Pablo González Casanova
demás de gran sociólogo y autor de La democracia en México, además de rector y de maestro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), además de fervoroso zapatista, además de hombre impecable y muy hermoso, Pablo González Casanova fue gran amigo de Guillermo Haro, el astrofísico fundador de la astronomía moderna de México. Morir a los 101 años fue su destino, sus dos hermanos, Henrique y Manuel, fallecieron mucho antes, así como sus dos esposas, la primera y madre de sus hijos, Natasha Enríquez Lombardo, hija del celebrado sociólogo Henríquez Ureña, y la segunda, Anne Bar-Din, quien curiosamente se parecía físicamente a Natasha. Guillermo Haro y yo quisimos mucho a Natasha.
Hombre de familia, alguna vez me contó que su abuelo le daba miedo. “Nosotros venimos de una familia muy autoritaria. El que hizo la revolución en mi familia fue mi padre. Según nos platicaba mi abuela, en el momento en que se oían los cascos de su caballo entrar a la hacienda, la abuela tenía que tener listo un jarrito con agua hirviendo para hacerle dos huevos, y si se pasaban de hervor, se enojaba. Su precisión y su deseo de perfección nos hacía temerlo, por eso no creo en el autoritarismo.
“Éramos tres hermanos muy unidos, Manuel, Henrique y yo, aunque Manuel era mucho más chico que yo. De nosotros tres, Henrique era el mejor conversador. Sus historias, sus cuentos, sus anécdotas, que las decía muy bien, su crítica literaria lo convirtieron en un intelectual que practicó no sólo el arte de hablar, sino el de escribir. Todo el mundo lo invitaba; dio muchas conferencias, destacó en el diálogo y en la polémica, habló siempre muy bien; su paso por Difusión Cultural de la UNAM dejó huella. Alguna vez hicimos un ejercicio de recordar algo que le ocurrió a mi padre y vimos que teníamos diferencias en nuestros recuerdos. A mi padre lo mandaron a estudiar química en Alemania, y mi abuela se casó con un primo hermano, y tuvieron que pedirle permiso al Papa para lograrlo. Creo que también los Amor, los de tu familia, hicieron lo mismo. Nosotros éramos hacendados como los Amor, los Iturbe, los Escandón, y oíamos decir que ya venían los zapatistas y entraba un gran pánico en la hacienda; entonces nos contaba mi padre que él mandaba cerrar todas las puertas y todos los accesos. Nuestras haciendas eran ganaderas. Mi tío Juan era una persona que tomaba decisiones drásticas y ordenó a sus peones: ‘¡Abran todas las puertas! Manden matar a 30 borregos y vamos a hacer una fiesta para recibir a los zapatistas’.
“Cuando llegaron los revolucionarios y vieron la fiesta, apreciaron que los recibiéramos con una barbacoa. Éste fue mi primer recuerdo y mi primer contacto con la sociología y con la revolución. Ahí coincidí con mis hermanos, aunque después hubo alguna diferencia con Henrique en cuanto a algunos de los viajes de mi padre a Europa.
“Henrique tenía una memoria fabulosa. Al regresar de Alemania, nuestro padre llegaba por Veracruz, lo bajaron y lo confundieron con el general Pablo González, un líder de los zapatistas con orden de fusilamiento. Ahí es donde Henrique y yo tenemos una pequeña diferencia, porque, según él, uno de los miembros del pelotón de fusilamiento se negó a tirar en contra de mi padre alegando: ‘No, este hombre no es Pablo González, este es un hombre de una familia de Toluca amiga de los zapatistas’. Entonces, el capitán se quedó muy sorprendido y llamó a un superior e insistieron en que su orden era la de matar, y el otro dijo: ‘No, pero es que yo no puedo matar a una persona que es amiga nuestra’. ‘Bueno, vamos a suspender el fusilamiento y vamos a ver quién es, pero si no es quien tú dices, entonces te fusilamos a ti’. Gracias a eso vivimos los González Casanova, y puedo ahora platicar contigo. La historia es muy bonita. De ahí surgió la idea de mi padre de llamarnos González Casanova, para que supieran que éramos hijos de él y no de Pablo González, que toda la familia hablaba pestes de él, que era un sinvergüenza, ladrón, asesino.”
–¿Y Casanova era nombre de tu mamá?
–De mi abuela.
“Gracias a eso también tenemos a tres grandes universitarios: el rector Pablo González Casanova; Henrique, gran crítico literario y uno de los pilares de México en la Cultura, y Manuel, experto y brillante crítico de cine.”
–Mi padre fue hijo de un comerciante exportador que se llamaba Pablo Antonio González, y mi abuela era Encarnación Casanova. Todos somos González Casanova, pero si quisieras saber más de nosotros para rescatar estas memorias tienes que hablarle a Lolita.
–Guillermo Haro solía decir que para un adolescente lo más importante era su grupo de amigos, jóvenes con quienes discutir, hacer proyectos, hacer deporte, reír...
–Mi grupo de amigos, en el que estaba Guillermo, era de personas muy críticas, muy virulentas y hasta violentas en sus discusiones, pero creo que el más ingenioso era Fernando Benítez, quien podía decirle a otro: ‘Mira, tú no entiendes de lo que estamos hablando, estás interrumpiendo todo un razonamiento e impides que lleguemos a una conclusión’. Guillermo era un filósofo; Luis Cardoza y Aragón, un crítico de arte y un exilado de Guatemala, su patria, así como Tito Monterroso. Entonces Fernando atacaba a su contrincante con una ferocidad maravillosa, ¿verdad?, que lo caracterizaba. Benítez podía ser muy cruel, porque tenía un sentido del humor capaz de lastimar al que más se tomaba en serio... Sí, éramos muy crueles en nuestras discusiones. Pero Henrique no era así. Realmente él tenía otro grupo de amigos, otra forma de cultivar la amistad. Pero nosotros tampoco éramos unos salvajes, bueno, yo no, no recuerdo más que mi gran amistad con Guillermo Haro y con Hugo Margain. El nuestro era un ambiente medio retórico, medio demagógico, y nos dábamos el gusto de decir la verdad por más impertinente que ésta fuera, y Benítez se la decía en su cara a los funcionarios del gobierno, aunque después se le olvidara lo que les había espetado y los halagaba. El padre de Natasha, mi primera mujer, fue un gran erudito, por si tú quisieras hacer un análisis de lo que para él representaba el español hablado y el español escrito. Mi abuelo, como mi hermano Henrique, fue también muy culto, tenía una biblioteca muy ordenada, con libros muy lindos, y cuando murió mi madre él decidió que yo me quedara con la biblioteca Rivadeneira y él se quedó con la Enciclopedia Británica.
–Él era muy generoso...
–Sí, muy generoso, sabía oír, algo muy importante; podía guardar silencio durante mucho tiempo poniendo atención. Esto yo creo que lo llevaba a ser no sólo un profesor al que los estudiantes tenían como guía, sino como un alumno mayor y experimentado al que consultaran otras gentes, jóvenes y no jóvenes. Yo creo que estas eran unas de las características de él. Recuerdo aquella frase de Martí: Honrar, honra
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–Sí, Pablo, siento que los escritores somos sus deudores, nos impulsó y ayudó. Jaime García Terrés siempre preguntaba: ‘¿Y dónde está Henrique?’ Fue muy importante su presencia y su generosidad en Difusión Cultural, como es la tuya en Ciencias Políticas y Sociales.
–Sí, él creía mucho en la educación de la gente, su formación en todos los terrenos, incluso en condiciones en que otros ya daban por perdido a un individuo. Él tenía la esperanza de que la educación alcanzara algo más para los mexicanos, sobre todo para los que tienen muy pocas oportunidades.
–Henrique también ayudaba mucho a escritores muertos de hambre...
–Sí, esos actos de generosidad y de la confianza que implicaba pedirle ayuda era cosa de Henrique. Cómo fue maestro de escritores, se volvió una parte muy significativa de la preocupación que significa enseñar a escribir, y no sólo lo hizo a nivel de estudiantes de periodismo, sino que muchos escritores le deben mucho.
Pablo González Casanova no pondera cuánto le deben a él los antropólogos sociales, los politólogos, los centros de ciencias y humanidades, la UNAM, los jóvenes en sus años de formación, los investigadores sociales, los historiadores, los estudiantes que memorizaron La democracia en México, como la socióloga María Consuelo Mejía, quien vino de Colombia, se recibió en la UNAM y aún hoy recuerda su espíritu joven, su risa, su buen talante, su entusiasmo, el brillo en sus ojos. María Consuelo lo reconoce como su mejor maestro, el más generoso y el más accesible, siempre dispuesto a debatir. El encuentro con los zapatistas lo cambió por completo, le abrió el mundo y lo hizo más sabio y mejor estudioso de las ciencias sociales
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