EL DELFÍN
Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.
jueves, 1 de diciembre de 2016
Mi experiencia en Cuba
Mi experiencia en Cuba
Octavio Rodríguez Araujo
S
é que la memoria le pone a uno varias zancadillas, pero intentaré una breve narración de mi experiencia en Cuba.
La historia comienza con Mario Menéndez Rodríguez (MMR). Siendo director de la revista ¿Por qué? fue apresado en México y su imprenta destruida. Cuando Genaro Vázquez, en noviembre de 1971, secuestró al rector de la Universidad Autónoma de Guerrero (Jaime Castrejón), pidió a cambio la excarcelación de varios presos políticos, entre ellos MMR. Éste fue liberado y se exilió en Cuba, donde era ampliamente conocido, entre otras razones por haber sido el primer latinoamericano que entrevistó a Fidel Castro. El periodista mexicano vivió allá alrededor de nueve años y hasta fue condecorado.
A su regreso a México MMR fundó Por Esto!, otra revista de semejante formato a su predecesora (ahora es periódico en Yucatán y Campeche). En ella me abrió un espacio, a pesar de la oposición de Gascón Mercado, porque se me consideraba trotskista. Mario no cedió y le dijo que si yo no objetaba que él (Gascón) escribiera en la revista no había razón para que yo dejara de hacerlo. Pasó el tiempo y un día le dije a Mario que bien me merecía algún pago por mis artículos. Conversamos y me propuso un viaje a Cuba y que él haría las gestiones para que se me dieran facilidades durante mi estancia allá.
Me recibieron miembros de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que son una parte importante de las organizaciones del gobierno cubano encargadas principalmente de la vigilancia de posibles enemigos de la revolución. Fui hospedado en un modesto hotel: el Saint John’s de La Habana en cuyo último piso estaba el llamado Rincón del Feeling (filing para los cubanos). En mi estancia conocí a algunos trabajadores de orientación trotskista, gracias a algunas direcciones que me dieron en México. Ellos me leían en la revista Por Esto!, en mi percepción la única del mundo capitalista que circulaba en Cuba. Tuve largas conversaciones con ellos y me contaron algo que me pareció muy importante: que habían sido presos políticos, precisamente por ser críticos trotskistas de Fidel, pero que siete o más años después fueron excarcelados al demostrarse que varias de sus demandas habían sido atendidas por el régimen. Por esos cambios en las políticas del gobierno fue que ellos se volvieron fidelistas y al serlo no tenía sentido que continuaran presos. Ahí estaban, en La Habana Vieja, viviendo en modestísimos departamentos, pero libres. Si los del CDR supieron de mi visita a esos viejos trotskistas, no lo sé, pero tampoco me dijeron nada. De hecho me hice amigo de algunos que, confieso, a pesar de pertenecer a los CDR me cambiaban pesos cubanos por dólares. Había mercado negro de divisas, no puede negarse.
Mis amigos de los CDR me llevaron a una playa para cubanos, creo que se llamaba Santa María, porque los cubanos no tenían acceso a las de lujo, para turistas, como Varadero, salvo como meseros o músicos. Con tristeza, debo decirlo, pude comprobar esa discriminación yendo yo mismo a Varadero, como turista. Conocí, invitado por funcionarios de gobierno El Floridita, donde iba con frecuencia Hemingway. El famoso escritor decía, con razón, Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita, y yo agregaría que en este último vendían unas langostas verdaderamente suculentas pero no precisamente baratas. Precios diferentes para bolsillos diferentes, lo cual me hizo dudar de la autenticidad del socialismo que se estaba construyendo. Corría entonces, como se dice en las novelas, el año 1982.
El antitrotskismo era más bien oficial. Fidel no fue trotskista, nunca, ni de joven. En una carta citada por Mencia en La prisión fecunda (La Habana, Editora Política, 1980), Fidel le escribió al censor del penal que le permitieran leer uno de los libros decomisados, el Stalin de Trotski, ya que no era una defensa de Stalin, ni tampoco un estudio crítico imparcial de ese personaje sino “un libro escrito contra Stalin por [su más] irreconciliable enemigo, no una defensa, sino un ataque implacable contra él. Como ve usted –añadió– el motivo que pudo pensarse para decomisarlo [por su título] no existe”. Más adelante, ya en el poder el antitrotskismo continuó, sobre todo a partir de la salida del Che Guevara a África. En esos años (1965-1966) se especuló en diversos medios, dentro y fuera de Cuba, que el Che estaba preso en la isla y hasta llegó a decirse había sido asesinado. Estos despropósitos no fueron de los trotskistas sino de los posadistas (seguidores del argentino J. Posadas) que había sido expulsado de la cuarta Internacional (no doy nombres para no quemarlos). Tales especulaciones, obviamente, tenían que incomodar a Fidel Castro y a su gobierno, por falaces. De ahí que el antitrotskismo se recrudeciera, pero con los años cambió, como ya lo he mencionado a raíz de mi única visita a La Habana. Nadie, debo decirlo, objetó mi estancia en ese país. Sin embargo, y gracias a una entrevista con el famoso historiador Julio Le Riverend, entonces director de la Biblioteca Nacional de Cuba (para quien llevaba un fraternal saludo de Pablo González Casanova), pude conocer la enorme biblioteca y escarbar en sus ficheros. En éstos noté que había unas cuantas obras de Ernest Mandel y una mía, pero no de Trotski. Julio me dijo que sí existían pero que estaban en la sección exclusiva para investigadores. Bueno, no había veto al trotskismo, no total.
Muchos años después (en 2005), tuve el honor de recibir en casa a Celia Hart Santamaría, quien había dictado, para sorpresa de muchos, una conferencia en el Museo Trotski de la Ciudad de México. Celia fue una cubana simpatizante abierta del trotskismo y, lamentablemente, murió en un accidente automovilístico a los 46 años, tres años después de nuestra comida. Celia, para quien no la recuerde, era hija de la histórica guerrillera cubana Haydée Santamaría y de Armando Hart. Ambos fueron dirigentes del Movimiento 26 de Julio. Santamaría fue también directora de la Casa de las Américas hasta su muerte en 1980 y Hart fue ministro de Educación y luego de Cultura hasta 1997.
Supe por Celia que en esos años el trotskismo ya no era visto como una desviación ideológica contrarrevolucionaria en Cuba, es decir ya no había antitrotskismo, pese al enorme peso que tuvo en ese país el estalinismo soviético mientras éste tuvo vigencia. Los regímenes revolucionarios cambian, por lo común poco a poco, y sólo se esperan mayores libertades, menos discriminación y el fin del criminal bloqueo estadunidense que tanto ha lesionado a los cubanos.
rodriguezaraujo.unam.mx
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