Israel-Palestina: la solución evidente
E
n días recientes se ha recrudecido la violencia en Israel entre árabes israelíes y judíos, mientras en los territorios palestinos ocupados o cercados por Tel Aviv –la Jerusalén oriental, Cisjordania y Gaza– se intensifican las acciones militares del ocupante contra la población. Hace unos días, en Gaza, la aviación israelí mató a una embarazada y a su hija de pocos años, en tanto otros tres miembros de la familia resultaron heridos, con lo que en esa localidad la cifra de muertos por bombardeos de Israel se elevó a 11 y a más de cien los lesionados en menos de una semana.
Al día siguiente un árabe israelí atropelló y apuñaló a cuatro judíos en el norte del país ocupante, entre ellos una niña de 14 años. Posteriormente, las fuerzas de Tel Aviv mataron a tres palestinos, entre ellos dos niños de dos y 13 años. En hechos de violencia ocurridos ayer, dos palestinos hirieron a cuchilladas a dos judíos en Jerusalén; uno de los agresores murió y otro resultó herido por disparos de la policía. En otro punto de la ciudad un árabe que pretendía atacar a un elemento policial fue ultimado a balazos.
Estas modalidades de violencia, que se desarrollan tras una serie de incidentes en la Explanada de las Mezquitas, donde se encuentran importantes recintos religiosos del judaísmo, la cristiandad y el islam, expresan la pérdida de las acosadas organizaciones e instituciones palestinas de su capacidad para contener la ira y la exasperación de la población civil tras casi medio siglo de ocupación y siete décadas desde la conformación de Israel sobre la base del despojo territorial, sin que hasta la fecha el régimen de Tel Aviv haya expresado intención alguna de buscar una solución justa que pasaría, inevitablemente, por la restitución a sus legítimos habitantes de la totalidad de los territorios ocupados en la guerra de 1967 y la compensación a los descendientes de los palestinos que fueron echados y despojados de sus tierras cuando se constituyó el Estado hebreo.
En estas circunstancias, el mundo tiene el deber de hacer comprender a los gobernan-tes de la potencia ocupante que la postergación de un acuerdo de paz apegado a la legalidad internacional –particularmente, las resoluciones 242 y 338 de la ONU– los acerca a una disyuntiva inexorable: o exponen a la población judía a vivir en zozobra permanente o emprenden el exterminio de la población palestina, con todo lo que una monstruosidad semejante implicaría en el terreno moral y político.
Ante esta perspectiva, los gobernantes de Israel, en lugar de alimentar el patrioterismo sionista, deberían empezar a desintoxicar a su propia opinión pública a fin de abrir un espacio a la idea de que la paz es posible, y ésta y la supervivencia a largo plazo de Israel pasan, necesariamente, por el establecimiento de un Estado palestino plenamente soberano en Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental.
No hay otra vía para desarticular de raíz el desesperado terrorismo de algunos grupos palestinos y la rabia de los oprimidos que experimentan los habitantes árabes del territorio israelí. No hay, tampoco, otra manera de evitar que Israel siga caracterizándose como un Estado terrorista que escandaliza e indigna a la comunidad internacional. La jornada
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