Marcha, más que Informe // AMLO privilegió la calle // Defensa ante poderes fácticos // Larga jornada impacta Zócalo
sta vez, la Unidad de Medición Masiva no fue necesariamente la Plaza de la Constitución, el Zócalo, sino las calles. Lo más trascendente no estuvo en la formalidad del informe (las cifras, los datos, el mensaje discursivo, el templete y el ceremonial), sino en la marcha, en la caminata colectiva y en el contacto directo, de la gente a la que le fue posible, con el Presidente, asumido éste como explícito líder del movimiento que le llevó al poder y que espera que sostenga la continuidad de su proyecto en 2024.
Más de cinco horas tardó López Obrador en caminar del Ángel de la Independencia al Zócalo. Lo hizo intencionalmente desprovisto de medidas de seguridad y de logística tradicionalmente aplicable a quienes ocupan el máximo cargo público del país. Esa es una primera diferencia importante respecto a las evocaciones que sus opositores hacen respecto a actos de apoyo organizados desde el propio poder presidencial.
No ha habido en la historia un Presidente de la República que se haya expuesto así a las vicisitudes, al caos, al riesgo no sólo de un improperio. Por el contrario, a las masas convocadas en otras épocas se les saludaba desde el balcón principal de Palacio Nacional, todo bajo control del Estado Mayor Presidencial, o se les acercaban esos presidentes, para efectos de las gráficas luego multiplicadas en los medios bien aceitados, entre burbujas perfectamente cuidadas.
Otro punto de necesario esclarecimiento es el referente a un alegato de los opositores: las marchas, dicen, se organizan para protestar contra el poder, no desde el poder. López Obrador ha concentrado el mayor poder político institucional de la historia moderna de México pero, a diferencia de sus antecesores que eran complacida parte de los poderes reales, instrumentos adaptables, está bajo el creciente acoso de tales poderes fácticos (empresariales, clericales, mediáticos y del partidismo derrotado en 2018). La marcha de ayer es una forma de defensa ante esa ola recientemente acelerada desde la ultraderecha apoyada por el republicanismo trumpiano, el neocolonialismo español de Vox y los obispos mexicanos.
Con estaciones el año entrante en Coahuila y el estado de México, la batalla electoral 2024 es el verdadero telón de fondo de las marchas del pasado 13, en defensa del Instituto Nacional Electoral, y la de este 27. Los organizadores de la primera aseguran que sumando decenas de ciudades del país habrían conjuntado un millón de personas; el gobierno morenista de la Ciudad de México estimó que ayer habrían participado un millón 200 mil personas. La guerra de cifras puede seguir al infinito.
Otro punto polémico es el referente al acarreo
. Ayer pudo
verse un despliegue impresionante de autobuses y la participación de
contingentes pertenecientes a movimientos organizados o a liderazgos
morenistas individualizados. En general, el talante de los acarreados
era festivo respecto a estas acusaciones, a la par de la evidente
asistencia de muchas personas a título propio, sin mayor adscripción
grupal.
Sin embargo, a Morena o en general a la llamada Cuarta Transformación le corresponde analizar y evitar las formas corporativas de movilización política, sobre todo si gobernadores y otros personajes de la nueva clase política morenista son llamados a aportar contingentes. También es necesario vigilar y evitar el uso de los padrones asistenciales para este tipo de actividades políticas.
En ese contexto de una larga jornada (más de cinco horas de lenta caminata y más de hora y media de discurso en el Zócalo, con mucha gente que llegó de madrugada y debía volver a sus autobuses a iniciar fatigoso retorno a casa) fue posible ver que esta plaza no se llenó a plenitud y que conforme avanzaba el discurso del tabasqueño había asistentes que se retiraban. AMLO privilegió el marchar, el mostrar una Presidencia en contacto directo con su gente, aunque la foto del Zócalo no fue la que ha de suponerse que esperaba. ¡Hasta mañana!
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