La era de Crimea
Pablo Gómez
Pablo Gómez
No se debería poder hacer en el mundo lo que se quiera. Hasta hace poco, después de la disolución de la URSS y de la superación de la guerra fría, Estados Unidos apareció como la potencia que arrastraba a sus aliados a lo que fuera. La Rusia postsoviética apenas discrepaba. Pero el llamado Occidente empezó a abusar de su poderío mundial en la medida en que encontraba entre sí las bases estratégicas de su propio abuso. Así fueron incorporados a la Unión Europea varios países de la anterior órbita soviética y, también, a la OTAN, lo cual fue siempre objeto de protesta rusa.
No es lo mismo tener a esa potencia nuclear llamada Rusia como amiga y admiradora del capitalismo, aunque en una versión francamente muy corrupta, que cercarla con la alianza atlántica que es un alineamiento militar-político determinante. El entorno de Rusia tiene en Ucrania un elemento estratégico y lo que ahí ocurra es demasiado importante para el futuro ruso. Esto parece ser ignorado, oficialmente, por ese llamado Occidente. El problema no era sólo la península de Crimea –con la flota rusa ahí radicada-- sino toda Ucrania, la parte rusófona y la otra. Esto no lo entiende bien Obama quien le ha estado picando la cresta a la Europa de la Unión aún a despecho de las reservas que al respecto tiene Alemania, consumidor del gas siberaniano.
El golpe contra el anterior gobierno ucraniano fue relativamente fácil porque unió a muchos en su contra: los europeístas, la derecha nacionalista y los críticos del Estado corrupto. Pero Occidente no ha querido reconocer que el derrocamiento de ese gobierno hubiera sido mucho más difícil sin su propio apoyo. Europa y Estados Unidos obraron ahí como aprendices de brujo: desataron poderes que no conocían con una varita mágica que tampoco podían controlar. Putin imploró al nacionalismo ruso –potencia soslayada en Occidente—para unir en su entorno a la clase política de su país y a los rusoparlantes de Ucrania que no son pocos ni tardos.
Después de Crimea las anexiones podrían continuar pero Putin prefiere regresar el balón a la cancha de Occidente para que éste imponga una federación ucraniana que le permita a Rusia mantener sus relaciones normales con los suyos del otro lado de la frontera. Kiev no parece ver en esto una salida decorosa mas Estados Unidos tampoco busca presionar al gobierno ucraniano para ceder después de la anexión de Crimea, considerada ilegal, sin el menor rubor, por parte de una potencia históricamente anexionista. El motivo es que Occidente no renuncia a incorporar a Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN.
No se puede realizar una geopolítica acertada sin admitir que, a pesar de todo, ese llamado Occidente no está solo por más que Rusia se haya acercado al mundo armónico al fin descubierto.
En este rincón del mundo llamado México parece que allá no estuviera pasando nada. Muy pocos han comentado acerca del voto de reprobación –casi clandestino- de los diplomáticos mexicanos en la Asamblea de la ONU sobre la anexión de Crimea. Una abstención hubiera sido más precautoria y menos alineada. La verdad es que Crimea no quiso seguir siendo parte de Ucrania, lo cual no puede ser considerado como acto ilegal así como así. Cuando Rusia abrió sus brazos la mayoría de los habitantes de esa península se dejaron abrazar, muchos de los cuales se consideraban rusos regalados a Ucrania por Jruschov (ucraniano-ruso), episodio que sigue un tanto en la oscuridad analítica. Los mexicanos no quisieron recordar su propia Constitución en aquello de la autodeterminación de los pueblos porque la anexión de Crimea fue presentada como una movida de ajedrez y no como una forma de aprovechar la crisis ucraniana para volver a una situación anterior. A final de cuentas, los rusos están volviendo a advertir a Occidente que debe detener su avance, lo cual ha sido desoído una y otra vez. Quizá Crimea inaugure una era.
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