as expectativas causadas por el juicio a la cadena Fox y en última instancia a su sempiterno dueño, Rupert Murdoch, se desinflaron cuando la parte agraviada, la compañía Dominion, aceptó un acuerdo que evitó la celebración de un juicio cuyas consecuencias nadie podía predecir.
La mañana del 18 de abril era con alguna morbosidad el juicio que por difamación se celebraría contra Fox. Dominion, la firma que procesó los votos de la elección presidencial en Arizona, acusó a ese medio por difamarla y mentir en sus ediciones noticiosas al propagar la especie de que el conteo de votos había sido fraudulento con el fin de favorecer al candidato Biden.
Tras una minuciosa investigación de Dominion, se descubrió una serie de comunicaciones internas en que los conductores de los noticieros de Fox admitieron que sus acusaciones carecían de base y, por tanto, había que evitarlas y aclarar que había sido un error propalarlas. Sin embargo, a contracorriente de las afirmaciones de los conductores, los dirigentes de Fox, incluido Murdoch, los obligaron a refrendar en sus emisiones la mentira de que el conteo de votos había sido fraudulento y el ganador era Trump.
Conscientes del daño que la difusión de esas falsedades ocasionaba al prestigio de su empresa, Dominion optó por entablar un juicio contra Fox. Tras varios meses, por fin llegó el día en que Murdoch y su imperio noticioso serían llevados al banquillo de los acusados por propagar informaciones falsas, con plena consciencia de que estaban engañando al auditorio. En más de una ocasión el juicio se aplazó a solicitud de los abogados de Fox con la excusa de revisar la estrategia de su defensa. El día del juicio las especulaciones y los escenarios sobre la forma en que se desarrollaría y su posible desenlace estaban en la primera plana de los principales diarios del país. El ambiente en el juzgado era tenso y expectante. No era para menos para quienes integraban el jurado por la responsabilidad que pesaba en los hombros de quienes lo integraban. Las posibles ramificaciones que en el ámbito político pudiera tener su decisión iban mucho más allá de lo que sucediera en ese juzgado por la remota posibilidad de que el jurado determinara que el conteo de votos efectivamente estuviera equivocado y, por tanto, Fox no había mentido.
Tras la tensa espera, el juez literalmente desinfló toda la tensión y expectativas con una frase cuando decretó que el jurado podía irse a su casa, pues en un acuerdo de última hora, las partes habían llegado a un acuerdo. Fox se comprometió a pagar 787 millones de dólares, en lugar de los 2.8 mil millones de dólares que Dominion había exigido originalmente para reparar el daño por difamación. Aunque a medias, Fox admitió su culpabilidad y perdió un pelo de su mullido caparazón, y Dominion recibió un importante influjo de capital que le permitirá resarcir su prestigio y fortalecer su operación.
Una de las secuelas de esto es que se demostró a cabalidad algo que se sabía: la evidente complicidad del imperio informativo Fox con el Partido Republicano. Además de la abolladura que sufrió ese medio en su prestigio, quedará la duda sobre la veracidad de las noticias que difunden Murdoch y su clan. Una lección de este sainete es que la sociedad se percató de la prepotencia de Murdoch que, a pesar de haber admitido que estaba consciente de las falsedades que transmitía su empresa, no quiso retractarse porque, dijo, se hubiera visto mal y le hubiera sido muy costoso.
Al margen del cinismo que otra vez demostró este controvertido personaje, la democracia estadunidense parece haber ganado un asalto.
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