EL DELFÍN
Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.
jueves, 21 de enero de 2016
No, no es China ni el petroleo
No, no es China ni el petróleo
Pablo Gómez
A propósito de la crisis en China, habría que decir que, por ese sólo hecho, no habrá una crisis mundial. La cuestión es relativamente sencilla. Si China va a reducir su ritmo de crecimiento, es natural que caiga el valor de las acciones de sus bolsas, pero eso no significa que la expansión china vaya a ser menor que la ya calculada. En todos los análisis China queda como el que, de los grandes países, va a crecer más en el presente año.
Ahora bien, la reducción del precio del crudo se debe a que la demanda sigue bajando pero también a la subida y diversificación de la oferta. El cambio histórico que ha sido el abaratamiento de ese hidrocarburo se produjo en el momento en que creció la competencia con la OPEP. Aunque los actuales siguen siendo precios de monopolio, ya no es lo mismo que antes. Tenemos una catástrofe en los países petroleros, pero al resto del mundo le ha venido bien ese abaratamiento, después de tantos años de precios estratosféricos con ganancias extraordinarias que aumentaron la liquidez mundial, causante parcial de otras crisis.
Es claro que existe alguna relación entre el menor ritmo de expansión de China y la baja del precio del crudo, pero aquél no es la causa principal de éste, mucho menos la única como algunos dicen creer. El crudo no volverá a los niveles que antes tuvo. Lo que no se podría saber ahora es si China logrará recuperar el nivel de crecimiento de las décadas pasadas. En realidad, eso no es posible y tampoco económicamente del todo conveniente. Llevar un ritmo de expansión de más del 8 por ciento anual en forma indefinida quiere decir que cada 12 años se duplica el valor de toda la producción, lo cual ha ocurrido en China. Sin embargo, si el mundo no llegó a crecer en conjunto ni la cuarta parte de lo que logró China en varias décadas, es natural que los chinos no puedan sostener un ritmo de crecimiento tan alto exclusivamente con su mercado interno. ¿De qué tamaño tendría que ser el aumento en la productividad del trabajo social del país para lograr tal proeza durante más décadas sin parar, digamos un siglo? Eso nunca lo logró el capitalismo europeo y estadunidense durante los siglos XIX y XX pero tampoco se logrará en China. Es probable que en el gigante asiático se vaya a reducir algo más la tasa de incremento del producto en el año 2017 y los sucesivos.
En cuanto a México, tenemos una situación que sería cómica si no fuera porque la tragedia ya nos ha castigado demasiado. El crecimiento del dos por ciento del PIB amenaza con repetirse durante el presente año de 2016. Sin embargo, será uno de los países con mayor crecimiento en América Latina donde las cosas se han puesto demasiado mal a partir de la depreciación de los granos y materias primas mientras se reduce, por tanto, el flujo de divisas y la producción doméstica basada en importaciones de bienes intermedios y maquinaria. Las monedas latinoamericanas se han devaluado a un ritmo demasiado preocupante ya que la ventaja cambiaria no es automática, hace falta quien compre en el mercado internacional. Por ejemplo, el petróleo mexicano, venezolano, ecuatoriano, con una reducción del 80 por ciento en su precio, no se supera con la devaluación de la moneda propia (Ecuador no la tiene) si con la cantidad disminuida de dólares hay que comprar la misma cantidad de bienes en el exterior y servir la deuda externa: imposible sin tomar más empréstitos impagables. Si se compara con los precios en Estados Unidos, el peso mexicano debería tener un cambio de unos 16.50 por cada dólar en lugar de 18.75 al mayoreo (y va para más). Esto quiere decir que tenemos una moneda muy castigada y que el diferencial cambiario real ya no es precisamente una ventaja si vemos la economía en su conjunto aunque sí pueda serlo sólo para algunos. La gigantesca deuda privada externa se ha revaluado como espuma en términos de pesos y eso va a limitar la inversión de las empresas y a succionar un mayor porcentaje de las ganancias para el servicio del débito, lo cual impactará en el crecimiento de la economía, sin duda.
Está completamente claro que el ritmo de la inversión privada (la foránea incluso) depende de unas variables demasiado rígidas, en especial la insostenible tasa de ganancia que es lo que se quiere aumentar siempre. La expansión del mercado internacional (Estados Unidos principalmente) ya tiene acotamientos demasiado estrechos. Durante los años de la bonanza de las exportaciones (que no benefició más que a una parte reducida del país), se descuidó el mercado interno y ahora las cosas se aprecian más complicadas: ya tenemos serios daños estructurales. En cambio, si se volteara la mirada al mercado doméstico por fin se pondría énfasis en la producción para el consumo doméstico: la economía (empleo inclusive) podría crecer. Al respecto, el mayor problema sería la inversión pública que ahora no avanza. Mientras el Estado –Federación y entidades—no incremente fuertemente sus programas de obras no podrá haber ni la sombra de una expansión de la economía.
Que no se culpe a China de las desgracias económicas. Ni siquiera a la emancipación cuasi mundial que significa el derrumbe de los precios del crudo. En México debe admitirse que nos ha ido mal por hacerle caso (el gobierno) a esa ultraminoría de ultramillonarios del mundo que casi todo lo succionan: son el 1 por ciento.
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