Ucrania en evolución
Guillermo Almeyra
E
l conflicto interno en Ucrania y entre Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea evoluciona continua y rápidamente en direcciones a veces contradictorias debido a la variedad y complejidad de sus componentes.
En efecto, en Ucrania misma el intento interrumpido de una revolución democrática y antioligárquica en la parte occidental se sobrepone al esfuerzo por integrar a Ucrania y correr la frontera de la OTAN hacia el este, amenazando y debilitando a Rusia, que desde hace años realizan Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea.
Recuérdese que el presidente depuesto Víktor Yanukóvich enfrentó inicialmente una rebelión democrática y de izquierda con la que se mezclaron después los fascistas, y que dicha rebelión fue desviada por éstos y las fuerzas favorables a la integración en la UE hacia un golpe de Estado parlamentario, que contó incluso con la participación de casi la mitad de los diputados del Partido de las Regiones, el del primer mandatario depuesto.
Éste no fue derribado por ser prorruso sino por su corrupción, por tomar todas las decisiones sin consultar a nadie y por el uso de la represión salvaje como principal política de gobierno. Además, no fue reemplazado por los fascistas, sino por un gobierno de los conservadores y reaccionarios, cuyo primer ministro es judío y en el cual hay tres ministros fascistas de los que la mayoría trata todos los días de separarse. Ese gobierno no se apoya solamente en la burguesía y la oligarquía católica o judía, sino también en las ilusiones de una vasta parte de la población de Ucrania occidental, católica y desde siempre históricamente dependiente del Occidente europeo, acerca de las posibles ventajas materiales a mediano plazo de una incorporación a la UE. Los fascistas y neonazis son muy activos y están armados, pero no llegan ni a 10 por ciento del electorado de Ucrania occidental.
El gobierno agente de Estados Unidos, dirigido por el primer ministro interino Arseny Yatseniuk, cuenta con el respaldo de Washington, pero éste teme provocar demasiado a Rusia y reforzar la alianza Moscú-Pekín (hace tres días se reunieron el presidente chino y el canciller ruso para coordinar sus políticas). Los países de la UE, por su parte, dependen del gas ruso que temen perder en el caso de una crisis mayor, sobre todo hoy, cuando la economía europea no ha superado sus grandes dificultades.
El gobierno interino de Kiev tiene pues un apoyo externo débil y condicionado, y políticamente carece de base, porque la mayoría de quienes lo apoyan no son fascistas y no aceptan la idea de una guerra civil. La parte más rica, industrializada y poblada de Ucrania –la oriental– está desde hace siglos ligada a Rusia, habla ruso y no es católica, sino cristiana ortodoxa; además, fue el centro heroico de la resistencia antinazi durante la última guerra y su industria está integrada con la rusa. Yanukóvich fue elegido presidente constitucional de Ucrania con una buena mayoría precisamente porque se apoyó sobre todo en la parte oriental del país y porque contó con el sostén del débil partido comunista ucraniano que, en realidad, es un partido nacionalista.
La ocupación por sectores prorrusos de Crimea y las reivindicaciones independentistas de Odessa, Jarkov, Donestk y otras zonas orientales y la defección de las tropas enviadas por Kiev a esa región han debilitado aún más a un gobierno cuya esperanza mayor es llegar a las elecciones presidenciales del 25 de mayo próximo, a las cuales se ha visto obligado a agregar un referéndum sobre la modificación de la Constitución en sentido federalista. En estas condiciones, el gobierno de Kiev pesa muy poco en las negociaciones sobre Ucrania que realizan Estados Unidos, Rusia y Bruselas.
El acuerdo concluido por sobre las cabezas de los semigobernantes de Kiev y de los ocupantes de las ciudades-repúblicas prorrusas del oriente ucraniano es un triunfo para Moscú. En efecto, el texto no menciona Crimea, cuya incorporación a Rusia Washington y Bruselas aceptan como hecho consumado; tampoco amenaza a Rusia con retorsiones o represalias (que ni Estados Unidos ni la UE pueden realmente llevar a cabo). Por el contrario, declara ilegales el racismo, el antisemitismo y las discriminaciones religiosas, con lo cual coloca al gobierno de Kiev ante la necesidad de combatir a sus incómodos integrantes fascistas y dar marcha atrás en su intento de ilegalizar la lengua rusa. Además, ordena desarmar a los grupos ilegales, refiriéndose naturalmente a los fascistas y neonazis de Kiev, porque los ocupantes de los edificios públicos de Ucrania oriental no son grupos organizados; deberían ser desarmados por sus propias fuerzas y, además, al ser ucranianos y no rusos, no acatan las resoluciones firmadas sin consulta alguna por Moscú. Sin duda, el triunfo en esas regiones de una solución constitucional federal (a la canadiense o a la suiza, pero con mucha paprika) consagrará una situación de hecho, dividiendo Ucrania en dos regiones que mantendrán la dependencia del combustible ruso y tendrán en común, de facto, un protectorado ruso. La incorporación de Ucrania a la UE y a la OTAN fracasará; ésta tendrá que conformarse con reforzar sus tropas en la frontera oriental de la UE, que seguirá dependiendo del gas ruso (a la espera del gas estadunidense que podría llegar en el futuro), y Estados Unidos y Bruselas pagarán por Rusia una buena parte de la carga financiera que representará el rescate de Ucrania.
Rusia saldrá vencedora de este nuevo round y Estados Unidos, desprestigiado y debilitado, como en el caso de Siria. Putin, una vez más, creerá que el nacionalismo ruso y las decisiones por sobre los pueblos y a espaldas de ellos pueden servir a la oligarquía capitalista de Moscú en sus contrastes con las otras oligarquías, con las que seguirá su forcejeo.