71 Festival de San Sebastián
uen arranque para quien esto escribe tuvo el festival con su película problemática, el documental No me llame Ternera. Según se sabe, su inclusión en la programación, dentro de la sección Made in Spain, levantó algunas protestas entre familiares de víctimas de ETA. La directiva del festival hizo bien en no retirarla del programa.
Producida por Netflix, se trata de una larga entrevista realizada por el periodista catalán Jordi Évole al etarra Josu Urrutikoetxea, apodado Ternera (de ahí el título), sobre su larga participación en el grupo terrorista. En ese diálogo Évole actúa como una especie de incisivo fiscal que tiene todos los datos sobre el desempeño en ETA de Urrutikoetxea, quien se revela muy hábil a la hora de saber ser evasivo y resbalarse como el proverbial pescado enjabonado de toda responsabilidad frente a los crímenes del grupo separatista vasco.
Prácticamente inexpresivo, el ex etarra cae en contradicciones gracias a las agudas preguntas del periodista, quien también permanece impasible. Lo que podría parecer cinismo, le funciona a Urrutikoetxea para escurrir el bulto. Otro entrevistado brevemente es un policía retirado, gravemente herido por un atentado de ETA, quien ve todo ese interrogatorio y hace conclusiones incontestables.
Por otro lado, la popular sección Perlak, que reúne títulos ya elogiados –y a veces premiados– en anteriores festivales, se inauguró con La sociedad de la nieve, coproducción hispano-estadunidense, dirigida por J.A. Bayona, que fue la película de clausura hace unos días en Venecia.
Se trata de la tercera recreación cinematográfica de la célebre saga de los jugadores de rugby uruguayos que sufrieron un accidente aéreo a fines de 1972 y se vieron obligados a recurrir a la antropofagia para sobrevivir. Las anteriores fueron el morboso churro mexicano Supervivientes de los Andes (René Cardona, 1976) y la hollywoodense ¡Viven! (Frank Marshall, 1993).
Bayona ha conseguido la versión más fiel y verosímil de los hechos reales y seguramente su mejor realización a la fecha. Interpretada por un reparto de desconocidos que hablan español con acento uruguayo, la película sostiene su tensión dramática a lo largo de casi dos horas y media a pesar de que no llegamos a identificar cabalmente a todos los sobrevivientes. Lo que encontramos en lugar del sensacionalismo a lo Cardona, es una sobriedad ejemplar que nunca explota el acto del canibalismo per se, sino lo acepta como un acto extremo de supervivencia y ni siquiera es el punto medular del relato.
En un género innoble como es el cine de desastres, La sociedad de la nieve evita sus tópicos más chocantes y los transciende para volverse una meditación de resonancia espiritual y existencial. (Hay una narración en off a lo largo de la película, pero no revelaré su naturaleza porque es uno de los aciertos más originales de la propuesta).
Aunque también está producida por Netflix, es recomendable verla en una sala cinematográfica pues en su transmisión casera perderá mucho de su impacto.
X: @walyder
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