Recuperar el territorio
Claudio Lomnitz
D
os pequeñas anécdotas de mi semana. Una pareja amiga se fue a vacacionar a Puerto Escondido. Se quedaron en un hostal en Zicatela, y el domingo por la noche, estando en la playa conversando y viendo el mar, tres sujetos bastante desequilibrados y armados con pistolas los amagaron, gritando y amenazando. Por suerte, entre los dos traían un celular, cosa que dejó a los asaltantes más o menos satisfechos, y por fin, tras de interminables minutos de intimidación, terminaron yéndose. Pregunté si se había denunciado el atraco, aunque sabía la respuesta de antemano. No tenía caso denunciarlo: todos sabemos que en México (literalmente) casi 100 por ciento de los delitos denunciados queda sin resolución. Ni siquiera era aconsejable presentar la denuncia como acto de idealismo cívico, ya que el dueño del hostal les advirtió que la presidencia municipal está en manos de personajes turbios, que se pasean por el pueblo con armas largas. El hotelero se lamentó del asalto, y los dos jóvenes se alegraron de haber salido con vida, y sin que ella hubiese sido violada.
La segunda anécdota es un poco distinta, o mejor dicho, es una anécdota que apunta a otra cara del mismo fenómeno. Unos amigos tienen casa en Tlayacapan y contaron que ahora hay autodefensas en los pueblos de los Altos de Morelos; que a los autos los paran personajes embozados, que asustan a los foráneos (como ellos), porque luego no se sabe si son autodefensas o asaltantes. No se sabe qué tanto resistirá el turismo en la zona.
Hoy, buena parte de las ciudades del país está tapizada de mantas que procuran intimidar a los ladrones, o al menos prevenir a los transeúntes.
En esta esquina asaltan. Es un letrero que está a 20 metros de mi casa.
Ratero: si te agarramos te linchamos. He visto letreros así no únicamente en Ciudad de México, sino también en Puebla y Oaxaca. Imagino que los habrá en muchas partes. Hace dos meses estuve con un grupo de estudiantes extranjeros en Oaxaca, que es una ciudad tan turística y aparentemente bucólica. Todos estaban entusiasmados y medio enamorados de la ciudad, pero con todo no dejó de ser penoso explicar el sentido que tiene el vocablo
lincharen el México actual, ni menos lo extenso de la práctica. Mantas, asaltos, linchamientos, impunidad, y la experiencia universalmente reportada del accionar de los ministerios públicos como ejecutantes de una segunda violación, tan rapaces cuanto ineficaces. Es la realidad que hereda el nuevo gobierno.
Se trata de una problemática que tiene, pienso, dos objetivos primarios e indispensables: recuperar el territorio, y reconstruir a la policía y los ministerios públicos. La formación de autodefensas es, de hecho, una estrategia que busca recuperar el territorio, dada la ausencia de justicia. El problema que tienen las autodefensas y las organizaciones vecinales es, sin embargo, que se trata de poblaciones locales que buscan recuperar territorios que suelen estar cruzados por el movimiento de personas desconocidas. Quizá por esto las autodefensas han tendido a funcionar razonablemente bien (aunque no sin problemas) en comunidades rurales, relativamente pequeñas –municipios de 10 mil habitantes, o así. Manejar una autodefensa en lugares turísticos y llenos de desconocidos, es muy difícil porque el transeúnte que no es lugareño queda casi tan indefenso ante un autodefensa como lo estaría si el sujeto embozado fuese miembro de un cártel, cobrando tributo.
Los barrios urbanos que amenazan a los ladrones y secuestradores con el linchamiento viven en un estado de alerta amarilla, y en semejante estado de nerviosismo, es fácil confundir al extraño
sospechosocon un ladrón, como ha sucedido en varios casos de linchamientos difundidos en los medios. De modo que aun en las ciudades más pequeñas las autodefensas y las asociaciones de vigilancia vecinal necesitan tener en el gobierno un socio confiable –necesitan que operen los ministerios públicos, la policía y aun el Ejército, sólo que esto no suele suceder. Finalmente, la vigilancia comunal existe precisamente por la falta de confiabilidad del Estado como procurador de seguridad y justicia.
Hoy, que estamos ante una fuerte voluntad de cambio, importa reconocer que no se podrá recuperar el territorio exclusivamente desde la organización comunitaria, porque nuestros territorios son espacios demasiado complejos, atravesados cotidianamente por personas que no conocen a la población local. Así, la recuparación del territorio pasará también, y obligadamente, por la recuperación de la policía y los ministerios públicos. Por la recuperación de todo el aparato de justicia. La recuperación del territorio necesita reconstruir la articulación entre pobladores locales y gobierno.
El paso que dio ayer López Obrador es, en mi opinión, positivo: declarar que buscará resolver la inseguridad anteponiendo la negociación a la violencia. La solución violenta ya fracasó. Aun así, el problema no se resolverá si la policía sigue siendo una quimera compuesta en partes iguales de incompetencia, indolencia y depredación. El perdón puede dar pie al inicio de muchos diálogos, pero no se bastará por sí solo si no hay además una reforma al aparato de procuración de justicia que lleve a que la pareja asaltada en Puerto Escondido sepa de seguro que tiene un aliado en la policía.
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