
(Agencia Central de Inteligencia) del mismo.
Según
contextualiza esta importante medida el analista Thierry Meyssan, el
Consejo de Seguridad Nacional (CSN) había sido el centro del Ejecutivo
estadounidense desde 1947 con el reordenamiento mundial pos Bretton
Woods, órgano en que “el presidente compartía el poder con el director
de la CIA –nombrado por él– y con el jefe del Estado Mayor Conjunto,
seleccionado por sus pares de este órgano estrictamente militar”vi.
Se buscaba con ello entonces recuperar poder para el ejecutivo, a la
par que debilitar la incidencia de la CIA en cuanto a política exterior,
especializada en la realización global de acciones secretas, cambios de
régimen y “revoluciones de colores” en países considerados peligrosos
para la seguridad nacional estadounidense, asesinatos selectivos, etc.
La
nueva política exterior de Trump pasó a concentrarse en reducir las
cargas financieras que le implica a EUA ser árbitro mundial (en
instituciones y organismos como la OTAN y la ONU) para concentrarse en
el lema de “Estados Unidos primero”, en pos de reindustrializar el país y
recuperar los empleos perdidos a causa de la globalización que ocasionó
la deslocalización de empresas. Desde una posición de nacionalismo
industrialista, ello parecía implicar una política menos
intervencionista y más aislacionista en materia internacional.
A
la par, se buscó dejar de “sostener” al Estado Islámico en Siria e Irak
(ISIS) como habían venido haciendo las élites financieras globalistas
expresadas por Obama, mediante la CIA y la OTAN, para “contener” el
avance ruso y chino en Eurasia. Se puso el blanco entonces en combatir
al terrorismo islámico radical, instrumento que podrían utilizar sus
enemigos globalistas para generar hechos de desestabilización a la
presidencia Trump, por lo cual se avanzó en los decretos contrarios a la
inmigración indiscriminada de países de Medio Oriente, y se buscó un
acercamiento con Rusia para combatir al Estado Islámico en Siria (ISIS).
En
este punto juega un importante papel la designación del general Michael
Flynn en el gabinete original de Trump, también como Consejero de
Seguridad Nacional. Éste había dirigido la agencia de inteligencia del
Pentágono (DIA por sus siglas en inglés) entre 2012 y 2014, bajo la
administración Obama, puesto desde donde se había enfrentado con la
geopolítica globalista de Obama y Hillary Clinton (en ese entonces
Secretaria de Estado, a cargo de la política exterior), oponiéndose al
respaldo de esa administración a la creación del ISIS. Según Thierry
Meyssan, Flynn se encontraba organizando a fines de 2016 una amplia
reforma de los servicios de inteligencia de los EUA, revirtiendo las
reformas introducidas por Bush y Obama, buscando centralizar las 16
agencias de inteligencia estadounidenses en una rendición de cuentas a
sí mismo como Consejero de Seguridad Nacional, y no ya al Director de la
Inteligencia Nacional (puesto que ocuparía el republicano Dan Coats,
cercano al establishment de ese partido)vii.
En
esa misma línea, el nuevo Secretario de Defensa (a cargo del
Pentágono), James Mattis, y el Secretario de Seguridad de la Patria,
John Kelly, ambos también generales retirados, se habían enfrentado a la
política estadounidense en Irak luego de la guerra e invasión desatada
por Bush a raíz de la connivencia y el apoyo a facciones del terrorismo
islámico radical. Meyssan asevera que con ello Trump ha buscado
garantizar su control sobre los órganos de seguridad, conformando su
equipo en la materia alrededor de dos cuestiones centrales: la
erradicación del Estado Islámico (ISIS/Daesh) y la oposición a la
versión oficial de los hechos del 11 de septiembre de 2001, la llamada
“caída”, en realidad derribo, de las Torres Gemelas (World Trade Center: centro del comercio financiero global), por parte del “terrorismo islámico de Al Qaeda” según esa interpretación.
En
este último sentido, recupera Meyssan la oposición de Trump a esa
versión oficial sobre el derribo de las Torres, denunciando la
imposibilidad de los argumentos oficiales sobre cómo se había producido
ello. Se oponía con ello al establishment republicano dominado por los
Bush y los intereses continentalistas que éstos expresan (complejo
financiero militar-industrial del Pentágono, industrias petrolíferas y
farmacéuticas, etc.), quienes orquestaron ese golpe contra la fracción
de capitales financieros globalizados, más avanzada y que ya desde
entonces jaqueaba el poderío industrial-militar estadounidense en pos de
una nueva forma global de estatalidad del poderviii.
A
la par, en esa misma estrategia parece ubicarse la figura elegida para
dirigir la CIA, “Mike” Pompeo, formado en la academia militar de West
Point, quien se desempeñaba como representante de Kansas en la Cámara de
Representantes y era miembro de la facción ultraconservadora
republicana conocida como Tea Partyix.
Según afirma Meyssan, el nuevo equipo de seguridad tenía intenciones de
poner a la CIA bajo la órbita del Pentágono más que en la del
Departamento de Estado, en donde Hillary Clinton aún contaba con
influencia.
No obstante,
una parte de esos planes lograron ser frenados por parte de los
oponentes de la política de Trump: el globalismo financiero en primer
término, y el continentalismo norteamericano en segundo –aunque aliado
táctico este último y parte del esquema de gobierno de la nueva
administración-, a fin de garantizar gobernabilidad frente a los
sucesivos golpes y desestabilizaciones producidos por los diversos
instrumentos controlados por el globalismo. Fue así que ni bien
producido el anuncio de que Flynn ocuparía el cargo de CSN, la CIA y el
equipo de Clinton denuncian sus estrechos vínculos con Rusia (en 2015
había sido invitado al aniversario de la agencia de noticias RT -Russia
Today-, para la cual había colaborado luego de su retiro del Ejército, y
donde pronunció un discurso), país al que han venido acusando de haber
interferido en las elecciones de 2016.
Finalmente,
lograron generar su renuncia en febrero, sólo 24 días después de haber
asumido en el cargo (el más corto en la historia del CSN), a raíz de
haber mentido en su informe sobre las conversaciones sostenidas con el
embajador ruso a fines de 2016, confirmándole las declaraciones de Trump
en torno a levantar las sanciones impuestas por Obama contra aquel
país. La CIA estaba empeñada en demostrar que esos contactos constituían
un crimen federal, y ello constituía una traición en un marco de
hostilidad entre ambos países. En su lugar en el CSN, Trump designó al
teniente general H. R. McMaster, un militar que se había hecho conocido a
fines de los ’90 por su tesis de doctorado, en donde criticaba la
estrategia seguida durante la guerra de Vietnam por el presidente
Johnson, su secretario McNamara y otros personajes.
Con
el devenir de los acontecimientos una parte importante de las
principales figuras del gabinete presidencial se verían desplazadas o
renunciarían a sus cargos, dando cuenta de las fuertes pujas internas de
esa alianza en posición de gobierno. Dada la fragilidad de ésta y en
base a las convulsiones a nivel nacional para desestabilizar al
gobierno, la estrategia de Trump parece haber seguido un camino de
“equilibrista”, posicionándose a favor de ciertos funcionarios en contra
de otros, echando a unos y nombrando a otros, demostrando la fortaleza
de la figura presidencial en la toma de decisiones. Y si bien para gran
parte de la “opinión pública” ello lo muestra como impredecible, los
trazos gruesos de sus políticas muestran una coherencia con lo expresado
a lo largo de la campaña, buscando consolidar ese nacionalismo
industrialista expresado en los eslóganes de Make America Great Again y America First.
Contra los mega-acuerdos comerciales: Fin del TTP, renegociación del TLCAN y nueva política proteccionista
Desde
su primer día de funciones como presidente de los EUA, Trump comenzó a
hacer efectivo lo anunciado a lo largo de toda la campaña electoral
referente a los mega-acuerdos de libre comercio en los que participa, o
participaría, Estados Unidos. Sus ataques habían sido dirigidos
especialmente contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés), impulsado desde 1992 por el
gobierno de George Bush (padre) y firmado en 1994 por Clinton, y contra
el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TTP, o TPP por sus
siglas en inglés), habiendo sido negociado en secreto luego de la crisis
financiera global de 2008 por la administración Obama. Ese primer día
de actividad como presidente, Trump firmó una orden ejecutiva
(prerrogativa que elude al Congreso) que indicaba la retirada del país
del TTP, lo cual implicaba prácticamente su desaparición -o al menos una
gran pérdida de relevancia geoestratégica-, dado el peso y rol
fundamental de EUA en el mismo.
Con
esta medida, Trump avanzaba en una medida fundamental para su programa
de gobierno, desarmando el diseño geoestratégico globalista de la
administración de su predecesor Obama. Éste se apoyaba en tres grandes
pilares: el TPP, el TTIP y el TISAx,
enormes acuerdos comerciales y de inversión concebidos a la medida de
las empresas transnacionales (ETN’s), los cuales eran impulsados como
contraataque al creciente peso de los bloques de poder emergentes
nucleados en el BRICS, en términos geoeconómicos, geopolíticos y
geoestratégicosxi.
El Tratado Transpacífico, en particular, buscaba conformar el mayor
bloque económico del mundo, representando el 40% del PBI global y una
tercera parte del comercio mundial, agrupando 12 países de Asia, Oceanía
y América en un mercado de 800 millones de personasxii.
Excluyendo a China, el TTP representaba el brazo comercial del llamado
“giro asiático” del gobierno de Obama, concebido para consolidar la
presencia de las Transnacionales Globalizadas en el nuevo motor y en el
nuevo centro de la economía mundial, el Asia-Pacífico, buscando
contrarrestar el creciente peso de la China multipolar en su continente y
las zonas de inmediata influencia.
Dada la “impopularidad” de estos mega-acuerdos proto-globalesxiii,
venían siendo negociados en secreto. Según se conoció a raíz de una
serie de filtraciones en WikiLeaks sobre ciertos apartados del TTP
referentes a propiedad intelectual, medicamentos, medio ambiente,
términos de intercambio y otras aristas, se diseñaban regulaciones
hechas a medida de las ETN’s, quienes podrían así avanzar en mayores
privatizaciones y monopolizaciones de diversos campos de la vida
económica y social (medicamentos, internet, derechos de autos, patentes,
medio ambiente, etc.). Inclusive, mediante un mecanismo de solución de
controversias entre inversores y Estado (denominado ISDS por sus siglas
en inglés) se habilitaría a los primeros a demandar a los gobiernos
nacionales en caso de no cumplir esas prerrogativas, violar los tratados
o “afectar sus intereses”, apelando para ello a tribunales
internacionales como el CIADI. Lo cual restringiría la capacidad de
implementar política económica por parte de los Estados, e implicaría la
cristalización institucional-legal de la negación de la soberanía de
los Estados-nación (incluso los de país central) que conlleva la nueva
forma de acumulación del capital financiero transnacional global.
Con
esta decisión de Trump, la China multipolar vio una gran oportunidad
para colocarse a la cabeza del proceso de globalización ´a su modo´, en
momentos en que el país que fuera su principal impulsor -con los
gobiernos de Clinton y Obama especialmente- se volcaba hacia el
proteccionismo. Esto quedó claro en el lanzamiento del acuerdo RCEP para
los países miembros del ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste
Asiático), y en los discursos de Xi Jinping en las cumbres de APEC (Foro
de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y del Foro Económico Mundial de
Davos, hacia fines de 2016 y principios de 2017. Aunque el carácter del
proceso de mundialización impulsado por China es distinto al carácter
del proceso neoliberal financiero, ya que se asienta en patrones de
acumulación predominantemente industriales, productivos y mixtos en
detrimento de los financieros, especulativos y pro-mercado, potenciando
así el comercio de bienes y servicios de la economía real y los grandes
proyectos de inversión en infraestructura (carreteras, puentes, canales,
represas y centrales energéticas, etc.). Y, para imponerse este
proyecto estratégico frente al del capital financiero global,
necesariamente debe conformar un esquema de poder de carácter
multipolar, abriendo el juego de las discusiones, negociaciones y tomas
de decisión a nivel mundial e incorporando en ello a los distintos
bloques gran-nacionales de poder de cada continente.
Volviendo
al flamante gobierno de Trump, éste afirmó que la retirada del TTP
representaba un gran beneficio para los trabajadores norteamericanos, en
base a su doctrina de America First (Estados Unidos primero)
consistente en recuperar el poderío industrial y los empleos perdidos,
con una gran inversión en infraestructura y buscando forzar un proceso
de relocalización de las grandes transnacionales frente a la
deslocalización operada desde los años ’90 hacia las economías de México
y el Asia-Pacífico. En este sentido, ese mismo primer día en funciones
Trump había advertido a los líderes de importantes empresas
norteamericanas que no trasladaran su producción al extranjero, a la par
que anunciaba un muy alto impuesto fronterizo para productos que
quisieran entrar al mercado estadounidense provenientes de países con
“costos laborales” más bajos.
Es
cierto que el TTP ya venía en cuestión y serio riesgo de ser puesto en
funcionamiento, dado que para ello debía ser aprobado por EUA (al
precisarse al menos el 85% de su PBI combinado, representando EUA el 60%
del mismo), y esa decisión debía pasar por el Congreso. Éste era un
ámbito de por sí adverso a Obama, por estar controlado por los
republicanos, aunque además contaba con la oposición del ala de los
demócratas más cercana a los sindicatos, quienes sabían bien que los
trabajadores serían los principales perjudicados por los tratados de
liberalización y apertura económica. Sin embargo, la acción llevada a
cabo por Trump terminó de sepultarloxiv,
representando una medida contundente, en la que se anunciaba los
términos de la nueva política comercial estadounidense bajo su nueva
administración.
Ésta
apuntaba a revertir el gran déficit comercial global con que cuenta EUA,
de 750.000 millones de dólares, principalmente con China (347.000
millones), seguido por Japón (69.000 millones), Alemania (65.000
millones) y México (63.000 millones). Y para ello anunciaba Trump la
necesidad de establecer términos de “comercio justo” más que de libre
comercio, según sus palabras, apuntando a entablar tratados comerciales
bilaterales antes que grandes acuerdos multinacionales. Se aprecia en
ello que lo bilateral ayuda a establecer una posición de poder, no como
los TLC (Tratados de Libre Comercio) diseñados para deslocalizar
continentalmente a la manera del NAFTA, o globalmente a la manera del
TTP/TTIP/TISA. La vía bilateral posibilitaría a EUA imponer su enorme
poder militar, virando el multilateralismo de la administración
globalista de Obama-Clinton por un unilateralismo más belicistaxv.
Aunque se trate de un unilateralismo de carácter más defensivo que
expansionista como fue el de los Bush, más preocupado por recuperar los
pilares de su poderío de antaño y frenar la desindustrialización, antes
que seguir empleando dinero, tiempo y esfuerzo en el diseño y la
supervisión del orden mundial.
El
equipo de asesores de comercio elegido por Trump ilustraba claramente
la nueva postura. Como representante comercial de los EUA había
designado a Robert Lighthizer, un abogado proteccionista que se había
desempeñado en un puesto afín bajo la presidencia de Reagan en los ’80, y
en las últimas décadas había representado a los productores de acero
estadounidenses en sus frecuentes litigios en materia de comercio,
particularmente con China. A éste su unía Peter Navarro, quien había
sido asesor económico de Trump durante la campaña electoral y era
designado ahora al frente del nuevo Consejo de Comercio Nacional de la
Casa Blanca. Éste último era muy crítico también de China, abogando por
una postura más agresiva en lo que advertía sería una guerra económica
entre las dos grandes potencias. Ambos se sumaban para trabajar como un
equipo, en “estrecha coordinación” en materia de política comercial, con
el nuevo Secretario de Comercio, Wilbur Ross, quien se había enfrentado
a los fabricantes de acero chinos a principios de los años 2000xvi.
El
nuevo equipo de comercio tendría como desafío reequilibrar la balanza
comercial, crear buenos empleos y hacer crecer cadenas de valor diversas
nuevamente en territorio estadounidense. Ello se basaba en una
concepción de “juego de suma cero”, en el sentido de que en el comercio
internacional lo que gana uno otro lo pierde, y viceversa, lo cual
llevaba a endurecer la posición propia frente a otras naciones, en
particular con aquéllas con las cuales se sufre de déficits comerciales.
Trump y sus principales asesores comerciales compartían la opinión de
que en los años precedentes se había priorizado el ideal de libre
comercio por sobre los propios intereses, mientras que otros países
habían venido socavando la base industrial norteamericana al subsidiar
sus propias industrias de exportación, a la par que se impedía la
importación de productos estadounidenses, es decir, una “competencia
desleal”xvii.
Aparece
en este punto la cuestión del TLCAN (o NAFTA), que agrupa a Estados
Unidos, Canadá y México, y representa hoy día la mayor zona de libre
comercio del mundo (en términos concretos, más allá de los mega-acuerdos
de mayor escala pero que no han entrado aún en vigor). Saliendo del
mismo, o renegociándolo a su manera, el proyecto nacionalista industrial
de Trump podría recuperar gran parte del sistema productivo
estadounidense hoy deslocalizado en México (en especial la industria
automotriz), lo cual podría devolverle la escala y fortaleza industrial
perdida.
Sin embargo, en
esto se contraponía con sus aliados tácticos del continentalismo
norteamericano, proyecto estratégico y esquema de poder que se asienta
en el NAFTA como base territorial para poder seguir jugando en los
primeros planos del poder mundial. Éste representa, así, el modo en que
se expresa la expansión de la magnitud de la base territorial de una
forma de Poder-Valor-Estado, de capitales financieros comparativamente
retrasados en su desarrollo en cuanto a escala de producción-acumulación
frente a las fracciones más dinámicas que impulsan el proceso de
globalización transnacional. Por ello a Trump le llevó más tiempo, con
fuertes tensiones de por medio, avanzar en sus pretensiones en torno al
TLCAN, debiendo optar por la renegociación antes que la retirada de
éste.
El enfrentamiento a
lo interno del nuevo gabinete entre el sector comandado por Bannon,
abierto partidario de abandonar el acuerdo, y el que expresa al
continentalismo norteamericano, da cuenta en parte de esta interna. Ya
en abril de 2017 se forzó el apartamiento del Jefe de Estrategia de su
lugar en el Consejo de Seguridad Nacional, luego del bombardeo sobre
Siria (hecho que abordaremos en detalle más adelante), ganando así mayor
influencia los intereses continentalistas. Luego, en agosto se imponen
ya estos intereses en la pulseada, con el desplazamiento completo de
Bannon de la Casa Blanca, a raíz de enfrentamientos callejeros violentos
que “habían sido producidos” en la localidad de Charlottesville
asumiendo la forma de conflictos raciales, habiéndose centrado la
atención de los grandes medios de comunicación (tanto los que expresan
al globalismo como los del continentalismo, golpeando a la par en esto)
sobre el accionar de los grupos de “derecha alternativa” que expresa y
fomenta Bannon con su portal Breitbart News.
Ese
mismo mes de agosto, pues, comienzan las negociaciones tripartitas para
actualizar el TLCAN, con sucesivas rondas centradas en distintas
aristas que hagan a un nuevo formato del acuerdo, y proyectando
completar las negociaciones hacia principios-mediados de 2018. Así como
el Partido Demócrata presentaba divisiones en cuanto al TTP que
impulsaba Obama, en este punto también se da que un sector de
legisladores de ese partido, cercano a la central sindical AFL-CIOxviii,
anunciara que podrían apoyar a Trump en la renegociación del acuerdo.
Según se puede ir rastreando con el correr de las rondas de
negociaciones, hay un conjunto de temas centrales que dan cuenta de lo
que se pone en juego en la renegociación del acuerdo, así como intereses
económico-sociales encontrados que han salido a marcar posición.
Según
Lighthizer, el representante estadounidense en las negociaciones, el
TLCAN es responsable de la pérdida de 700.000 puestos de trabajo en ese
país, y del gran déficit comercial de 64.000 millones de dólares que
tiene EUA con México. Si bien la balanza comercial con Canadá ha sido
más equilibrada, en los últimos años ha aparecido y crecido también un
déficit comercial, se denuncia la existencia de subsidios canadienses a
ciertos productos como lácteos, vino y cereales. Los EUA, por ende, han
amenazado con reducir los déficits vía recortes en el comercio, o bien
reinstalar aranceles, y más allá de que los Tratados de Libre Comercio
fijan la quita de éstos a exportaciones e importaciones, el nuevo
gobierno busca eliminar el impedimento de aplicarlos a aliados del
Tratado. Ello representaría una gran preocupación para México y Canadá,
dado que éstos envían 80% y 76% de sus exportaciones a EUA,
respectivamentexix.
A su vez, EUA propone crear un mecanismo para impedir a los socios del
TLCAN “manipular el tipo de cambio” de su moneda en pos de obtener “una
ventaja competitiva desleal”, a lo cual se oponen sus vecinos por
representar una inhabilitación para definir política monetaria, y
entregar así el control de su moneda a la Reserva Federal
estadounidense.
El caso de
México se ha vuelto centro del debate, acaparando los continuos ataques
de Trump. Desde la entrada en vigor del TLCAN, ese país se ha
convertido en caso emblemático del sistema de maquilaxx,
basando el crecimiento de su economía en la mano de obra barata y la
exportación de productos que las transnacionales ensamblan allí (pero
cuyas piezas y partes desarrollan en otros lugares), un modelo de
carácter excluyente y polarizador socialmentexxi.
Ello, a su vez, ocasionó una gran pérdida de empleos manufactureros en
EUA, de baja calificación, que las ETN’s en proceso de deslocalización
llevaban hacia su país vecino, a la par que se creaba en EUA una nueva
gama de empleos en áreas de diseño, ingeniería y áreas afines: un
trabajo más calificado e intelectual que manual, pero de mucha menor
cantidad que aquéllos otros, por lo cual la resultante daba cuenta de
una caída en los niveles totales de empleo, y el pasaje a la
desocupación de grandes contingentes de trabajadores norteamericanos de
las otrora pujantes ciudades del “cinturón industrial”.
Es
por ello que los ataques de Trump sobre México resultan tan populares
para su base electoral de trabajadores de esos estados, acusando a ese
país de robar sus fuentes de trabajo. Los sindicatos han manifestado su
apoyo a los pronunciamientos de Trump, y demandan que el nuevo acuerdo
exija un nivel mínimo de salarios en los tres países que garantice
condiciones de vida digna, para protegerse de la mano de obra barata
procedente de México (cuyos niveles salariales oscilan entre un sexto y
un octavo de los de EUA, y en la industria automotriz llegan a ser 12
veces menores), y se asegure que haya un “campo de juego nivelado”xxii.
Un
aspecto central de las negociaciones, luego, reside en las denominadas
reglas de origen, es decir, los requisitos que deben cumplir los
exportadores de cada país para que sus productos sean considerados
originarios, y por ende beneficiarios de las rebajas arancelarias
fijadas en el Tratado. La Secretaría de Comercio de EUA ha establecido
que el porcentaje estadounidense de los bienes importados de México (en
más de 60% provenientes de la industria automotriz) pasó de 26% en 1995
(un año después de la vigencia del NAFTA) a 16% en 2011, en una
tendencia que se mantiene. Esa disminución de 10 puntos, indican, fue
absorbida por países no integrantes del NAFTA, fundamentalmente a raíz
de la extraordinaria ola de inversión extranjera (IED) que recibió
México luego de 1994, sobre todo en la industria automotriz, proviniendo
la mitad de ésta de Chinaxxiii.
Se
aprecia la centralidad del sector automotor en lo que se pone en juego
para el gobierno de Trump. Actualmente, un automóvil que se ensambla en
México, aunque no todas las partes sean de allí, no está sujeto al
impuesto de importación hacia EUA si cierto porcentaje de éste se hizo
en América del Norte. Los EUA buscan aumentar ese porcentaje, pues (del
62.5 al 85%), y que una porción significativa de las partes provenga del
país, como parte de una estrategia que apoya el sindicato automotriz
más grande de Estados Unidos. Aunque los fabricantes de autos están
preocupados por esa idea, la cual elevaría sus costos de producción y
por tanto de venta, según sus previsiones (dado que les resulta más
barato importar de países con menores “costos laborales”, del
Asia-Pacífico principalmente)xxiv.
Para
la administración Trump, la producción de empresas automotrices
estadounidenses en México es una práctica que debe ser erradicada, para
devolver a EUA los puestos de trabajo estadounidenses que se han perdido
desde la puesta en marcha del TLCAN y para revertir el fenómeno de
desindustrialización a causa de la deslocalización, lo cual se expresa
tan claro en una ciudad devenida “fantasma” como Detroit. Para ello
cuentan con una gama de recursos que incluyen también estímulos fiscales
y la imposición de aranceles. Aunque el peligro consiste en que las
automotrices estadounidenses se deslocalicen de México hacia China, una
tendencia que ya está en marcha hace mucho tiempo y que haría
incrementar el déficit comercial con ese paísxxv.
Otros
puntos en discusión refieren al Tribunal de Arbitraje (en donde se
denuncian prácticas de dumping, subsidios y otros mecanismos de
“competencia desleal”), y cuestiones que hacen a la actualización del
TLCAN de acuerdo a las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación: comercio electrónico, propiedad intelectual y otros.
Por
último, cabe señalar que las amenazas de Trump de salirse del NAFTA han
dado lugar a oportunidades para otros grandes jugadores mundiales que
podrían producir el realineamiento geopolítico de Méxicoxxvi
y de Canadá. Éste último país firmó a fines de 2016 el Acuerdo
Económico y Comercial Global (CETA por sus siglas en inglés) con la
Unión Europea, un acuerdo de libre comercio que reduce tasas aduaneras
para un número importante de productos y estandariza normas para
favorecer los intercambios. México, por su parte, fue invitado por China
hacia fines de 2017 a un foro de negocios en una cumbre del BRICS, a la
par que mostraba su predisposición a estrechar vínculos en la reunión
anual del Grupo de Alto Nivel Empresarial México-China, creado hace unos
años por sus presidentes, y Peña Nieto firmaba un gran acuerdo con la
empresa china de comercio electrónico Alibaba en pos de incorporar pymes
mexicanas en la exportación en el mercado chino. De esta manera, en
medio de las negociaciones del NAFTA, el presidente mexicano jugaba la
“carta de China” para mostrar su plan B en caso de que aquéllas no
prosperenxxvii.
Los
Estados Unidos de Trump, por su parte, no se quedaban atrás, apuntando
la nueva administración a establecer una alianza estratégica con el
Reino Unido de Theresa May, bajo el proyecto de la Corona Británica,
contrarios ambos al globalismo financiero. Siendo relativamente
similares ambos países en cuanto al valor de su fuerza de trabajo y el
nivel de consumo de sus mercados, ello daría más oportunidades a Trump
para llevar adelante su proyecto de reindustrializar EUA frente al
capital financiero global.
A
su vez, a principios de 2018, todavía con el NAFTA en proceso de
renegociación, Trump volvía a la carga con su política comercial de America First,
estableciendo tarifas de 25% a las importaciones de acero y 10% para el
aluminio, y anunciando ante las amenazas de la UE y China que “las
guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Una vez lograda la
aprobación del proyecto de reforma fiscal a fines de 2017, en base a la
labor de sus aliados tácticos del continentalismo, le dio aire a Navarro
para reemprender la línea comercial dura en asociación con Lighthizer y
Ross, lo cual motivó duras réplicas del establishment republicano, y la
renuncia de una de las figuras fuertes del gabinete, el jefe del
Consejo Económico, Gary Cohn, ex número 2 de Goldman Sachsxxviii.
Estas
medidas anuncian una vuelta a los lineamientos nacionalistas de
campaña, luego de un 2017 ajetreado y de grandes conflictos. La cuestión
del acero en particular presenta particular relevancia: el aumento de
las tarifas y la protección de la industria nacional que ello implica
fue justificado, en forma novedosa, en términos de “cuestión de
seguridad nacional”. Trump había afirmado que el acero es fundamental
tanto para la economía estadounidense como para sus Fuerzas Armadas, y
no es un área en que se pueda tolerar la dependencia de países
extranjeros, lo cual iba en sintonía con la Estrategia de Seguridad
Nacional anunciada a fines de 2017xxix.
Y en ello volvía la mirada sobre la consolidación de sus bases y apoyos
sociales, parte importante de los cuales proviene de los industriales
del carbón y el complejo sidero-metalúrgico, expresión de una fracción y
forma del capital retrasada a nivel global y dependiente de la economía
estadounidense. Intereses que expresan Lighthizer, Ross, Navarro y
también el ex asesor de campaña en economía y política comercial, Dan
DiMiccio, ex CEO de la siderúrgica Nucor, principal empresa de acero en
ese país junto con US Steel.
Primera cumbre Trump-Xi Jinping y el bombardeo a Siria
El
6 y 7 de abril de 2017 tuvo lugar un hecho de gran magnitud y
relevancia: la primera reunión entre el nuevo mandatario estadounidense y
su par chino, en donde podrían empezar a plantearse las nuevas
relaciones entre las dos mayores “potencias” del mundo. La cumbre no
tendría lugar en la Casa Blanca, sino en la residencia particular de
Trump en Mar-a-Lago (West Palm Beach, Florida), lo cual otorgaba mayor
discrecionalidad a lo acordado en ella. Una gran sorpresa y preocupación
generó, no obstante, el bombardeo de los EUA sobre Siria el mismo día
6, en plena cumbre, a causa de un ´supuesto´ ataque de armas químicas
contra la población civil por parte del gobierno de Bashar al-Assad, que
meses después fue descartado por falta de pruebasxxx. Estos dos hechos en estrecha conexión revisten gran relevancia geoestratégica, y los abordaremos sintéticamente.
El
gobierno estadounidense llegaba a la reunión sin una postura clara
sobre qué tipo de relación entablar con China, cómo y cuánto confrontar,
luego de una campaña electoral con muy fuertes críticas hacia ese país
por parte de Trump: los había acusado de robar empleos norteamericanos,
manipular su moneda y desarrollar prácticas de comercio desleal. El gran
déficit comercial constituía uno de los puntos clave a tratar. Otro
residía en la amenaza nuclear que representaba Corea del Norte: a
principios de año ese país había realizado una prueba con sus flamantes
misiles balísticos intercontinentales, violando los acuerdos de Naciones
Unidas, y se temía que podía estar muy cerca de colocar una ojiva
nuclear en un misil capaz de llegar a la costa oeste de EUA ante una
eventual confrontación bélica. Trump buscaba entonces que China
intensificara las sanciones económicas contra Pyongyang, dada la gran
dependencia de la economía norcoreana de las importaciones chinas.
Del
lado chino existían un conjunto de elementos a considerar de cara a la
cumbre. En primer lugar, se buscaba establecer cómo serían las nuevas
relaciones con EUA bajo el gobierno de Trump, apuntando a construir un
“nuevo tipo de relaciones entre superpotencias”, basado en el “no
conflicto, la no confrontación, el respeto mutuo y la cooperación
ganar-ganar”xxxi.
Además, se procuraba poner a China en el nivel de par de EUA, para
consolidar un rol de primer orden en la economía y la política
internacional (como se venía perfilando en Davos y APEC), además de
garantizar el liderazgo de Xi Jinping de cara al 19no Congreso del
Partido Comunista chino gobernante, a realizarse en octubre, en donde se
refrendarían las autoridades. También, resultaba estratégico para China
la búsqueda de acuerdos con el gobierno estadounidense en torno a
cuestiones geopolíticas conflictivas: el reconocimiento de “una sola
China” (lo que representa dejar de cooperar con Taiwán), el conflicto en
la península de Corea y en las islas del Mar del Sur de China.
Por
último, pero en el nivel más alto de la geoestrategia, China planeaba
invitar a EUA bajo su nuevo gobierno a sumarse a las iniciativas de la
Nueva Ruta de la Seda (NRS) y el Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura (BAII). Incorporar al país más poderoso del mundo a esa
iniciativa estratégica china resultaría clave para afianzar el diseño
geoestratégico que el mismo comportaba. Por el lado del gobierno de
Trump, ello podría brindar parte importante de las necesarias
inversiones para su programa económico reindustrializador,
particularmente en el área de infraestructura. Además, según fuentes
diplomáticas chinas, como gesto de buenas intenciones Xi planeaba
ofrecer un reforzamiento del control de bancos chinos que trabajan con
el régimen norcoreano, así como también importar mayor cantidad de
productos estadounidenses, lo cual encajaría bien con el cambio de
modelo económico chino hacia uno más basado en el consumo del mercado
interno.
Este último
escenario de acuerdos profundos entre EUA y China no parece descabellado
teniendo en cuenta el verdadero conflicto del gobierno de Trump, que no
es con la china multipolar sino con el globalismo financiero asentado
en las áreas próximas a Hong Kong y Shanghái (china unipolar global).
Las cifras del comercio EUA-China ilustran que, si bien éste último
ostenta un superávit en el comercio bilateral de bienes, exhibe un
déficit en el comercio de servicios con EUA. Aunque medir por país es un
indicador obsoleto en tiempos de globalización transnacional: por caso,
el 40% del déficit que tiene EUA con China en comercio de bienes
proviene de las ETN’s de origen norteamericano que operan en China,
responsables también de los servicios que desde EUA brindan a escala
global debido a su “tecnología de punta”xxxii.
Es decir que quienes “robaron los empleos” norteamericanos no fue la
china multipolar sino las transnacionales globales deslocalizadas en el
área china global unipolar.
Sin
embargo, el bombardeo a una base militar siria en el mismo momento de
la reunión en Mar-a-Lago tensó la relación y acaparó las primeras planas
de la “opinión pública” mundial, desplazando el foco de los acuerdos de
la cumbre. Así, en la madrugada del 7 de abril EUA bombardeó la base de
la Fuerza Aérea Árabe Siria en la localidad de Shayrat, de improviso y
sin consultar al Congreso estadounidense ni al Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas. Las explicaciones oficiales señalaban que se
trataba de una respuesta frente al ataque químico sobre población civil,
en la ciudad siria de Jan Sheijun el día 4, hecho del cual se
responsabilizó al gobierno de Bashar al-Assad. Sin embargo, los datos y
el marco en que se dio ese ataque merecen mayor atención.
Sorprendió
primero la muy baja efectividad del imponente ataque: de los 59 misiles
Tomahawk que lanzó EUA (lo cual representaba en conjunto una potencia
total equivalente a casi 2 bombas atómicas como la de Hiroshima), sólo
23 atinaron en el blanco. A su vez, transcurridas 24 horas del ataque,
la base militar ya estaba nuevamente en funcionamiento. Ron Paul, una
figura de peso del Partido Republicano (tres veces candidato
presidencial y cuyo hijo Rand es líder histórico del Tea Party, muy
enfrentado al establishment del partido) denunciaba que se trataba de
una “operación de falsa bandera”, pergeñada por los neoconservadores,
“aterrorizados de que cundiera la paz en Siria”xxxiii.
En
efecto, se trataba de una puesta en escena. Algunos analistas leían
ello como una demostración de supremacía frente a Corea del Norte, Irán y
las naciones díscolas y peligrosas para EUA, en donde entran la misma
China y Rusiaxxxiv. Así, días después del bombardeo EUA enviaba el portaaviones USS Carl Vinson,
dotado de armas nucleares, a la península coreana para amedrentar a
Corea del Norte, y por extensión a China. Y la semana siguiente EUA
lanzó la “madre de todas las bombas” (no nucleares) en Afganistán,
contra posiciones del Estado Islámico.
Según
analistas chinos, el bombardeo a Siria fue un mensaje de supremacía por
parte de los EUA: en el marco de la cumbre con Xi, la relación no era
en realidad entre pares, como buscaba mostrar Chinaxxxv.
Sin embargo, dada la profunda crisis interna de EUA y atendiendo al
devenir de los hechos, ello puede ser leído, a su vez, como una
demostración de fortaleza de Trump dentro de su país, cediendo ante las
presiones del complejo industrial-militar controlado por los intereses
continentalistas. Ello, en el marco de un contexto de inestabilidad y
continuo embate contra el gobierno a raíz de la causa por la supuesta
injerencia rusa en las elecciones para favorecer a Trump, siendo éste
acusado de traición a la patria y agitándose el pedido de impeachment (destitución).
Según
Meyssan, los bombardeos en Siria y Afganistán estaban destinados a
convencer al Estado Profundo norteamericano (a su rama continentalista,
diríamos nosotros) de que la Casa Blanca enarbolaba nuevamente la
política imperial. Trump plasmaba luego de ello un acuerdo con el campo
de intereses continentalistas a través de uno de sus máximos
representantes: John McCain, senador y ex candidato presidencial del
Partido Republicanoxxxvi.
Así, Trump cedía en sus pretensiones de desmantelar o abandonar la
OTAN, a la par que aceptaba seguir considerando a Rusia como su
principal enemigo (o fingía seguir haciéndolo). Mientras tanto, obtenía
vía libre para su plan para cortar el financiamiento del yihadismo en
Oriente Medio. Para sellar el acuerdo, dos neoconservadores ligados a
McCain entrarían a puestos de gobierno para dirigir la política hacia
Europaxxxvii.
Aunque,
a su vez, se cuidaba la relación con Rusia y China, quienes no
reaccionaron frente al ataque a Siria, a pesar de sus intereses sobre la
pacificación de Medio Oriente y de Eurasia en generalxxxviii.
Pocos días después del bombardeo el secretario de Estado Tillerson tuvo
una extensa reunión en Moscú con su par ruso Lavrov, reuniéndose ambos
luego de ello con el presidente Putin. El canciller Lavrov indicó
posteriormente a la prensa rusa que habían llegado a un acuerdo: EUA se
comprometía a no atacar nuevamente al Ejército Árabe Sirio, a la par que
se reestablecía la coordinación militar entre ambas Fuerzas Armadas
para evitar incidentes en cielo sirio. Mientras, el consejero adjunto de
Trump, Sebastian Gorka, un hombre muy cercano a Flynn en sus planes
contra el yihadismo y en particular contra el Emirato Islámico en Siria e
Irak, aseguraba que la Casa Blanca seguía considerando al presidente
Assad como legítimo y a los yihadistas como el enemigo a destruir.
No
obstante, en el marco de las complejas contradicciones en el gobierno
de Trump, debido a los diversos intereses que se coaligaban y
colisionaban en el mismo, la relación con China se afianzaría. Desde el
comienzo del mandato existían en el gobierno posturas encontradas en
torno a cómo actuar frente a la potencia asiática. La prensa señalaba la
existencia de dos facciones sobre ello: la que lideraba el yerno de
Trump, Jared Kushner, quien había gestado la reunión entre Trump y Xi
mediante sus vínculos con el embajador chino en EUA, en busca de
aproximar posiciones y rebajar tensiones, y la que agrupaba a los
“halcones” como Bannon o Peter Navarro, que abogaban por adoptar una
posición de fuerza respecto a Pekín e imponer sanciones y tarifas a sus
exportacionesxxxix.
A su vez, salía a luz que Bannon, desplazado del Consejo de Seguridad
Nacional un día antes del ataque a Siria, había argumentado que ello no
estaba de acuerdo con una política exterior de “Primero Estados Unidos”,
y había perdido la discusión con Kushnerxl. De esta manera, ganaba mayor poder en el gobierno en lugar de Bannon el general McMaster.
Kushner
había ido ganando en influencia, convirtiéndose en la persona de mayor
confianza de Trump, desde su rol de asesor “senior” pero sobre todo como
“diplomático en la sombra”: había sido designado como enviado especial
para el conflicto árabe-israelí, para México y para China, tareas
prioritarias para la nueva administraciónxli.
Así, había construido un vínculo con el embajador chino en EUA,
organizando juntos esta cumbre, así como también la conferencia
telefónica entre Trump y Xi de febrero, a poco de la asunción, en que el
primero se había comprometido a respetar la política de “una sola
China”. Para los chinos era importante cultivar esta relación, y habían
acudido en rescate de la familia Kushner mediante el pago de un
salvataje financiero ante un mal negocio de éstos, además de fomentar la
confianza invitando a la familia a la celebración del Año Nuevo chino
en la delegación diplomática de Washingtonxlii.
Fue
así como, más allá de la tensión que implicó el bombardeo sobre Siria
en plena cumbre Trump-Xi Jinping, los acuerdos a los que llegaron ambos
mandatarios prosperarían. Por un lado, quedó pautado el compromiso de
una visita de Trump a China, la cual se efectivizaría en noviembre
durante su gira asiática. Por otro lado, y más allá de lo que trascendió
sobre esos acuerdos, los hechos posteriores son elocuentes: a mediados
de mayo ambos países firmaban un acuerdo comercial fomentando el
intercambio de diversos productos, y que el secretario de Comercio
estadounidense, Wilbur Ross, festejaba argumentando que reduciría el
déficit comercial de EUA con ese paísxliii.
Aunque, más importante, y a nivel geoestratégico, EUA reconocía allí la
importancia de la Nueva Ruta de la Seda y aceptaba enviar una
delegación al Foro que llevaría a cabo China días después, para lanzar a
mayor escala esa iniciativa estratégicaxliv.
Ello
representaba un hecho de primer orden para las perspectivas del
multipolarismo a nivel mundial: articulándose en el esquema de poder que
proyectan China y Rusia a través del BRICS, en particular mediante la
NRS y el BAII, Trump podría obtener los respaldos necesarios para
sortear la gran oposición que lo enfrenta, y viabilizar parte importante
de las inversiones requeridas para su programa económico
reindustrializador, en especial en el área de infraestructura. Y para el
multipolarismo en ascenso, que EUA se inserte dentro de su diseño
geoestratégico podría resultar clave.
Las Cumbres del G-7, la OTAN y el Encuentro con Francisco
Nos
enfocaremos aquí en dos eventos de visibilidad internacional que
acontecieron a finales del mes de mayo de 2017, ambos en el continente
europeo: la reunión del G7 en Taormina, Sicilia (Italia) y la reunión de
la OTAN en Bruselas (Bélgica). En el marco de los procesos que el voto
brexit ha desencadenado en el Reino Unido y la Unión Europea, pero
también en el mundo, haremos mención también al encuentro entre Trump y
el Papa Francisco, desde el encuadre geoestratégico que venimos
sosteniendo.
El Grupo de
los Siete (G7 o G-7) reúne desde 1973/77 a las principales siete
economías del mundo, bajo el diseño mundial tricontinental proto-global
de entonces: países líderes de América del Norte (EUA y Canadá), Europa
(Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) y Asia (Japón), con sus
respectivas áreas de influencia. Si bien en 1998 el grupo se amplió con
la incorporación de Rusia (pasando a llamarse G7 + Rusia, o G8), en 2014
fue desplazado a causa del conflicto por la península de Crimea luego
del golpe de estado y guerra civil en Ucrania.
La
cumbre de mayo de 2017 manifestó grandes divergencias al interior del
grupo, alrededor de asuntos como el cambio climático y el comercio
mundial. En este encuentro en que Italia asumió la presidencia, se
anunció que iban a abordarse temáticas claves como el acuerdo sobre el
cambio climático, las migraciones desde África, la lucha contra el
terrorismo y los desequilibrios financieros junto con la política
comercial internacional. Tratándose de un espacio en el cual
históricamente se ha reivindicado el libre comercio, los países
intentaron condenar las políticas proteccionistas, ante lo cual Trump
tuvo que plegarse. No obstante, no todas las presiones funcionaron ante
el líder estadounidense. Si nos atenemos al comunicado final producto
del encuentro entre los líderes de los siete países, se observa que,
respecto del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático (firmado por
Obama), no se logró establecer consenso con EUA, único país discordante,
quien lo rechazaría una semana después de las reuniones.
Respecto
de Siria y los conflictos con Rusia –a partir de las responsabilidades
que se le asignan a este país en torno a la crisis de Ucrania-, se
afirma que esperan encontrar una “solución política” trabajando en
conjunto con Rusia. A esto se agregó el llamado a esforzarse para
derrotar al terrorismo internacional en Siria, Iraq y Libia, con foco en
el ISIS/Daesh y al-Qaeda.
Otro de los temas de mayor relevancia fueron las diferencias entre EUA y Alemania, personificadas en sus líderes, Trump y Merkelxlv.
El conflicto nace por los cuestionamientos del primero en torno al
aporte que Alemania hace a la OTAN, organismo que Trump había calificado
como “obsoleto” y “una carga” para los EUA. Esto se desarrolla en el
marco de una OTANxlvi
que, conducida por los intereses del Unipolarismo Financiero Global,
empieza a ser reflejo de las disputas geoestratégicas entre diversos
jugadores y esquemas de poder mundial. De esta manera, lo que aparece
como diferencias entre Alemania y EUA en torno al comercio, al cambio
climático y a Rusia, ponen sobre el tapete el movimiento de Trump en
relación a reducir los aportes de su país a la OTAN. A su vez, la queja
de Trump en torno al superávit comercial alemán récord fue otro de los
dardos lanzados en contra de Alemania, y de la Oligarquía Continental
que conduce la UE, en particular.
Por el lado de la UE, aparece como central la cuestión de la atmósfera de “euroescepticismo” apoyada en diferentes pilaresxlvii.
Uno de ellos, asociado con la sensación de inseguridad que reina en los
países del continente dados los ataques terroristas de ISIS
(pertrechado por la OTAN y la CIA). A esto se suman los movimientos
migratorios, tan cuestionados por quien se convirtió en la tercera
fuerza en el Parlamento Alemán, el partido nacionalista Alternativa para
Alemania (AfD). Éste obtuvo un buen resultado electoral a raíz de sus
propuestas xenófobas para con la llegada de inmigrantes a Alemania.
Inmediatamente después del voto brexit, observamos cómo ambas cuestiones
se convirtieron en ejes de acción para el debilitamiento y
fragmentación de la UE. Asociamos entonces dichos impulsos
euroescépticos con los intereses del globalismo financiero, una vez
consumado el voto brexit, es decir, abierta la potencial y cada vez más
real salida del RU de la UE, que implica un golpe duro a la City
Financiera de Londres y su pérdida de acceso y control del mercado
europeo.
De esta manera,
desde la UE se critica que la OTAN no esté proporcionando la seguridad
“suficiente” en el continente europeo. Como respuesta a esta situación, y
como hecho de primer orden geoestratégico, desde la Comisión Europea se
ha planteado la conformación de un ejército común propio, lo cual
equivaldría a aumentar sus grados de autonomía y soberanía continental
frente a ambos unipolarismos financieros (global y continental: OTAN y
Pentágono, para graficar esquemática y paradigmáticamente).
Por
el lado de Trump, su estrategia nacionalista industrialista ha venido
enfrentándose con los instrumentos globalistas de los Tratados
Transpacífico y Transatlántico, la salida del Acuerdo sobre Cambio
Climático, e incluso una potencial retirada, o redefinición de las
funciones, de la OTAN, en pos de vigorizar y retomar el control del
complejo industrial militar de su país, sus FF.AA., y poder dar lugar a
su programa nacional de reindustrialización. A su vez, ha buscado virar
las funciones de la OTAN para combatir al Estado Islámico en lugar de
apoyarlo como base irregular de maniobras de balcanización euroasiáticaxlviii.
De
modo que podemos afirmar, hoy la OTAN está siendo escenario de grandes
cambios y movimientos en dirección a su inevitable reconfiguración. La
jugada que ha hecho estallar el tablero surge a partir de ciertos signos
de acercamiento y cooperación entre Trump, Putin y Xi Jinpingxlix.
Uno de los más recientes fue durante el mes de mayo, días antes del G7,
en el Foro Internacional de la Franja y la Ruta (OBOR), en el cual
Trump envió a un alto funcionario y creó una Comisión Estadounidense de
la Franja y la Ruta para realizar un seguimiento, además de convocar a
China a ser parte de la reconstrucción de la infraestructura
norteamericana. Es en el contexto de cambios de peso en el ordenamiento
mundial que analizamos estas reuniones y eventos.
Por
último, los únicos asuntos de consenso que pasaron más desapercibidos
en la reunión del G7 tuvieron que ver con los conflictos bélicos
internacionales, como Corea del Norte, Libia y Siria; además de los
acuerdos para combatir el ciberterrorismo.
La cumbre de la OTAN, luego, manifestó más visiblemente estas tensionesl.
Formada en 1949, como Pacto del Atlántico Norte (luego conocida según
sus siglas actuales: Organización del Tratado del Atlántico Norte),
reunía en un primer momento a EUA, Canadá, Reino Unido y Francia,
excluyendo en aquel entonces a Alemania a raíz de su rol en la Segunda
Guerra Mundial, y se constituía contra la “amenaza rusa”. En las cumbres
de 2014 y 2016, en Gales y Varsovia, el centro de la escena lo seguía
ocupando como oponente Rusia. En la reunión de Varsovia en particular,
con la presencia del por entonces presidente Obama, se subrayó la
obligación de los socios de la Alianza de destinar el 2% de su PBI a la
defensa, en un plazo de ocho años, y se acordó la presencia de miles de
tropas en Europa del Este, próximas a Rusia.
Esta vez, las tensiones tuvieron en el centro de la escena a Trumpli.
El cuestionamiento central fue planteado por la desigualdad en torno a
los aportes de los diferentes miembros. La demanda fue dirigida
centralmente a Europa, pidiendo que colaboraran para contrarrestar la
amenaza terrorista. Esto se hizo en el marco de los atentados sucedidos
tres días antes en Manchester, Inglaterra. Además de las cargas
económicas y los aportes de los miembros, el pedido norteamericano
también se dirigió a que la OTAN se comprometa en su lucha contra el
Estado Islámico. Trump demandó se cumpla lo acordado en 2014, respecto
de ese 2% del PBI de cada país (que sólo lo cumplen EUA, el RU, Grecia,
Estonia y Polonialii).
Además,
por primera vez, se rechazó la consideración de Rusia como enemigo.
Esto fue impulsado por el propio Trump, algo que da cuenta del calibre
del giro geopolítico al que estamos asistiendo. Respecto del terrorismo
internacional, los países de la Alianza resolvieron integrar junto con
EUA una coalición que éste encabeza contra ISIS. La diferencia es que
esta participación será como parte de la estructura de la OTAN, y ya no a
título individual. A esto se agregará un apoyo concreto por parte del
organismo en materia de aviones y una célula de inteligencia para
compartir información. Así, las demandas de Trump en torno a mayor apoyo
contra el Daesh y presencia en términos de gasto militar, fueron de los
asuntos que mayor peso tuvieron. De esta manera, luego de afirmar
durante su campaña electoral que la OTAN era una alianza obsoleta, el
nuevo mandatario estadounidense empezaba a referirse a la OTAN del
futuro, construyendo un horizonte en términos de alianza antiterrorista,
y ya no instrumentando el terrorismo como método de guerra irregular
balcanizador.
Aprovechando su gira europea, Trump se reunió esos días en el Vaticano con el obispo de Roma: el papa Franciscoliii,
hecho de relevancia e impacto por tratarse de dos líderes con posturas
ideológicas opuestas. Sin embargo, en el marco de la crisis estructural
de todas las civilizaciones (crisis de civilizaciones) existen
condiciones para que los proyectos estratégicos de ambos compartan
oponentes y objetivos comunes, por lo cual se entiende que el obispo de
Roma lo haya recibido, a contramano de las principales agencias de
comunicación global y su denostación de la figura y gobierno de Trump.
En
una cumbre que abordó temáticas como las migraciones, el cambio
climático y atentados terroristas como el de Manchester, Francisco le
pidió a Trump que sea “instrumento de paz” a la par que cuidar el medio
ambiente, mientras le regalaba sus encíclicas Evangelii Gaudium y Laudato Si,
verdaderos programas político-estratégicos de un humanismo ecuménico y
ecológico integral. Trump, por su parte, le obsequiaba las obras de
Martin Luther King, líder por los derechos civiles de la población negra
estadounidense y faro mundial de las luchas sociales étnicas
libertarias.
A su vez,
durante su visita al Vaticano, Trump se reunió también con el número dos
de la Santa Sede, el cardenal Pietro Parolin, y con el secretario para
las Relaciones con los Estados, una suerte de ministro de Relaciones
Exteriores, monseñor Paul Gallagher. Ello podría dar cuenta de una
profundización de cuestiones tratadas previamente con el Papaliv.
Aunque
se enfriaron las relaciones con la salida de EUA del Acuerdo de París
sobre el Cambio Climático, cuestión fundamental para la visión ecológica
y humanista integral de ese proyecto. Fue por ello que poco después se
asestó un golpe contra el componente evangelista y supremacista blanco
(WASP) del trumpismo. Así, en un fuerte artículo aparecido en La
Civilità Cattolica, avalado por el Vaticano, dos allegados a Francisco
fustigaban contra el “fundamentalismo evangélico” en EUA, que operaría
una interpretación distorsionada de las Sagradas Escrituras y el Viejo
Testamento para promover la guerra, desde su postura sobre el cambio
climático, los migrantes y los musulmanes. Acusaban, a su vez, a Bannon,
seguidor del controvertido teólogo evangélico estadounidense John
Rushdoony, de propugnar una “geopolítica apocalíptica”, cuyas raíces no
estarían muy lejos del extremismo islámicolv.
Ello
sucedía luego de que Trump y su vicepresidente Pence recibieran en la
Casa Blanca a líderes evangélicos para rezar juntos, en donde abogaron
por el apoyo a Israel (comandando por el supremacista Netanyahu), la
libertad religiosa y la reforma de salud. Un sector de la población que
constituye parte importante de la base social del trumpismo, en donde el
presidente cosecha muy altas tasas de aprobación, y que teme a la
amenaza demográfica, de su disminución poblacional a la par del aumento
latino (en especial mexicano)lvi.
Se
puede leer, pues, una apuesta del humanismo ecuménico interreligioso de
carácter multipolar expresado por Francisco, de golpear sobre los
componentes del trumpismo con los que discrepa en temas relevantes (el
medio ambiente, el muro con México, la postura antiinmigratoria, etc.),
pero coincidiendo con Trump en el plano geoestratégico general en su
enfrentamiento con el capital financiero globalizado depredador de la
naturaleza y el ser humano.
Industrialización y cambio climático: la salida del Acuerdo de París
Lo
discursivo-retorico y el poder son cosas cualitativamente diferentes.
La salida de los EUA del Acuerdo de París es mucho más que política
institucional, medio ambiente y el nuevo liderazgo norteamericano siendo
“una fuerza impredecible y peligrosa en asuntos internacionales”lvii.
Las planas periodísticas abruman en las interpretaciones ideológicas
del hecho, desde la interpretación de Trump como un reaccionario,
anti-Obama (marcado como un gran progresista) hasta la que lo identifica
como un negacionista del cambio climático, y por ende anti-Ciencia. Si
bien eso puede tomarse como cierto en términos discursivos, ante la
sobrada evidencia de que el cambio climático es real, muy lejos está de
ser el centro de la cuestión y el eje de este apartado. Esos puntos que
mencionamos son la apariencia, la forma mediática, de la disputa real.
Lo
que pasó el 7 y 8 de julio del 2017 en la Cumbre de Hamburgo del G20,
fue un hecho político y social, un golpe que, en primer lugar, volvió a
cristalizar la decidida confrontación de Trump contra las fracciones
globales, las más dinámicas del capital a nivel mundial. En segundo
lugar, las posiciones relativas actuales en cuanto a los márgenes que
cada actor tiene en esta crisis, de escala civilizatoria, que sigue sin
poder resolverse. Pasamos a los hechos para ahondar en estas dos
afirmaciones centrales.
En
la duodécima reunión del G20, en Hamburgo, Alemania, se llevó a cabo la
decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, el cual
había sido refrendado por Barack Obama en 2015. El mismo, que está
dentro del marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático, consta de medidas para la reducción de las emisiones
de gases de efecto invernaderolviii,
los cuales son causantes del aumento mundial de la temperatura. Dicho
acuerdo se aplicaría recién para el 2020, cuando finaliza la vigencia
del Protocolo de Kiotolix.
Actualmente,
China es el mayor emisor de CO2 (dióxido de carbono), con el 30% de las
emisiones mundiales, seguido por EUA con el 15%, la UE con el 9%, India
con el 7%, Rusia con el 5% y Japón con el 4%lx.
Esta tendencia de China, como el país más contaminador del mundo,
coincide con los años en los cuales las fracciones de capital global
tienen su gran momento de expansión, profundizando la deslocalización
industrial desde los países “centrales” de occidente hacia el sudeste
asiático. Es decir, es algo que recién a partir de 2006lxi
puede aseverarse, ya que para 2005 este valor, en kilo toneladas
totales emitidas por China y los EUA, estaba igualado, teniendo en
cuenta el nivel de contaminación que produce no sólo la industria, sino
los mismos seres humanos por sus hábitos de vida y consumo. Teniendo en
cuenta las emisiones de CO2 per cápita, los EUA siguen siendo el país
más contaminador del planeta.
Uno
de los comentarios que Trump hizo al respecto, y por el cual se puede
entrar al centro de la disputa, es el siguiente: “Fui elegido para
gobernar Pittsburgh, no París”. La referencia a la ciudad de
Pensilvania, una de las otrora joyas del “cinturón industrial”, hoy
reconvertida a sector servicios y alta tecnología, es una clara
referencia no sólo al discurso que lo llevó a la Casa Blanca sino a los
efectos de la globalización neoliberal, la pelea que Trump apuesta a
dar. En medio de la dramática situación planetaria y la irreversibilidad
del deshielo de los polos, la estrategia del globalismo es utilizar
esta conveniente situación (debido a su posición superior en términos de
acumulación ampliada, escala y tecnología) para profundizar su agenda
de acelerado recambio tecnológico, con una impronta de “capitalismo
verde”lxii.
Esta estrategia globalista confronta con la línea continentalista, pero
más aún contra la nacionalista de Trump, de ahí la alianza táctica de
este último con el establishment republicano.
Otra
frase que puede seguir ilustrando esta fractura es la de que EUA
“necesita todas las formas de energía estadounidenses disponibles o
estará en grave riesgo de apagones”lxiii.
Ello se justificó en las proyecciones de crecimiento a las que la
administración Trump apunta, que rondan el 3 y 4% anual debido a sus
planes de estímulos a la economía y el ya anunciado plan de
infraestructura. Además, viene a colación por el uso del carbón como
energía y su constante reivindicación como sector postergado y olvidado
durante previas administraciones.
John
Sterman, profesor de la escuela Sloan de negocios del Instituto de
Tecnología de Massachusetts (MIT) y experto en políticas sobre
calentamiento global, dijo para la BBC que "vamos a ver menos turbinas
eólicas instaladas, no sólo en EUA sino en todos lados, menos paneles
solares, menos inversiones en la electrificación de la flota vehicular y
otras tecnologías que necesitamos para reducir las emisiones de gases
de efecto invernadero”lxiv.
Por otro lado, las declaraciones de Luke Popovich, vocero de la
Asociación de Minería Nacional de los Estados Unidos (MNA) afirmando que
“el gobierno ya no está en nuestra contra, ahora sólo tenemos fuerzas
del mercado a las cuales enfrentar”lxv,
lo cual puede contrastar bastante bien esta disputa de fracciones de
capital, en este caso, por la matriz energética y el negocio alrededor
de ella. Una herramienta para apuntalar con negocios frescos a los
aliados propios.
La
importancia de la lucha energética, radica en ser parte de una disputa
aún más grande, que no es solo económica sino estratégica: la
reindustrialización nacional, que confronta directamente con la lógica
de los capitales globales. Al no ser parte los Estados Unidos del
protocolo de Kioto (1997), el haber salido del Acuerdo de París, que
recordemos, entra en efecto en el 2020, es una señal de apoyo, un guiño
desregulador que se materializa en ventaja competitiva para las
inversiones productivas que son objeto de escrutinio ambiental más
severo por las cantidades de gases de efecto invernadero emitidos. Ésta
es una de las condiciones necesarias para plantear que su estrategia
pueda tener un atisbo de realidad, pero no es la única.
Cabe
hacerse entonces una serie de preguntas. ¿Por qué las inversiones
deslocalizadas en México, por ejemplo, que hoy en día gozan de arancel
cero al pasar sus productos a través de la frontera, volverían a los
Estados Unidos? Como ya mencionamos en apartados anteriores, se le dio
certificado de muerte al TTP y comenzó la renegociación del TLCAN/NAFTA.
Esta última condición, sumada a la salida del Acuerdo de París, pueden
ser seductoras, pero no es suficiente aún para competir con la
diferencia de nivel de salarios de ambas naciones, la cual sigue siendo
enorme. El salario mínimo de México, al 19 de diciembre de 2017, es de
4,70 dólares el día, mientras que en EEUU es de 7,25 dólares la horalxvi.
No hay punto de comparación posible a la hora de hablar de extracción
de plusvalía de absoluta y extraordinaria. Un mexicano trabaja doce días
para ganar lo que un estadounidense gana en sólo uno, considerando
jornadas laborales de 8 horas a salario mínimo.
A
la luz de este hecho, se hace entendible el déficit comercial que
Estados Unidos tiene con México, con quien comparte un TLC y la ventaja
que tienen las transnacionales que producen en México y venden en EUA y
el mundo. Por el contrario, la doctrina America First, plantea
la imposición de términos comerciales ventajosos para los Estados Unidos
a partir del bilateralismo. Es claro que para que esta industria hoy
presente en México vuelva a los Estados Unidos, se hace necesario un
nivel de concesiones que son un desafío en sí mismo para Trump. El plan
de reforma impositiva, que se hizo ley el 22 de diciembre, conocida como
“Tax Cuts and Jobs Act” puede ser leído en esa clave. Esta ley recorta
permanentemente los impuestos corporativos de 35% al 21%, lo cual, por
ejemplo, deja a Estados Unidos por debajo del promedio de la UE, que
está en el 26,9%lxvii. Lo cual, en principio, vuelve mucho más rentable hacer negocios en los Estados Unidos que en años anteriores.
La
salida del Acuerdo de París, el fuerte recorte de impuestos y la
renegociación del NAFTA sucediendo al mismo tiempo, son un combo difícil
de ignorar en el campo de la estrategia; son hechos de gran alcance que
están orientados hacia el mismo objetivo, pero que además de demostrar
la clara intención de abogar por la reindustrialización nacional con
impronta anti-global, demuestran la posición relativa actual de Trump,
que mencionábamos como nuestra segunda afirmación central.
La
intempestiva marcha ´cumplidora de promesas de campaña´, acción tras
acción, puede malinterpretarse como una implacable fortaleza, pero no es
así. Al contrario, prueban en realidad que Trump no tiene demasiado
margen de acción, demuestra una cierta fortaleza en el corto plazo, que
le llevó a poder producir esos hechos de fuerza, pero una debilidad en
el largo plazo, en la cual no puede desperdiciar un solo mes de mandato.
Una alianza táctica y de gobierno con el establishment
Republicano, cara política del Continentalismo, le llevó a tener cierta
estabilidad en la Casa Blanca y tener la posibilidad de avanzar contra
el enemigo común: el globalismo. Si bien las contradicciones secundarias
entre estos aliados son claras, es incierto hasta dónde pueden avanzar
sin resquebrajarla, siendo que Trump, como jugador estratégico,
representa a una burguesía aún más atrasada en niveles de escala que la
oligarquía multinacional–continentalista, pero que llegó a la Casa
Blanca derrotándola en sus últimas internas. Esta alianza táctica es la
fortaleza en el corto plazo, que permite producir estos hechos sin que
el “impeachment” (buscado por los demócratas globalistas) pueda avanzar
para dividir y enfrentar entre sí las líneas del partido republicano.
En el largo plazo, la estrategia Trump, el America First,
se juega su futuro no sólo en el terreno nacional, sino en el
geopolítico. Claramente, sin Trump en la Casa Blanca, esta línea
estratégica quedaría huérfana ante el lobby e intereses de los dos
establishments partidarios (Globalismo y Continentalismo). Los apoyos de
esquemas alternativos como el BRICS, o de un jugador de menor escala
como la Corona Británica, son apoyos claves para ganar en margen de
maniobra. Mientras esos apoyos no prosperen, todo el tiempo posible para
la acción es ahora.
Una nota de Forbeslxviii
menciona las asimetrías existentes entre la industria manufacturera
estadounidense y, las alemanas y chinas (países con los cuales Estados
Unidos tiene un gran déficit comercial gracias a ello). Agregan un dato
de relevancia que nos puede ayudar a ilustrar uno de los escollos de
Trump a mediano-largo plazo, de seguir con esta confrontación. Cuando
comienza a darse el proceso de globalización en los 70’s, la inversión
en ciencia y tecnología de los EEUU pasó del 2% del PBI a sólo el 0,75%
actual, frente a un 2,9% de Alemania, por poner un ejemplolxix.
Esto pesa en nuestro análisis (y para Trump), porque las secciones
deslocalizadas por las multinacionales y transnacionales no sólo
constaban de las estructuras manufactureras, sino que también
relocalizaban en una ubicación diferente las estructuras de
Investigación y Desarrollo (R&D), marcando el caso de Taiwán,
Bangalore y Singapur como grandes jugadores de la innovación a nivel
mundial, que ganaron su escala gracias a estas estrategias. En pos de la
lógica global, la nota alienta a que se invierta en aquellas áreas
donde los Estados Unidos se mantienen competitivos. El tiempo de
maduración y capitalización de estas inversiones es largo y como
dijimos, el tiempo no está del lado de Trump. Hacer que esos clústeres de R&D (I+D) vuelvan a territorio nacional es, sin duda alguna, parte de las ambiciones del America First.
Sin cierto éxito en este frente, no hay futuro posible para esta
estrategia en el mediano-largo plazo. Lo cual nos permite observar que
las opciones de Trump de articulación al multipolarismo están abiertas.
En
síntesis, entendemos la salida del acuerdo de París como un hecho
político, orientado como parte de un todo, pieza clave de una estrategia
que confronta con los intereses de las transnacionales que buscan
conducir un capitalismo global apoyado ahora, en la bandera ecologista
de las tecnologías “verdes” y renovables. El margen de maniobra que hoy
en día maneja la administración Trump es el oxígeno que brota de una
crisis que no termina de resolverse entre el Globalismo y el
Continentalismo, y que, por su escala, es la que ordena todas las demás.
Es claro que, en el nivel de salarios, Estados Unidos no puede competir
con México, mucho menos con China, para atraer capitales. La batería de
medidas para dar luz a las condiciones de posibilidad de que el America First sea
viable más allá del discurso, han comenzado. Los desafíos no son los
mismos dependiendo de los plazos que se tomen en cuenta, y los márgenes
de maniobra actuales son muy estrechos.
El Conflicto con Corea del Norte y doctrinas geoestratégicas
El
año 2017 tuvo como uno de sus temas de mayor preocupación a nivel
mundial a la escalada del conflicto entre Corea del Norte y Estados
Unidos (EUA), lo cual suscitó e instalo el temor de una conflagración
nuclear de consecuencias y proporciones impredecibles, potencialmente
devastadoras para la humanidad y el planeta mismo.
Norcorea
probó 114 misiles desde 1984, cuando comenzó su carrera armamentística,
pero fue Kim Jong-un quien le dio un impulso definitivo. Desde su
llegada al poder, en 2011, se realizaron 84 ensayos balísticos. La
escalada de 2017 fue creciendo desde principios de año con sucesivas
pruebas de nuevos misiles, y llegó a otro nivel el 4 de julio de 2017,
cuando el régimen anunció el lanzamiento exitoso del misil Hwasong-14,
el primero de alcance intercontinental (ICBM). Llegó a una altura de
2.802 kilómetros y recorrió 933 kilómetros en 39 minutos, hasta caer en
el Mar de Japón. Expertos internacionales aseguran que, disparado en
otro ángulo, podría cubrir una distancia muy superior. Las estimaciones
más bajas le permitirían llegar fácilmente a Alaska, y las más altas a
buena parte de la costa oeste de EUA.
Trump
respondió a ello luego de que en agosto el Congreso votara casi
unánimemente en su contra, en un acuerdo entre republicanos y
demócratas, maniatándolo de desarrollar política exterior y sancionando a
Rusia y otros países “peligrosos” para la seguridad nacional. Allí se
separó de su Jefe en Estrategia Bannon, y en lo que parecía una
reconciliación con el establishment, arremetió sucesivamente contra
Corea del Norte, Venezuela, Rusia e Irán. Amenazó entonces a Pyongyang
(capital norcoreana) con que sus amenazas se verían frente al “fuego, el
furor y la fuerza como nunca los había visto el mundo”, lo cual
desencadenó la escalada verbal que parecía abrir una guerra nuclearlxx.
Aunque
cabe aclarar en este punto que, yendo a los datos y proyecciones
concretas, un conflicto bélico aparece inviable debido a la magnitud de
sus consecuencias. Muchos analistas utilizan la fórmula destrucción mutua asegurada
para describir esto. En primer lugar, la península coreana es un punto
estratégico clave en el sudeste asiático, que atañe a varios jugadores
de peso: China, Rusia, Japón y Corea del Sur, al menos, además de los
EUA. Para China y Rusia, quienes comparten frontera con Norcorea, se
trata de un punto a no ceder: para ambos sería una gran pérdida
geopolítica la caída del régimen de Kim en pos de una reunificación de
ambas Coreas bajo control de EUA, cuya influencia se extendería
virtualmente de manera ilimitada por el Pacífico. Históricamente, Corea
del Norte ha sido clave para la seguridad continental china en términos
geoestratégicos, por lo cual se entiende cómo perdieron más de un millón
de soldados luchando en la Guerra de Corea (1950-1953) para impedir que
los Estados Unidos pusieran su bandera en territorio norcoreano, es
decir en su fronteralxxi.
El
mismo Bannon se mofaba de las amenazas de Trump, afirmando que una
eventual guerra llevaría a una inmediata desaparición de Seúl (Sudcorea)
y Tokyo (Japón), aliados estadounidenses. En efecto, en caso de
intervenir directamente en Corea del Norte para destruir las bases
militares donde almacenan su arsenal nuclear y balístico, EUA corre el
alto riesgo que ese conflicto adquiera escala mundial inmediatamente. Es
por ello que EUA y la OTAN han hablado de escalar el conflicto con los
norcoreanos desde hace 10 años, pero la situación nunca fue más allá de
la verborragia, dado que tanto China y Rusia como EUA-OTAN son grandes
potencias nucleares, y un eventual enfrentamiento en ese plano no
tendría ganador, sino que podría dar lugar a la destrucción de los
oponentes en juego, e incluso parte importante de la humanidad.
La
política china hacia Corea del Norte se ha enfocado en el comercio y la
inversión en el país, con la esperanza de promover estabilidad, y
aumentar su capacidad de influencia sobre el régimen. China es sin duda
el mayor aliado de Norcorea, además de su más importante socio comercial
como principal proveedor de alimentos, armas y energía. Sin China el
proyecto defensivo de Corea del Norte ya hace tiempo hubiera hecho
colapsar a su economía civil. Pekín ha contribuido a sostener los
sucesivos regímenes en Corea del Norte con la esperanza de evitar un
colapso que derive en un derrame de refugiados a lo largo de su frontera
de más de 1000 km, y un vacío de poder en una región que resulta clave
para su seguridad nacional. Sostener al régimen de Pyongyang significa
evitar la presencia de tropas estadounidenses en la frontera china, un
riesgo y afrenta inasumible.
En
este marco se evidencia lo limitadas que son las opciones para frenar a
Pyongyang. Corea del Norte no va a renunciar a sus misiles. Para los
Kim el programa nuclear es una cuestión de supervivencia, ya que el
objetivo específico al tener armamento nuclear es no estar a merced de
superpotencias mundiales como sí es el caso de Libia, Egipto, Siria y
Ucrania. Sin armas nucleares, Kim Jong-un estaría en riesgo de sufrir
el mismo destino de Gadafi y Mubarak. Kim Jong-un está comprometido con
su programa nuclear para dar una señal clara que evite una intervención
militar. Corea del Norte no va a abandonar su capacidad nuclear y
balística, sin importar cuánta presión reciba.
La
probabilidad de que Kim Jong-un lanzara (o lance) efectivamente un
ataque preventivo sobre la costa oeste de EUA es casi nulo, ya que dicha
acción supondría un suicidio. Sin embargo, es un hecho que, al tener la
capacidad de contraatacar, permite a la administración Trump imponer a
sus aliados (Japón y Corea del Sur) la instalación de un escudo de
misiles y, en la medida de lo posible a cuenta de estos países aliados.
Para lograrlo, Trump envió 3 portaaviones y 2 submarinos nucleares a la
zona en conflicto, intimidando más a sus aliados que a Corea del Norte.
Lo anterior sirvió para fomentar el complejo industrial militar, sector
económico más fácil de estimular para impactar en una economía en el
corto plazo.
Tanto Rusia
como China ven con preocupación y se sienten amenazados por el escudo de
misiles que está levantando el globalismo unipolar como OTAN, tanto en
el este de Europa como en Corea del Sur, y ello afianza su alianza. De
acuerdo a los estrategas chinos, el escudo no está dirigido tanto hacia
Corea del Norte debido a su proyecto nuclear, sino que constituye una
estrategia para unir EUA, Japón y Corea del Sur. En esta misma línea es
importante tener presente el conflicto de la India con China, en
apariencia por cuestiones limítrofes, pero vinculados en especial por
los acuerdos de China con Pakistán, histórico oponente indio. A esto
respondió India abriendo las opciones de su política exterior y
alineamiento geopolítico, de solo en los BRICS a también apuntar a
desarrollar una “ruta de la seda” propia Japón y EUA, con el objetivo de
condicionar a Chinalxxii.
Ante
la exigencia de Trump de que Corea del Sur pague por la instalación del
escudo de misiles (THAAD), el país decidió suspender de manera temporal
el despliegue del mismo en su territorio. No exigieron que las dos
lanzaderas y los otros equipos que ya han sido desplegados fueran
retirados, pero sí frenar los que no habían sido instalados aún. Por su
parte, el Ministerio de Defensa surcoreano indicó que todos los pagos
vinculados con el despliegue del THAAD corren por cuenta de EUA según el
acuerdo firmado en junio. Lo cual muestra las contradicciones de los
pasos que da Trump: por un lado, parece que avanza en la militarización
de áreas (Corea del Sur) y por otro, al exigir que los gastos corran por
cuenta de los propios países de la OTAN genera la negativa para avanzar
en la militarización. Aparece aquí la pregunta en torno a cuál de todas
las movidas muestra la estrategia de Trump, que parece ir mas dirigida a
la interna de poder en EUA que al tablero internacional.
En
este marco, la estrategia llevada a cabo por Trump durante 2017 fue
leída por algunos analistas bajo la “teoría del loco” de Henry
Kissinger, quien “siempre ha insistido en la importancia de la
impredecibilidad y aún en la irracionalidad en diplomacia”. Esta
estrategia había sido desplegada bajo la presidencia de Nixon hacia
fines de los ’60, y en esa clave puede ser leído incluso el demencial
bombardeo en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, en pos de disuadir a la
URSS de “invadir Japón” o que este prefiera rendirse a las fuerza
soviéticas que a las estadounidenses, como forzó y logró luego del
bombardeolxxiii.
De esta manera, los rivales de EUA eran situados permanentemente un
paso detrás, “por temor a la volatilidad peligrosa del poder
estadounidense”lxxiv.
Kissinger
había colocado una figura de su confianza en la administración Trump:
la viceconsejera de seguridad nacional, K.T. McFarland. Y habían salido a
la luz una serie de reuniones del viejo geoestratega con el nuevo
presidente. En una entrevista afirmaba que la eliminación de la
capacidad nuclear de Corea del Norte representaba uno de los grandes
desafíos de la política exterior de una nueva administración de EUA,
dado que de no hacerlo se podría estar a las puertas de una guerra de
proporciones mundialeslxxv.
Para
el proyecto de nacionalismo industrialista de Trump, por su parte, esta
estrategia le permitiría utilizar el conflicto con Norcorea para
justificar la doctrina de intervencionismo directo, la cual permite
aumentar el presupuesto de defensa y mostrar su poderío militar, con el
objetivo final de lograr mantener la hegemonía geopolítica en el mundo
unipolar, y con ello lograr al interior de EUA mostrar la validez de su
campaña de Make America Great Again, lo cual le permite sobrevivir en la interna de poder en los EUA.
Algunos
analistas leen que esta jugada del “loco” fue utilizada ya con el
bombardeo a Siria en Sheyrat y en Afganistán con la “madre de todas las
bombas”, representando el frente abierto con Corea del Norte un tercer
momento de la misma estrategia. Ello se entroncaría en el planteo de
kissinger de acercamiento con Rusia, reconociendo la anexión de Crimea, a
la par que consolidando las posiciones del Israel de Netanyahu en Medio
Oriente en contra de Irán, buscando romper la alianza entre rusos,
iraníes y chinos, la cual sustenta parte importante del proyecto
multipolar de integración euroasiática de la NRS (OBORlxxvi).
Una jugada que forma parte de la teoría de Kissinger del “balance de
poder” que mencionábamos al comienzo de este capítulo, acercando a EUA
con Rusia para neutralizarlo en un eventual conflicto con China.
Sin embargo, ello no dio resultados, dada la alianza estratégica que sostienen y siguen consolidando China y Rusialxxvii
(con aliados como Irán y recientemente también Turquía luego de su
“cambio de bando”), y debido también a su vez a la feroz interna del
poder en EUA, cuyos ´estamentos de poder profundo´ no aceptaron esta política e impulsaron un clima de rusofobia a raíz del denominado Rusiagate, por la supuesta injerencia en las elecciones y los vínculos de Flynn con funcionarios de ese país.
Este
punto es crucial para los geoestrategas estadounidenses: la alianza
entre China y Rusia puede ser clave para asegurar el declive del poder
mundial de EUA, y del unipolarismo de Occidente en general, sea en su
vertiente globalista o continentalista norteamericana. Las formas de
contrarrestar o evitar esto son por ende múltiples. A ese planteo
fallido de Kissinger se contraponía la estrategia euroasiática de
Brzezinski, para quien la primacía global estadounidense depende
directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente pueda mantener su
preponderancia en ese continente, el mayor del planeta y su eje
geopolítico. Resultando clave pues dominar ese continente a través de la
contención de sus periferias. El gobierno de Obama, y su secretaria de
Estado Hillary Clinton, se basaban en esta doctrina, en base a la cual
se impulsó el TPP y el “giro asiático” de EUA, en detrimento de
Afganistán, Irak y Medio Oriente en general, zona considerada vital por
los estrategas neoconservadores -y cuyos lineamientos retomó en gran
parte Trump con su apoyo al plan expansivo del Israel de Netanyahu, la
confrontación con Irán, los episodios en Siria, etc.
Esta
doctrina geoestratégica globalista se correspondía con la lógica de
acumulación y los intereses del capital financiero globalizado, que a su
vez no dejó de invertir en las ramas económicas de punta de China,
buscando también así fortalecer y disputar el rumbo de su economía, con
miras de distanciarla de Rusia. Un escenario que se sostiene según
Brzezinski desde el acuerdo entre China y EUA en 1979.
Alfredo
Jalife recupera el último lineamiento de Brzezinski, a principios de
2017 (fallecería meses más tarde), consistente en conformar un G3
tripolar en lugar de la estrategia kissingeriana que hizo propia Trump.
El estratega polaco-estadounidense, ligado al establishment del partido
Demócrata, proponía un arreglo entre las tres máximas potencias
nucleares del mundo para dar forma a una necesaria “doctrina Trump”, con
quien difiere en todo pero debe reconocer como presidente de EUA, en
pos de paliar el “desaliñado orden global”lxxviii.
Así, EUA y China deberían buscar un entendimiento estratégico que, a su
vez, crearía las bases para sumar a Rusia a la ecuación para que no
peligren sus intereses.
Las
últimas posturas del mismo Kissinger van incluso en este mismo sentido,
al ver que el G2 con Rusia contra China no daba resultados. La única
alternativa al problema de Corea del Norte pasaría entonces por
“emprender seriamente un proceso conjunto entre Estados Unidos y China
para el desarme nuclear” a largo plazolxxix.
Dados los intereses chinos por la estabilidad en el Lejano Oriente, y
su rol central como interlocutor frente a los norcoreanos, un acuerdo
EUA-China sería deseable para evitar la pérdida de liderazgo en la
región, en especial frente a Japón y Corea del Sur.
En
este sentido, ante el fracaso de la estrategia del “balance de poder”
de Kissinger, parecía optarse por invertirla para volver a la carga:
apuntar a un G2 de EUA con China contra Rusia. Cita Jalife una nota
aparecida en el portal “alt-right” Breitbart dirigido por Bannon,
anunciando la inevitabilidad de una guerra mundial entre EUA y China, y
la necesidad de establecer lazos para evitarla. Este proyecto sería
compartido por Kissinger y Bannon, cuyo vínculo se hizo público a fines
de 2017, y se basaría, a juicio de este último, en que “la forzada
transferencia de tecnología de la innovación estadunidense a China es el
principal y mayor asunto económico y de negocios de nuestro tiempo que
puede dejar plantado a EUA como una vulgar Colonia (…) mientras China se
está volviendo el principal poder económico dominante en el mundo”lxxx.
Ante ello, se optaría por buscar una alianza económica entre ambos
países para evitar la prácticamente inevitable guerra mundial entre
ambos.
Más allá de las
encontradas doctrinas geoestratégicas a lo interno de la potencia en
declive, y volviendo al asunto norcoreano, resulta importante señalar
cómo fueron desenvolviéndose los sucesos y encontrándose soluciones. Por
un lado, China y Rusia reaccionaron con calma y serenidad, avalando las
sanciones contra Corea del Norte en el Consejo de Seguridad de la ONU
(las cuales nunca han dado gran resultado), y apuntando a que Corea del
Norte cese sus pruebas misilísticas, mientras que EUA y Corea del Sur
cesen sus ejercicios militares a gran escala. Xi Jinping llamaba a Trump
en el momento más agudo del conflicto para apaciguar las aguas,
afirmando que “China y EUA tienen intereses comunes en lograr la
desnuclearización de la península coreana y en mantener la paz y la
estabilidad”lxxxi. El nuevo presidente surcoreano, Moon Jae-in, incluso abogó también para que Trump aceptara negociar con Kim Jong-un.
Este
último escenario se fue destrabando entre fines de 2017 y principios de
2018, arribando a que ambas Coreas vuelvan a entablar vínculos a través
de sus líderes, retomando el diálogo cortado en diciembre de 2015.
Trump y Kim Jong-un acordaron ponerle un freno al lenguaje de guerra,
imponiéndose la diplomacia de China y Rusia en pos de la paz como vía de
resolución de conflictos mundiales. Este escenario puede implicar una
limitación de la libertad de acción de EUA en el Pacífico, dándole todo
el espacio al desarrollo del proyecto multipolar.
Esto
sucede en un momento en que Trump vuelve a la carga con su nacionalismo
económico industrialista, tensionando su alianza táctica con el
continentalismo norteamericano (en marzo de 2018 eran desplazados del
gobierno Gary Cohn, ex número 2 de Goldman Sachs, y Rex Tillerson, ex
mandamás de la petrolera ExxonMobil). Por lo cual, podemos avizorar que
las perspectivas del multipolarismo avanzan y aumentan frente al
unipolarismo, aspecto fundamental y condición de posibilidad para un
proyecto de mundo crecientemente pluricivilizacional y pluricultural, de
y para los pueblos y sus proyectos de emancipación, justicia e
igualdad.
Mayo de 2018.
Notas
i A. Jalife, “Coqueteo de Trump con Putin: Rex Tillerson, de Exxon Mobil, secretario de Estado",
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