El yugo de los cereales
Hace unos 10.000 años, el trigo del Mediterráneo, el maíz americano y el arroz en Asia, sincronizados sin que sepamos entender cómo, se pusieron de acuerdo para lanzar su estrategia evolutiva: ‘¿Qué os parece si domesticamos a los humanos?’
De entre todos los vegetales que habitaban en el planeta Tierra, los antepasados del trigo, el maíz y el arroz eran algunas de las especies más desvalidas, frágiles y poco adaptadas para sobrevivir. En los pocos meses que cada planta vivía, a lo sumo dos estaciones, solo tenían una oportunidad para quedar fecundadas, producir semillas y dejarlas caer sobre la tierra confiando que pudieran germinar. Las plantas perennes y de extensas raíces, hierbas, arbustos y árboles, ¿les dejarían tierra y sol con los que alimentarse y brotar? ¿Sus semillas no serían comidas por insectos o pájaros? ¿Llovería a tiempo antes de su deshidratación?
Con esa preocupación en su mente, estos cereales seguían atentos a todo lo que ocurría a su alrededor. Y observaron que, como ellos, en el reino animal también existía una especie poco afortunada y con pocas posibilidades de perdurar. Los humanos, unos simios bípedos, a duras penas resolvían su alimentación carnívora. Tenían pocas aptitudes para la caza: no eran fuertes, no eran veloces, no disponían ni de garras ni de afilados colmillos. No podían, como otros mamíferos con más estómagos que ellos, alimentarse de cualquier tipo de vegetal. Pero algo les llamaba la atención: además de contar con dedos muy hábiles en sus manos y un pulgar oponible para sujetar herramientas, parecían seres pensativos, astutos, perspicaces.
Así, hace unos 10.000 años, el trigo del Mediterráneo, el maíz americano y el arroz en Asia, sincronizados sin que sepamos entender cómo, se pusieron de acuerdo para lanzar su estrategia evolutiva. “¿Qué os parece si domesticamos a los humanos? Si les encandilamos con nuestro sabor, si se acostumbran a comernos, conseguiremos que nos hagan la vida mucho más fácil, que tengamos más opciones de sobrevivir como especie. Despejarán y aclararán parcelas de tierra donde nuestras semillas no encuentren competencia. Las enterrarán delicadamente en surcos y bien se cuidarán de que nadie se las coma o se las lleve. Las regarán puntualmente para asegurar que germinen y, para que crezcan sanas y fuertes, escardarán a su alrededor tantas veces como haga falta. Si es necesario, vallarán el terreno para impedir que otros animales no humanos se coman a nuestra descendencia, y tened por seguro que, si bien se comerán parte de ella, guardarán siempre semillas para replantarnos en próximas temporadas”.
Los cereales habían conseguido su propósito, una simbiosis con la humanidad que permitiría su supervivencia. A la humanidad no le fue tampoco mal del todo
Y eso fue lo que hicieron, cual manzana de Eva o Blancanieves, incorporaron en sus semillas unas sustancias que embelesaron a los humanos con una dulzura que en su cerebro activó centros del placer, del bienestar y la adicción. Y ocurrió tal como habían pensado: los bípedos dejaron atrás su vida de paciente vagabundeo, caza y recolección para asentarse junto a los cultivos de cereales a los que debían atender durante muchas y largas horas de sudores y espalda curvada. Junto a sus pequeñas aldeas, decidieron construir establos donde recoger el ganado por las noches y tomar de ellos el estiércol para incorporarlo a la tierra y garantizar las mejores condiciones de crecimiento de los cereales. En parcelas secundarias aprendieron a cultivar otros vegetales que con algo de carne complementó su dieta granívora. Y edificaron altares para adorarlos. Fundaron civilizaciones. El dios arroz, el padre maíz o el pan sagrado reemplazaron de los ritos humanos su antigua devoción por la tierra, el sol, las estrellas, la lluvia o las montañas. Los cereales habían conseguido sobradamente su propósito, una simbiosis con la humanidad que permitiría su supervivencia. A la humanidad, en esta vida campesina, no le fue tampoco mal del todo.
Los humanos, que con sus ojos ciegos creían que eran ellos los dominadores, siguieron ejerciendo de colaboracionistas en los avances imperialistas de los cereales. Para el cultivo de más cereales, talaron bosques y selvas por todo el planeta uniformando de monocultivos lo que, como un mosaico, era un paisaje diverso en formas y colores. Con ello exterminaron buena parte de la biodiversidad vegetal y animal que ahí habitaba, sin comprender el papel que jugaban en la Naturaleza. Aprendieron a fabricar herramientas cada vez más eficientes para roturar la tierra, una o dos veces al año, sin comprender que de esa manera mataban todo el microbioma descomponedor que la alimentaba. De hecho, pensado que eran sus enemigos, inventaron todo tipo de venenos para acabar con estos pequeñísimos seres vivos. Modificaron el curso de los ríos y secaron humedales para llevarles riego a sus sedientos amos. Perforaron con pozos el cuerpo terráqueo para extraer la sangre fosilizada de antiguos animales con los que, artificialmente, hacer crecer más rápidos a sus señores y por sus señores empuñaron armas con las que invadir más tierra para Ellos. Ni tan siquiera retrocedieron cuando la colonización cerealista provocó el hambre en buena parte de su propia especie humana.
La alianza cereal/humano, sin atender a la complejidad de relaciones que conforma la vida, ha acaparado para ella todo el planeta
Los cereales, de todas formas, no podían dejar que sus esclavos humanos tomaran sus propias decisiones. Así, cuando la producción mundial de cereales superaba con mucho las necesidades de alimentación de los humanos, antes que decidieran reducir su producción, pusieron en marcha nuevas estrategias. “Les demostraremos que, si encierran al ganado en establos y les alimentan con nuestras proteínas, éstos engordarán antes y darán más huevos y leche. Cuando casi sea imposible criar más ganado, les animaremos a que nos utilicen como combustibles para sus máquinas. Y cuando caigan en la cuenta de que todo este modelo agrícola industrializado pone en riesgo la supervivencia de la especie humana, les haremos creer que la culpa de todo la tiene la ganadería, y se rendirán de nuevo a nosotros, ahora disfrazados en las bondades de la proteína vegetal, del tofu de soja (una colega gramínea) o de hamburguesas de maíz”.
Ya sea desde el punto de vista de los humanos o de los cereales, se aprecia lo mismo: la alianza cereal/humano, sin atender a la complejidad de relaciones que conforma la vida, ha acaparado para ella todo el planeta. ¿Así sea?
Gustavo Duch. Licenciado en veterinaria. Coordinador de ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’. Colabora con movimientos campesinos.
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